Por Antonio Luis Aguilera
Quite de Juan Belmonte a Bernabé Álvarez "Catalino" en Lima |
Con enorme interés hemos visionado la película mexicana «Yo quiero ser torero», que ofrece fragmentos de actuaciones de extraordinarios toreros y mantiene el discurso sobre la evolución del toro y de la lidia. Gracias a sus imágenes se puede observar el progresivo refinamiento de las suertes con el avance de las épocas, así como la asimilación de los conceptos instaurados por los diestros que dejaron su huella magistral en los ruedos, aquellos que además de mostrar el toreo lo enseñaron a los demás.
Lástima que en la película, que lógicamente subraya la historia taurina del país hermano, se mantenga el discurso evolutivo de los partidarios de Belmonte, que en sus panegíricos mezclaron el concepto con el acento, hasta atribuir al genio de Triana el cambio absoluto del curso del toreo, silenciando la historia de otros diestros que también resultaron definitivos como Manuel Jiménez Moreno «Chicuelo», creador de la faena de muleta moderna, quien además tuvo una influencia decisiva en grandes intérpretes mexicanos del toreo al natural, como Fermín Espinosa «Armillita» o Lorenzo Garza.
Pero volviendo a esta interesante cinta y lo que enseñan sus imágenes históricas, queremos detenernos en algunas de las evidencias que nos ofrece. La primera, el toro, pues se observa que el animal que se lidiaba a finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando empezaba el proceso de búsqueda por los ganaderos —en el que tuvieron mucho que ver las exigencias de «Guerrita» y «Joselito»—, no solo de otras hechuras más igualadas y proporcionadas, sino de conceptos como la fijeza, nobleza, entrega, humillación, clase, ritmo y fondo, los cuales habrían de conseguirse tras años y décadas de trabajo, cuando la siembra de la selección fue germinando y ofreciendo frutos al generoso y tenaz trabajo de los criadores, que terminarían por darle a la Fiesta el toro que permitiría el toreo moderno.
El primer tercio antes del peto |
Las imágenes del toro de finales del siglo XIX y comienzos del XX muestran un animal que no embestía, que daba arreones descompuestos, sin entrega, huidizo, manso, que pronto se aculaba o buscaba refugio en tablas para protegerse del castigo, propiciando con su conducta claramente defensiva una lidia que necesariamente gravitaba sobre el primer tercio, donde los toreros lo ponían y quitaban ante famélicos jacos sin protección, a los que despanzurraba en los numerosos refilonazos que recibía, que no puyazos, aunque luego estos se contaran por igual en las reseñas de los medios, ofreciendo un espectáculo dantesco donde adquirían protagonismo los quites y la variedad del toreo de capa.
Después, en el tercio de banderillas, bastantes matadores mostraban sus capacidades con los palos exhibiendo sus conocimientos de los terrenos y las querencias, y llegado el último tercio, con los peones situados en el redondel para sujetar al animal cuando trataba de huir, el maestro instrumentaba un trasteo corto, algo así como un pase aquí y otro allí, para buscar la igualada del animal y ejecutar la suerte mejor valorada, la estocada, donde adquiría especial importancia hacerlo por derecho y en lo alto, como puede verse que lo hacían la mayoría de los diestros con resultados formidables.
La película ofrece la oportunidad de observar los cambios abismales que en un siglo se han producido en el toro, la lidia y el toreo, gracias a la generosidad de los ganaderos, que buscaron y hallaron un toro más bravo y noble, que permitiría responder con su entrega a otro espectáculo donde cobijar el arte de los más grandes toreros. No se la pierdan y saquen sus conclusiones, porque además de los cambios producidos en el toro y en la lidia, merece la pena deleitarse observando la inmensa torería de espadas como Antonio Fuentes —después de mí, naide—, Rodolfo Gaona, Silverio Pérez… Aquí les dejamos el enlace a una joya de cinta sobre la historia del toreo.
1 comentario:
Gracias por tu generosidad. Un abrazo amigo Antonio L.
Publicar un comentario