Por Antonio Luis Aguilera
Escultura de Juan Belmonte en Triana. Obra de Venancio Blanco |
No es fácil estudiar a fondo la
historia del toreo. Como todos los estudios, requiere objetividad, cualidad que por lo difícil
que resulta armonizar con la pasión no han sabido aplicar muchos de los escritores.
Un siglo después de la competencia de José,
Juan y Rodolfo —el grandioso torero mexicano que trajo de cabeza a «Joselito» y todos dejan fuera del relato—, se sigue discutiendo sobre la «paternidad»
del arte del toreo, como si el toreo hubiera tenido un solo padre. Hay aficionados que les encanta expedir partidas de nacimiento del registro civil que
solo existe en su imaginación. ¿Así las cosas, a qué padre se refieren cuando tratan de
explicar el toreo anterior a «Gallito»,
Belmonte y Gaona?
¿O es que no existió el arte de «Cúchares», como la sabiduría popular llamó con acierto al nuevo modo de hacer de Francisco Arjona Herrera, cuando el madrileño tenido por sevillano se echó la muleta a la mano derecha —reservada exclusivamente para el uso del estoque—, y marcó el punto de partida del desarrollo creativo de la lidia, ese arte que la gente llana inmortalizó con su apodo? ¿O acaso no existió manifestación artística en el toreo del también madrileño Cayetano Sanz, a quien se atribuye la invención del lance de frente por detrás —que refinaría Gaona de tal forma que sería conocido por su apellido—, y de quien se escribió que dio siete naturales seguidos? ¿Y si la palabra arte la sustituimos por elegancia, acaso no es «Lagartijo» el que pone a todos de acuerdo en el refinamiento que aportó a las suertes del toreo el inolvidable espada cordobés? ¿No fue el señor Fernando «el Gallo», padre de la célebre dinastía formada por Rafael, José y Fernando, el espada del que todos los toreros de su tiempo decían que por la belleza de su arte daba gusto verlo torear? Sirvan estos ejemplos para afirmar que cada época tuvo su toro, su torero y su público. Y por supuesto, su manifestación artística, condición sin la que el toreo no habría apasionado a tantas generaciones de españoles, que con rotunda seguridad no habrían pagado una entrada para presenciar labores exclusivas de matarifes.
Recorte del señor Fernando «el Gallo» en la plaza de Madrid |
Pero centrándonos en quienes pretenden expedir la partida de nacimiento «al arte del toreo» en un imaginario registro civil, sorprenden las declaraciones del catedrático y filósofo Francis Wolff, recogidas en el diario ABC del 22 de marzo, donde el prestigioso aficionado francés señala la fecha del 11 de abril de 1913 como punto de partida artística de la Tauromaquia, cuando el «Pasmo de Triana» intercaló varias verónicas sin enmendar la plana en la plaza de toros de Madrid: «Juan Belmonte es el inventor del toreo como arte. Aquello se consideró una “revolución belmontina”. Y lo fue porque sus innovaciones se impusieron como cánones hasta hoy».
Juan Belmonte torea por verónicas en Madrid |
Pensamos que nadie
en su sano juicio puede cuestionar el singular magnetismo del toreo de capa de Belmonte.
Con razón recurrieron a la hipérbole para calificarlo y le llamaron «Terremoto», pues era tal la fuerza telúrica de
ese toreo que fue considerado como un «fenómeno», porque por
primera vez, tras reducir las distancias con el animal, el torero conservaba su
terreno para ejecutar la verónica como nadie lo había hecho, cuadrando el
capote para que el toro lo tomara como una golosina, donde Juan lo envolvía en un
temple portentoso que lo traía, llevaba y sujetaba para repetir la suerte, resolviendo con el gozne de un giro de muñeca que lo conducía hasta detrás
de la cadera, proclamando así la ligazón del lance a la verónica.
Esa fue la
clave: la forma de hilvanar los lances a la verónica, con un acento personal
único e intransferible, y la manera de rematar con media verónica escultural,
liándose el toro a la cintura, que liberaba la emoción en los tendidos y
provocaba el jubileo universal de la plaza ante ese toreo nuevo, excepcional por
su temple y por la quietud del torero en la ejecución de la suerte. Y del magnetismo de aquel toreo y la locura provocada por la
emoción levantada, vino la repercusión literaria
del personaje, en una carrera de ditirambos donde compitieron por no quedarse
atrás los intelectuales y los revisteros de la época, que fue consensuada sin mucho rigor con la
proclamación del «padre» del toreo moderno. No del toreo de capa moderno, sino
del toreo en toda la extensión de la palabra.
El toreo de muleta de Juan, en la pintura de Adolfo Durá Abad |
Juan Belmonte fue un genio que por torear más cerca y disputarle los
terrenos al toro de su tiempo, más seleccionado y con mayor fijeza, que ya empezaba
a consentir que le disputaran su terreno, permitió que pudiera revelar el temple el trianero, su portentosa virtud, definitiva para expresar un hondo
sentimiento artístico, tan extraordinario que aún parece latir en las
fotografías que recuerdan su paso por el toreo. Como decía el propio torero: «Para
mí, aparte de las cuestiones técnicas, lo más importante en la lidia, sean
cuales sean los términos en que ésta se plantee, es el acento personal que en
ella pone el lidiador. Es decir, el estilo. El estilo es también el torero. Se
torea como se es. Esto es lo importante: que la íntima emoción traspase el
juego de la lidia: que al torero, cuando termine la faena, se le salten las
lágrimas o tenga esa sonrisa de beatitud, de plenitud espiritual, que el hombre
siente cada vez que el ejercicio de su arte, el suyo peculiar, por ínfimo o
humilde que sea, le hace sentir el aletazo de la Divinidad».
Sin embargo, los panegiristas
del torero omiten que Belmonte no cambió el planteamiento del
antiguo toreo de muleta. Sus faenas se desarrollaban según las normas clásicas,
con el diestro en los terrenos de adentro y el toro en los de afuera, la misma
preceptiva anterior, y consistían en pases por alto, un natural ligado con el
de pecho con la misma mano, molinetes, faroles y desplantes, con la diferencia que
al ceñirse más con el toro, al torear más cerca y empaparlo de muleta,
conseguía sujetarlo al terminar el pase, pues el animal no abandonaba la suerte
en línea recta, sino que al ir toreado comenzaba a describir una línea curva, y
como el torero permanecía en los terrenos de adentro, para no quedarse fuera de
cacho entre pase y pase, no tenía más remedio que cruzarse en busca del pitón
contrario, mientras el toro en su trayectoria entre pases por las
afueras iba describiendo ochos en la arena.
«Chicuelo» inmortaliza a "Dentista" en México el 25/10/1925 |
La ligazón del toreo de muleta vendría posteriormente con «Chicuelo», que toreando en la distancia establecida por Belmonte, y sujetando de igual forma al toro, al curvarse el animal al final del muletazo, en lugar de irse al pitón contrario, para torear por los terrenos de afuera, resolvió el problema girando sobre su eje para permutar los espacios y así, al dejar al toro pasar por adentro, ligar el siguiente muletazo. Y como lo hizo con la muleta en la mano izquierda, en lugar de la combinación del toreo anterior del natural ligado con el de pecho con la misma mano, el genio de la Alameda de Hércules enseñaba que con la alternancia de espacios se ligaban los pases naturales en series.
«Chicuelo» cambia el toreo en España la tarde del 24/5/1928 |
«Chicuelo» versificó el toreo moderno agrupando los pases de muleta en series como los versos lo hacen en estrofas. Manuel Jiménez Moreno, poseedor de una gracia y expresión artística simpar, fue el inventor de la faena moderna. Una faena que en su evolución requirió la selección de un toro distinto al del siglo anterior, el ceñimiento de las distancias de Belmonte, la ligazón revelada por «Joselito», esa que tras la tarde de Talavera de la Reina continuó y embelleció «Chicuelo» puliéndola con su arte. Años después vendría «Manolete», que con su valor, regularidad y solemnidad la consagraría definitivamente como la arquitectura que habría de acoger cualquier expresión artística. Así las cosas nos preguntamos: ¿Y con la muleta, no hubo «inventores» del toreo como arte?
3 comentarios:
ERES UN ROMANTICO DE LA TAUROMAQUIA. UN ABRAZO
Muy apropiado el adjetivo de "romántico" con el que te califica el autor del comentario anterior. Romanticismo lleno de conocimiento y objetividad al analizar la aportación de cada figura del toreo a tu pasión por este arte.
Querido amigo Antonio: has sido capaz de expresar, con palabras, lo sublime del toreo. De poner los sentimientos al servicio de la verdad, en este caso sobre su nacimiento.
En eso radica tu verdadera grandeza.
Nunca me cansaré de darte las gracias.
Un fuerte abrazo
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