Por Antonio
Luis Aguilera
La mayoría de los libros de historia empiezan a hablar de la
elegancia en el toreo con Lagartijo. Esta convergencia de los historiadores hace pensar que la llegada al toreo del espada cordobés debió suponer un cambio radical para la Tauromaquia. Su
quietud y sus formas, el fino trazo de su toreo y su destreza en los tres
tercios de la lidia, le convirtieron en el torero predilecto de la afición de
su tiempo, que observaba como superaba a todos los que hasta entonces habían sido sus
espadas favoritos.
Rafael Molina Sánchez, proclamado Califa por la ingeniosa hipérbole del maestro de periodistas Mariano de Cavia, gozó del respaldo del público durante veintiocho años -casi tres décadas (1865-1893)-, contabilizando 1.632 corridas, de las que 404 fueron en la plaza de Madrid (llegó a torear en dos plazas de la Villa y Corte), estoqueando 4.867 toros (894 en Madrid).
Rafael Molina Sánchez, proclamado Califa por la ingeniosa hipérbole del maestro de periodistas Mariano de Cavia, gozó del respaldo del público durante veintiocho años -casi tres décadas (1865-1893)-, contabilizando 1.632 corridas, de las que 404 fueron en la plaza de Madrid (llegó a torear en dos plazas de la Villa y Corte), estoqueando 4.867 toros (894 en Madrid).
José María de Cossío, en su monumental enciclopedia "Los Toros", habla de su elegante magisterio, “cimentado en un valor auténtico y caracterizado por la belleza plástica
de un toreo de capa admirable, una prodigiosa capacidad como banderillero, su
portentoso dominio de muleta, y la formidable forma de ejecutar la estocada en
sus primeros años”.
El crítico musical y taurino Antonio
Peña y Goñi, partidario de Frascuelo, en el ameno e ilustrativo libro “Lagartijo
y Frascuelo y su tiempo”, explica con detalle la dimensión taurina del Califa. Gracias a este análisis pormenorizado conocemos que ante un toro de mayor edad y sentido, de cornamentas
desproporcionadas, y con un carácter donde el genio prevalecía aún sobre la bravura, Rafael
Molina Sánchez destacó sobre el bullir de otros espadas con los que compartió
cartel.
Los siguientes párrafos ofrecen luz sobre el toreo del espada cordobés:
—“… Lagartijo torea con el busto; los
pies no hacen sino acompañar los cadenciosos movimientos de una cintura
flexible que imprime a todo el cuerpo ondulaciones llenas de abandono y
gracia...”
Los siguientes párrafos ofrecen luz sobre el toreo del espada cordobés:
—“... el
fondo y la forma, en fin, se dan la mano para hacer de Lagartijo la
personificación del toreo más perfecto que haya podido existir, desde que hay
toreros en el mundo”.
—“... Rafael
no bulle jamás en la brega; está en ella como en terreno conquistado, anda más
que corre, pisa siempre en firme y cae a plomo”.
Tras esta magnífica descripción, donde prevalece la condición de aficionado ecuánime antes que su inclinación por Salvador, Peña y
Goñi nos deja una reflexión histórica sobre Rafael Molina Sánchez:
—“...el toreo de Lagartijo
ha venido precisamente a limpiar con su aplomo y su elegancia toda la parte
movida, chabacana y falsa del arte de torear de Cúchares, que
heredó Antonio Carmona (Gordito), y transmitió éste a Rafael.
Lejos de “correr delante de los toros”, Lagartijo ha venido a detenerse
ante ellos, reemplazando lo artificial y forzado de lo cómico, con el poder y
la verdad de lo bello; y su toreo ha sabido volver a su primitivo cauce las
reglas de un arte que el temperamento de Rafael Molina y su maestría han
llevado a su más acabada perfección”.
Situados históricamente ante este grandioso personaje, hemos de significar que durante la competencia que mantuvo
con Salvador Sánchez Frascuelo (1867/1890), Lagartijo se rodeó de formidables picadores y banderilleros, una
tropa torera auténticamente excepcional –de la que en una próxima entrada escribirá el historiador taurino Rafael Sánchez González-. Sin embargo, en este texto queremos detenernos en el extraordinario banderillero José Gómez García –a quien el público apodó El Gallo porque su valentía y capacidad ante los toros recordaba a los gallos de pelea-, fundador junto
a su hermano Fernando, matador de
toros, de la histórica y célebre dinastía
torera sevillana que utilizó este apodo, y que acompañó al Califa desde 1865 a 1884. Su hermano Fernando contrajo nupcias con
la bailaora gaditana Gabriela Ortega,
y serían padres de Lola, Fernando, Rafael, José y Trinidad Gómez Ortega.
Lagartijo en Madrid sale andando de la suerte |
El historiador y periodista Paco Aguado, en su obra “El
rey de los toreros. Joselito el Gallo”, al
hablar de la dinastía torera de los Gallo, se detiene en la significación que tuvo en el toreo la transmisión oral, las enseñanzas que fueron comunicadas verbalmente por los maestros José
y Fernando a los alumnos de la escuela de Gelves, y la importancia singular que tuvo en este glosario de lecciones técnicas la huella del Califa.
Dice Aguado en su obra:
—“Para
dar idea del profundo lagartijismo que se profesaba en las tertulias de Gelves,
basta solo con señalar que era rígida costumbre en ellas destocarse
respetuosamente cuando alguien pronunciaba el nombre de aquel Califa a quien
todos admiraron, sobre todo, Fernando El
Gallo. Entre todos sus contemporáneos él fue quien más y mejor supo
explicar todos esos conocimientos, porque él mismo supo aplicarlos ante el
toro”.
Dice Aguado en su obra:
El rey de los toreros. Joselito el Gallo |
El señor Fernando Gómez
García no solo heredó el apodo de José, el brillantísimo banderillero del Califa, sino también compartió con este las enseñanzas y conocimientos asimilados en los dieciocho años que fue testigo del eficaz y elegante toreo de Rafael Molina, siendo lo más significativo que supo transmitirlo a sus hijos Fernando y Rafael, como estos después lo harían con José -el histórico Joselito o Gallito-, lo que nos lleva a reflexionar sobre la importancia de la huella de Lagartijo en el repertorio familiar: la variedad de suertes de capa y recortes, la elegante facilidad y
maestría en banderillas, así como la eficaz capacidad resolutiva con la muleta para igualar y matar a
los toros. De todas ellas hicieron gala en los ruedos sus hijos, el artista Rafael y el poderoso e intuitivo Joselito.
Si entornamos los ojos tratando de adivinar la perspectiva de la historia, probablemente alcancemos a divisar la elegante y magistral torería de Lajartijo en el arte de los Gallo, quienes no solo pusieron en valor la torerísima herencia recibida, sino que el menor de la dinastía, el inolvidable Joselito, reveló el hilo conductor que habría de traer un nuevo concepto del toreo.
Si entornamos los ojos tratando de adivinar la perspectiva de la historia, probablemente alcancemos a divisar la elegante y magistral torería de Lajartijo en el arte de los Gallo, quienes no solo pusieron en valor la torerísima herencia recibida, sino que el menor de la dinastía, el inolvidable Joselito, reveló el hilo conductor que habría de traer un nuevo concepto del toreo.
2 comentarios:
Antonio, ¡qué bonito texto! Como nos va descubriendo ese hilo invisible, pero sin duda existente, que va ligando la historia del toreo. Ese hilo del toreo, que tan bien descifró el gran Pepe Alameda. Como circunstancias casuales y pequeños detalles como la pertenencia a la cuadrilla de Lagartijo, que pueden pasar desapercibidos, son fundamentales en el devenir de la tauromaquia. Por esta razón, me entusiasma esta entrada y este blog.
Ese hilo al que me refería antes, viajó de Córdoba (Lagartijo el Grande, como muy bien nos cuenta esta entrada), hasta Sevilla (dinastía de los Gallo). Esa semilla de Lagartijo, germina en la Huerta del Lavadero de Gelves. Se enriquece en la Alameda de Hércules de la ciudad de la Giralda (Chicuelo). Para volver a Córdoba y florecer de manera definitiva en Manolete. Culminación del toreo ligado en redondo. Y es que la historia del toreo, no se puede entender sin estas ciudades que baña el Guadalquivir. ¡Córdoba y Sevilla! ¡Sevilla y Córdoba!
Muchas gracias Antonio y enhorabuena por su forma de escribir.
Muchas gracias por tus palabras, Luis Miguel.
Como bien dices, la historia del toreo no se puede entender sin la presencia de ese río grande que baña Córdoba y Sevilla, ambas definitivas en la evolución del arte de torear.
Un abrazo
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