Por Antonio Luis
Aguilera
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Domingo Ortega. Foto Cano |
Cargar la suerte. He aquí un
aspecto técnico del toreo, que suele presentarse como canon de autenticidad y
pureza, pero se presta a confusión y polémica. Existe entre la afición una corriente
de opinión extendida, que considera que es otorgar profundidad a los lances
o muletazos, y se consigue echando la “pata pálante”. Dicho más claro: cuando el
torero en la suerte adelanta la pierna contraria, la que coincide con la salida
del toro, obligándolo a desviar su trayectoria hacia afuera, para salvar el
obstáculo que encuentra en su viaje. Quienes aceptan esta teoría entienden que
ello tiene mayor mérito que torear con la pierna de salida retrasada, porque entonces la trayectoria del animal es rectilínea, al no encontrar
ningún impedimento en su camino. Pero como el arte del toreo no es una ciencia
exacta, conviene recordar que no estamos ante un teorema, sino ante una interpretación
que, como tal, puede ser cuestionada.
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Conferencia del Ateneo de Domingo Ortega |
Nunca la conferencia de un torero
había tenido tanto eco, pues no era frecuente, tampoco hoy lo es, que un
matador de toros exprese públicamente sus ideas en un oratorio. No obstante,
amplia fue la repercusión de la pronunciada por Domingo Ortega en el Ateneo de Madrid, titulada “El arte de
torear”, y que fue editada por la Revista de Occidente en 1950, pues indudablemente
tuvo mucho que ver en el tema que tratamos, al influir poderosamente en la
crítica de la época y, a través de ésta, en la afición. El maestro de Borox sostuvo
que cargar la suerte no es abrir el compás, porque así el torero alarga el
viaje del toro, pero no profundiza, y afirmó que la profundidad la otorga el
lidiador cuando la pierna avanza hacia el frente, no hacia el costado. Por
razones demasiado tristes, en esa época era el argumento esperado por algunos
críticos muy influyentes para proclamar “la verdad del toreo”, y “restaurar el
orden taurino”, al parecer hecho añicos por la implantación del toreo ligado en
redondo, impuesto definitivamente en los ruedos por Manolete, quien ya no tenía opción de defenderse. Se trataba del mismo torero que
pocos años antes había sido etiquetado de perfilero y ventajoso -de mentiroso, hablando claro,- por el “sanedrín” de la crítica conservadora.
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Manolete toreando a Islero. Foto Cano |
Restaurar la “verdad del toreo”, en
un oratorio y ante un público adepto, que estaba mancillada por “el gran
estoqueador” que murió en el ruedo -¿de mentira?- ante un toro de Miura. Y para restituirla, “cargar la
suerte”, la fórmula idónea para recuperar la “profundidad” que le había sido
hurtada. Domingo Ortega, sabiendo que nadaba a favor de
corriente, y sin nombrar al matador que acusaba -el mismo al que no aguantó el
pulso en los ruedos-, incluso se permitió regañar a la afición, a la que culpó de
no haber sido fiel a las normas clásicas: parar, templar y mandar. Le reprobaba
su entrega absoluta al torero que enseñoreó toda una época, eclipsando a todos
los demás espadas. Amonestado el “respetable”, sugirió propósito de enmienda, recomendando,
a modo de penitencia, profesar fidelidad a las normas clásicas que él,
corregidas y aumentadas, se permitía actualizar con la bendición de un poderoso sector de la crítica: parar, templar, ”cargar” y mandar. Lo demás quedaba en
manos de los que habrían de escribir la historia. Ya tenían “argumento” para
“demostrar” que Manolete, el
arquitecto que ensambló y desarrolló los preceptos gallistas y belmontintas, había
trucado el toreo auténtico. Pero la historia no lo consintió.
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Domingo Ortega adelanta la pierna contraria |
Cargar la suerte adelantando la
pierna contraria para otorgar profundidad al toreo. He ahí el dogma. Pero, ¿a
qué tipo de toreo se refiere: al de avance, ganando pasos al toro, o al de
reunión? Pasos y pases, he aquí la clave para entender dos formas diferentes
del arte de torear. ¿Pretendía demostrar el maestro de Borox que la profundidad
es exclusiva del toreo de avance? Ante esta argumentación no faltan quienes piensan que así se desvía hacia fuera
el viaje del toro al entrar en jurisdicción, o sea, que se le quiebra la
embestida ganándole la acción. Y que esta “profundidad”, ¿o avance?, es una
ventaja del torero, que se para en el cite, pero no espera la acometida para
reunirse con ella, sino que la despide hacia fuera en el momento del embroque.
Puede, incluso, que quienes así piensan otorguen mayor importancia al torero
que, con el compás abierto y la pierna de salida desplazada hacia el costado, o
ligeramente retrasada, deja venir al toro por su línea natural para terminar
rompiéndola, una vez que lo ha pasado por la barriga, al obligarle a ir hacia
atrás y hacia dentro, y resuelve la ligazón de los pases sin enmendar la
posición, girando sobre su eje. Indudablemente, de esta forma se apura la
suerte en un palmo de terreno. Aunque, según la teoría de Ortega, no se “profundiza”.
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Manolete al natural, Foto Mateo. |
¿Acaso “cargar la suerte” no es
aumentar el riesgo cuando el torero carga el peso de su cuerpo sobre la pierna
de salida, independientemente de que esta se encuentre adelantada, desplazada
hacia el costado o ligeramente retrasada, y en ese preciso instante resuelve el
lance o muletazo? ¿Puede afirmarse escolásticamente que en una sola acción se
concentra la “profundidad” del toreo? ¿Quién puede definir la “profundidad” en
un arte vivo como el toreo, capaz de emocionar al público y provocar su
manifestación espontánea? Si de algo estamos convencidos es que la
“profundidad” del toreo no la otorga echar la “pata pálante”. Como enseña quien
a nuestro juicio ha sido el mejor analista de la historia del toreo, Carlos Fernández López-Valdemoro “Pepe Alameda”, en su extraordinaria
obra “El hilo del toreo” (Espasa-Calpe 1989), existe una ley de gravitación universal a la que no
escapa el toreo: “Hay en toda suerte,
necesariamente, un punto de sustentación, un punto de apoyo sobre el cual
gravita. Cargar la suerte: darle su gravitación. Bien entendido que en el toreo
esto puede hacerse de modo muy visible o de modo casi imperceptible, pero
necesario. Cuestión de grado.”
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Manolete y Domingo Ortega |
El maestro Domingo Ortega abogó por modificar las normas clásicas con claras
referencias al toreo de Manolete. Una
lástima, porque él también fue un gran torero, único en su estilo, que no necesitaba
ofrecer argumentos para que otros sentenciaran el toreo de perfil del
inolvidable espada cordobés, quién sí demostró, en el ruedo y todas las tardes,
que a la famosa trilogía –parar,
templar y mandar-, le faltaban los verbos -“aguantar y ligar”-, para instaurar definitivamente
el toreo ligado en redondo que anhelaban los públicos, porque ya se lo habían visto al
grandioso torero sevillano Manuel
Jiménez “Chicuelo”, y cuya
evolución estaba supeditada al ánimo de los espadas, que aguardaban a que
saliera el toro idóneo para realizarlo. Cuestión de perseverancia. O de bragueta, para ser más taurinos. Esto lo entendieron todas las generaciones de toreros
que llegaron después, que aceptaron el encadenamiento de los pases, el modelo
de faena estructurada en series, que nada tenía que ver con el toreo de avance
propugnado por Ortega, que no alcanzó descendencia. La historia no permitió que quienes la escriben oscurecieran la
legítima herencia cordobesa. Tal injusticia era insostenible, y el tiempo terminó por otorgar a Manolete
su verdadero e incuestionable sitio en el toreo.
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