Por Antonio Luis Aguilera
Saber ver al toro para entender el enigma de su bravura |
No solo el torero ha de saber ver al toro para interpretar el enigma de su bravura. También el espectador, aunque siempre en distinta medida, porque cómo lo sabe ver un torero nunca lo hará ningún aficionado por experto que sea, para entender la lidia ha de saber ver al animal, comprender su conducta, graduar la escala de su bravura, bien sea ofensiva, defensiva o con retazos de ambos matices, para aprobar el planteamiento de la lidia del diestro. Por eso llevan razón aquellos que, ante la división de criterios sobre una actuación, aseguran que hay tantas faenas como aficionados había en la plaza.
No obstante, al espada hay que juzgarlo en base a las
interrogantes que ha resuelto de las planteadas por el toro, por la manera
de entenderlo y aplicar sus conocimientos para potenciar virtudes o corregir defectos. Así las cosas, si el espectador, más allá de aguardar una expresión artística que puede no llegar, no entra en la partida, sin duda estará incapacitado
para juzgar lo que pasa en el ruedo, porque quien no sabe ver al toro carece de
objetividad y no está capacitado, ni éticamente legitimado, para opinar de la actuación del torero que desde el tendido ha mirado sin
ver.
La peor ceguera de algunos espectadores, que se jactan de severos, viene causada por la ridícula idea de considerar inalterable un concepto y pretender convertirlo en dogma, por ejemplo: la sacralización de la bravura. Se ignora su evolución histórica, unida al propio toreo. Esta singularidad del toro de lidia no fue igual en el toreo primitivo que en épocas posteriores, gracias al buen trabajo de los ganaderos, que supieron adivinar el toro que por hechuras, fijeza y entrega demandaba cada tiempo, para que fuera posible un arte más estilizado.
Los criadores lo buscaron en la selección y lo hallaron, ofreciendo al toreo un animal más armónico y proporcionado, con mejores hechuras y superior entrega, clase y fondo, que sin perder la agresividad y nobleza que lo diferencia del ganado bovino de abasto, permitiera transformar la lidia, entendida como lucha y burla de las acometidas, en un encuentro artístico de superior rango, por su belleza y quietud.
Fueron los criadores quienes escucharon las demandas de históricos espadas, como el genial Rafael Guerra «Guerrita», y hallaron otro toro para otro toreo, para que el torero se pudiera parar y expresar su acento artístico, templar con gracia, modelar acometidas, y otorgar plasticidad al encuentro con la despaciosidad de una fuerza creativa que posibilitaba mandar y ligar esa embestida, indispensable para que relampagueara la belleza efímera de instantes inolvidables. Momentos maravillosos que para captarlos requieren atención, conocimiento y sensibilidad artística, pues sin esta será imposible participar en la comunión que se crea en la plaza cuando cristaliza el toreo, el único arte vivo de todas las artes.
La singular belleza del toreo al natural de Juan Ortega. Foto Arjona |
Y para ser partícipe de esa comunión hay que saber ver el toro, distinguir entre las manifestaciones de la bravura y del genio, entre la entrega humillada de la noble embestida y la defensa áspera del arreón. Identificar los bravos rasgos de nobleza, fijeza, prontitud, entrega, clase, recorrido, ritmo sostenido, fondo. Adivinar cuando empieza a mentir en la lucha antes de que definitivamente se raje y busque tablas, observar cuando comienza a aburrirse al rematar la embestida, a protestar en las telas, a frenarse y medir al torero, a reservarse esperando el descuido para hacer presa.
También es indispensable observar el planteamiento del torero en la resolución de cada incógnita en el ruedo, porque cada toro es un problema que salta con dos pitones, al que hay que someter con inteligencia, sin brusquedad en las formas ni en los toques, invitándole suavemente a tomar las telas para llevarlo despacito, sin olvidar nunca que a buenos modales responderá de igual forma, pero a los violentos recordará que para fuerza bruta la suya.
Saber ver el toreo requiere descifrar los enigmas de cada toro, entender el planteamiento del torero, valorar la suma de entregas, las del animal y la del hombre, protagonistas de soledad y miedo cada tarde de corrida, dignos merecedores del respeto más absoluto de quienes de verdad aman el toreo, de todos esos aficionados auténticos que tan acertadamente supo retratar un gran entusiasta de la Tauromaquia, el periodista y escritor francés Jean Cau cuando escribió: «Amar los toros es, cada tarde, a eso de las cinco, creer en los Reyes Magos e ir a su encuentro».
3 comentarios:
Que forma mas acertada de como ver un toro, desde que sale a la plaza. Enhorabuena Antonio.
Lo mismo que no todo el mundo valora la obra de un pintor cuando se pone delante de uno de sus cuadros, después de leer tu artículo, creo que son muy pocos los que conocen los conceptos que reflejas en él.
Me quedo con este párrafo "Así las cosas, si el espectador, más allá de aguardar una expresión artística que puede no llegar, no entra en la partida, sin duda estará incapacitado para juzgar lo que pasa en el ruedo, porque quien no sabe ver al toro carece de objetividad y no está capacitado, ni éticamente legitimado, para opinar de la actuación del torero que desde el tendido ha mirado sin ver."
Enhorabuena Antonio
También, amigo Antonio, "despacito", has ido desgranando toda una filosofía ética y cuasi matemática del mundo del toro. ¡Quien no quiera aprender, que no aprenda!
Seguimos palante, amigo.
Un abrazo
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