sábado, 1 de junio de 2019

RÉQUIEM POR LAS PLAZAS DE LOS PUEBLOS

Por Antonio Luis Aguilera
Plaza de toros de Cabra. Foto Antonio Mesa
Cuando el efímero grupo de figuras conocido como G5 –El Juli, Morante de la Puebla, José María Manzanares, Miguel Ángel Perera y Alejandro Talavante- boicoteó la feria de Sevilla de 2014, argumentando que no torearían en la Maestranza mientras el coso del Baratillo continuara en manos de la empresa Pagés, batalla que consiguió retirar de la primera línea de gestión a Eduardo Canorea, que previamente había declarado chulesca y groseramente: Si José Tomás va a venir con la canción de la recaudación, que se vaya a Senegal”, fueron varios los comunicados  emitidos por los toreros integrantes. Todos exigían respeto y dinero, alguno aseguraba no haber cobrado en Sevilla lo pactado, y otro decía sentirse respetado pero firmaba por solidaridad con sus compañeros.
Se comenta que antes del feo plantón de las figuras a la afición sevillana, se celebró una reunión del G5, a la que acudió el torero destinado a África por la incontinencia verbal de Canorea, quien había sido invitado por si estimaba oportuno adherirse al acuerdo del grupo. Al ser preguntado si lo firmaba contestó que lo haría con la condición de que se añadiera que las figuras solo se anunciarían en las plazas de primera y segunda categoría, liberando el resto de cosos menores en beneficio de los compañeros de la zona baja del escalafón, que también necesitaban torear y vivir de la profesión.
Al parecer, la propuesta fue objetada por el líder del grupo, argumentando que en esas plazas cobraba ocho kilos por corrida, y replicada por el torero invitado, que aseguró que a él no le ofrecían ocho, sino más del doble de esa suma y sin embargo no iba, porque lo consideraba una cuestión de respeto a la profesión. Como el G5 no la aceptó, el torero que calla y se manifiesta en los ruedos, cuyos aforos revienta cada tarde que se anuncia, abandonó el lugar para continuar navegando con vientos de libertad e independencia.
Plaza de toros de Priego de Córdoba
Esta leyenda, que pronto circuló por lo bajini entre la gente del toro, sirve para recordar que las plazas de los pueblos, antes de ser invadidas por las figuras, fueron verdaderos centros de formación profesional del toreo, escuelas para becerristas y  novilleros, y ruedos propios para que adquirieran oficio los nuevos matadores. Además, esas escuelas de aprendizaje también ayudaban a los ganaderos a limpiar las dehesas, lidiando en ellas como utreros a los ejemplares desechados de tienta y cerrado -que de esta forma se anunciaba en los carteles de las novilladas-, así como comprobar los resultados de la selección de toros defectuosos de pitones o bastos de hechuras, que, si bien no servían para igualar corridas en plazas de ferias, eran aptas para formar encierros que compraban los empresarios modestos que organizaban los festejos de los pueblos, y montaban carteles en las ferias o fiestas del patrón para ofrecer espectáculos taurinos a los aficionados de estas localidades. 
Novillada en Cabra año 1965
Las plazas del segundo circuito de la temporada española eran gestionadas por empresarios románticos, que oteaban las ganaderías y los chavales que destacaban en los tentaderos, para después atreverse a montar los festejos que facilitaban el aprendizaje –así fueron los inicios de Emilio Muñoz, Morante de la Puebla y otros toreros-. Con mucho esfuerzo y  habilidad llenaban las calles de publicidad e incluían a los espadas del pueblo o localidades próximas, a los que anunciaban buscando el apoyo del paisanaje. De esta manera, no había día del patrón o feria de pueblo sin toros, con precios adecuados a las enjutas economías de los ciudadanos de la España rural, que si por razones económicas no podían acudir a la capital para ver a las figuras, iban a las que organizaban en sus pueblos, esas localidades entrañables que tanto bien hicieron al toreo, porque en ellas los novilleros y los nuevos espadas iban madurando, adquiriendo oficio, sumando festejos y sintiendo el calor de los aficionados, que normalmente, si triunfaban, volvían a repetirlos  en las fiestas de la recolección de la cosecha, en las postrimerías de la temporada.
Lamentablemente, desde los años ochenta del pasado siglo, por el afán de sumar festejos y hacer caja, las figuras decidieron anunciarse en los pueblos, e inmediatamente cambió el panorama rompiéndose la cuerda por el lado más débil. ¿Cuál fue el resultado? Pues los empresarios modestos fueron marginados, muchas ganaderías con mercado en palenques rurales desaparecieron, los toreros que empezaban fueron ignorados para poner los comisionistas a los que ellos apoderaban, y los novilleros olvidados. Con el oropel de las figuras  y la codicia de representantes y representados menguaron alarmantemente los festejos del segundo circuito, el de  la España rural, donde echaban la temporada los sencillos del toreo. En muchas de esas localidades ya no se celebran festejos, porque no se pensó en el relevo generacional, en los jóvenes que no podían pagar las entradas de las figuras, quienes crecieron sin entrar en sus plazas, sin vivir el ambiente único y festivo de un día de toros en el pueblo. Sin aficionarse. Para colmo de males, más recientemente habrán escuchado los falsos discursos animalistas de quienes llegaron a la política con una mano delante y otra detrás, y ahora viven en chalets de lujo escoltados por la guardia civil. 
Plaza de toros de Belmez. Foto Belmez taurino
Pero con la Fiesta de los Toros no terminarán los animalistas, ni los discursos fatuos de dictadores bolcheviques residentes en urbanizaciones de lujo, los que hablan de libertad y quieren cercenar la de los aficionados para ir a las corridas. No, la Fiesta terminará antes aniquilada por la falta de escrúpulo y valores éticos de los taurinos, de los piratas que manejan y controlan todos los hilos del negocio, por los comisionistas y cambistas de cromos que, repitiendo carteles de espadas caducos y vistos, que no despiertan interés alguno, han arrasado las plazas sencillas, esas donde tuvieron cabida los humildes del toreo.  
El torero que no quiso firmar el manifiesto llevaba más razón que un santo, aunque su propuesta no gustara a las figuras que no quieren recordar cómo fueron sus principios en el oficio, y ven las plazas de pueblos como un filón donde se cumple el aserto de "billete grande y toro chico". A ellos no les importa que hace años a esas plazas acudiera la gente sencilla, atraída e ilusionada por los montajes de los empresarios románticos, para gastar sus honrados jornales ayudando a ganaderías que ya dejaron de existir, becerristas, novilleros y toreros nuevos. Para invertir en el futuro de la Fiesta y hacer posible ese segundo circuito que durante tanto tiempo alimentó la base del toreo. 


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