Por Antonio Luis Aguilera
Monumento a Manolete en el barrio de Santa Marina de Córdoba. Foto Manuel D. Castilla |
Algunos juicios de la crítica figuran en la jerga taurina por provenir de sujetos reconocidos, a los que el pueblo llano otorga rango de autoridad taurina, ignorando que de toros, como afirman los sabios y sencillos hombres del campo, no saben ni
las vacas. Resulta sorprendente que existan aficionados que sobrevaloren
los escritos de algunos cronistas poco objetivos, y tras presenciar una corrida cambien de opinión, para no ir con el paso cambiado, ante el respeto que merecen los que saben: los especialistas.
A quienes acuden a la plaza con tan pobre criterio, habría que recordarles que en la
crítica, como en cualquier otro orden de la vida, conviven los que van de frente y
por derecho, con quienes, descolocados históricamente, abusan del horroroso pico de
la subjetividad, acuñando dogmas que procuran propagar a modo de jurisprudencia.
Uno de estos falsos dogmas, de moda en un cacareado gallinero,
es el que censura al torero que descarga
la suerte, cuando este, para ligar los pases con la muleta, perfectamente encajado
con el toro, cita con el compás abierto. Se aplica para menospreciar faenas
cuya sustentación técnica reprobaron ilustres
plumas, que calificaron la acción como una conculcación de las reglas clásicas del arte de torear, normas que invocaron quizá sin haber leído, y con las que pretendieron encorsetar un arte vivo como el toreo. Así pues, no estaría de más revisar los clasicismos invocados, para comprobar si han resistido el
paso del tiempo y la evolución del toreo.
Se aceptan como clásicas las tauromaquias de Pepe
Hillo, escrita en 1796 por José
de la Tixera ;
la de Paquiro, publicada en 1836 por Santos López Pelegrín, Abenamar; y la de Guerrita, redactada bajo
su dirección técnica en 1896 por Leopoldo
Vázquez, Luis Gandullo y Leopoldo López de Sáa. Las dos primeras contemplan un toreo primitivo, donde la lidia gravita sobre el tercio de
varas y la suerte suprema. La muleta aún no tiene protagonismo, solo es la azafata de la espada, pues estaba mal visto dar más pases de los necesarios antes de montar el estoque, y se reprobaba todo exceso que restara ímpetu
al toro en el trance decisivo, cuando el matador citaba a recibir,
suerte habitual entonces aunque no la única.
Rafael Guerra Guerrita. Foto Montilla |
Ortega adelanta la pierna de salida. Foto Cano |
Manolete torea a Islero. ¿...qué era entonces aquel quebrar de la cintura, aquel bajar del brazo y la muleta hasta la arena, haciendo humillar al toro? Foto Cano. |
El gran escritor y excelente analista del toreo José
Alameda, en su libro Los arquitectos del
toreo moderno, editado en México en 1961 y reeditado en España por editorial Bellaterra en 2010, aborda con brillantez
la cuestión: “… si no puede torearse sin
cargar la suerte, falla el reproche de que Manolete
no la cargaba. Lo que quieren decir ciertos “críticos” es que el toreo de Manolete no les gusta y en eso están en
su derecho, porque en gustos se rompen géneros. Pero afirmar que no cargaba la
suerte carece de sentido. Pues ¿qué era, entonces, aquel quebrar de la cintura,
en un natural de Manolete, aquel
bajar del brazo y la muleta hasta la arena, haciendo humillar al toro, al mismo
tiempo que le marcaba ya la trayectoria por donde el pase había de
desarrollarse? ¿Acaso no era eso cargar la suerte?”.
"haciendo humillar al toro, al mismo tiempo que le marcaba ya la trayectoria por donde el pase había de desarrollarse". Foto Mateo |
Como asegura el maestro José Alameda: "La historia no establece dogmas, los establecen quienes la escriben". Después de Manolete nadie toreó como Ortega, que basaba su faena en un
intercambio de pases y pasos, en un toreo de avance sobre las piernas, poderoso
para quienes aceptaban esta expresión de dominio, y de menor valor para los
que veían en su planteamiento una forma más o menos elegante de no pararse e irse al rabo -la apasionada afición mexicana le mostró la otra cara de la moneda con esta cantinela: De domingo a domingo, siempre lo mismo Domingo. La perspectiva histórica demuestra la escasa implantación de ese concepto del toreo en los espadas, por mucho que la teoría fuera propagada por el sanedrín de la crítica como
la sagrada escritura del toreo, pues la inmensa mayoría aceptó y adoptó, para expresar su acento artístico el toreo censurado, el ligado en redondo que reveló Gallito, pulió Chicuelo y consolidó Manolete, el cual permite, con el compás cerrado, abierto o incluso retrasando la
pierna de salida, dejar que el toro venga por su camino natural y, sin quebrarlo hacia fuera, conducirlo hacia atrás y hacia adentro, hasta donde termina el recorrido del brazo y la muñeca apura al vaciar, para que el lidiador gire sus talones y quede colocado para emprender el siguiente pase. Este intercambio de los terrenos del toro y del torero permite la solución geométrica de la ligazón de los pases, aunque algunos especialistas, midan la colocación de la pierna de salida para juzgar si se falta a la verdad del toreo, y censuren a los diestros que descargan la suerte de no estar adelantada.
Manolete no solo cargaba la suerte, sino que fue de los toreros más honrados que han vestido el traje de luces, no se alivió jamás -ni siquiera cuando sus compañeros se lo pedían ante situaciones comprometidas-, y haciendo gala de una entrega absoluta fue por derecho hasta el final. Le acusaron de ventajista, por citar de perfil con la muleta retrasada, sin percatarse del nuevo modo de obligar a embestir a todos los toros, que reveló acortando las distancias con pases laterales hacia el toro, y no respetaron su acento artístico, la majestuosa verticalidad desde la que sentía y expresaba su toreo. Y cuando no vivía, esto sí que es inmoral, de torero fraudulento, que faltaba a la verdad del toreo por no adelantar la pierna contraria. Pero la miserable acusación de los inquisidores de su arte, "la verdad del toreo", en Manolete fue virtud, y con toda seguridad habría sido el titular más cabal para rotular lo que ocurrió en Linares la tarde del 28 de agosto de 1947.
Manolete no solo cargaba la suerte, sino que fue de los toreros más honrados que han vestido el traje de luces, no se alivió jamás -ni siquiera cuando sus compañeros se lo pedían ante situaciones comprometidas-, y haciendo gala de una entrega absoluta fue por derecho hasta el final. Le acusaron de ventajista, por citar de perfil con la muleta retrasada, sin percatarse del nuevo modo de obligar a embestir a todos los toros, que reveló acortando las distancias con pases laterales hacia el toro, y no respetaron su acento artístico, la majestuosa verticalidad desde la que sentía y expresaba su toreo. Y cuando no vivía, esto sí que es inmoral, de torero fraudulento, que faltaba a la verdad del toreo por no adelantar la pierna contraria. Pero la miserable acusación de los inquisidores de su arte, "la verdad del toreo", en Manolete fue virtud, y con toda seguridad habría sido el titular más cabal para rotular lo que ocurrió en Linares la tarde del 28 de agosto de 1947.
Imágenes de Manolete en México
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