martes, 13 de diciembre de 2022

LOS TOROS NO SON LA ÓPERA

Por Antonio Luis Aguilera

Vista aérea de la plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla

Los empresarios de Sevilla y Madrid, las dos plazas más importantes de España, llevan tiempo quejándose de los resultados económicos del negocio, pero ninguno deja el timón del coso, como ocurre con tantas otras actividades que han de bajar la persiana por falta de rentabilidad. En el toreo las quejas se reproducen con asiduidad, pero sin atisbo de cesar en la actividad para que un nuevo gestor con otras ideas y mayor carga de ilusión intente rentabilizar ese recinto. Todo lo contrario, si alguno demuestra una gestión exitosa en otras plazas, como hizo José María Garzón durante la pandemia en El Puerto de Santa María y Córdoba, mientras los arrendatarios de las dos grandes plazas decidían no ofrecer un pitón con aforo reducido, se le pone como un trapo llamándole de todo menos bonito, se le acusa gratuitamente de no cumplir las normas sanitarias establecidas, aunque después la autoridad gubernativa lo desmienta, y sin pedirle la menor excusa aguardarán para pasarle factura, incluyendo el recargo por inquina, para que «respete» un negocio regido por «familias».

A primeros del siglo XX, reinando en el toreo José Gómez Ortega, por iniciativa suya se comenzaron a construir las plazas de toros monumentales, con la finalidad de dar cabida a un mayor número de espectadores abaratando las entradas y que los toreros aumentaran sus honorarios. Un siglo después, lo verdaderamente monumental es el precio que han adquirido las localidades para sentar las nalgas en un estrecho escalón de piedra —la almohadilla se lleva de casa o se paga aparte—. Los toros, digámoslo de una vez, se han convertido en un espectáculo prohibitivo por su carestía para muchos aficionados. Lo contrario de lo ideado por el inolvidable «Gallito». 

Plaza de toros de «Las Ventas». Madrid

Los nuevos idealistas han convertido el toreo en un espectáculo de élites, impopular por su carestía, donde cada vez son menos los aficionados que pueden pagar un abono de temporada, como ocurre en los últimos años en la plaza de Sevilla, que sin ser monumental ronda un aforo cercano a las 12.000 localidades, y donde la pasada temporada la entrada de un tendido de sombra costaba 102 euros y 85 una grada, que ahora le han cambiado el nombre por tendido alto. También la monumental de Madrid, desde la pasada feria de otoño, llevó a cabo a una desproporcionada política de precios para las entradas sueltas, con objeto de penalizar a quienes no adquieran el abono y facilitar el acceso a quienes acudan a Las Ventas con ánimo de presenciar algún festejo, aficionados que en las taquillas se sorprenderán de los precios que actualmente rigen en la que hasta el pasado año fue la plaza más barata de España —ahora 180 a 90 euros para las filas 1 a 15 de tendido de sombra—, y ante esta nueva política posiblemente desistirán del intento si no es para presenciar un cartel de relumbrón. Una confortable butaca para una función de teatro en un comodo recinto climatizado no alcanza esos precios, pero si los empresarios taurinos prefieren tomar como referencia los precios de un espectáculo de élite como la ópera con toda seguridad están errando el tiro.

Los tiempos han cambiado, y aunque los gestores de las plazas importantes aseguren con cierto desdén que también hay localidades más asequibles en la solanera, hace tiempo que salvo carteles puntuales de relumbrón el público comenzó a dar la espalda a esta sugerencia. El popular aforismo de «los toros con sol y moscas» resulta inadecuado en las circunstancias actuales, pues afortunadamente ha disminuido esa clase obrera curtida al sol que toleraba temperaturas inhumanas para asistir a las corridas. Las plazas del sur saben bien de los rigores de las altas temperaturas en los meses de temporada, no solo en verano, porque sin ir más lejos en Córdoba se celebraron las corridas de la última feria de mayo con más de cuarenta grados a la sombra, mientras se incrementaban las advertencias para no sufrir golpes de calor. Así pues, si se pretende que los toros no pasen a ser un espectáculo de minorías será necesario cuidar aquello de «siempre hubo ricos y pobres», adecuando a las circunstancias actuales los precios y los horarios de los festejos. La política de los gestores de las plazas de Sevilla y Madrid puede dar la puntilla a un espectáculo que ya no es tan popular como hace años.

Interior del coso maestrante

No vale desviar la atención del verdadero problema que tiene la Fiesta de los Toros, pues no se centra en el nefasto gobierno «frankenstein» que desprecia al toreo, ni en los antitaurinos sufragados por los lobbies que generan ganancias millonarias vendiendo alimentos para animales domésticos, sino en esos otros lobbies que controlan y fijan los precios de todos los segmentos del negocio taurino. Ese es el auténtico problema del toreo, por lo que sería necesario reflexionar e hilar fino para mejorar una gestión que está haciendo aguas colocando la soga en el cuello del aficionado. La subida desproporcionada de los precios de las localidades, unida a la confección de carteles que ofrecen pocos festejos atractivos con otros de mediano o nulo interés, por el debido respeto entre «familias» para colocar a sus espadas intercambiando favores y comisiones, mientras se ignoran a los diestros que de verdad se ganan un sitio en el ruedo, es un tiro en la línea de flotación de un espectáculo sostenido por el publico. Quienes mueven los hilos del negocio deben de tener mucho cuidado, no sea que olvidando a la afición cunda el ejemplo de Bilbao, otrora gran plaza del norte, donde un nefasto modelo de gestión ha aburrido a un selecto público que ha terminado dando la espalda a los toros. 


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