Rafael Vega de los Reyes «Gitanillo de Triana» |
En una de las
entrevistas recogidas en el libro «Mi ruedo ibérico», de Marino Gómez-Santos (Colección «La Tauromaquia». Editorial
Espasa-Calpe, 1991), el periodista asturiano publica la que mantuvo con el
matador de toros Rafael Vega de los
Reyes «Gitanillo de Triana», quien
fuera tantas tardes compañero en los ruedos de Manuel Rodríguez «Manolete».
No podía faltar en
este blog manoletista el extracto que recoge la opinión sobre el espada cordobés de su compañero, amigo y compadre.
«Gitanillo de Triana torea en la corrida de toros en la cual Manolete tomaba la alternativa. Actuó como padrino Chicuelo y Rafael como testigo.
—Les cortamos las
orejas a los toros Manolete, Chicuelo y yo.
—¿Qué te dijo Manolete?
A Rafael se le alegra el semblante. Apoya el codo en el mostrador y
me dice en tono confidencial:
—Manolete me dijo que no
era la primera vez que me veía, sino que me conocía de antes de la guerra, de
un tentadero donde él estaba como aficionado, allí, en Córdoba. Se mostró muy
agradecido, porque recordaba que yo le había dejado torear una becerra.
La verdad, no me acordaba.
Aquel año toreé otra vez muchas corridas de toros. Luego tuve otro bache y fue cuando empezó mi amistad con Manolete, que iba a la tertulia de Chicote con el señor Herrera, con Camará y mucha gente más que ahora no recuerdo. Manolo y yo salíamos juntos muchas veces. Empezó a ponerme de primer espada en los carteles donde él figuraba, y puedo decir que todas las corridas que toreé con Manolete, si no he cortado orejas, he quedado muy bien. Yo ponía interés para que me viera Camará.
Arruza, Gitanillo y Manolete |
—¿Cómo era Manolete de carácter?
—Muy simpático, aunque seco en apariencia. Para saber cómo era realmente, había que convivir con él. Dentro de aquella seriedad suya le gustaban las bromas y las chuflas a tiempo. Le gustaban el baile y el cante muchísimo. Íbamos mucho a Villa Rosa, donde pasaban todos los artistas de este género. A Manolo le gustaba mucho oír cantar a Caracol y, de mujeres, le gustaba ver bailar a mi suegra, Pastora Imperio.
Gitanillo de Triana y Manolete
iban a comer muchas veces a la Nicolasa y al frontón Recoletos.
—Le gustaba estar con amigos, en la intimidad, fuera del bullicio, porque su nombre ya era famoso y le traían frito con palmadas en la espalda, autógrafos. ¡Yo qué sé!
Gitanillo de Triana está en casi todos
los carteles en los que figura Manolete. También alterna con Juanito Belmonte, el Andaluz, Luis Miguel Dominguín…
—Era una época en que el público exigía mucho a Manolete y todos los que toreábamos con él teníamos que arrimarnos mucho. Yo he visto salir por la puerta de los chiqueros toros que me parecían difíciles, y luego, cuando Manolete los toreaba, resultaban magníficos. Estoy seguro que Manolete entendía de toros muchísimo.
Era compadre de Gitanillo
de Triana. Apadrinó a su hijo Rafael.
—Celebramos el bautizo
en la Ciudad Lineal, en una venta que tenía entonces mi suegra, que se llamaba La
Capitana. La celebración del bautizo duró dos días.
—¿Qué le regaló Manolete
al niño?
—Una medalla de oro, grande, con la imagen de San Rafael.
Rafael recuerda a Manolete en México. La habitación
del hotel estaba llena de gente de todas las clases sociales y políticas.
—Allí todo el mundo decía: «¡Viva España!» Recuerdo que en un banquete que le dieron a Manolo en Lima se levantó para hablar Agustín de Foxá. Dijo, entre otras cosas: «El mejor diplomático que ha podido mandar Franco a las Américas se llama a Manolete».
Manolete en la plaza de Lima |
Recuerda también como
una noche fue con Manolete a un club típico de México y cómo lo reconocieron al
entrar.
—El público se puso en pie y le hacían calle para que pasase, diciendo al mismo tiempo: «¡Viva el señor Manolete!» Porque en México le llamaban «el señor Manolete».
Eran los tiempos en
que Silverio Pérez era la figura del
toreo mexicano. Le enfrentaron con el torero cordobés en los ruedos, y la plaza
se llenaba de público cada tarde.
—Un día Silverio nos dio una comida en su casa. Recuerdo que me dijo: «Del esfuerzo que estoy haciendo con Manolete arrimándome, voy a enfermar».
Rafael no es hombre de anécdotas ni de historias preparadas para ser publicadas en los periódicos. Él es un hombre sencillo, noble de alma y poco dado a la política publicitaria.
—Y estamos ya en el año trágico para la suerte de Manolete y del toreo. Ese año toreamos en España. Manolo me decía muchas veces que era su último año de torero, porque pensaba retirarse. El público le exigía cada vez más, quizá mucho más de lo que puede darse. Yo he visto cómo ejecutaba treinta pases a un toro, cómo luego le cogía por el pitón y, a pesar de eso, la gente le gritaba desde los tendidos.
Con Miuras en Valencia |
Aquel 28 de agosto Gitanillo de Triana llegó de madrugada a Linares, pues el día anterior había toreado en otra plaza.
—Yo me encontré con Manolo en el Hotel de Linares. Vino a
mi habitación a fumar un cigarro conmigo. Yo tengo una bata que conservo aún,
que compré en Nueva York. Es muy florida, con muchos colores. Recuerdo que al
verla colgada detrás de la puerta la cogió por un pico y me dijo, de chufla: «¡Compadre,
que bata más gitana tienes!»
Hacía mucho calor en
Linares aquel 28 de agosto. Manolete, sentado en una silla junto
a la ventana, le dijo a Rafael, sin dejar el tono de broma:
—¿Qué, te vas a
arrimar mucho esta tarde?
Rafael le contestó, siguiendo su mismo tono:
—Mira, Manolo, quien tiene que arrimarse eres
tú.
Rafael recuerda el traje que vestía aquella tarde el torero de
Córdoba.
—Era un rosa claro y
oro. Cano nos hizo una fotografía en
la puerta de arrastre.
La tarde de Linares en los pinceles toreros de Diego Ramos |
No es un tema de
conversación agradable para Gitanillo de Triana, a quien se le
pone la voz grave recordando cómo llegó la tragedia.
—Esa tarde, el primer
toro me cogió y me dio una voltereta, pero sin consecuencias. Estuve regular.
Salió Manolete, y en su primer toro estuvo bien, pero sin cortar
oreja. La gente se metió con él. Dominguín cortó las orejas del tercero de la tarde. El quinto era Islero.
Salió manso, venciéndose mucho por un lado. Manolete se arrimó
muchísimo. Entró a matar en la suerte contraria, y el toro tenía mucha
tendencia a irse a los chiqueros. Se volcó encima del toro y le dio una
estocada hasta la bola. Fue en ese momento cuando Manolete resultó
empitonado por la ingle derecha. Ya herido el toro de muerte, saltó por
encima de Manolete y se fue hacia los chiqueros.
—¿Os dísteis cuenta de
que la cornada era grave?
—Desde el primer momento. Yo cogí la espada de descabellar y la muleta. Me fui hacia el toro para rematarlo, pero no hizo falta, porque el toro dobló y lo apuntillaron.
Terminada la corrida, Gitanillo
de Triana salió inmediatamente para el hotel, donde se cambió para ir a
la enfermería de la plaza. Todo el pueblo de Linares estaba ya sumergido en
aquella tragedia, pues la noticia saltó a la calle y corrió por los colmados.
—De la enfermería de la plaza trasladaron a Manolete al sanatorio, donde le hicieron varias transfusiones de sangre. Yo le dije a Camará que me iba con el coche de Manolo al encuentro del doctor Giménez Guinea, a quien había avisado. Lo encontré en Manzanares, en un bar, donde se aprovisionaba de hielo en gran cantidad, que debía necesitar para conservar algún preparado que traía de Madrid. Don Luis pasó al coche de Manolete y juntos volvimos a Linares.
Lo que ocurrió después
ya se ha contado muchas veces. Hacia las tres de la madrugada, Camará le dijo
a Gitanillo de Triana que se fuera, ya que tenía que torear al día siguiente
en Almería.
—Yo no quería, porque lo que deseaba en aquellos momentos era estar al lado de Manolo. No tuve más remedio que tomar la carretera, y al día siguiente Parrita, Juanito Belmonte y yo, los tres que estábamos anunciados, fuimos a hablar con la autoridad para que suspendiera la corrida, pues Manolete había muerto aquella madrugada. Las autoridades nos dijeron que era imposible, porque estaban en ferias y no se podían quedar sin toros. ¡Lo que son los contrastes de la vida! ¡Aquella tarde le corté las dos orejas a un toro de Santa Coloma!
Tan pronto como
terminó la corrida, los tres toreros fueron a Córdoba para asistir al entierro.
Rafael tenía la cabeza confusa por
el choque violento de aquella horrible tragedia. Todo había sido demasiado
inesperado y vertiginoso: bromear en su cuarto la mañana de la corrida a
propósito de la «bata gitana», fumar un pitillo, comentar el calor que hacía en
Linares...
Luego, la seriedad de Manolete
en la puerta de arrastre, mientras se envolvía en el capote de paseo, y media hora
después luchaba con la muerte en la cama de la enfermería.
—Aquella temporada toreé cuarenta corridas de toros. Después de esta desgracia de Manolo me vine completamente abajo. Tanto es así, que ya toreaba poco. Empezaba yo a pensar en montar un negocio, y así lo hice. Inauguré La Pañoleta, un bar-restaurante en la calle de Jardines. Este negocio lo conservo todavía.
Al enterarse Gitanillo de Triana que se organizaba una corrida de toros pro monumento a Manolete, se apresuró a enviar un telegrama a la comisión organizadora para ofrecerse a torear. Se iban a lidiar once toros, que matarían once toreros. Después, Rafael se fue al casino de Biarritz, con el cuadro flamenco que había organizado.
—Cuando volví a Madrid vi en La Pañoleta un gran cartel de toros en el que se anunciaba la corrida; pero mi nombre no figuraba. Telefoneé a Andrés Gago, que era uno de los organizadores. Me dijo que si no me habían incluido era porque, en un festival que se dio después de la muerte de Manolete, mi cuenta de gastos por desplazamientos de Sevilla a Córdoba había sido grande. Me di cuenta de que no podía ser, y le envié un telegrama a Cruz Conde, alcalde de Córdoba, rogándole que mandara revisar mis cuentas de aquel festival. Recibí inmediatamente la contestación, en la que se decía que mi cuenta era inferior a la de los demás toreros que habían intervenido en el festival.
Con este resultado, Rafael telefoneó a Andrés Gago. Le dijo que
él pensaba torear de todas formas y, además, con su nombre en los carteles.
Monumento a Manolete |
—Entonces me llamó Carlos Arruza para decirme que había un toro de don José de la Cova, y que si lo quería matar. Se hicieron nuevos carteles en los que fue incluido mi nombre, y el día de la corrida llegué a Córdoba en el tren de la mañana.
Fue al apartado. El
toro que le habían destinado pesó 280 kilos en canal. Y tenía dos
respetables pitones.
—¿Y los toros de los
demás toreros?
—Esos estaban convenientemente arreglados, porque así se había acordado, pues era una corrida de carácter benéfico. Yo entonces hablé para que me arreglaran el mío, y así quedamos. Cuando estaba ya en la plaza, vinieron a avisarme de que no había sido posible arreglar al toro.
Le pregunto a Rafael que si sabe lo que allí había contra él. Se encoge de hombros.
—Nunca lo he sabido. El caso es que yo tenía que torear aquel toro con los pitones limpios. Lo toreé, me cogió; pero le corté las dos orejas. Me jugué la vida. Era lo mismo. Para mí, aquello se había convertido en una cuestión de honor y de amor propio, y yo iba a lo que pasara.
El brindis de Gitanillo de Triana se comentaría mucho después. Salió a los medios con la montera en la mano, y alargando el brazo hacia el cielo, con la vista puesta en lo alto, dijo algo que nadie oyó, y dejó la montera en la arena».
2 comentarios:
Para conocer el toreo en general y a los toreros en particular, no hay fuentes más cristalinas de las que beber que los propios toreros.
¡Qué bonito escuchar estas palabras sobre Manolete de la boca de su compadre, Rafael Vega de los Reyes, Gitanillo de Triana! Testigo de tantas cosas en la vida… y en la muerte de Manolete.
Muchas gracias Antonio por traernos a la Plaza de la Lagunilla esta preciosa cita, a escasos días el 75º Aniversario de Linares.
Un fuerte abrazo.
Gracias Antonio por este recuerdo de Manolete unos días antes del 75ª aniversario de su muerte.
Un fuerte abrazo
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