Por Antonio Luis Aguilera
Antiguo coche de cuadrillas, con el botijo en la fresquera |
Juan Antonio Vallejo-Nágera |
De este
tipo de trastornos, que pueden ir desde úlceras de estómago, crisis asmáticas, calambres, algias
musculares, insomnio hasta un largo etcétera, se hizo eco hace años en su página de la revista dominical
del diario ABC el prestigioso psiquiatra y gran aficionado taurino don Juan Antonio
Vallejo-Nágera, que por su estrecha amistad con destacadas figuras del toreo
frecuentó el trato cercano con varios matadores de toros. A lo largo de tres magníficos
artículos este facultativo analizó las consecuencias del miedo de los toreros, de esos hombres excepcionales que
además de las cicatrices del cuerpo guardan otras en el alma.
Recordaba
el eminente escritor y doctor que los toreros acudían al médico de cabecera buscando
alivio a sus trastornos, pero este, tras las oportunas pruebas clínicas, concluía su consulta derivándolos a la del psiquiatra. Como se puede suponer, en un mundo tan cerrado como el del toro, donde todo suele exagerarse y las etiquetas se cuelgan con asombrosa facilidad, la prudencia
aconseja silenciar este tipo de visitas, siendo lo más habitual que el propio torero concierte
su cita con el especialista fuera de la consulta, para no compartir la sala
de espera con otros enfermos. ¿Quién puede imaginar a un torero en la sala de espera de un psiquiatra rodeado de otros pacientes?
Pero acudirá, porque sabe que lo suyo
es un problema personal, no clínico, como consecuencia del frecuente e intenso miedo
soportado. Sospechaba el famoso psiquiatra que probablemente antes del año 1950 ningún
torero había acudido a este tipo de consultas, pero estaba seguro de que la
mentalidad de estos había cambiado y el boca a boca cumplía perfectamente la función de tranquilizar a más de un diestro que comprendía que él no era el único profesional del toreo con ese problema.
Luis Miguel Dominguín |
Como podrán observar no todo es lujo y opulencia en la
vida de las grandes figuras del toreo. El sufrimiento y la preocupación adquieren una
dimensión desconocida por la mayoría de los aficionados. El doctor Vallejo-Nágera concluía con gran acierto que el mundo de los toros es un despiadado selector de superdotados, donde se elimina a todos los que no lo son tanto en el plano físico como en el
intelectual. Y contaba una anécdota protagonizada con su amigo Luis Miguel
Dominguín, cuando ambos contaban veintipocos años de edad. Le comentó el doctor al espada que por su juventud y fama el
mundo se le presentaba como una alfombra persa desplegada a sus pies cargada
de tesoros. El torero, tras unos instantes de reflexión, le contestó: “Sí, es
cierto; pero tengo firmadas treinta corridas entre España y América, y eso
significa que para estar vivo en Navidades debo haber matado antes sesenta
toros con un estoque. Y si ahora entorno los párpados y miro el horizonte, los
veo venir hacia mí en fila india, como un interminable tren de mercancías con
todos los vagones cargados de muerte”.
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