domingo, 1 de diciembre de 2019

PRIMER INDULTO EN "LOS CALIFAS"

Por Antonio Luis Aguilera
Finito de Córdoba. Foto Arjona.
Este año se ha cumplido el 25 aniversario del primer indulto concedido en la plaza de Córdoba. El sábado 28 de mayo de 1994 habría de quedar registrado en los anales del coso de Los Califas como la fecha en que por primera vez se perdonó la vida de un toro en el palenque cordobés. Aquella temporada la empresa CO.TA.SA, formada por Manolo Camará y Emilio Miranda, organizó una feria de seis corridas de toros, una de rejones, dos novilladas con picadores, una novillada sin caballos y un espectáculo cómico-taurino (El Bombero Torero). También, como cierre, se celebró la tradicional Becerrada Homenaje a la Mujer Cordobesa, patrocinada por la propiedad de la plaza y una entidad bancaria. En resumen, una docena de espectáculos, que sumados a los tres celebrados antes de feria (un festival a favor de Nuevo Futuro, una corrida de toros y una novillada picada), más cuatro festejos entre los meses de julio a octubre (tres novilladas sin picadores y una con los del castoreño), totalizaron diecinueve espectáculos taurinos. ¡Cómo han cambiado las cosas en el panorama taurino cordobés!
Aquél sábado de feria echaron el paseíllo César Rincón (berenjena y oro), que escuchó palmas y fue ovacionado; Finito de Córdoba (tabaco y oro), que fue ovacionado y cortó simbólicamente los máximos trofeos; y Rafael González Chiquilín (rosa y oro), que fue ovacionado en ambos. El aforo de la plaza rozó el lleno. La terna estaba anunciada con una corrida del hierro de Gabriel Rojas, pero fueron rechazados varios ejemplares en el reconocimiento veterinario, razón por la que a mediodía el sobrino y representante del ganadero, también llamado Gabriel Rojas, amenazaba con retirar el encierro completo. Finalmente hubo consenso y se formó la corrida con cuatro ejemplares de la divisa sevillana —tres aprobados por los veterinarios y uno (4º) repescado por el presidente— y dos de la ganadería de Cayetano Muñoz (1º y 2º); sin embargo, el repescado 4º fue devuelto por flojo, siendo sustituido por otro de la ganadería extremeña. Así pues, finalmente se lidiaron tres de cada hierro. Sus nombres, por orden de salida al ruedo: Terciario, Tibetano, Peluquero, Descuidado, Tabernero y Trompetón.
Como queda reseñado, el quinto de aquella calurosa tarde de mayo atendía por Tabernero, estaba marcado con el número 167, era negro mulato y dio un peso de 546 kilos. De salida tomó pronto y bien el capote, aunque en varas no se empleó en el primer encuentro, del que salió perdiendo las manos y sufriendo una voltereta; tras el segundo encuentro, donde simplemente fue señalado, volvió a perder las extremidades anteriores. El animal mostraba evidentes signos de debilidad, aunque en el segundo tercio embistió a los rehileteros con buen son. Los inicios del trasteo de muleta no resultaron prometedores, pues volvió a perder las manos, de ahí el mérito del respetable por saber esperar, y de Finito, su lidiador, que habiendo comprobado la clase del toro lo dejó respirar y dándole tiempo, sin obligarle, lo fue estimulando hasta afianzarlo en el albero para exprimir poco a poco su gran fondo de nobleza y clase por ambos pitones, mientras entusiasmaba a la concurrencia con su elegante trazo en una larga faena, rebosante de torería, que hizo vibrar al público, que finalmente puesto en pie y mirando al palco de la autoridad terminó pidiendo el indulto del animal, el cual fue concedido por Manuel Rodríguez Moyano, presidente de la corrida, asesorado esa tarde por el matador de toros José María Montilla y el veterinario Rafael González Valle. Era la primera vez que el pañuelo naranja se mostraba en la plaza cordobesa para perdonar la vida de un toro, por cierto, con procedencia del bravo encaste de Carlos Núñez.
Durante muchos días habría de hablarse acaloradamente en Córdoba de aquella corrida y de la decisión presidencial del indulto. Eran tiempos de guerra taurina entre finitistas y chiquilinistas. A los aficionados habituales se sumaron legiones de vendas, llamados así porque solo veían bien a su torero, o istas por los bandos donde militaban, que en cualquier rincón de la ciudad hablaban apasionadamente de las proezas de su torero menospreciando al otro. ¡De locura para los aficionados que lo sufrieron...! Aunque a decir verdad esa pasión desbordante fue la protagonista de la última época dorada del toreo cordobés, que ahora recordamos con nostalgia al ver la atonía taurina cordobesa quienes tuvimos el privilegio de vivirla y contarla. 
De aquella tarde escribimos el artículo Torería para la columna Puerta de arrastre de La Tribuna de Córdoba, estableciendo un imaginario diálogo con el tabernero Rafael Guzmán, en cuya bodega de la calle Judíos, en el casco viejo de la ciudad, se constituyó la primera peña taurina que tuvo en la ciudad Juan Serrano Finito de Córdoba, siendo aún becerrista: 

Calle Judíos de Córdoba
«El sábado de feria se paró el tiempo en el coso de Los Califas. Como si de un milagro se tratara, el toreo eterno cristalizó al son de una sinfonía inmaculada mientras caía la tarde sobre la plaza. Caía la tarde, pero no se hizo la penumbra. Un misterioso haz de luz irradiaba desde el centro del redondel a todo el recinto. Ojos humedecidos, gargantas ahogadas por la emoción y manos rotas de aplaudir no daban crédito a tanta belleza. ¿Era verdad lo que estaba ocurriendo?
Quiso el destino que Tabernero y Finito se encontraran en la soledad del albero para perpetuarse en la historia. La raza de un toro bravo, la nobleza de su linaje y el manantial inagotable de su casta, se ofrecieron incansables a los engaños que le presentaba un extraordinario torero. Un joven torero al que el cielo regaló la gracia de la elegancia y el arte de los elegidos.
Así, en la tierra donde Julio Romero fue capaz de plasmar el sentimiento de Córdoba en sus lienzos, los vuelos de un capote y una muleta descubrieron el alma de un torero. De un gran torero que rebosando sentimiento parecía levitar sobre el albero, mientras entablaba un diálogo de amor con un toro bravo.
Tabernero, como el noble oficio de quien cobijó en su casa la primera peña de un chaval que soñaba con las glorias del toreo. ¿Te acuerdas, Rafael Guzmán...? Aquél día los geranios se asomaron para curiosear por las ventanas de la calle Judíos, porque querían ver entrar en tu casa a un torerillo, vestido con traje gris príncipe de Gales, que solo era un becerrista. Un novel que desde sus comienzos, con el apodo de Finito, estaba despertando a Córdoba de un profundo letargo taurino.
La faena a Tabernero merece ser recordada saboreando el mismo vino amargoso con el que se brindó aquel día por su suerte. Por la suerte del torero que el sábado de feria se emborrachó con la embestida de un toro bravo y destiló en su muleta el toreo de verdad. Tan puro que ahora, ocho días después, la gente no sabe si todo fue un sueño o realmente ocurrió.
Ese toreo que, como el buen vino, ha de saborearse con mesura y en su justa medida. ¡Pero no fue así...! Quizás por ello, porque en la plaza hubo una borrachera colectiva, el alma del aficionado anda aún trastornada y vive una feliz resaca de la que no quiere reponerse». 


 Finito y Tabernero (Subido a Youtube por Arte y sabor)

1 comentario:

magui dijo...

Lo recuerdo como si fuera ayer. Terminé llorando en el tendido. ¡Qué grande es el toreo!.