Por Antonio Luis Aguilera
Morante. Óleo de Diego Ramos |
Casi un siglo después la historia reescribe en los carteles los nombres de dos toreros míticos de Sevilla: José y Juan. José no es de Gelves, sino de la Puebla del Río, y Juan no nació en Sevilla, sino en Triana. Morante luce los galones de un cuarto de siglo en el oficio; Ortega solo ha completado una temporada en las ferias, pues hasta la inolvidable epifanía de Linares fue ignorado por el «sistema» que ahora lo protege, al que no importaba que se marchara aburrido tras seis años de admirable e incansable lucha desde la alternativa.
José Antonio Morante Camacho y Juan Ortega Pardo están actualmente en el punto de mira de una
afición selecta que busca el buen toreo. Son la pareja deseada para las grandes
ferias y para cualquier acontecimiento importante de la temporada, la que otorga lustre al cartel y
motiva al espectador para acudir pronto a las taquillas y comprar un boleto de esperanza, de
los que invitan a soñar que salga premiado, para después guardarlo en las páginas de
un libro y al encontrarlo poder recordar el delicado perfume de ese toreo singular,
que por belleza y emoción eriza el vello y seca la garganta, cuando en el ruedo se manifiesta la magia de un instante único e irrepetible, de un calambrazo sensorial colectivo que provoca la
estruendosa manifestación de jubilo en el público, que al liberar su ole coral quebranta el inquieto silbido de los vencejos en la hora de su vuelo rasante.
Juan Ortega, Foto Rafael Villar |
Y como en el siglo anterior no solo hay dos, sino tres o
cuatro para completar la terna o combinarla con los espadas que la afición selecciona
por la clase de su toreo, por su concepto, por su línea de elegancia, como la que antaño encarnaba
Rodolfo
Gaona, o mostraba la fantasía de Rafael el Gallo, y un poco después, revelaba la gracia sevillana recreada en la faena nueva que alumbró el no menos grande Manuel Jiménez «Chicuelo». Ahí están hoy Diego Urdiales, Pablo Aguado, Emilio de Justo, Ginés Marín…
La pandemia ha inclinado la sensibilidad del espectador —y lo que es más importante: de la juventud— hacia el toreo clásico, hacia la expresión personal del arte que
fluye de la forma más natural, hacia el trazo sentido de la suerte manifestada con la sencillez del suave pulso en las telas, que llevan y traen al toro mecidas
con la delicada y tremenda fuerza del temple que acaricia, atempera y crea obras
efímeras en lances o pases, versificando en el albero trasteos y faenas
que emocionan como los más bellos y profundos poemas. ¿Quién dice que el toreo se acaba…? Otra vez José y Juan, con Diego, Pablo, Emilio o Ginés… Y con todos los que saben y quieren torear con la verdad por delante, con
todos los que quieran sumarse para seguir alimentando la ilusión del público engrandeciendo el
toreo, ese arte flexible capaz de acoger la diversa expresión de acentos interpretados con autenticidad, sin
tamizar con las técnicas ventajistas que los adulteran. Como enseñaba el gran pensador del toreo José Alameda: «El toreo no es graciosa huida, sino apasionada entrega». Alborea una temporada con un horizonte lleno de ilusión, de anhelos por contemplar
la singularidad de esos privilegiados por su forma de hacer y expresar un arte
único e irrepetible: el toreo.
2 comentarios:
Que similitud tan bonita de lo antiguo con lo moderno. Se repite la historia en el toreo. Lo has conseguido Antonio.
Antonio, ¡qué preciosidad de texto!, ¡qué sensibilidad más grande tiene!, ¡qué forma de pellizcarnos el corazón con sus palabras!... y ¡qué bonito sentirse identificado con todas y cada una de sus palabras! Sencillamente, es el milagro del toreo. El que surge cuando presenciamos el toreo grande, el que duele.
Me resulta curioso y hasta chocante, que personas tan distintas, de diferentes generaciones, que hemos nacido en lugares que nos dotan de diferencias culturales, al presenciar ese milagro del toreo, haga que nuestros corazones se sincronicen y latan a la vez. Leer su entrada, es la difícil explicación y expresión escrita de lo que siento. Sensibilidad, creo que lo llaman.
Según leemos textos antiguos y profundizamos en la historia de la tauromaquia, nos damos cuenta que los aficionamos tenemos la mala costumbre de no valorar lo que tenemos delante de nuestros ojos. Eso lo dejamos para generaciones posteriores…que caerán en el mismo error. Pues bien, aquí nuestro estimado Antonio, nos abre los ojos. Los “José y Juan” de la actualidad no tienen nada que envidiar a los “José y Juan” de la Edad de Oro. Y otra baraja de toreros contemporáneos que cita, que tampoco tienen nada que envidiar a Gaona, El Divino Calvo, Chicuelo… Pero hay que ser muy valiente y buen aficionado, alejado de prejuicios para decirlo tan alto y tan claro, como lo escribe Antonio.
Así que creo que va siendo hora de que sólo nos preocupemos por disfrutar y paladear lo que puede acontecer delante de nuestros ojos en esta temporada pronto abrirá sus puertas. Y comprar ese “boleto” para buscar presenciar ese milagro. Y yo seguiré gritando que “soy peregrino”.
¡Muchas gracias Antonio! Le animo y hasta ruego, que siga escribiendo tan bonito, tan sentido, tan claro…tan LIBRE. Porque es un gusto seguir paseando por su “Plaza de la Lagunilla”.
Un fuerte abrazo.
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