viernes, 1 de junio de 2018

EL CALIFATO TAURINO


Por Antonio Luis Aguilera
El Cordobés, V Califa del toreo
       Cuando en 2002, el Ayuntamiento de Córdoba proclamó solemnemente “V Califa del Toreo” a Manuel BenítezEl Cordobés”, atendiendo la propuesta de más de doscientas asociaciones, Diputación, y Ayuntamientos de la provincia, algunos aficionados abrieron la caja de los truenos, que en la ciudad de la Mezquita siempre ha sido la tradición del Califato Taurino. No hubiera podido imaginar el ilustre periodista aragonés don Mariano de Cavia y Lac, la trascendencia que el tiempo otorgaría a su ingeniosa hipérbole en la barojiana ciudad de los discretos. El escritor zaragozano, modelo y maestro de periodistas, por haber convertido el artículo periodístico en género literario, trató con éxito la tauromaquia bajo el seudónimo de “Sobaquillo”, y fue seguidor de Rafael MolinaLagartijo”, al que proclamó “Califa“ del toreo. De un plumazo, sin más pretensión que utilizar una figura retórica, para engrandecer la opinión del torero que admiraba, “instauraba" en la imaginación popular esa especie de “estado taurino”, al que la tradición iría tejiendo una enigmática ley sucesoria, que algunos dicen conocer pero pocos explicar, en cuyos alambicados códices prevalecen dos que se consideran incuestionables: ser matador de toros cordobés y haber mandado en el toreo de su tiempo.
Don Mariano de Cavia y Lac

La afición de mediados del siglo XIX había llamado al toreo el “arte de Cúchares”, en honor a las innovaciones que trajo al toreo de muleta Francisco Arjona Herrera, que sin ser capitán general en su tiempo, graduación que habría correspondido a Francisco MontesPaquiro”, al que llamaron “el Napoleón de los toreros”, porque tuvo mucho que ver en la transformación de la lidia. Catorce años después del  fallecimiento del torero de Chiclana, recibe la alternativa Rafael Molina Lagartijo”, que pronto se convertiría en el ídolo de la afición, especialmente de la madrileña, por su elegancia natural, la destreza con que ejecutaba todas las suertes, su valor sereno y la hermosa belleza de su toreo. Quién iba a pensar entre las humildes y toreras gentes del Campo de la Merced, que el apodo con que motejaron en el barrio la agilidad del hijo del discreto banderillero “Niño Dios”, por su destreza para trepar las tapias del matadero y llegar a las reses destinadas al abasto, terminaría siendo el apodo de uno de los espadas más grandes de la historia del toreo. Desde su doctorado hasta la retirada en 1893, destacaron los veintitrés años de noble competencia que mantuvo con el granadino Salvador SánchezFrascuelo” –dicen que la rivalidad era imposible, por la distancia artística que les separaba y la entrañable amistad que les unía-, que pasaron a los anales de la Tauromaquia como la “edad de oro del toreo”, expresión reutilizada en el siglo XX para rotular de igual forma la época de “Gallito” y Belmonte.

Rafael Molina "Lagartijo"
Al inolvidable “Lagartijo” le sucede en el trono del toreo su discípulo y paisano Rafael Guerra Bejarano, que tras destacar con brillantez como banderillero, recibe la alternativa en 1887, de manos de su maestro, ante la afición madrileña. Desde entonces hasta su retirada en la feria del Pilar de 1899, la hegemonía de “Guerrita” es incontestable. El hijo del conserje del matadero domina con tal precisión todas las suertes, que su presencia en los ruedos eclipsa cuanto ocurre en el panorama taurino. Cómo sería de poderoso, que a pesar de los años transcurridos, una importante corriente de opinión considera  que posiblemente haya sido el torero más completo de todos los tiempos. Precisamente esto, sumado al fuerte carácter del diestro, fue erosionando su condición de primerísima figura y le hizo perder apoyo popular. “No me voy, me echan”, dijo con amargura al quitarse en Zaragoza por última vez el traje de luces. Retirado de los ruedos, "Guerrita" fue considerado una autoridad taurina, y presumió de genio y figura. Una vez le preguntaron: “Rafael, ¿siente usted haber dejado los toros?, y él contestó con legítimo orgullo: “¿Quién, yo...? ¡Eso, ustedes!”. Qué razón llevaba quien fue considerado maestro de maestros, pues el trono que dejaba no tenía sucesor. La afición, y no solo la de Córdoba, siempre lo consideró II Califa.  

Rafael Guerra "Guerrita"
Comenzaba el siglo XX sin dueño en el toreo. Guerrita había sentenciado: “Después de mí, naide, y después de naide, Fuentes”. Llegaba la generación de los “naides”, que sin embargo iba a llenar de contenido el interregno taurino, ese espacio de tiempo que el toreo estuvo sin soberano. Desde 1899 a 1912, Antonio Fuentes, primero, y después Ricardo TorresBombita”, Vicente Pastor, Rafael GonzálezMachaquito” y Rafaelel Gallo”, protagonizan un tiempo donde destaca la dureza del toro, aunque los ganaderos ya habían escuchado las recomendaciones de “Guerrita”, que les hizo saber que para el toreo de mayor quietud que anhelaba el público, se necesitaba un toro de mejores hechuras, que “entrara” en la muleta, que fuera más bravo y tuviera mayor fijeza. En el interregno, “Machaquito” se anuncia como figura destacada en todas las ferias, y comparte los mejores carteles, mas en Córdoba se dividieron las opiniones sobre su inclusión en el figurado Califato, por no haber mandado en solitario en el toreo de su tiempo, aunque nadie cuestionó que el honrado y valiente espada de la calle Adarve, fue una figura indiscutible del toreo en la primera década del siglo XX, en la que destacó como formidable estoqueador. 

Rafael González "Machaquito"
Machaquito” se retira cuando alborea la segunda “edad de oro”, precisamente el 16 de octubre de 1913,  en una desastrosa corrida celebrada en Madrid, con enorme escándalo e invasión del ruedo por la afición, en la que otorga la alternativa  a Juan Belmonte. Va a comenzar una época diferente, que marcará los principios de un toreo de mayor quietud y acento artístico, la de José y Juan, inseparables en la historia, por mucho que algunos se empeñen en lo contrario. Belmonte, por gozar de más y mejor literatura, es considerado por sus partidarios el padre del toreo moderno, mientras “Gallito”, que no tiene quien le escriba, es relegado a un segundo plano, siendo etiquetado como torero poderoso y completo, en quien culmina en su máxima expresión el toreo antiguo. Pero este juicio falta a la verdad, porque ni Juan, que fue de los toreros que realizaron las faenas más cortas de muleta, puede ser considerado el padre de las larguísimas de hoy, ni José, que con su prodigiosa técnica colocó la primera piedra del toreo ligado en redondo, puede ser despachado como torero antiguo y poderoso. Lo trascendental es que “Gallito”, dejando la muleta en la cara del toro al torear al natural, revela la ligazón de los pases en redondo, mientras que Belmonte acorta las distancias y ciñe el toreo, destacando por su temple y ligazón en el lance a la verónica, pero su planteamiento con la muleta no difiere en absoluto del toreo anterior, donde el diestro se sitúa por dentro, de espaldas a tablas, y el toro por fuera, y en esa posición instrumenta un natural ligado al de pecho. En definitiva, José y Juan son inseparables en la historia del toreo, comparten una época de profundos cambios, y resulta absurdo que algunos pretendan atribuir la exclusiva del toreo actual al espada de Triana. Como afirmaba Pepe Alameda, la historia no establece dogmas, los establecen quienes la escriben.
       
Joselito y Belmonte
         La evolución del toreo moderno comienza con estos dos genios, pero en ella es determinante la figura de otro grandioso torero sevillano, Manuel JiménezChicuelo”, el tercer genio de esta apasionante historia, al que algunos pretendieron ignorar, cuando es él precisamente quien otorga continuidad a la obra de “Gallito” y crea la faena moderna. "Chicuelo" resuelve  la ligazón de los pases con un giro de talones, para intercambiar los terrenos del toro y los del torero y engarzar los muletazos. Además, suaviza las formas y con su arte dota al toreo de una belleza desconocida. Su influencia en el toreo mexicano resultó determinante, pues la rotundidad de su escuela llega antes al otro lado del océano, y de su fuente bebieron el gran Armillita, y los demás diestros aztecas. 
Manuel Jiménez "Chicuelo"
En España obtiene éxitos trascendentales,  aunque su obra adolece de la continuidad necesaria para consolidarse como nuevo modo de torear. La historia reserva ese puesto a “Manolete”, su ahijado de alternativa, que retoma la tauromaquia del maestro, y da al toreo otro giro de tuerca. Así, mientras algunos hablan del toreo de dominio, y hallan eco al enunciar como normas clásicas el “parar, templar y mandar”, el diestro de Córdoba habla en el ruedo, que es donde deben hablar los toreros, y agrega dos verbos que ignoraban los inquisidores de su arte: “aguantar y ligar”. Manuel Rodríguez, citando de perfil y ganando pasos laterales hacia el animal, revela la distancia de arrancada y  obliga a embestir a los toros. Su valor y perseverancia otorgan a su toreo regularidad, enseñorea su época e implanta definitivamente la ligazón de los pases, la versificación del toreo, el sistema cuyos primeros eslabones engarzaron "Joselito” y “Chicuelo”. Manolete, el niño que jugó al toro en la Plaza de La Lagunilla, escribía su nombre con letras de oro en la simbólica historia del Califato.

Manuel Rodríguez "Manolete"
Lagartijo”, “Guerrita”, ¿”Machaquito”?, “Manolete”. ¿Tres o  cuatro? En esta discusión de tabernas, peñas y tertulias andaban los cordobeses, cuando en los años sesenta del siglo XX irrumpe Manuel BenítezEl Cordobés”, que arrasa el toreo para mandar como nadie hizo antes ni después. Desde 1963 a 1971, el de Palma del Río impone su hegemonía en el mundo taurino, relegando a un segundo plano a toda una generación de toreros de primerísima fila. A las empresas les basta anunciar “El Cordobés y dos más”, para llenar las plazas hasta el tejado, mientras los “ortodoxos”, que solo lo consideran un fenómeno de masas, se rasgan las vestiduras, y detestan el poderío de la locomotora que remolca el tren de la Fiesta. Pero "Benítez" pone su sonrisa al lado trágico del toreo, y tras tributar no pocas e importantes cornadas, demuestra que es capaz de abarrotar todas las plazas, y triunfar clamorosamente ligando series interminables de naturales en un palmo de terreno.  
Manuel Benítez "El Cordobés"
¿Qué le faltaba entonces a Manuel Benítez para ser considerado miembro del Califato? ¿Acaso la tremenda fuerza de su personalidad, extrovertida, simpática y espontánea, no encajaba con la seriedad que algunos atribuyen a los Califas? A saber qué pensaban los que polemizaban por la sucesión del figurado califato, sin pensar que donde “El Cordobés” ejerció de “califa”, sin figuraciones, fue conquistando el planeta taurino, por el que llevó con orgullo el gentilicio de su tierra. Por fortuna, entidades y asociaciones de ciudadanos, coordinadas por el periodista taurino Pepe Toscano, canalizaron el clamor general, y el 29 de octubre de 2002, Manuel Benítez fue proclamado “V Califa del Toreo” por el Ayuntamiento de Córdoba, con el unánime reconocimiento del mundo del toro y la ciudadanía cordobesa. 

       Esta es la historia de una tradición, la del Califato Taurino de Córdoba, que la afición quiso figurar gracias a la ingeniosa hipérbole de don Mariano de Cavia. Curiosamente sigue viva, y no faltan propuestas de ampliación, aunque parece que estas olvidan que el aspirante debe haber mandado en el toreo, como lo hicieron "Lagartijo", "Guerrita", "Manolete" y "El Cordobés", los cuatro que, cambiando el cetro por estoque y el turbante por montera, hicieron que Córdoba fuera considerada definitiva en el toreo. 




1 comentario:

Andrés Osado dijo...

¡Ahí queda eso Maestro! Quien tenga oídos...