sábado, 21 de enero de 2023

ALTERNATIVA DE MANUEL BENÍTEZ «EL CORDOBÉS»

Por Antonio Luis Aguilera               

Alternativa de Manuel Benítez «El Cordobés»

El próximo mes de mayo se cumplirá el 60 aniversario de la alternativa de Manuel Benítez Pérez «El Cordobés», el torero de mayor tirón taquillero de la historia, el único entre los más grandes al que los empresarios anunciaban cualquier día de la semana, laborable o festivo, adelantando en la pizarra «El Cordobés y dos más» antes de colgar el cartel definitivo. No importaba si era el día grande de la feria o fiesta del patrón de la localidad: el éxito en taquilla estaba garantizado. Las plazas más grandes se quedaban pequeñas ante la demanda de boletos de las legiones de seguidores del torero; también, por la de aquellos otros que militando en el bando contrario, los defensores de la ortodoxia del toreo o antis, no estaban dispuestos a perderse sus actuaciones. Lo cierto y verdad es que cualquier día era bueno para que los cosos se llenaran hasta el tejado; la reventa «trincara» la aproximación del «gordo de Navidad», y una pedrea generosa del sorteo de premios que suponía para la ciudad anunciar al torero, quedara muy repartida entre los bares y restaurantes próximos a la plaza, donde era imposible encontrar una mesa o hallar un hueco en las barras tomadas por la bulla. Desde que despertaba el día solo se hablaba del torero de Palma del Río, al que por su melena y largo flequillo algunos llamaban «el Pelos»; puestos a poner etiquetas, en la publicidad de la prensa se recurrió a la hipérbole del «fenómeno», utilizada años atrás con Belmonte, a quien llamaron «Terremoto», y bautizaron al nuevo revolucionario como «Huracán Benítez». En los carteles, sin embargo, figuraba su nombre de pila y el gentilicio que «El Pipo» cambió por el anterior apodo de «El Renco»: Manuel Benítez «El Cordobés».

Cartel de la feria de 1963

La alternativa había sido programada para el 12 de octubre de 1962, mas la lluvia caída sobre la ciudad impidió su celebración. Así las cosas, en el escenario previsto, pero en la feria de la «Virgen de la Salud», el sábado 25 de mayo de 1963 se abrieron las puertas del viejo coso de «Los Tejares», cuyo ruedo hoyaron los cuatro «Califas» del toreo de Córdoba, además de un maravilloso elenco de grandiosos toreros históricos, para que en su arena se celebrara el doctorado del novillero que había revolucionado el toreo desde los albores de la prodigiosa década de los sesenta. El cartel no sufrió modificación, con toros de Samuel Flores, el maestro «Antonio Bienvenida» oficiaba la ceremonia sin perder su sonrisa, ante la mirada del elegante José María Montilla, entregando muleta y espada al toricantano, que abandonaría el palenque a hombros de la afición, tras cortar las dos orejas a «Palancar», el toro de la alternativa, y las dos y el rabo a «Lamparilla», el último de la tarde. La entrañable plaza, escaparate de la inolvidable elegancia de «Lagartijo», el inmenso poderío de «Guerrita», las formidables estocadas de «Machaquito», y la elegante majestuosidad de «Manolete», había sido testigo antes de su derribo de la coronación de quien sería otro «Califa», un torero irrepetible, dotado de unas cualidades magníficas para el oficio, que desarrolaría y lo convertirían en la «locomotora» del toreo de su tiempo, donde hubo tantos y tan buenos toreros, que alternarían en los mejores carteles con el espada de Córdoba, nuevamente definitiva en la historia del toreo. 

Antigua plaza de «Los Tejares» de Córdoba

Así lo recordaba el propio torero, en una entrevista que tuvimos el honor de hacerle, veinticinco años después en la revista «Toros 92»:

—«Sabía que tenía mucha responsabilidad y tenía que salir todas las tardes a por todas y a no dejármela ganar. Y de novillero sabía que tenía que llegar a matador... ¡Iba a comérmelos…! La prueba la tienes que cuando salí, cogí mi camino y nadie se puso por delante. Respeté a todos, pero no di paso. Y los toros eran seis y dos para cada uno... Había matadores de toros que decían que cuando yo saliera de matador iban a comerme, porque no iba a andar... Y yo me dije: ¿Ah, sí…? ¡Pues os vais a enterar...! ¡Y los que no andaron fueron ellos! Me mentalicé pá ir a por todas… Ansioso... Lo llevaba dentro… No por hacer daño ni ná… No, ¡pá triunfar…! Fui a por todas... Y si de paso venía el dinero de por medio pues mejor todavía». 

«El Cordobés» y el autor de esta entrada. Foto M.Pérez Polo

Atrás quedaban por fortuna los oscuros años vividos en la década anterior, cuando un muchacho de Palma del Río, con una fe capaz de mover montañas, buscaba abrirse paso en el toreo huyendo del hambre y de la miseria más cruel. Obsesionado con que el toro era su solución, desde que en el cine del pueblo vio escapar de la pobreza a «Currito de la Cruz», jamás perdió la esperanza de cambiar su vida, ser otro protagonista como el de la película, y volver un día a la tierra que lo vio nacer conduciendo un «mercedes», siendo torero famoso. El toro era el único que en la triste época de penuria, hambre y esclavitud laboral que le había tocado vivir podría rescatarle de tan dramática situación. Y decidido emprendió el más duro aprendizaje. En la soledad de la noche, vadeando el río y alumbrándose con la luz de la luna que plateaba los cercados, burlando la vigilancia de vaqueros y «migueletes», comenzó a ejercitarse quedándose quieto y sorteando las acometidas de los cárdenos «saltillos». Temía más al hambre y la miseria que a los porrazos de las vacas y los toros; más al dolor de un estómago vacío, que a las inhumanas palizas del mayoral del terrateniente y las sacudidas de algunos miembros de la Benemérita, como el despiadado «Cara de Tomate», que le hizo sufrir un rosario de vejaciones por robar un saco de patatas o de naranjas, para llevar algo a la boca de los suyos, como desterrarlo de Palma del Río e ingresarlo como un delincuente en la prisión cordobesa.

—«Era un niño que en la vida lo tenía todo en contra. No tenía padre ni madre y me estaba criando con mi hermana Angelita. Faltaba de todo… Mi saquillo de naranjas,  de patatas… Lo que podía y ya está… Comiendo cuando podía, comía “tascardanchas cocías” (tagarninas).  Esas batallas, ley de vida, no había más… Entonces, ese chiquillo un día aburrido dijo: “Ea, pues yo ya me voy... Me voy de España”. Entonces me fui a Madrid en un tren mercancía, como siempre, y estuve por Salamanca, por las tientas, por todos lados… Pero nada. Aburrido, me tiro de espontáneo, la cárcel… ¡Esta vida dura!  Entonces, cuando ya me iba para Francia a trabajar, que era un crío, me apunté en una cola que se cortó cuando faltaban veinte o treinta. Me quedé en Madrid maldiciendo mi suerte. Allí, como pude, me acoplé en los albañiles de peoncillo. Más tarde me tiré de espontáneo otra vez en Madrid. Total, que seguí con el toro y arranqué ya».

El espontáneo Benítez detenido en Madrid

Pero ni las más dramáticas condiciones que la vida ofrecía a Manuel Benítez le hicieron dejar de pensar en el toro, sabía que era el único que podría cambiar su suerte y continuó buscándolo de forma obsesiva, seguro de sí mismo, sin perder la confianza a pesar de lo extremadamente difícil que resultaba el camino emprendido, donde en las duras capeas de los pueblos, con reses viejas y resabiadas, llegó a sufrir percances y contemplar terribles cornadas de compañeros de fatigas, que fueron víctimas del toro; como el joven que murió un día que Manolo resultó herido, en una cama junto a la suya de una habitación para pobres del hospital, donde en una larga madrugada de dolor dejó de escuchar los quejidos de aquel maletilla, observando en la penumbra como cubrían su cadáver con una sábana, y lo dejaban a su lado hasta que lo retiraron horas después.     

—«El torero tiene que ser duro, irse a los tentaderos, dormir en los pajares, pasar frío… ¿Qué no me dejan torear aquí…? ¡Pues verás cuando llegue como me van a dejar…!  Todas estas cosas pá uno, pá dentro… Y eso te va a ir dando fuerza pá llegar al punto ese».

«El Cordobés» y «El Pipo»

Cuando tanto esfuerzo por ser alguien en el toro parecía inútil, tras fracasar también en el cambio de rumbo que pretendió dar a su vida marchándose a Francia a trabajar, por fin la suerte iba a cambiar un día en un bar frecuentado por la gente del toro, en la madrileña plaza de Santa Ana. Allí conoció a don Rafael Sánchez Ortiz, un aficionado de Córdoba apodado «El Pipo», que había sido amigo y seguidor de «Manolete». Le enseñó una fotografía y le pidió que le ayudara. Tras no pocas rogativas, aquel hombre de negocios, entonces sin posibilidades, creyó ver algo en el joven, y dejado llevar por la intuición pidió a su familia que le ayudaran económicamente, proponiendo el empeño de las joyas y objetos de valor de tiempos mejores, con la promesa de su inmediata devolución ante el éxito que aseguraba para el muchacho que iba a apoderar. Así se gestaron los primeros festejos de «El Cordobés», que como decía «El Pipo» no sabía torear, pero atesoraba un valor nada común y un atractivo inmediato con el público, cualidades que manejadas inteligentemente en sus primeros éxitos con las lastimosas campañas del apoderado, propagaron un inusitado entusiasmo popular. La gente se puso de parte del muchacho que fue torero huyendo de la pobreza, el que se levantaba encorajinado una y otra vez, sin dolerse de los muchos porrazos de los novillos, y entusiasmada celebraba sus primeros triunfos, agolpándose en interminables colas ante las taquillas de las plazas donde lo anunciaban.  

«Me vio don Rafael Sánchez Ortiz en una foto, toreando una vaca en un pueblo, y le gusté. Me echó una mano y me trajo a Córdoba. Alquiló la plaza a don José Escriche  y con los hermanos Lozano dio una novillada de la que me dieron 80.000 pesetas. Entonces yo le vi a aquello otro color y me dije: ¡Ah, yo sigo con esto! Y seguí con la vida. Total, he sido torero por una miajilla, ya aburrido. ¿Qué quieres que te cuente más…? Mucha fatiga, mucha necesidad hasta llegar donde creí que nunca podría. ¡Fue el hambre…! Yo no tenía afición al toro ni ná… ¡Estaba esmayao…!».

 «El Cordobés», manoletinas de rodillas. Foto Framar

El 15 de mayo de 1960 se celebró en la antigua plaza de Córdoba la novillada sin picadores referida por el torero. Se corrieron seis novillos de don Francisco Amián Gómez para Edmundo Juárez –de Argentina–, Ramón Montero –de Venezuela–, y Manuel Benítez «el Cordobés», de Palma del Río. De la actuación de su presentación en «Los Tejares» escribió «José Luis de Córdoba» en su crónica del  periódico «Córdoba»: «Se llevaron a hombros al Cordobés, ese nuevo torero que le ha nacido a Palma del Río. En los tendidos tableteaban los aplausos, mientras el muchacho, con la segunda oreja de la tarde aprisionada sobre el corazón, sonreía, sonreía... Y soñaba. Soñaba con que ya era torero de verdad. Puede serlo. Porque de ahí, de esa misma madera, nacieron muchos que ahora son millonarios. Que Dios proteja, muchacho, tus sueños de gloria». 

Benítez corta un rabo en la plaza de Sevilla

Lo que llegó después resulta conocido. Los sueños del muchacho se hicieron realidad después de tanto sufrimiento. Su valor y las cualidades que mostraba en la cara del toro, rápidamente le hicieron asimilar los conocimientos para triunfar en la profesión, donde encadenaba vertiginosamente los éxitos, que asociados a su extrovertido carisma personal le proclamaron como el dueño absoluto del toreo, el amo de una época realmente maravillosa, repleta de excelentes e inolvidables toreros, donde Manuel Benítez mandó sin contemplaciones hasta 1971, año que decidió retirarse por primera vez del toreo. Durante nueve años consecutivos «El Cordobés» triunfó en todas las plazas, incluidas las consideradas «duras», los «tribunales» que lo «esperaban», como Sevilla y Madrid, donde del mismo modo triunfó a golpe cantado, como lo hizo en todo el «planeta de los toros»: España, Francia, Portugal, México, Venezuela, Perú, Colombia… Por supuesto, además del éxito y de los millones o «kilos» no faltaron las cornadas, algunas muy graves, pero tras los percances el «Huracán» reaparecía volviendo a ser el «Benítez», para no defraudar y continuar entusiasmando al público, pisando el sitio donde los toros se entregan, para someterlos en interminables y ajustadas series del más puro toreo ligado en redondo. 

Grave cornada en su confirmación. Madrid, 20 de mayo de1964 

—«Tengo varias cornadas, y tres muy fuertes, pero eso no es lo importante. He triunfado en todas las plazas. Hasta en México, que con 50.000 personas también “la barrí“... Si tú ganas una batalla debes de ir en el lugar más importante, y si la pierdes debes de ir en la cola. Pero hasta ganar esa batalla hay que luchar. Eso no te lo han regalado. A la plaza van seis toros, van dos para cada uno y en sorteo. ¡Lo que hace falta es estar todos los días en máquina en lugar de vagón! Ser vagón es muy cómodo porque te llevan».

Concluimos este recuerdo del grandioso torero de Córdoba en el sesenta aniversario de su alternativa, con un fragmento del magistral comentario de José Alamedaotro de los grandes en la literarura taurina. Este fue el análisis que hizo de Manuel Benítez en su libro «Los heterodoxos del toreo» (Editorial Espasa Calpe, 2002):

El ortodoxo toreo al natural de Manuel Benítez

«El Cordobés sabía y podía quedarse quieto, pero no andarle al toro. Por eso, cuando tenía que avanzar, o recolocarse, o buscar su sitio, lo hacía descompuesto, a veces casi cojitranco, en unan zapateta chaplinesca, como náufrago en la arena. Pero en cuanto llegaba a la línea de centro con el toro, como si sonara un timbre mental y se prendiera un foco invisible, toda la maquinaria “cordobesista” se ponía a ritmo y el toro, metido por el carrusel de un toreo en redondo que parecía mentira, circulaba en torno a la figura del torero, como si le hubieran dado cuerda. Algo contagioso, contaminante, hiperbólico, trascendía de aquellos dos cuerpos, eje y órbita de un mecanismo cuya vitalidad producía una atracción y una expansión que diríanse de naturaleza planetaria, astral».

Excelente pase natural de «El Cordobés»

NOTA: Pueden ver las imágenes a color de la alternativa de Manuel Benítez «El Cordobés», filmadas por Fernando Achúcarro, pinchando el siguiente enlace y registrándose en Vímeo: 

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martes, 17 de enero de 2023

CONCHITA CINTRÓN

Por Francisco Bravo Antibón 

Conchita Cintrón

Tengo la duda de si esta pequeña entrevista se publicó en la revista «El Califa», en la que ya escribía desde muy joven, o no llego a publicarse, porque en mi particular archivo no guardo constancia de ello. De todas formas me apetece volver a recordar a la «Diosa Rubia» desempolvando la reducida entrevista epistolar, datada en el mes de julio de 1961.

Sus respuestas fueron consecuencia de mis juveniles preguntas, a las que contestó con la sabiduría de la más completa torera de todos los tiempos, sin olvidar a otras lidiadoras de campanillas, como por ejemplo Juanita Cruz y Cristina Sánchez, pero hoy nos ocupa el recuerdo a una grande de la historia taurina.

«La Diosa Rubia»

Concepción Cintrón Verrill, nació el 9 de septiembre de 1922 en Antofagasta (Chile), pero desde los dos meses vivió en Perú, ya que su padre, que era de Puerto Rico, fue destinado a Lima (Perú), país del que siempre la rejoneadora se ha considerado natural.

El primer obsequio importante que recibió, fue cuando contaba siete años, porque sus progenitores le regalaron una yegua, germen sin duda de su futura afición profesional por los caballos.

Desde muy joven asistió a la escuela de equitación, donde conoció a su maestro: Ruy da Cámara.

Dos figuras despertaron en Conchita la afición por la Tauromaquia, Diego Mazquiarán «Fortuna» y el mencionado rejoneador Ruy da Cámara. Ellos modelaron en lo taurino, la mujer que después triunfaría en tantísimos ruedos.

Se despertó pronto al mundo de las actuaciones en público y con tan solo 14 años debutó en el coso limeño de Acho. Dos años después (31 de julio de 1938), se presentó como novillera en Tarma (Perú). Más tarde actuó en la plaza de «El Toreo» de México obteniendo un éxito total.

Conchita lidiando

SE CONSOLIDA EN EL MUNDO TAURINO

Según las estadísticas, desde 1939 a la temporada de 1943, sumo 211 corridas, entre la capital y los estados. Estoqueando 401 ejemplares alternando con las máximas figuras mexicanas, y logrando un resultado muy halagüeño. Como suma a su importante carrera americana, toreó ante la gran expectación que despertaba su toreo, en las plazas de Bogotá, Medellín, Quito y Caracas. Y también lo hizo muy cerca de nosotros, en Lisboa.

En España quiso cumplir la ilusión de torear a pie, en una época donde estaba prohibido hacerlo a las mujeres. Lo logró solo en algún festival y en el campo, donde reproducía en silencio todo su saber taurino tanto con el capote como con la muleta.

En España hizo el paseíllo 38 tardes, solo a caballo, pues no logró disfrutar de un especial permiso para el toreo de a pie. Se presentó en la Monumental madrileña como rejoneadora el 13 de mayo de 1945.

Se retiró el 18 de octubre de 1950 en Jaén, toreando por fin a pie, junto a sus compañeros Antonio Ordóñez y Manolo Vázquez.

Alternativa de María Sara

Volvió a reaparecer en Nimes (21 de septiembre de 1991) pero solo para otorgar la alternativa a la rejoneadora francesa María Sara (Marie  Bourseiller).

De la mencionada entrevista epistolar, entresacamos de sus contestaciones lo siguiente:

AÑO 1961

«El toreo actual, a caballo, evoluciona en el sentido de la comodidad del jinete, pues se castigan de sobremanera a los toros, con rejoneo de lanza, antes de banderillearlos».

Manuscrito de Conchita

«Lo verdadero es indispensable en todo. Sin verdad todo es superfluo y todo pierde interés. Momentáneamente el adorno, por ejemplo, entusiasma, pero terminada la corrida no perduran en el recuerdo, nada más que los instantes de verdadera emoción, y la emoción en el toreo (o en el rejoneo es igual) proviene, se quiera o no, del peligro burlado con el arte».

FALLECIMIENTO

Concepción Cintrón Verrill «Conchita Cintrón», falleció a los 87 años, en su domicilio de Altabireche, en la ciudad de Lisboa, el 17 de febrero de 2009. Fue una mujer torera digna de figurar en las páginas brillantes de la historia de la Tauromaquia.       


      

martes, 10 de enero de 2023

«MANOLO CAMARÁ»

Por Antonio Luis Aguilera

Manolo Camará. Foto Marogo

Las rupturas de apoderamiento son un hecho habitual que se repite cada año al terminar la temporada, cuando llega el momento de hacer balance de cuentas y resultados. Nada nuevo en el toreo. Sin embargo, los aficionados recordamos con nostalgia aquella figura del apoderado independiente, que se ha ido perdiendo porque los modernos «multiusos taurinos» solo han preservado de ella el cobro de las comisiones por festejo contratado —ahora multiplicadas por algunos comisionistas que representan a varios comisionados—, mientras que con groseros borrones han difuminado las virtudes que debe reunir un buen apoderado, cuando este ejerce la profesión entregado por completo a los intereses del torero y su carrera. Por fortuna aún los hay, aunque sean los menos, para poder distinguir entre esa importante figura y la del simple «comisionista», que es el espécimen más habitual en el enmarañado mundillo de alianzas y familias taurinas.

Tuvimos la suerte de conocer a uno de los grandes apoderados: Manuel Flores Cubero, «Manolo Camará» en el mundo del toreo, último representante de una de las más importantes dinastías de representantes de toreros, al que en esta entrada queremos recordar. En la primavera de 2006, dos meses antes de que un infarto le arrebatara la vida cuando jugaba al golf, había acudido a su Córdoba natal para recibir el homenaje que la Tertulia Taurina “El Castoreño” del Círculo de la Amistad tributó a la memoria de su padre, el matador de toros cordobés y famoso apoderado José Flores González «Camará». El acto, por la extraordinaria asistencia y el respeto de los muchos aficionados congregados en la preciosa sede de la tertulia, que por los valiosos objetos que expone es conocida como la «Capilla Sixtina del Toreo», fue extensivo al propio Manolo y a su hermano Pepe, ya fallecido, dignísimos sucesores del inteligente taurino que dirigiendo la carrera de «Manolete» mandó de barreras hacia adentro como nadie antes lo había hecho, mientras que el torero que representaba se encargaba de hacerlo en el ruedo de barreras hacia afuera, para de esta forma mandar como lo hicieron en el toreo de su tiempo.

Después de Linares José Flores González «Camará», animado a retornar a la profesión por sus dos hijos varones, demostró su sagacidad para administrar y poner en valor la carrera de una larga nómina de figuras del toreo, labor que pronto halló continuidad y reconocimiento profesional en Pepe y Manolo, que al terminar sus estudios y dedicarse al apoderamiento consolidaron una marca: la «casa Camará», deseada por muchos toreros que anhelaban consolidar su posición en el toreo. También, además de apoderados, José y Manuel Flores Cubero fueron un tiempo ganaderos de toros bravos, y compaginaron su tarea de representantes de toreros con el mundo empresarial gestionando plazas de primera categoría como Valencia y Córdoba, esta última junto a su cuñado Antonio Pérez-Barquero Hererra.   

Manolo Camará con el autor de este texto. Foto Marogo

En varias ocasiones tuvimos el gusto de hablar de toros con Manolo Camará, a quien le agradaba entablar conversación sobre un mundo que conocía a la perfección, y siempre encontramos en él a una persona cordial, sencilla y poseedora de la señorial seriedad que distingue la personalidad cordobesa, con un sentido profesional que le hacía estar por encima de otros puntos de vista no compartidos, que aceptaba y respetaba. Entre sus cualidades personales recordamos como signo de hombría y rectitud el valor de su palabra. Manuel Flores fue un hombre cabal que se caracterizaba por esta virtud, tan recordada en su muerte por los profesionales del toreo. A modo de ejemplo evocamos una mañana del domingo de Ramos de 1992, antes del sorteo de la corrida que inauguraba la temporada cordobesa, cuando concertamos con Manolo una tertulia que trataría de la figura del apoderado en Onda Cero Radio. El día de la cita Manolo acudió puntualmente, a pesar de que su madre se hallaba en estado crítico, como se confirmó con su fallecimiento dos días más tarde en Sevilla, desde donde no dudó en acudir a Córdoba para cumplir lo acordado, demostrando en silencio que el valor de su palabra estaba por encima de las circunstancias personales que estaba viviendo, por duras que fueran. 

Hablar de toros con «Manolo Camará» era un placer como aficionado. La última vez que disfrutamos de su conversación fue tras la celebración del homenaje antes referido, en el precioso patio de columnas del Círculo de la Amistad de Córdoba. Le preguntamos qué pensaba sobre la película que se estaba rodando de «Manolete» y «Lupe Sino», y nos mostró su incertidumbre, le inquietaba la forma en que iba a ser tratada la figura del torero, pues hacía tiempo que había tenido noticias de ese guión, que definitivamente fue un fracaso en las pantallas. Nos desveló que cinco años antes había recibido en Sevilla la visita personal del gran actor Francisco Rabal, a quien no conocía personalmente, y fue este quien le informó sobre esta película, para la que le habían ofrecido el papel de apoderado de «Manolete», motivo por el que decidió desplazarse hasta la capital hispalense, para saber del hijo del protagonista cómo fue realmente esa relación. Tras el encuentro, el célebre actor, que había leído el guión de la película, le aseguró que después del recuerdo que de él tenían los aficionados por el entrañable personaje de «Juncal» de la inolvidable serie televisiva de Jaime de Armiñán, no representaría una historia que poco tenía que ver con la vida real del inolvidable torero.

José Flores «Camará» y «Manolete»

Nos decía «Manolo Camará» que su padre no instituyó la figura del apoderado, pero le otorgó personalidad propia, pues anteriormente los apoderados se limitaban a cumplir las órdenes de los toreros, y consideraba que la pareja «Manolete-Camará», que en la década de los años cuarenta revolucionó el toreo fue perfecta y no volvería a darse más, porque si en «Manolete» concurrían unas cualidades excepcionales para ser la máxima figura del toreo, en su padre confluían las virtudes profesionales que se complementaban y resolvían a la perfección todo lo que significaba «torear fuera de la plaza», entendiendo que aquella pareja fue ideal por la mutua confianza que existió entre ambos para desarrollar sus respectivas tareas.

Sobre la evolución del toreo hasta los años noventa, él que llegó a ver torear hasta Belmonte en su reaparición, consideraba que el espectáculo se había concentrado en el último tercio de la lidia. Añoraba que se habían perdido los quites, pero no porque los toreros no quisieran o no supieran practicarlos, sino porque no había nada qué quitar ante un toro que generalmente no podía con el caballo, ni originaba esas situaciones de auténtico riesgo que otrora obligaban a hacerlos. Recordaba la época que el toro pesaba menos, pero tenía mayor movilidad y entraba dos o tres veces al caballo, pues no se picaba de una vez en el primer encuentro, sino que el animal entraba varias veces a la cabalgadura y los matadores hacían el quite cuando lo consideraban oportuno. Aseguraba que en los años cuarenta y cincuenta no se daban a los toros más de veinte o treinta muletazos, y desde la década de los sesenta fue necesario seleccionar un toro que admitiera ochenta y hasta noventa pases, algo que el de antes no admitía.

Derribo del picador José Doblado. Foto Álvaro Pastor

Desde su perspectiva histórica «Manolo Camará» analizaba la evolución del modelo de faena, recordando aquella donde era necesario doblegar y poder porque el toro tenía más casta. También observaba importantes variaciones en el público, que había cambiado de gustos y exigía bastante menos a los toreros. Defendía que en los años cincuenta faenas de veinte pases buenos y hasta excepcionales, con un público dispuesto a premiarlas, se diluían como un azucarillo cuando la espada quedaba dos o tres dedos más baja de lo normal, asegurando que entonces no existía la menor opción para que aquella labor fuera premiada, mientras que por el contrario hoy se estaba matando «no en el rincón de Ordóñez, sino en el sótano del hotel», y sin embargo se cortaban las orejas con gran facilidad, sentenciando que si el público exigiera a los toreros matar en la cruz, porque de lo contrario lo que hubieran hecho no serviría para nada, ya se esmerarían ellos en matar por arriba como antes era habitual.

Sirva esta entrada para recordar a un brillante apoderado y gran aficionado Manuel Flores Cubero, último representante de una dinastía de apoderados cordobesa que por inteligencia, sagacidad y discreción fue requerida por una extensa nómina de primeras figuras del toreo para dirigir sus carreras.

lunes, 9 de enero de 2023

LA VENTA DE VARGAS DE CÓRDOBA

 Por Francisco Bravo Antibón

Antigua "Venta de Vargas", situada en la Avenida del Brillante.

La entrañable Venta de Vargas cordobesa, fue fundada en 1916, cesando en la actividad hostelera dieciséis años después. Su fundador fue Federico Vargas Madero que falleció en agosto de 1931. Estaba situada frente a otra, conocida por la del Brillante, y ambas ubicadas en la avenida del mismo nombre. La de Vargas se encontraba a la derecha y frente al desvío que enfilaba para el Cañito de Bazán”. 

Pues bien, en ese lugar tan privilegiado de la sierra de Córdoba, el almeriense, afincado primero en Adamuz  y posteriormente en nuestra capital: Federico Vargas Madero, tuvo la feliz idea de montar una venta, para el esparcimiento festivo de cordobeses y foráneos.

Disponía de un amplio espacio destinado a terraza de verano y aparcamientos; así como de un operativo salón, escenario,  pista de baile, patio interior con montera acristalada, jardines y una coqueta placita para espectáculos taurinos. Acertó el propietario a lograr un ambiente especial, convirtiéndolo en un agradable lugar de encuentro.   

Placita de toros de la "Venta Vargas"

La Venta Vargascon aires alegres a la par que distinguidos, era el punto predilecto de muy buenos clientes. La frecuentaban visitantes procedentes de todos los puntos de España, solo por disfrutar unas horas en tan emblemático lugar de esparcimiento. Por allí pasaron toreros, flamencos, pintores y personajes variopintos, entre los que se cuenta con el recordado Pepe Marchena, que efectivamente visitaba asiduamente el establecimiento, unas veces contratado para cantar y otras para divertirse. También figuraban en la nómina de visitantes cantaores: Félix Gallardo, “Niño de la Magdalena”, “Niño de Azuaga” etc. y  el maestro Manuel Soto Loreto “Manuel Torre”. A propósito de este apunte, Rafael García Velasco narró en la revista Toreros de Córdoba, la siguiente anécdota:

…”Por la noche, en la Venta de Vargas, había algunas reuniones de fiesta, en una de las cuales cantaba el citado “Manuel Torre”. Pues bien, como él y sus amigos, habían estado en una pelea de gallos, el cantaor andaba algo afónico, por lo que el banderillero “Guerrilla”, con unas copitas de más, le espetó irónicamente “que si él era el famoso” Manuel Torre…  El cantaor guardó la censura, y tuvo la suerte de encontrarse en Madrid en un colmado, con “Guerrilla” y con el resto de la cuadrilla en la que iba enrolado. Se dirigió a él, y le recordó que le había criticado duramente en la Venta de Vargas, pero que si querían oírle cantar esa noche, tendrían que abonar cuatro mil reales. Efectivamente así fue, el maestro cantó como los ángeles y ellos disfrutaron de las excelencias de un cante puro y poderoso”.

Una de las bebidas preferidas de los clientes, era  el famoso “vargas”, consecuencia de una equilibrada mezcla de vino tinto con sifón, que formaba parte de los atractivos del popular rincón  y que denominaba una especialidad, con el apellido del propietario. Por cierto, que sobre esta denominación genérica, atribuida al establecimiento hostelero en cuestión, existe otra versión en la que se vincula la alianza de vino y sifón, al vino de valdepeñas con gas, o lo que es lo mismo: “valgas”… Sea como fuere, para nosotros, los “vargas”, antes y ahora, siguen siendo los populares de la venta cordobesa, que para eso tenían apellido propio…

En noviembre de 1927, contrajo matrimonio la hija de don Federico,  Dolores Vargas del Moral, con el torero cordobés Antonio de la Haba “Zurito. En el Diario Córdoba, figuraba detallado el evento, de cuyo texto, extraemos los renglones más significativos:  

        ECOS DE  SOCIEDAD –VIERNES 25 DE NOVIEMBRE -1927

…”Esta tarde, a las tres y media, contrajeron matrimonio en la iglesia de San Rafael”…

…”La feliz pareja fue apadrinada por el padre del novio, el célebre piquero: Manuel de la Haba Bejarano “Zurito” y por su hermana Rafaela”…

…”Testificaron el acta matrimonial: don Francisco Jaén, don Rafael Sanz, don Antonio Alarcón Zehedor, don Luis de Las Morenas, don Francisco Fernández Caparrós y don Antonio Alvear”…

…”Todos los invitados, después de la ceremonia, se dirigieron a la Venta de Vargas, propiedad del padre de la novia, donde fueron obsequiados con un espléndido lunch”… 

Los "Zurito": Gabriel de la Haba Vargas flanqueado por sus
 hermanos Antonio y Manolo. Foto José Luis Cuevas.

La descendencia del matrimonio fueron nueve hijos, tres de ellos toreros como el padre: Gabriel de la Haba -matador de toros-, y Antonio y Manuelnovilleros primero y excelentes banderilleros después, categoría en la que actuaron muchas temporadas, enrolados en prestigiosas cuadrillas.

La unión de Antonio de la Haba y Dolores Vargas, favoreció el hecho de que en los mismos terrenos del establecimiento de hostelería, se construyera una placita para espectáculos taurinos, que fue inaugurada el 25 de noviembre de 1929, con la actuación de los diestros: Cayetano Ordóñez Niño de la Palma”, Manuel Jiménez “Chicuelo” y Antonio de la Haba “Zurito”. 

Y teniendo la plaza, lo inmediato fue fundar la Escuela Taurina “Venta de Vargas, presidiéndola el hombre de negocios taurinos Enrique Piédrola y dirigiendo las clases prácticas naturalmente, Antonio de la Haba “Zurito”.

El domingo 18 de octubre de 1931 y en la mencionada placita, toreó “Manolete” una becerra de Flores Albarrán, junto a Esteban Romero “Chocolate”. El joven figuraba en el cartel así: Manuel Rodríguez (Manolete hijo). Esa fue una de las primeras tardes como becerrista, del que, pasado el tiempo, se convertiría, nada más y nada menos, que en el cuarto califa del toreo cordobés y uno de los mitos de la historia de la tauromaquia. 

Por cierto que siguiendo con el tema taurino, Antonio Vargas del Moral, hijo de Federico, casó con la hermana de “Manolete”: Angustias Molina Sánchez, de cuya unión nacieron DoloresEncarna y Rafaela, quienes prácticamente se criaron con la abuela, doña Angustias al fallecer relativamente joven su yerno Antonio.    

Dos años después, cerrada ya la singular Venta de Vargasel primer negocio que utilizó el edificio fue una panadería, cuyo anuncio publicitario en “Córdoba Gráfica” del año 1933, daba cuenta de la situación y de sus  productos: 

PANADERÍA DE SAN MIGUEL

-  FRANCISCO MOLLEJA CANTERO  -

Situada en la antigua Venta de Vargas

(CARRETERA DEL BRILLANTE)

Establecimiento de Comestibles Finos y Bebidas

SERVICIO A DOMICILIO -- TELÉFONO :  336

De esta forma, el entrañable rincón cedía protagonismo a otras actividades, tras cumplir una etapa, y pasaba a formar parte de la historia popular de Córdoba.      

4 comentarios:

Andrés Osado dijo...

Siempre está en tu ánimo el sorprendernos con algo, ya sea nuevo o como, en este caso, removido de entre el esportón de los recuerdos. Muchas gracias amigo Antonio.
Que este año, recién estrenado, siga siendo tan prolífico, o más, que el anterior. Esperamos tus enseñanzas.
Un abrazo amigo Antonio.

Manolo Ortas. dijo...

Una suerte el poder leeros a los dos, Antonio Luis Aguilera y Andrés Osado, he tenido la suerte de conoceros en persona y trabajar con vosotros y he de decir que ha sido todo un placer. He investigado mucho el tema del "Vargas" y es exactamente como lo describe Antonio Aguilera, es un claro ejemplo del fenómeno de ultracorrección histórica, como olvidamos el origen del término ("Vargas" en este caso) procedemos a inventarnos la explicación más probable y ahí llegamos al "Valgas", cuando aquí nunca se ha pronunciado así, ni el vino era siempre de Valdepeñas. Es totalmente cierto lo que cuenta Antonio Aguilera en este espléndido artículo, Federico Vargas Madero (o Mahedero según otras fuentes) inventó el hecho de en los meses de la terrible canícula cordobesa, echarle sifón al vino tinto para refrescarlo en su Venta, y así la gente pedía: "Vargas, ponme un vino de los tuyos", " Federico, ponme un Vargas", etc. Más tarde, el sifón se fue cambiando por la gaseosa hasta llegar a nuestros días.
Fenómenos como éste, de ultracorrección histórica se repiten de forma constante, baste citar el célebre caso de los chistes de Lepe, que no, no proceden de la localidad de Huelva del mismo nombre. A finales del siglo XIX nacía en Madrid José Álvarez Jáudenes, actor, cómico y payaso, de nombre artístico "Lepe", actuó durante la primera mitad del siglo XX en los principales teatros y revistas de Madrid, dónde después de una actuación suya no era infrecuente el oir la frase "¿Has oído el último chiste de Lepe?", así se asoció el tema de los chistes al nombre de Lepe. Una vez retirado Lepe, y tras su fallecimiento el personaje cae en el olvido, pero la asociación "Lepe-Chistes", permanece en el imaginario popular, y como no se sabe o se desconoce la raíz del nombre, se inventa, en Huelva está la localidad de Lepe, pues allí se la atribuímos y los leperos, antes molestos por ser objeto de los chistes, luego lo aceptan de buen grado porque sitúan a su pueblo en el mapa. Otro evidente fenómeno de ultracorrección histórica, como el del "Vargas", pero hay que ser justos y dar a cada uno lo suyo, a Don Federico su "Vargas" y a Don José Álvarez "Lepe" sus chistes.

Anónimo dijo...

Magnífico trabajo. Aunque ya conocía algo de ello. Suerte en este venturoso año 2023

A.Estevez dijo...

Estimado Antonio Luis, leerte cada entrada en tu magnífico blog es una fuente cristalina de información que nos hace más sabios con respecto a nuestra historia, costumbres y anécdotas. Que el 2023 nos traiga salud, trabajo y amor. Un abrazo enorme.