Por
Antonio Luis Aguilera
El recuerdo de Manolete
sigue vivo en Córdoba. No hay barrio, clásico o moderno, desde Santa Marina a
San Basilio, o desde San Lorenzo al Campo de la Verdad, cuyas tabernas no
cuelguen fotos de Manuel Rodríguez, elegantemente vestido de calle o majestuosamente de torero.
Fotos color sepia o blanco y negro, que son admiradas con renovado entusiasmo
por quienes las han visto cientos de veces, y con profundo respeto por quienes
visitan la ciudad y las observan por primera vez. La atracción del personaje
sigue siendo irresistible por su porte señorial y torera distinción. Manolete
fue un espada irrepetible y trascendental en la historia del toreo, por haber
consolidado un concepto técnico que continúa proyectándose en los ruedos cada
tarde de corrida: el toreo ligado en redondo.
Ocurrió en los años cuarenta del
siglo XX. El valor sin fisura y la entrega absoluta de Manuel Rodríguez, le permitieron ejecutar a
todos los toros la ligazón de los pases prescrita por Guerrita en su
Tauromaquia, revelada por Gallito en los ruedos, y pulida con la gracia
de Chicuelo en el
sitio donde se paró y templó Belmonte. Desde entonces nadie ha podido
robar a Manolete su auténtico protagonismo en la historia del arte de
torear, aunque no faltaran los tristes intentos, de palabra y después de muerto
el torero, de diestros que no le aguantaron el pulso, ni aceptaron que les
adelantara la retirada de los ruedos, con el apoyo soterrado de una crítica
influyente, cuya nostalgia por la «edad de oro» le impidió ver la evolución que
sucedía ante sus ojos.
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La Lagunilla. Foto David Manolo Castilla |
Pero volvamos a Córdoba, serena,
honda como un misterio, donde el silencio y autenticidad de sus rincones
recuerdan la naturalidad en la vida y en los ruedos de Manuel, el hijo
de doña Angustias, vecina de la recoleta plaza de La Lagunilla, frente a
la ermita del Colodro, en la calle Mayor de Santa Marina. La ciudad de la
Mezquita cala pronto en el alma del visitante. La profunda huella de varias civilizaciones
se palpa en sus calles y plazas. En pocos lugares del mundo el silencio permite
al caminante escuchar el sonido de sus propios pasos, mientras respira
fragancias de azahar, celindas o jazmines, ni queda absorto ante la sencilla belleza
de paredes encaladas, blancas como lienzos, donde parecen dibujadas en forja rejas
y balcones, que muestran presumidos geranios, claveles o gitanillas, mientras
el suave rumor de sencillos surtidores de agua descubre unos patios únicos en
el mundo, declarados por la UNESCO Patrimonio Cultural Inmaterial de la
Humanidad.
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Manolete con sus padres |
Plaza de La Lagunilla. Foto Santiago Carrasco |
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Carmen Acosta. Foto Cuevas. |
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