jueves, 23 de enero de 2020

JOSELITO: CIEN AÑOS DE TALAVERA

Por Antonio Luis Aguilera
Joselito en Valencia, 26 de octubre de 1913. Foto Martín Vidal Romero.
—Niño, a Joselito lo mató el toro Bailaor en la plaza de Talavera de la Reina; a Granero, Pocapena en Madrid; a Sánchez Mejías, Granadino en Manzanares, a Manolete, Islero en Linares. 
—Abuela, ¿tú de quien eras, de Joselito o de Belmonte?
—¿Yo de quien iba a ser...? ¡De Joselito, que parecía que lo había pario una vaca, porque lo sabía del toreo! ¡Como él no había otro, era el más grande! Si sería bueno que hasta el Guerra, que no se casaba con nadie, era partidario suyo. 
Yo conocía a Guerrita, porque tenía amistad con mi hermano Pepe, que regentaba un picadero de caballos en Écija. Rafael siempre iba vestido de corto por la calle, pa que to er mundo supiera que pasaba un torero. ¡Menudo fue en su tiempo! El día que tu tío Luis hizo la primera comunión, cuando íbamos por Gran Capitán camino de San Nicolás, nos paró y le regaló una moneda de cinco duros, que entonces era un dineral. ¡Y decía la gente que era gurrumino...!
—¿Y Belmonte, te gustaba?
—También era buen torero... Pero a mí el que me gustaba de verdad era Gallito, porque era completísimo
Y después Manolo Chicuelo. Me gustaba mucho por el arte que tenía. Yo conocía a Manolo, porque venía por el teatro (la abuela estaba empleada en la conserjería del desaparecido teatro Duque de Rivas de Córdoba) para ver a don Antonio Cabrera, que fue su padrino de boda con Dora la Cordobesa. Se casaron en el convento de san Jacinto, ante la Virgen de los Dolores, y fui a verlos. Dolores iba guapísima. Me acuerdo que lo celebraron en unos salones que había en el Gran Capitán donde daban banquetes. Además, Chicuelo fue padrino de alternativa de Manolete, que era punto y aparte. ¡Como ése no ha habido ni habrá ninguno...! Qué pena de hombre, entre todos le hicieron la vida imposible... Más tarde tu abuelo y toda la familia fuimos partidarios de Martorell, que toreaba divinamente, con las manos bajas, de Córdoba… 

Verónica de Joselito. Foto Espasa Calpe.
Así me instruía mi entrañable abuela materna, Pilar Herrera, a principio de los años sesenta del pasado siglo, cuando me llevaba y traía dos veces al día al parvulario del Colegio de la Milagrosa, en la calle Gondomar —donde me recordaba que estuvo situado el famoso Club Guerrita—. En el camino me hablaba de ganaderías y de toreros, porque los toros fueron su gran afición. Ella me llevó vestido con un babero blanco a ver mi primer festejo en la plaza de Los Tejares de Córdoba, una becerrada de convite homenaje a la mujer cordobesa, festejo que no me traumatizó —como ahora aseguran que ocurre los animalistas, mintiendo más que hablando—, sino que encendió en mí la llama de la afición al toreo. Aquella maravillosa aficionada estuvo abonada al tendido seis de la plaza de Los Califas con más de ochenta años, y no solo pagó con sus humildes ingresos mis primeras entradas de novilladas, sino que junto a su hijo, mi tío Luis Roldán, me enseñaron a ver, respetar y sentir el toreo como la expresión artística más culta, hermosa y auténtica. Y como una filosofía de saber ser y estar en la vida. 

Grandioso par clavando por los los adentros de Joselito 
De adulto, cuando comencé a interesarme por conocer a fondo la historia, no comprendía cómo se hablaba tanto de Belmonte y tan poco de Joselito, o cómo Gallito pudo ser el más grande de su época, si cualquier novillero de mi tiempo toreaba más quieto que aquella gran figura que observaba en las viejas fotos... Realmente, la evolución del toreo en las cuatro décadas que cronológicamente me separaban de su época había resultado demasiado rápida. Me desconcertaba pensar que el toreo de Bienvenida, Ordóñez o Camino pudiera proceder de la misma fuente. Compraba libros y leía cuanto caía en mis manos, repasaba fotos, veía los escasos reportajes antiguos... Y concluía que Gallito, con el capote y las banderillas era un genio, el mejor comparado con todos los de su tiempo, pero permanecían mis dudas sobre un rey movido con la muleta, por no asimilar aún que entonces la lidia gravitaba sobre los dos primeros tercios de la lidia y la estocada, mientras se estaban dando los primeros pasos, históricos y fundamentales, para que la muleta fuera la gran protagonista, algo para lo que resultó indispensable otro toro más bravo y noble, de mayor fijeza y hechuras proporcionadas, que los ganaderos seleccionaron y encontraron para que fuera posible el toreo moderno. 


Joselito y Belmonte
Mas volviendo a mi apasionada iniciación en la historia del toreo y la edad de oro de José y Juan —maticemos que la primera vez que se utilizó ese titulo fue para nominar la época de Lagartijo y Frascuelo—, observaba como los más reputados escritores daban razones que se debían creer como dogmas de fe. Algunos afirmaban que con Joselito culminaba en su máxima expresión el toreo antiguo, y que con Belmonte comenzaba el moderno. O sea, que Gallito fue un grandioso torero que se había quedado anticuado... Y se quedaban tan tranquilos. No creía tales afirmaciones, pues, por mucho que miraba y volvía a mirar las filmaciones y fotografías de ese tiempo, también veía antiguo a Belmonte. Los historiadores no despejaban mis dudas.

Luis Carlos Fernández y López
Valdemoro. El gran José Alameda
Y como quien busca, halla, tuve la suerte de encontrar el gran descubrimiento, la sorpresa del tesoro, al comprar en la taurina librería Rodríguez de Madrid la obra que daría luz a mis ojos abriéndolos de par en par. Estaba redactada por un hombre culto, extraordinario escritor y poeta, que además conocía el toreo por dentro, pues fue aficionado práctico —y debió serlo bueno porque llegó a auxiliar al mismísimo Juan Belmonte en algunos tentaderos—, un ciudadano español, nacido en Madrid, que desde Francia hubo de emigrar a México y allí, en lugar de ejercer su licenciatura de abogado, dedicó su vida al toreo como comentarista en diferentes medios de comunicación y publicando varios libros, donde con gran lucidez puso orden a lo que otros vieron sin comprender y escribieron sin entender. Mi constante búsqueda por conocer el origen y evolución del toreo había puesto en mis manos un libro sencillo, ni siquiera se trataba de un tratado, pero de una dimensión profunda, realmente maravillosa, que me impulsaba a devorar aquellas páginas que desmenuzaban y explicaban magistralmente algo tan complicado como la infancia, adolescencia y madurez del toreo. Mi gran descubrimiento fue que José Alameda entrara en mi vida con su libro Historia verdadera de la evolución del toreo (Bibliófilos Taurinos. México D.F. 1985), que en España sería editado en 1989, con el título El hilo del toreo, por Espasa Calpe.
Joselito sujeta al toro y le obliga a ir
hacia la izquierda. Foto Espasa Calpe.
Quedé maravillado con el magistral ensayo del genial aficionado y escritor que fue Luis Carlos Fernández y López Valdemoro (Madrid 24/11/1912–Ciudad de México 28/1/1990), que así se llamaba quien firmó sus obras con el seudónimo de José Alamedaen homenaje a dos inolvidables espadas: JoselitoChicuelo, el también histórico torero de la sevillana Alameda de Hércules nacido en la trianera calle Betis. Lo leí y releí no sé cuántas veces, porque disipaba mis dudas y ponía en orden conceptos históricos. Se trataba de disfrutar del fantástico descubrimiento que ordenaba el toreo en mi cabeza, con una explicación sobre su evolución como no he conocido otra, al tiempo que ponía en valor las aportaciones de otros toreros que, siendo determinantes en el curso de la historia, como el genial Manuel Jiménez Chicuelo, fueron condenados al miserable silencio impuesto por algunos de los respetables leguyelos que la escribieron, inventando dogmas, modelándola a su gusto, e ignorando a espadas fundamentales en la vertebración del toreo moderno, protagonistas de su curso, mientras cargaban la suerte hacia los de su cuerda o simpatía. Sin embargo, las magistrales enseñanzas de José Alameda, que afirmaba que la historia no establece dogmas sino aquellos que la escriben, se asemejaban a la ventana que se abre para ventilar un ambiente viciado e irrespirable; ellas oxigenaron y cambiaron por completo mis conocimientos sobre la Tauromaquia. Decía Alameda en unos versos dedicados a Joselito: ...que maravillosa crónica,/ si yo fuera en el papel/ como en la arena era él. Estoy convencido de que lo fue.

José Gómez Ortega Joselito 
Joselito Gallito, el inolvidable torero del que se cumplirá el 16 de mayo el centenario de su muerte en Talavera de la Reina, no solo llevó a su cenit el toreo del siglo anterior, siendo comparable por intuición, sabiduría, poder e inmensa torería al genial Guerrita, último rey de la centuria del XIX, sino que heredó el cetro para desbrozar durante su reinado el camino que conducía al toreo moderno, pues fue quien con la muleta en la izquierda ejecutó el pase natural obligando al toro a desviar su trayectoria, sujetándolo con el paño para desviarlo de la rectitud de su inercia hacia afuera y obligarlo a ir hacia el terreno de adentro, posibilitando de esta forma, con el intercambio de los terrenos del toro y los del torero, la repetición de la suerte las veces que fuera posible. 
Joselito colocó la primera piedra en la ligazón del pase natural, que aunque antes quede constancia histórica que a veces ejecutaron "girando los talones" espadas como Cayetano Sanz, Lagartijo, Fernando el Gallo, su propio padre, o Guerrita, podría suponerse que pudo consistir en "sumar pases" a los escasos animales fáciles de entonces, pero no tender la suerte, cargarla y obligar al toro a ir al terreno que el torero decide para ligar los pases, mecanismo que no desarrolló excepcional ni puntualmente Joselito, sino que lo incluyó en su habitual trasteo de muleta para rematar las faenas ligando naturales. José Gómez Ortega fue el gran maestro que expresó y enseñó a ligar los pases naturales obligando al toro de una forma experimental, que después refinaría Chicuelo con la gracia de su arte, y más tarde impondría definitivamente Manolete con su perseverancia y regularidad, consagrando la obra revelada por Joselitoun lidiador excepcional que en su inolvidable paso por los ruedos enseñó el camino que llevaba al toreo moderno. 


Excelente reportaje sobre Joselito, editado por Toreros, Historia y Arte.



1 comentario:

Antonio Luis Aguilera dijo...

Me escribe mi buen amigo y excelente aficionado Rafael Sánchez González, colaborador habitual de PLAZA DE LA LAGUNILLA, para informarme que la boda de Chicuelo con Dora la Cordobesa se celebró en el Hotel y Restaurante "España y Francia" (situado en la esquina de la avenida del Gran Capitán con la calle Morería), propiedad de Teresa Arenas, quien, una vez viuda, se casó con Francisco González "el Patatero", otro gran subalterno "del barrio", que, como tantos, es desconocido para muchos aficionados cordobeses.
Tan valiosa información tenía que quedar anexada a este artículo.