El toro de Osborne. Foto El Ideal Gallego |
El toreo es una escuela de vida, la profesión donde el respeto al oficio y sus valores se impone como primer mandamiento, desde que cualquier aspirante sueña vestir el traje de luces. En el aprendizaje todo tiene un sentido, un razonamiento, un valor: la explicación de un experto es considerada un honor, cuando proviene de maestros con surcos en el cuerpo y el alma, que recuerdan su paso por los ruedos. El toreo es una carrera donde se escalan progresivamente los peldaños que conducen a la alternativa, según la idoneidad del aspirante. Nada se
improvisa. Lo que está en juego no es un futuro más o menos brillante,
sino la propia vida. De ahí que, además de valor, la profesión requiera muchas más cosas: saber superar la adversidad, inteligencia para resolver, conocimientos del toro y los encastes, de los terrenos y las querencias. Y por supuesto, una voluntad de acero para no desfallecer en el intento. Toda preparación es poca para enfrentarse al patas negras.
Añoro los valores del toreo en la política, donde la mayoría de los que se inician, sean del signo que sean, llegan ligeros de equipaje, con el título universitario de una carrera que no han ejercido, sin experiencia profesional y, consecuentemente, sin preparación para ostentar de la noche a la mañana un cargo público, lo que sin embargo les llega trepando en la organización del partido, donde se valorará preferentemente la capacidad de descalificación del adversario, para desempeñar un puesto en cualquier área -no se requiere conocimiento previo- cuyos beneficios económicos permitirán rentas vitalicias. He ahí la transformación en crisálida de un titulado superior sin futuro, o dicho más claro, de un trepa en señoría.
Lo malo es que sus señorías no están a la altura del pueblo al que representan, ese que está de políticos hasta el bulto que destaca en las taleguillas del traje de torear. Ya quisiera el pueblo tener los privilegios de esta casta -¿o ya no es casta?, como antes decían los que ahora son socios del selecto club-, en sueldos que quitan el hipo, dietas, ayudas de residencia y hospedaje, transporte, comedor de lujo a la carta en el restaurante del Congreso a precios de bar de barrio, indemnizaciones por cesantías, pensión máxima de la Seguridad Social con siete años de ejercicio político, así como un largo etcétera de beneficios económicos, puertas giratorias y dispensas, que encabronan al más santo ante la falta de escrúpulo de quienes transmiten una tremenda inseguridad, porque no saben gestionar los terribles momentos que estamos viviendo. La señoría del privilegiado oficio de político consiste en descalificar al adversario, bloquear propuestas de acuerdo de cualquier otro signo, evidenciar mala educación, y disputarse un liderazgo en arrogancia, desconocimiento y hasta dudosa humanidad, cuando no respetan la cuarentena del virus estando obligados a ello, como cualquier otro españolito de a pie. De vergüenza.
Añoro los valores del toreo en la política, donde la mayoría de los que se inician, sean del signo que sean, llegan ligeros de equipaje, con el título universitario de una carrera que no han ejercido, sin experiencia profesional y, consecuentemente, sin preparación para ostentar de la noche a la mañana un cargo público, lo que sin embargo les llega trepando en la organización del partido, donde se valorará preferentemente la capacidad de descalificación del adversario, para desempeñar un puesto en cualquier área -no se requiere conocimiento previo- cuyos beneficios económicos permitirán rentas vitalicias. He ahí la transformación en crisálida de un titulado superior sin futuro, o dicho más claro, de un trepa en señoría.
Lo malo es que sus señorías no están a la altura del pueblo al que representan, ese que está de políticos hasta el bulto que destaca en las taleguillas del traje de torear. Ya quisiera el pueblo tener los privilegios de esta casta -¿o ya no es casta?, como antes decían los que ahora son socios del selecto club-, en sueldos que quitan el hipo, dietas, ayudas de residencia y hospedaje, transporte, comedor de lujo a la carta en el restaurante del Congreso a precios de bar de barrio, indemnizaciones por cesantías, pensión máxima de la Seguridad Social con siete años de ejercicio político, así como un largo etcétera de beneficios económicos, puertas giratorias y dispensas, que encabronan al más santo ante la falta de escrúpulo de quienes transmiten una tremenda inseguridad, porque no saben gestionar los terribles momentos que estamos viviendo. La señoría del privilegiado oficio de político consiste en descalificar al adversario, bloquear propuestas de acuerdo de cualquier otro signo, evidenciar mala educación, y disputarse un liderazgo en arrogancia, desconocimiento y hasta dudosa humanidad, cuando no respetan la cuarentena del virus estando obligados a ello, como cualquier otro españolito de a pie. De vergüenza.
Ondeando la bandera de la incapacidad de gestión, el orgullo y la soberbia dejan a un lado a la comunidad científica, a las personas cualificadas que podrían sumar, mientras aseguran seguir el consejo de unos expertos que nadie conoce, para continuar con la improvisación chapucera, que evidencia el horroroso ridículo por decisiones adoptadas, después corregidas y más tarde modificadas. El duro momento que vive la ciudadanía, y el que se adivina estar por llegar requieren coherencia y firmeza, asesoramiento especializado de la comunidad científica, buena gestión y altura
de miras.
Estamos cansados de la clase política. De toda sin excepción, de la que
manda y de la que quiere mandar, de los tibios y de los extremistas de cualquier tendencia, sean patriotas, bolcheviques o delincuentes condenados por delirios secesionistas. La pandemia mata, el confinamiento desespera y la sociedad está sufriendo un daño
irreversible. El gobierno no puede seguir improvisando. Han sido demasiados errores de bulto. Ni la oposición alinearse en un enfrentamiento constante para conseguir rentas de votos. Son momentos de verdadera unidad, como están demostrado todos los españoles, porque tras la guerra vendrá la postguerra con su miseria. Por eso no hay tarea más importante que proteger a todos los colectivos desfavorecidos, a todos sin excepción, a los que han perdido el trabajo o negocio que mantenía a sus familias. La clase política tiene el deber moral de estar a la altura de la ciudadanía a la que representa. Esa sí que es ejemplar.
AHORA MÁS QUE NUNCA
Por Alejandro Abad, familia y amigos. Esta canción se creó en agradecimiento y reconocimiento al personal sanitario y no sanitario, que cuidan de lo más importante, nuestra salud. Este video está dedicado a ellos, y a todas las personas que se encuentran desempeñando servicios esenciales durante el confinamiento y siempre, a las personas que tristemente nos están dejando y muy especialmente a las familias, con la esperanza y la convicción de recuperar cuando antes una normalidad fortalecida. La recaudación es para Médicos sin Fronteras.
1 comentario:
MAGNIFICO artículo, como siempre amigo Antonio Luis, hace falta que tengan nivel y no anden dando tumbos. Esto pasara, si Dios quiere, y tendremos que pedirles a todos responsabilidad. Un abrazo.
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