Por Luis Rodríguez López*
«Manolete» en el cartel de Carlos Ruano Llopis |
La historia del cartel taurino es, a la misma vez que amplia y diversa, tan
rica y evolutiva en sus formas expresivas como la propia Fiesta de Toros, y ha
experimentado en el transcurso de los años las mismas transformaciones que la
propia Fiesta que les da motivo y razón de ser, llegando a convertirse no sólo
en elemento meramente anunciador de un evento, sino en una parte importante de
la propia liturgia que rodea y da carácter al mundo mágico y ancestral del rito
taurino.
Cuando allá por el siglo XVII la nobleza cede el protagonismo de la Fiesta
a las manos del pueblo, su legítima fuente creadora, el Cartel de Toros
comienza paulatinamente a desarrollarse. Sin entrar en la extraordinaria fuerza
de atracción que la Fiesta ejerció siempre en los grandes pintores, es a partir
del siglo siguiente cuando comienza su verdadera expansión, que alcanza un
cenit de extraordinaria inspiración creativa realizada por magníficos pintores
y dibujantes, que se convierten en auténticos especialistas de la cartelería
taurina, requeridos por algunas industrias litográficas que atienden demandas
de empresarios del espectáculo taurino.
Así se abandona o se reduce a las mínimas expresiones la utilización
de la tipografía, que habiendo alcanzado su máxima expresión carece de más
movilidad de elementos, y cede el protagonismo mantenido en la confección del
cartel taurino a las nuevas técnicas de la litografía, impulsada por el genio
creativo de los ilustradores de revistas taurinas.
En su origen, la litografía se confeccionaba en una piedra porosa calcárea,
donde se dibujaba con pincel o lápiz litográfico con un componente de materia
grasa. Concluido el dibujo, la piedra se bañaba en agua y luego se le pasaba un
rodillo entintado, adhiriéndose así la tinta a la parte dibujada y quedando
para la impresión o para el retoque. Posteriormente la piedra fue sustituida
por planchas de zinc, pero siempre grabadas directamente sobre ellas, hasta la
aparición del fotograbado que es otra técnica distinta.
«Manolete» en el cartel de José Cros Estrems |
Las diferentes publicaciones taurinas que proliferaron en la segunda mitad
del pasado siglo fueron los semilleros para aquellos cartelistas taurinos, que
utilizaban con profusión multitud de elementos de todo tipo para realzar el
elemento puramente taurino.
«La Lidia», sobre todas, «Sol y Sombra» y «El Chiquero», entre otras,
incorporan en lo taurino lo que otras revistas como «El Violón», «El Guirigay»,
«Gil Blas», etc., hacen ya temas generales, y llaman a sus redacciones a
dibujantes y “estampistas” que realcen el contenido de sus publicaciones.
Los mejores de la época son, sin duda, los hermanos Alfredo y Daniel Perea, autores de las siempre
famosísimas láminas de «La Lidia» y que a través de ellas, como de la cartelería
que confeccionan, se hacen acreedores a ser denominados, y con muchísima razón,
los primeros protagonistas de la Fiesta.
Los hermanos Perea y sobre todo,
Daniel, hacen con sus láminas y sus
carteles que muchas personas se aficionen al tema taurino solamente viendo sus famosísimos dibujos.
Junto a ellos debemos citar también nombres como los de Chaves, Cilla, R. Esteban y Marín, todos de encomiable estilo, que en su mayoría graban e
ilustran a la misma vez, aunque el resultado de las láminas y de los carteles
fuesen labor de artesanos, que casi siempre estaban vinculados al taller del
dibujante o de la revista.
A principios del siglo XX hay otra renovación en el cartel taurino, y
colaboran con imprentas como la de Ortega
de Valencia grandes artistas, que dan renovado esplendor a ese elemento vital
de las corridas que es el cartel: Roberto
Domingo, Carlos Ruano Llopis,
Juan Reus, Cross Estrems y otros,
plasman verdaderas y auténticas obras maestras de esplendorosa grandeza.
Desde los años ochenta del siglo pasado, las nuevas tecnologías de
impresión introducen elementos como la fotografía, de la que últimamente se
está abusando, quizás en demasía, aunque afortunadamente y en tiempo muy
reciente, se vuelve a la inquietud artística de presentar carteles taurinos,
con la originalidad creativa que nunca debería perder un espectáculo basado
fundamentalmente en la autenticidad, en el colorido y en la estética más
gallarda que pueda encontrarse en ninguna otra manifestación artística.
*En memoria del gran aficionado cordobés Luis Rodríguez López, de cuya empresa de artes gráficas salieron los excelentes carteles que anunciaron muchas ferias de Córdoba. Este artículo fue publicado en la feria del año 2000 por el Semanario «La Calle de Córdoba», en un extraordinario suplemento taurino titulado «Córdoba, cien años de toros», dirigido por Rafael Sánchez González.
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