lunes, 7 de enero de 2019

¿EL MEJOR?

Por Antonio Luis Aguilera
 
Juan Belmonte
El concurso que en las postrimerías de 1999 convocó en Internet la Peña Taurina de Holanda para elegir al mejor torero del siglo XX, además de la extrañeza que producía por celebrarse en un país sin tradición taurina, invitaba a reflexionar sobre un tema que en ocasiones se trata con más ligereza que rigor histórico. El resultado, que seguramente habría sido ignorado por los medios de comunicación especializados de haberse conocido durante la temporada, presentaba como vencedor a Juan Belmonte con algo más de doscientos puntos, cifra que traducida a votos desvela el escaso interés despertado por esta curiosa convocatoria. Por orden de puntuación, al grandioso torero de Triana le siguieron: Manolete, Joselito el Gallo, Antonio Ordóñez, Curro Romero, Manuel Benítez El Cordobés, Enrique Ponce, José Miguel Arroyo Joselito, Antonio Bienvenida y Espartaco.

Monumento en el barrio de Triana a Juan
Belmonte. Escultura de Venancio Blanco
Efectivamente, Juan Belmonte ha sido uno de los mejores toreros del siglo XX, pero de ahí a afirmarse que ha sido “el mejor” media una distancia considerable. Sencillamente porque el mejor torero del siglo solo puede existir en la imaginación de aquellos que pretenden poner puertas al campo. Es más, estamos seguros que de haber existido tan rimbombante título y habérsele adjudicado en vida al genial trianero, este lo habría aceptado con la condición de que fuera extensivo a otros primeros espadas que, como él, también fueron los mejores en sus respectivas épocas, empezando por Joselito el Gallo, con quien solidariamente protagonizó la segunda edad de oro del toreo. Porque cada tiempo tuvo su toro, su torero o toreros, e incluso su propio público, no debe propagarse la confusión ignorando la cronología del toreo e instaurando jerarquías imposibles entre los protagonistas de los distintos capítulos de la Tauromaquia.

 Enorme acento personal y torería de Juan Belmonte 
La llegada al toreo de Juan Belmonte causó verdadero asombro en el público de su tiempo. Fue tal la conmoción que le llamaron Terremoto, debido a la fuerza telúrica que brotaba de un temple misterioso, manifestado tras acortar las distancias y colocarse en unos terrenos considerados tabú en aquella época, donde citó y esperó las acometidas adelantando un capote mágico, capaz de cincelar escalofriantes y hermosas verónicas, que se sucedían hasta que su genuina e insuperable media abrochaba el ramillete y encendía la locura en los tendidos. Los viejos aficionados volvieron a las plazas para comprobar si era cierto lo que escuchaban, la gente toreaba por las calles, y los escolásticos se apresuraron en recordar que así no se podía torear mientras rememoraban las tragedias de Manuel García El Espartero y Antonio Montes Vico, espadas sevillanos a los que el toro no permitió que llevaran a cabo su revolución. 

José y Juan, dos grandes entre los más grandes del toreo
Verdaderamente los comienzos de Juan fueron tan inciertos que hicieron presagiar lo peor, pues carecía de la técnica elemental para enfrentarse al toro y este lo cogió demasiado y de malas formas. Sin embargo, El Pasmo de Triana pudo revelar la trascendental importancia de su temple, innata cualidad que gustaba llamar la golosina porque con ella encelaba a los toros, al saciar su sed de conocimientos en la fuente de Joselito, el hontanar donde manaba el agua más fresca y cristalina del toreo. Como escribió Gregorio Corrochano, no se equivocó Guerrita cuando recomendó que se dieran prisa a los que quisieran verlo, sino que quien salió equivocado fue Belmonte.

Desplante de Juan Belmonte en la Maestranza de Sevilla
Por otra parte, el toro del tiempo de José y Juan había evolucionado en hechuras y nobleza respecto al de épocas pretéritas. También la técnica de los profesionales, gracias a la experiencia acumulada y transmitida  por los formidables espadas que les precedieron, cuyo magisterio, de incalculable valor, serviría como instrumento en la búsqueda de una lidia más sosegada y estética  –profetizada por Guerrita en su Tauromaquia-, capaz de conjugar el misterioso temple de Juan con la sabiduría de José, dos estilos que iban a llenar de contenido una época, y que complementados permitirían cambiar el rumbo hacia un toreo nuevo, con mayor sentido artístico, que no brotó espontáneamente, sino que fue fraguándose lentamente y templándose con la sangre que para ello hubieron de tributar muchos toreros valientes.

Machaquito otorga la alternativa a Juan Belmonte
Belmonte y Joselito fueron los mejores de su época, que comienza el 16 de octubre de 1913, cuando Machaquito otorga a Juan la alternativa, y termina el 16 de mayo de 1920, cuando Bailaor y José se encuentran en la plaza de Talavera. La desaparición de Gallito viste de luto a la Fiesta. ¡Se acabó el toreo!, afirma con la voz entrecortada Rafael Guerra en su club de la calle Gondomar, cuando conoce la muerte del único torero que lo había sacado de Córdoba para ir a los toros. Pero las lágrimas impiden que el viejo maestro vea que el siglo no ha hecho nada más que empezar, y que otros extraordinarios espadas recogerán el testigo para protagonizar hermosos capítulos de una historia que no ha terminado, a la que darán nuevas vueltas de tuerca hasta implantar definitivamente la ligazón de los pases, otorgando sentido de unidad a la faena de muleta. Con Joselito de cuerpo presente, el 17 de mayo de 1920 comenzaba otra época, bautizada como la edad de plata del toreo, a la que otra fecha trágica pondría punto final: 17 de julio de 1936, víspera de la brutal guerra que algunos se empeñaron en llamar civil.

Joselito y Bailaor. Talavera de la Reina. Foto Campúa
Indiscutiblemente Belmonte ha sido uno de los grandes arquitectos del toreo contemporáneo. Pero no el único. La abundante literatura belmontina lo considera el padre del toreo moderno, mas en el toreo de hogaño cobra primacía la faena de muleta, y las hemerotecas demuestran que las del trianero fueron de las más cortas de la historia. Analizando la evolución del toreo con rigor y perspectiva histórica observamos como el temple y la quietud de Juan revolucionaron este arte, aunque para ello fue necesario que el trianero asimilara la prodigiosa técnica de Joselito. Aquella obra de ambos fue continuada por Manuel Jiménez Chicuelo, Manuel Rodríguez Manolete, Manuel Benítez El Cordobés y Paco Ojeda, grandiosos espadas que, con mayor o menor grado de influencia, contribuyeron en la construcción de la sólida estructura sobre la que descansaría el toreo ligado en redondo, que otros espadas quizás hayan interpretado con superior dimensión artística, pero que no habría sido posible sin la cimentación aportada por aquellos que durante el siglo XX revolucionaron el arte de torear.     


Artículo galardonado en el año 2001 con el VIII Premio Periodístico y Literario "Pepe Guerra Montilla" del Círculo Taurino de Córdoba.

                                                            

1 comentario:

Andrés Osado dijo...

Amigo Antonio, gran demostración de temple el tuyo. No me extraña el premio concedido, a tan importante artículo. Podría parecer pedante mi opinión pero, con toda sinceridad, opino que, éste debería ser considerado como norma de cabecera, para muchos exaltados del mundo taurino.
Que este año, tu blog, siga siendo tan fructífero como hasta ahora.