miércoles, 21 de agosto de 2024

«MANOLETE»: LA DIGNIDAD VESTIDA DE LUCES

Por Antonio Luis Aguilera

 

La tauromaquia de «Manolete» no ha envejecido ni perdido vigencia

A pesar de los años transcurridos, la tauromaquia de «Manolete» no ha envejecido ni perdido vigencia. Basta observar las fotografías de su época para comprobar la actualidad de su toreo. Lo expresó en la arena, para que todos los toreros pudieran beber de su fuente al mostrar su acento, y su huella permanece en los ruedos cada tarde de corrida. No pudieron borrarla las patrañas de quienes lo censuraron sin objetividad ni escrúpulos. Ni desprestigiarlo con la engolada y ridícula conferencia de Domingo Ortega en el Ateneo madrileño: la venganza leída en unas cuartillas que escribió, ¿o le escribieron?, explicando su concepto del toreo, el cambiado o de avance con el toro, para censurar el de reunión con el cite de perfil del espada que no fue capaz de nombrar en la tribuna, donde cuestionó la pureza del torero que con su arte enseñoreó el toreo de los años cuarenta, muerto casi tres años antes por la cornada de un Miura en la plaza de Linares. No deja de sorprender que en un mundo de valores como el toreo, donde el respeto es norma sagrada entre los profesionales, al espada de Borox no le temblara el pulso al sujetar aquellas cuartillas, tan irrespetuosas y de dudosa moral, que cuestionaban al torero que había entregado su vida en el ruedo: el compañero que siempre lo llamó «maestro» y le habló de usted. 


«Manolete» y «Platino» en México. ¿Ha perdido actualidad su toreo?

Tampoco pudieron silenciar la realidad histórica del torero cordobés las artimañas de Marcial Lalanda, tan beligerante en la ruptura del convenio taurino hispano-mexicano como burdo en la estrategia del desafío a «Manolete» de «corridas duras en plazas importantes», puesto en boca de su poderdante Pepe Luis Vázquez, buscando titulares de la crítica adepta en plena campaña antimanoletista, fruto del rencor del veterano espada madrileño al torero que adelantó su retirada de los ruedos. El valor, la entrega y la perseverancia en el triunfo de «Manolete» resultaron insostenibles y terminaron barriendo a los diestros que esperaban a que saliera su toro. Los rayos siempre fueron a las cumbres, pero al gran espada cordobés lo odiaron hasta después de muerto —ahí están las hemerotecas—, algunos de los toreros que no le sostuvieron el pulso en los ruedos. Recordamos con cariño las señoriales palabras de un matador de la elegancia de Ángel Luis «Bienvenida»: «¡Mire usted, si el toreo ha tenido un dios y una virgen, ese ha sido «Manolete»! Primero fue él y luego todos los demás. Lo que ocurre es que aquí hay mucha envidia y eso no se perdona. Desgraciadamente en España hay muchos envidiosos».


Pamplona, 1947: «Aquel saber estar
 ante el toro y ante el público».

Manuel Rodríguez dijo con amargura que para él nunca hubo eso que llaman «palmas de simpatía», y defendió que donde tienen que hablar los toreros es en el ruedo. Y eso fue lo que hizo hasta el final. Ahí dejó su testimonio para que todos los diestros que le sucedieron pudieran utilizar esa arquitectura al expresar su acento: la técnica del toreo de reunión que versifica los pases en series. El toreo preconizado por «Guerrita» en su Tauromaquia, puesto en valor por «Joselito» en su faena habitual, pulido con la gracia artística de «Chicuelo», que dio otra vuelta de tuerca a la ligazón alternando los terrenos, e instaurado como el nuevo canon de torear por la impresionante regularidad de «Manolete». Después de él ningún diestro recurrió al toreo cambiado para argumentar su modelo de faena. Ni posiblemente el público habría consentido el regreso de los trasteos de un pase aquí y otro allí buscando el rabo, por mucha «cargazón» que tuvieran.


«Manolete» con un Miura en Valencia.

Observando la historia con perspectiva, resulta vergonzoso que excepto a Rafael Guerra, al que no alcanzó a ver, los tres inmensos toreros que forman la columna vertebral del toreo moderno fueran maltratados, ignorados e incomprendidos por el dogmático e influyente crítico del Diario ABC Gregorio Corrochano, que no tuvo reparos en escribir su propia historia, preocupado de defender y ensalzar el toreo de su cuerda —el cambiado o de avance— y generalizando ridículas teorías, como la que pretendía sacralizar el movimiento de adelantar la pierna de salida para cargar la suerte —todavía tiene adeptos en sectores integristas—. Sin embargo, como escribió «José Alameda», posiblemente el mejor analista de la evolución del toreo, la historia no establece dogmas, los establecen los que la escriben. Razonaba el brillante escritor madrileño que existe una ley de gravedad universal de la que no puede escapar el toreo, defendiendo que la suerte se carga en el punto donde gravita, es decir, donde se produce. Y lógicamente, en el toreo de reunión, donde el torero deja venir al toro por su terreno natural para conducirlo hacia atrás y hacia adentro, no se puede sustentar en el mismo punto que en el toreo de avance, donde el matador se cruza al pitón contrario para desplazar el viaje del animal hacia los terrenos de afuera. 


«Vergüenza profesional a carta cabal»
Barcelona, 1944. Majestuoso natural
al toro "Perfecto" de Miura. Foto Mateo.

«Manolete» que sentía el toreo de línea natural, se colocaba enhilado con el toro por el lado que iba a torear, y desde la verticalidad que interpretaba el toreo iba acortando las distancias hacia el animal con pasos laterales, llegándole poco a poco con la muleta retrasada hasta provocar su arrancada. Por delante ofrecía su propio cuerpo, para que el animal eligiera entre él o la tela que presentaba cerca de la pierna de salida. De esta forma, por su inmenso valor, creó una nueva manera de obligar a embestir para aprovechar la mayoría de los toros quedados de su tiempo, tuvieran estos mayor o menor recorrido. Sin embargo, para el ortodoxo sanedrín de la escuadra y el cartabón resultaba ignominioso ese toreo, e hipócritamente censuraron el medio pase, sin valorar que «Manolete» se colocaba en un terreno que los demás rehuían, y comenzaba el natural donde otros lo terminaban. Y por supuesto, sin valorar que esa técnica le permitía rematar el pase limpio por abajo, para quedar colocado en la cara y ligar largas series de naturales en un palmo de terreno, de una emoción y gallardía únicas, que provocaban asombro por su majestuosidad y encendían el entusiasmo del público. También, la inconfesable envidia de los que no aceptaron que «Manolete» fue el mejor de su tiempo, un torero único e irrepetible: un espejo de toreros, de los de antes y de los de ahora. Como escribió el historiador Fernando Claramunt: «Nadie ha vuelto a pasear aquella dignidad vestida de luces, aquel saber estar ante el toro y ante el público. Entrega absoluta. Vergüenza profesional a carta cabal».


«Manolete», Santander, 26 de agosto de 1947.
"Presentimiento" tituló su foto Nicolás Müller
 
 «De lo que pasa en el mundo

por Dios que no entiendo ná,

el cardo siempre gritando

y la flor siempre callá».

 

Lole Montoya 

(«Todo es de color». Lole y Manuel)

 

4 comentarios:

JAragon dijo...

Amigo Antonio.
Entrada llena de criterio en lo técnico y crítica ante el injusto trato dado, por intereses espurios, a la figura del toreo que fue Manolete y a su legado para el arte de la tauromaquia.
Me gustaría resaltar algunas frases que escribes:
"Los rayos siempre fueron a las cumbres" "La historia no establece dogmas, los establecen los que la escriben" "El cardo siempre gritando y la flor siempre callá".
Enhorabuena.

Andrés Osado dijo...

Y tú, querido amigo Antonio, fiel y sin ambages, continuas en la senda de la verdad. ¡Ole, por tí! Un fuerte abrazo.

A.Estévez Reyes dijo...

Querido maestro. Para un neófito como un servidor de la Fiesta Nacional, tus escritos son agua pura de manantial que llenan lentamente mi alma inquieta de sabiduría. Desde Fuengirola te mando un abrazo fuerte. Gracias mil.

Antonio Fuentes Hernández dijo...

Enhorabuena, amigo Antonio. Sensacional.