Por Antonio Luis Aguilera
Manuel Flores Cubero Camará. Foto Marogo |
Córdoba no solo mandó en el toreo de barreras
hacia fuera, también desde estas hacia dentro. José Flores González, matador de toros cuya carrera se desarrolla en la “edad
de oro del toreo”, revela en los años cuarenta, ya retirado de los ruedos, sus
expertos conocimientos sobre los entresijos del planeta taurino y otorga
verdadera personalidad a la figura del apoderado, pues define las competencias
del torero y las de su representante, mientras deroga tácitamente la hasta
entonces vigente figura de un apoderado sin iniciativa alguna, cuya misión se
limitaba exclusivamente a cumplir las
órdenes del torero.
José Flores Camará y Manuel Rodríguez Manolete |
La tragedia de Linares estuvo a punto de marcar el
punto final de José Flores como
apoderado. Sin embargo, estimulado por amigos y familiares, decide regresar a
su actividad. Aún le quedaban cosas por demostrar, entre ellas, que sin la
presencia del llorado Manuel siguió
mandando en lo suyo, y que el prestigio de la casa Camará -pues el apodo tuvo
sucesión con el paso del tiempo en sus hijos Pepe y Manolo-,
por seriedad y responsabilidad, otorgaba el sello de figura del toreo a la
mayoría de los diestros que representaba.
Para hablar sobre la figura del apoderado,
quisimos conocer la opinión de Manuel
Flores Cubero, último representante de la dinastía Camará, de quien empezamos
diciendo que, acudiendo puntualmente a la cita concertada, nos dejó un
testimonio impresionante, porque tenía motivos más que sobrados para cancelarla,
debido a que su madre se encontraba gravemente enferma -falleció dos días
después de esta tertulia-. Sin embargo, al desplazarse expresamente desde
Sevilla a Córdoba, el gesto de Manolo recordaba que el valor de la
palabra dada estaba por encima de las circunstancias, por duras que estas fueran.
Nos acompañó en la mesa Rafael Sánchez González, amigo y compañero en la información taurina
de la cadena SER en Córdoba.
Antonio L.
Aguilera: Seguramente que
Rafael, experto en recopilación de datos taurinos, se habrá provisto de la
extensa relación de toreros que han sido apoderados por la casa Camará.
Sería interesante comenzar el programa con perspectiva histórica.
Rafael Sánchez González |
Efectivamente he traído una relación y agradezco la presencia de Manuel Flores,
porque me ha aclarado que en algunos casos el hecho de decir que tal o cuál espada
iba bajo la dirección de la casa Camará,
no significa concretamente que su padre fuera el apoderado.
Así dicho, entre don José Flores o los hermanos Flores Cubero, aquí queda la relación de los toreros que han pasado por las manos de la casa Camará: Manolete, Parrita, Domingo Ortega -en su campaña americana-, Julio Aparicio, Litri, Pedrés, Ordóñez, Cascales, Chamaco, Manolo González, José María Clavel, Diego Puerta Gregorio Sánchez, Curro Romero -en dos ocasiones-, Gómez Terrón, Luis Barceló, Vicente Perucha, los hermanos de la Casa, Paquirri, que fue cuando don José Flores ya entregó prácticamente el mando del apoderamiento, habiendo puesto el malogrado torero en el sitio más alto que puede soñarse en el toreo. Y a partir de ahí, ya solo sus hijos: Paco Alcalde, Roberto Domínguez, Jairo Antonio, Dámaso González, Currillo, Parrita hijo, Miguel Márquez, etc., hasta el apoderamiento de Finito de Córdoba.
Creo que esta baraja de toreros dice muy a las
claras lo que ha significado el nombre taurino de la casa Camará, dentro de lo que representa el dirigir y llevar toreros.
Así dicho, entre don José Flores o los hermanos Flores Cubero, aquí queda la relación de los toreros que han pasado por las manos de la casa Camará: Manolete, Parrita, Domingo Ortega -en su campaña americana-, Julio Aparicio, Litri, Pedrés, Ordóñez, Cascales, Chamaco, Manolo González, José María Clavel, Diego Puerta Gregorio Sánchez, Curro Romero -en dos ocasiones-, Gómez Terrón, Luis Barceló, Vicente Perucha, los hermanos de la Casa, Paquirri, que fue cuando don José Flores ya entregó prácticamente el mando del apoderamiento, habiendo puesto el malogrado torero en el sitio más alto que puede soñarse en el toreo. Y a partir de ahí, ya solo sus hijos: Paco Alcalde, Roberto Domínguez, Jairo Antonio, Dámaso González, Currillo, Parrita hijo, Miguel Márquez, etc., hasta el apoderamiento de Finito de Córdoba.
Aparicio y Litri en sus inicios, cuando eran apoderados por Camará. Foto Cano |
Recuerdo que cuando don José Flores apoderaba,
pues los carteles más importantes se componían con toreros que habían pasado
por sus manos. Y el sueño más grande de un torero -igual que en el fútbol es
pertenecer al Madrid o al Barcelona-, para los chavales que empezaban a torear era
que los llevase don José Flores Camará,
quien a partir de él tomó auténtica representación la figura del apoderado.
Decirte, Antonio, que no terminaba la baraja de
toreros en los citados. Lo que ocurre es que están en el ánimo de todos: Paco
Ojeda, Dámaso González, Pepe Luis
Vázquez hijo, Julio Robles… De todos puede hablarnos Manolo mejor que nadie.
Antonio L.
Aguilera: Tras esta
introducción, vamos a escuchar la opinión de Manuel Flores, a quien comenzamos
preguntando por la época qué Manolete
impone sumando absolutos los ruedos y su padre en los despachos. Suponemos que
fue entonces cuando verdaderamente se instituye la figura del apoderado.
Pendientes de la lidia: Guillermo,
Camará y Manolete. Foto Cano
|
Lo que ocurre es que en aquella época y en anteriores,
en la de Belmonte y Gallito -yo conocí
personalmente a Domingo Ruiz, que fue un apoderado que tuvo Belmonte; conocí de
oídas a Pineda, que era el apoderado de Gallito-,
pues estos señores en aquellos momentos eran más bien administradores, no del
patrimonio del torero, sino de su profesión taurina. Porque en realidad los que
marcaban las pautas, los que decidían, eran los toreros- Ellos les decían a los
apoderados que los llamaría tal empresario con el que habían concretado ir a
tal sitio, para que mandaran los contratos y se ocuparán de ver la corrida.
Pero era el torero quien decía al apoderado lo que tenía que hacer.
Luego llegan los años cuarenta. Un poquito antes
mi padre decidió unirse a Manolete,
este como torero y él como apoderado. Mi padre empieza desarrollar la
personalidad del apoderado que también protagoniza, y se convierte en un
protagonista similar al torero, porque él consideraba que el torero tenía que
ser protagonista de la barrera hacia dentro, con el toro, y que el protagonismo
que el torero hubiera de tener fuera lo asumiría él, con la responsabilidad que
conlleva. En parte, para evitar al torero problemas que no debe porque
tenerlos, y en parte porque ese tema lo conocía mi padre mucho mejor que el
torero que dirigía, en este caso Manolete.
La majestuosa elegancia de Manolete captada por Finezas en Alicante |
Manolete confía plenamente en mi
padre y mi padre plenamente en Manolete.
Cada uno tiene la confianza mutua de que en sus terrenos no tienen porque
mezclarse, y hacen un tándem que perdura durante todo el tiempo que Manolete es torero. Y claro, al
desaparecer Manolete queda instituida
la figura del apoderado.
A mi padre, como es lógico, aquello le afectó
mucho, y de la forma en que sucede aún más. Pero al año empiezan los amigos a
obligarle, a decirle que la vida hay que resolverla, que hay que sobreponerse.
Y un muchacho en el cual Manolete vio que tenía condiciones para ser torero -que es Aparicio-,
pues acude mi padre y este empieza a ayudarle sin ánimo de apoderarle, pero
poco a poco va tomando interés. Entonces aparece Litri, y hace el tándem Aparicio-Litri metiéndose de lleno en la profesión.
En aquella época mi hermano Pepe y yo le animamos mucho. No estábamos metidos de lleno en la
cosa taurina, estudiábamos en Madrid, pero sabíamos que alguien -más que
allegado a la profesión, ajeno a esta-, había dicho que al faltar Manolete desaparecía Camará. Nosotros considerábamos que
nuestro padre tenía personalidad propia para que, incluso faltando Manolete, pudiera desarrollar su
profesión, y lo animamos mucho para que pudiera demostrar que sabía caminar por
sí solo, hecho que demostró con el paso del tiempo.
Miguel Báez Litri y Julio Aparicio. Foto Cano |
Antonio L. Aguilera: Manolo, la pareja Manolete-Camará parece rozar la perfección, pues cada uno mandó en su parcela.
Manuel Flores: Pues sí, roza la perfección. Si me apuras mucho te diría que fue perfecta
y creo que nunca se volverá a dar más. ¿Por qué? Pues por una razón muy simple:
en Manolete concurrían una serie de
circunstancias, pues como torero ha sido la persona que más cualidades
importantes reunía para ser una figura del toreo; y después, en aquellas cosas
en que tuviera alguna duda, como pudiera ser torear fuera de la plaza, se
encontró que mi padre las resolvió perfectamente. Pero las resolvió
perfectamente porque había mutua confianza, cada uno en su terreno desarrollaba
lo que podía ser.
Te puedo contar la
anécdota de como mi padre, llegados los momentos, arreaba a Manolete, porque sabía que era capaz de
aquello, y este reaccionaba ante los arreamientos que le hacía...
Antonio L Aguilera: Por favor, continué.
México: Contrasta el gesto severo de Manolete con la
sonrisa de Garza al saludar con el ganadero de Pastejé. |
Aquella temporada
Lorenzo Garza había llevado durante todo el año una política de que toreaba
mejor que Manolete, que era el mejor,
que toreaba mejor con la mano izquierda… Andaba el hombre tratando de hacerle
competencia. Entonces se dio la casualidad de que torearon una de San Mateo juntos. Lorenzo Garza había
estado bien, pero sin redondear en el toro anterior. Manolete salió dispuesto arrimarse como siempre, más con las
circunstancias que se habían dado. Y aquél toro, estando toreándolo, empezó a
responderle; y cuando le respondió, lo cogió, le pegó una voltereta muy fuerte,
se cebó con él, y lo llevaron bastante maltrecho hasta la enfermería, esa es la
realidad. Cuando llegó a la enfermería mi padre, que iba detrás -no inmediatamente,
pero iba detrás-, se lo encontró en la mesa previa que hay en todas las
enfermerías. Lo miró, vio que no tenía ninguna herida, y le dijo:
—¿Tú qué haces ahí?
¿Tú vas a consentir, con los cojones que tienes, que ese te mate el toro?
Madrid. Manolete y su amor propio. Abandonando la enfermería con gesto tenso y buscando el toro. |
Claro, eso lo hacía
mi padre porque tenía confianza de que el hombre le respondía; pero también se
echaba la responsabilidad de que cuando salía aquél hombre, de aquella forma,
pues lo podía coger el toro y pasarle lo que le ocurrió luego después.
Indudablemente
había que llevar la responsabilidad, y arriba estaba El que disponía una cosa u
otra, pero había que tener una conciencia y una compenetración tal, para uno poder
hacer eso, el otro poder hacer lo otro, y solamente darse explicaciones entre
ambos.
Antonio L. Aguilera: Manolo, la palabra confianza debe tener
auténtico sentido en la relación torero-apoderado.
Manuel Flores: Pues, sí. Mira, el puesto de apoderado, tal como mi padre lo establece,
es un puesto de absoluta confianza. Precisamente, porque hay muchos momentos en
los que el torero se tiene que jugar la vida, y el apoderado tiene que instarlo
a que se la juegue. ¡Eso es muy duro! Como no haya confianza mutua, ¿dime quién
obliga a uno a que se juegue la vida? Tiene que ser una relación de mutua
confianza, porque de lo contrario, si aquello sale mal después de tú arrear a
un torero para que se juegue el pellejo, al término ya sabes lo que te espera.
Antonio L. Aguilera: Sin duda, esa confianza debe ser fruto de un
diálogo sincero. Se nos viene a la memoria un pasaje íntimo de la vida de Paquirri, que fue revelado por el propio
torero. Decía que, tras una tarde de éxito en la que cortó tres orejas,
mientras se quitaba el vestido en la habitación del hotel, le preguntó a don
José Flores qué le había parecido su actuación. La respuesta no pudo ser más
sincera, pues le contestó que en lugar de tres orejas pudo haber cortado las
cuatro.
Manolo, después de
la corrida debe ser fundamental un diálogo reflexivo entre apoderado y torero.
José María Montilla, Rafael Sánchez, Antonio Luis Aguilera,
Manolo Camará y Andrés Rodríguez Ortigosa. Foto Marogo
|
Justo en el momento
del acaloramiento, recién llegado de una corrida de toros, si reprendes de mala
forma, violentamente o con cierto orden al torero, pues este se suele defender.
Es mejor esperar a que las cosas se serenen, hacer que rememore los momentos y
entonces reprender; o más que reprender, llevar al ánimo del torero las cosas
que no se han hecho bien en un momento.
Antonio L. Aguilera: Manolo, una persona de su experiencia verá mejor
que nadie la cantidad de coba que le dan a algunos toreros: hoteles
abarrotados, palmadas en la espalda, halagos….
Manuel Flores: Sí, por supuesto. Yo, por viejo, he conocido muchas cosas. Y he visto a
muchos toreros que de primeras han estado rodeados de halagos y de amigos. Y
cuando las cosas no han venido bien el torero y yo hemos estado muy solos en
esas habitaciones. Claro, ya uno, a estas alturas, esto lo ve de pasada; y a
veces, cuando estás con un muchacho que empieza y ves tanto halago, piensas en
la desilusión que se llevará cuando le llegue el momento. Porque ese momento le
llega a todos. ¡Que nadie crea lo contrario! Ese momento de soledad les llega a
todos; unos lo superan antes y otros después, pero ese momento les llega a
todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario