Por Antonio Luis Aguilera
La señorial elegancia de «Manolete». Plaza de Lima (Perú) |
A Linares llegó cansado de tener que soportar lo insoportable, deseando acabar cuanto antes su última temporada para ser dueño de su vida y administrarla cómo le viniera en gana. Anhelaba más que nunca ser una persona libre, dejar a un lado a «Manolete» y encontrarse con Manuel Rodríguez Sánchez. Dueño de su silencio, tenía decidido el comienzo de su nueva vida en Barcelona, donde el 18 de octubre de 1947 había previsto casarse con Antoñita Bronchalo Lopesino, la alcarreña que eligió, quiso y lo hizo feliz, con la que convivía desde 1943. Se lo hizo saber la noche antes al periodista Antonio Bellón, conduciendo su propio coche de Manzanares a Linares, a quien aseguró que era la única persona que consideraba capaz de convencer a su madre para que acudiera a su boda, por el respeto que ella le tenía. Con la fecha y localidad elegidas, todo parece indicar que con la madre o sin ella, la decisión estaba tomada, a pesar de que los vientos en contra soplaban con dirección variable: desde la matriarca a algunos miembros de la cuadrilla; desde el apoderado al piadoso amigo que hasta el final procuraron que se replanteara una decisión que aseguraban no le convenía. Probablemente, pensando que había permanecido callado demasiado tiempo, hastiado de escuchar del entorno familiar y profesional tanta ofensa para su novia, debió considerar que había llegado el momento de poner punto final a todo episodio de odio, de formalizar su relación y crear un hogar, para ser felices viendo crecer a sus hijos y disfrutar de su fortuna, para hallar de una vez la tranquilidad y armonía que no había tenido en su vida.
Pero el destino había elegido a «Islero» para pasar a la historia como el verdugo del drama que entre tantos habían convertido su vida; para redimir con su cornada las culpas inconfesables de quienes desgastaron su ánimo profesional y personalmente, arrastrándolo, aunque no lo pretendieran, hasta el cadalso de la plaza de toros de un pueblo en feria. Todavía extraña, después de 77 años, como los intereses del poderoso empresario Balañá pudieron seducir a «Camará», el apoderado que controlaba hasta el menor detalle, que hizo aquella corrida de Miura en Linares, en el momento menos indicado de la carrera del espada cordobés, con Luis Miguel Dominguín en el cartel, el joven y provocativo torero que pisaba fuerte para ser el número uno desplazando a «Manolete». No hizo falta. También las casualidades del destino habían previsto que horas antes de verse las caras en el ruedo, al pasar el cordobés por la habitación del madrileño y ver la puerta abierta, pasara a saludarlo, para romper la tensión existente e intercambiar unas palabras. Le aseguró que estaba muy cansado, deseando de acabar la temporada para dejar los ruedos, y le hizo saber que cuando esto ocurriera sería él quien heredaría todos sus enemigos. La sentencia tuvo un exacto e inmediato cumplimiento.
Cada 28 de agosto, al recordar el aniversario de la última tarde del inmenso torero que nunca vimos y tanto admiramos, se repite en nuestra mente el mismo pensamiento: ¡Pobre «Manolete», qué desgraciado lo hicieron entre tantos...!
Foto: Manolo Castilla |
PLAZA DE LA LAGUNILLA
La luz de tus ojos, íntima, se refleja en esa agua que copia un rostro sereno, mitad plata, mitad oro, casi arrullo, casi envidia. ¡Qué olor de azahar la tarde! ¡Qué sensación tan tranquila abanican las palmeras! ¡Y ese susurro del aire y esa paz que se adivina! ¡Plaza de la Lagunilla!; la sombra de Manolete, a tu embrujo cobra vida; Córdoba en ti se estremece, y el cielo azul se adormece en brazos de Santa Marina. Rafael Carvajal Ramos (Ráfagas de luz y sombras. 2001) |
3 comentarios:
Siempre fiel a su recuerdo, amigo Antonio. Excelente
Extraordinario artículo, como siempre, don Antonio.
Gracias 🙏
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