Por Antonio Luis Aguilera
El
concurso que en las postrimerías de 1999 convocó en Internet la Peña
Taurina de Holanda para elegir al mejor torero del siglo XX, además de la
extrañeza que producía por celebrarse en un país sin tradición taurina, invitaba a
reflexionar sobre un tema que en ocasiones se trata con más ligereza que rigor
histórico. El resultado, que seguramente habría sido ignorado por los medios de
comunicación especializados de haberse conocido durante la temporada,
presentaba como vencedor a Juan Belmonte con algo más de doscientos puntos,
cifra que traducida a votos desvela el escaso interés despertado por esta curiosa convocatoria. Por orden de puntuación, al grandioso torero de Triana le
siguieron: Manolete, Joselito el Gallo,
Antonio Ordóñez, Curro Romero, Manuel Benítez El Cordobés, Enrique Ponce,
José Miguel Arroyo Joselito, Antonio Bienvenida y Espartaco.
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Monumento en el barrio de Triana a Juan
Belmonte. Escultura de Venancio Blanco
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Efectivamente, Juan Belmonte ha sido
uno de los mejores toreros del siglo XX, pero de ahí a afirmarse que ha sido
“el mejor” media una distancia considerable. Sencillamente porque el mejor
torero del siglo solo puede existir en la imaginación de aquellos que pretenden
poner puertas al campo. Es más, estamos seguros que de haber existido tan
rimbombante título y habérsele adjudicado en vida al genial trianero, este lo
habría aceptado con la condición de que fuera extensivo a otros primeros
espadas que, como él, también fueron los mejores en sus respectivas épocas, empezando por Joselito el Gallo, con quien solidariamente protagonizó la
segunda edad de oro del toreo. Porque cada tiempo tuvo su toro, su torero o
toreros, e incluso su propio público, no debe propagarse la confusión ignorando
la cronología del toreo e instaurando jerarquías imposibles entre los
protagonistas de los distintos capítulos de la Tauromaquia.
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Enorme acento personal y torería de Juan Belmonte |
La
llegada al toreo de Juan Belmonte causó verdadero asombro en el público de su
tiempo. Fue tal la conmoción que le llamaron Terremoto, debido a la fuerza
telúrica que brotaba de un temple misterioso, manifestado tras acortar las
distancias y colocarse en unos terrenos considerados tabú en aquella época, donde citó y esperó las acometidas adelantando un capote mágico, capaz de
cincelar escalofriantes y hermosas verónicas, que se sucedían hasta que su
genuina e insuperable media abrochaba el ramillete y encendía la locura en los
tendidos. Los viejos aficionados volvieron a las plazas para comprobar si era cierto
lo que escuchaban, la gente toreaba por las calles, y los escolásticos
se apresuraron en recordar que así no se podía torear mientras rememoraban las tragedias
de Manuel García El Espartero y Antonio Montes Vico, espadas sevillanos a los
que el toro no permitió que llevaran a cabo su revolución.
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José y Juan, dos grandes entre los más grandes del toreo |
Verdaderamente los comienzos de Juan
fueron tan inciertos que hicieron presagiar lo peor, pues carecía de la técnica elemental para enfrentarse al toro y este lo cogió demasiado y de malas
formas. Sin embargo, El Pasmo de Triana pudo revelar la trascendental importancia de su
temple, innata cualidad que gustaba llamar la golosina porque con ella
encelaba a los toros, al saciar su sed de conocimientos en la fuente de Joselito, el hontanar donde manaba el agua más fresca y cristalina del toreo. Como escribió Gregorio Corrochano, no se equivocó Guerrita cuando recomendó que se dieran prisa a los que quisieran verlo, sino que quien salió equivocado
fue Belmonte.
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Desplante de Juan Belmonte en la Maestranza de Sevilla |
Por otra parte, el toro del tiempo
de José y Juan había evolucionado en hechuras y nobleza respecto al de épocas
pretéritas. También la técnica de los profesionales, gracias a la experiencia
acumulada y transmitida por los formidables espadas que les precedieron, cuyo magisterio, de
incalculable valor, serviría como instrumento en la búsqueda de una lidia más sosegada
y estética –profetizada por Guerrita en su Tauromaquia-, capaz de conjugar el misterioso temple de Juan con la
sabiduría de José, dos estilos que iban a llenar de contenido una época, y que
complementados permitirían cambiar el rumbo hacia un toreo nuevo, con mayor
sentido artístico, que no brotó espontáneamente, sino que fue fraguándose
lentamente y templándose con la sangre que para ello hubieron de tributar
muchos toreros valientes.
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Machaquito otorga la alternativa a Juan Belmonte |
Belmonte
y Joselito fueron los mejores de su época, que comienza el 16 de octubre de
1913, cuando Machaquito otorga a Juan la alternativa, y termina el 16 de mayo
de 1920, cuando Bailaor y José se encuentran en la plaza de Talavera. La
desaparición de Gallito viste de luto a la Fiesta. ¡Se acabó el toreo!, afirma
con la voz entrecortada Rafael Guerra en su club de la calle Gondomar, cuando
conoce la muerte del único torero que lo había sacado de Córdoba para ir a los
toros. Pero las lágrimas impiden que el viejo maestro vea que el siglo no ha
hecho nada más que empezar, y que otros extraordinarios espadas recogerán el
testigo para protagonizar hermosos capítulos de una historia que no ha
terminado, a la que darán nuevas vueltas de tuerca hasta implantar
definitivamente la ligazón de los pases, otorgando sentido de unidad a la faena
de muleta. Con Joselito de cuerpo presente, el 17 de mayo de 1920 comenzaba
otra época, bautizada como la edad de plata del toreo, a la que otra fecha
trágica pondría punto final: 17 de julio de 1936, víspera de la brutal guerra
que algunos se empeñaron en llamar civil.
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Joselito y Bailaor. Talavera de la Reina. Foto Campúa |
Indiscutiblemente Belmonte ha sido uno de los grandes arquitectos del toreo contemporáneo. Pero
no el único. La abundante literatura belmontina lo considera el padre del toreo
moderno, mas en el toreo de hogaño cobra primacía la faena de muleta, y las
hemerotecas demuestran que las del trianero fueron de las más cortas de la historia.
Analizando la evolución del toreo con rigor y perspectiva histórica observamos
como el temple y la quietud de Juan revolucionaron este arte, aunque para ello
fue necesario que el trianero asimilara la prodigiosa técnica de Joselito. Aquella obra de ambos fue continuada por Manuel Jiménez Chicuelo, Manuel Rodríguez Manolete,
Manuel Benítez El Cordobés y Paco Ojeda, grandiosos espadas que, con mayor o
menor grado de influencia, contribuyeron en la construcción de la sólida
estructura sobre la que descansaría el toreo ligado en redondo, que otros
espadas quizás hayan interpretado con superior dimensión artística, pero que no
habría sido posible sin la cimentación aportada por aquellos que durante el
siglo XX revolucionaron el arte de torear.
Artículo galardonado en el año 2001 con el VIII Premio
Periodístico y Literario "Pepe Guerra Montilla" del Círculo Taurino
de Córdoba.
1 comentario:
Amigo Antonio, gran demostración de temple el tuyo. No me extraña el premio concedido, a tan importante artículo. Podría parecer pedante mi opinión pero, con toda sinceridad, opino que, éste debería ser considerado como norma de cabecera, para muchos exaltados del mundo taurino.
Que este año, tu blog, siga siendo tan fructífero como hasta ahora.
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