Por Carlos Arruza*
Valencia, 7 de octubre de 1945. "Manolete" y "Arruza". Foto Finezas. |
Aquel día figuraba en el cartel, además, Pepe
Bienvenida. Cuando terminó en
octubre la temporada, mi nombre, sin que yo hubiera hecho otra cosa que repetir
en España lo que tantas veces había hecho en México, se manejaba como rival del
gran torero desaparecido. Confieso que al comenzar el año siguiente andaba yo
muy preocupado. Manolete era el primer torero de España y el intentar
acercarse a él era, a mi juicio, una temeridad. A los públicos, en cambio, les
parecía magnífico hallar un nombre que pudiera molestar a Manolete cuando no le salieran bien las cosas. Esto me dolía
mucho.
En la feria sevillana
de abril del 1945 fue donde nuestra rivalidad alcanzó, a mi juicio, su más alta
cumbre. No estaba yo aún en la intimidad del torero, pero pude comprobar que si
en el ruedo era un enemigo terrible, nunca dejaba de ser sinceramente cordial
con sus compañeros. Fue naciendo entonces en mí una admiración que, si en el
terreno profesional jamás dediqué a nadie, halló en él un afecto entrañable, su
expresión más natural y afectiva. En Valencia, poco después de la feria
sevillana, coincidimos en una típica paella. Allí sellamos nuestro pacto de
amistad, que no rompió ni su muerte, porque para mí el recuerdo de Manolete
no se extinguirá nunca.
«Allí sellamos nuestro pacto de amistad». Paella en los corrales de la plaza de toros de Valencia (1945) |
En aquella temporada de 1945, la más larga y difícil para mí, coincidí con Manolete en numerosas ocasiones. Cuando le cogió el toro en Alicante yo le llevé en mi coche a Madrid. No olvidaré nunca el agradecimiento que por aquel pequeño favor, que yo hubiera realizado por cualquier otro compañero, me guardó siempre Manolete. A esas alturas ya éramos amigos de verdad, que nos confiábamos mutuamente nuestros gozos y amarguras. Si como torero Manolete alcanzó la más alta estimación de los tiempos modernos, por su arte excepcional y su estilo sobrio y auténtico, yo creo que su condición de caballero y amigo de verdad sobrepasaba en él su calidad profesional, con ser tan singular.
"Manolete" y "Arruza", rivales en el ruedo y amigos en la calle. |
No quisiera desaprovechar la ocasión ofrecida por la amabilidad del autor de estas interesantes páginas sobre la vida de Manolete, para señalar cuánto cariño mostró a México el infortunado torero en cuantas oportunidades tuvo. No me refiero a su formidable actuación, sino a su actitud en el pleito taurino que mantiene, cuando escribo este prólogo, en suspenso el intercambio entre los toreros de España y México. Manolete, siguiendo el ejemplo de todos los grandes maestros españoles, estuvo siempre de nuestro lado, con una cordialidad que no le agradeceremos bastante. Cualquiera que sea la salida que el pleito tenga (y es de desear su pronto arreglo), habrá que agradecerle siempre sus buenos oficios por lograr una reconciliación que beneficia a los públicos de aquí y de allá.
Manolete estimaba que un torero
español triunfase en México era de vital importancia para su fama. Era un
empeño que deberían intentar todos. De la misma manera que no hay torero de acá
que no sueñe con cortar una oreja en Madrid o Sevilla. El duelo que la muerte
de Manolete
causó en todo el territorio federal, me atrevería a decir en toda la
América hispana que le vio torear, demuestra que había llegado al corazón de
las multitudes.
El fraternal abrazo de dos matadores de toros inolvidables |
Yo estaba en Francia cuando a Manolete lo mató un toro en Linares. La noticia me llegó envuelta en los zumbidos de una emisión de radio. Al principio me creí víctima de un mal pensamiento que hubiera cobrado voz en el aparato de mi coche. Después fueron surgiendo los detalles para dolor de todos… Creo que pocas veces había sentido yo pesar tan profundo. Lloré. No me avergüenza decirlo, porque Manolete merecía las lágrimas… Cuando días después estuve con mi madre y Andrés Gago en Córdoba, se avivó el dolor… Yo dejé sobre su tumba las mejores flores que encontré y las más fervorosas oraciones que han salido de mis labios. ¡Que la Virgen de Guadalupe, a la que Manolete profesó también gran devoción, le haya guiado hasta el Señor!
Creo que debo poner
punto final aquí. En el libro que Francisco
Narbona, firma joven pero bien prestigiada por sus innumerables artículos
en las páginas de El Ruedo, ofrece
ahora, hallará el lector una estampa muy completa del gran torero español. Con
una preocupación loable por la fecha y la anécdota, creo que este libro
contribuirá muy poderosamente a difundir la gloria y la fama de Manolete. Fama y gloria bien ganadas,
porque fueron refrendadas por el más bello gesto. La muerte buscada, cuando
nadie podía disputarle su puesto en la Fiesta. Él fue la máxima figura de
nuestro tiempo. Fue el mejor torero de España. Y sobre eso, un amigo cabal y
entrañable. Un caballero sin tacha ni doblez. Lo que se dice todo un hombre.
*Prólogo escrito por el espada mexicano Carlos Arruza para el libro «Manolete. Riesgo y gloria de una vida», de Francisco Narbona, publicado en 1948 por Ediciones Espejo (Madrid).
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1 comentario:
Siempre oportuno. Mejor debería sustituir esta frase por:
"SIEMPRE AL QUITE".
Perfecto amigo Antonio, siempre estás en el momento preciso para evocar y ensalzar a esa gran figura, Manolete.
Un abrazo
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