viernes, 27 de noviembre de 2020

BERNABÉ ÁLVAREZ “CATALINO”, UN PICADOR “MUY ESPECIAL” (y II)

Por Rafael Sánchez González

Catalino junto a Manolete, Camará. El Pelu y Guillermo. Fotografía
de cuadrilla para el kilométrico del ferrocarril. Foto Francisco Linares. 


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En 1919 regresó a la cuadrilla de Juan Belmonte y en ella permaneció tres campañas completas. Este primer año fue en el que más veces realizó el paseíllo en la plaza de la Villa y Corte, donde dejó faenas memorables, al igual que en Sevilla, Barcelona, Valencia y Zaragoza, hasta totalizar 110 actuaciones (algunos historiadores citan 109), batiendo las cifras de Joselito en las cuatro temporadas anteriores. Según Bernabé: “Fue un año completo para Juan, porque no sufrió ningún percance de consideración. Recuerdo también  que dio varias alternativas” (tres, a su hermano Manuel, José Roger Valencia y Manuel Jiménez Chicuelo). En la siguiente (1920), tras resultar herido en una tienta, comenzó el 4 de abril en Sevilla para lidiar reses de Nandín junto a Sánchez Mejías, Chicuelo y Joselito, con el que ya se mostraba muy unido y compartía franca amistad, comprendiendo ambos, que aun cuando cada uno tuviese su personal temperamento y propia tauromaquia, se complementaban  en el ruedo. Lástima que el final de José estuviera ya próximo. Por cierto, celebrada la corrida del día 15 en Madrid, en la que en unión de Sánchez Mejías despacharon toros de D.ª Carmen de Federico, que sustituyeron a los albaserradas rechazados por chicos, ante un encrespado público que llamó ladrones a los toreros, un desalmado le gritó a José “¡ojalá mañana te mate un toro en Talavera!”, hubo de suspenderse la que estaba programada para el día siguiente, al decidir Joselito actuar en Talavera, por lo que Belmonte se quedó en su piso madrileño de calle Espartel, donde Antoñito, su mozo de espadas, le llevó la trágica noticia que conmocionaría a toda España. “Ahí me la ha ganao”, dicen que fue la inmediata reacción de Juan. La muerte de Gallito supuso una sensible pérdida para la afición. “Se acabó el toreo”, exclamó Guerrita. Y a Belmonte le faltaría ya su otro yo. La Fiesta carecía de toreros con tirón de cara a las empresas, y la esperanza que traía Granero la cortó de raíz Pocapena en el coso madrileño el 7 de mayo de 1922. Aquel invierno de 1920 realizó Juan un nuevo viaje a Perú, cobrando treinta mil pesetas por actuación. Le acompañaron su mujer y su hija, a las que dejó en Nueva York con los suegros, mientras que su hermano José, matador de toros, y algunos escogidos elementos de su cuadrilla, entre los que no podía faltar Catalino, embarcaron en otro grupo rumbo al puerto de El Callao.

Juan Belmonte

Mal comenzó para Belmonte la temporada de 1921, ya que en su segunda actuación (18/4 con Chicuelo y su hermano Manolo), en Sevilla, un manso de Santa Coloma le produjo una grave cornada en la boca que le tuvo largo tiempo inactivo (perdió 22 corridas), soportando una dolorosa convalecencia con varias operaciones quirúrgicas e ingiriendo solamente alimentación líquida, hasta que por fin el 12 de julio pudo reanudar sus actuaciones en Algeciras con la herida sin cicatrizar todavía. “Fue una cornada horrorosa, creíamos que le había destrozado la boca”, nos dijo Catalino. Aún así sumó 72 actuaciones, embarcándose seguidamente con destino a una corta campaña por plazas mexicanas, alternando esta vez con Sánchez Mejías. Después de realizar con su familia una gira turística por Estados Unidos, regresó a España a finales de septiembre de 1922. Ya no volvería a los ruedos hasta 1924, en una brevísima incursión como rejoneador y espada.

"Ignacio tenía reacciones que encandilaban a la gente" (Catalino)
Foto: Ignacio Sánchez Mejías apoyado en la contera de la barrera

Siguiendo con nuestro biografiado, en 1922 pica para el carismático Ignacio Sánchez Mejías, gran torero y destacada personalidad en diversos campos culturales y sociales ajenos a la tauromaquia. Fue un extraordinario  banderillero, que entusiasmaba al público con su arriesgada forma de clavar por los terrenos de dentro y muy pegado a tablas, popularizados como el par de la mariposa. Ignacio regresó de América en bajo estado de salud, y pensaba limitar el número de intervenciones, pero la desgraciada desaparición de Granero el 7 de mayo en la plaza de Madrid, y su presunta ausencia mermaban considerablemente el interés de los aficionados, por lo que aceptando una suculenta oferta de la empresa madrileña, y aún desechando numerosos contratos, redondeó una triunfal temporada con 44 corridas toreadas, siete de ellas en la Feria de Valencia. En los dos años siguientes (1923 y 1924) Catalino acompañó a Marcial Lalanda, diestro de dilatada ejecutoria, que sin haber alcanzado todavía su período de mayor apogeo totalizó 48 y 49 actuaciones respectivamente, que pudieron ser más en el segundo de los años citados de no impedirlo Indio, un burel de Andrés Sánchez de Coquilla, que el 15 de julio le corneó gravemente en Madrid. Marcial fue un torero con gran dominio de la técnica, unido a una marcada personalidad artística, sirva como ejemplo su bonito galleo de la mariposa, que ofreció al público por primera vez en la madrileña corrida de Beneficencia de 1923. 

Catalino

Sobre estos dos matadores, sin dejar de reconocer su valía, se mostró menos expresivo Bernabé, “Marcial fue grandioso en todos los tercios, pero demasiado técnico; en cambio Ignacio tenía reacciones que encandilaban a la gente. Me gustaba además porque todo te lo decía con respeto y educación”. “Los dos años siguientes (1925 y 1926) fui con el Algabeño… Bueno, primero salí un par de veces con Maera (Manuel García López), que murió el pobre pocos meses después (11/12), pero esos dos años fui con Pepe y en total pudieron ser cerca de cien las corridas que toreé con él. Me acuerdo de una en San Sebastián (9/8/1925), con toros del Conde de la Corte, a la que asistió la reina María Cristina”. José García Rodríguez fue otro maestro del volapié, sin exquisiteces en su toreo, pero con gran desenvolvimiento ante las reses. De mis datos particulares sobre este picador cordobés encuentro una crónica del diario murciano El Liberal (14/4/1925), referente a la corrida de toros celebrada el día anterior en aquella ciudad, que resalta en su titular: “¡Así se pican los toros! Catalino, caballero del castoreño”. En 1927 sumó 65 corridas con Cayetano Ordóñez Aguilera Niño de la Palma, torero de un arte exquisito en nada equiparable con su manejo de la espada, al que la falta de regularidad en su etapa de plenitud, y un fuerte temperamento ante determinados revisteros taurinos, perjudicaron grandemente la difusión de muchas tardes triunfales. Del ocurrente “Es de Ronda y se llama Cayetano, pasó al malintencionado, “Ni es de Ronda ni se llama Cayetano, es de Arriate y le llaman Cucufate”. Habilidosas frases del maestro Gregorio Corrochano, tan sobrado de calidad literaria como de acusado interés en sus crónicas taurinas. Casado en 1920 con Consuelo Araujo de los Reyes, cantante y actriz conocida artísticamente como Consuelo Reyes, Cayetano fue el iniciador de un dinastía torera de la que aún tenemos integrantes en activo, y de la que el mejor exponente fue su hijo Antonio, el diestro que más me ha colmado con su toreo en mi ya larga vida de aficionado.

"Porrazos recibí a montones, como todos los picadores"
Derribo de Bernabé Álvarez Catalino. Foto El Ruedo

En este momento de la entrevista se le preguntó: “Bernabé, ¿por qué cambiaba usted tanto de cuadrilla? La respuesta fue tan rápida como aclaratoria, “por cuestiones particulares”. Y continúo diciendo: “si Cayetano toreaba bien, sobre todo con el capote, mi siguiente jefe no se le quedaba atrás, y además tenía gran duende y un estilo propio capaz de levantar al público de sus asientos a la segunda verónica… ¡Cómo me gustaba a mi toreando Cagancho…! Fue uno de los muchos elogios que nos hizo sobre este diestro gitano, a quien el mencionado Corrochano, tras un festejo celebrado en Toledo (8/5/1927), comparó con la talla del escultor Juan Martínez Montañés: “Con el palillo de la muleta y la espada hace una cruz y así se presenta a la multitud este hombre seco como un cartujo, del color de la madera abierta que eligiera para sus tallas el Montañés…” Con Joaquín Rodríguez Ortega permaneció a lo largo de cinco temporadas (1928-1933), si bien en la última de ellas ajustó  algunas corridas con Antonio Márquez. Eran ya años en los que se lidiaban reses que ni por edad ni por su integridad deberían merecer el calificativo de toros. Una circunstancia que, como sucede ahora, ha sido muy debatida por los aficionados en diferentes etapas del toreo,  Pero eso, como se decía en Cádiz en mis años de estudiante, son conversaciones de Puerta Tierra. No descubriré nada si digo que se hicieron famosos los fracasos de Cagancho a lo largo de su vida torera, empezando por el mismo día en que el Gallo le dio la alternativa en Murcia (17/4/1927), pero no es menos cierto que cuando sacaba a relucir su arte sublime, pasaban al olvido aquellas tardes en que salía de las plazas custodiado por la Guardia Civil.

Escultura a la verónica de Joaquín Rodríguez Cagancho.
Se habla mucho de su aciaga actuación en Almagro (26/8/1927), cuando en la localidad murciana de Caravaca (1/5/1927) se llevaron los cabestros los dos toros de su lote. Aunque  podría argumentarse en su defensa, que también a Manuel Domínguez, que pasa  por ser uno de los toreros más valientes en la historia de la Tauromaquia, le echaron al corral una tarde en Sevilla los tres que debía estoquear. Joaquín puso punto final a su ajetreada trayectoria en México -ocho rabos cortó en la plaza capitalina- donde falleció el primer día del año 1984. Siguiendo con Catalino, comenzó la campaña de 1934 con Cagancho y la terminó al lado de Juan Belmonte. “Joaquín conocía mi relación profesional con Juan y no hubo ningún problema, por lo que hice con él el final de temporada, además quería que le acompañara en varias corridas que tenía apalabradas en Venezuela, pero a la muerte del General Gómez, en el mes de diciembre, decidió no embarcarse en esa aventura. Hubiera sido mi cuarto viaje a las Américas. Y en 1935 hice con él las cerca de treinta corridas que toreó”. Recordemos que por aquellas fechas ya se rumoreaba insistentemente la posible retirada definitiva de Belmonte, como así podría considerarse que fue. Cuando en 1936 volvió a los ruedos lo hizo ya en calidad de rejoneador, en cuya actividad participó también en diferentes festejos de carácter benéfico, pero se dio la circunstancia de que el 15 de noviembre de este mismo año toreó en Córdoba una de aquellas corrida de toros, que por el carácter que las rodeaba se denominaron Patrióticas, y pasa por ser su última actuación vestido de luces. Festejo del que conservo un cartel original. “En el 36 fui de nuevo con Cagancho, pero ya se dieron pocos festejos. La Guerra Civil y los años que vinieron después fueron muy duros para todos. Yo afortunadamente no me compliqué la vida en ese sentido, y cuantas veces me llamaron para picar en corridas, con el fin de recaudar fondos en favor de las tropas que luchaban en el frente o para ayudar a los pobres, lo hice, pero nunca me metí en declaraciones que pudieran acarrearme problemas, como le pasó a muchos compañeros en toda España”. 

Chicuelo otorga la alternativa y el testigo de
su toreo a Manolete. Sevilla2 de julio de 1939

Y sigue contándonos Bernabé: “en 1939 Camará me llamó para entrar en la cuadrilla de Manolete, que iba a tomar  la alternativa en Sevilla (2/7). Se la dio Chicuelo, otro grandioso torero. Y con él estuve hasta el año siguiente, que fue en el que me retiré. De Manolete solo puedo decir que vino a recuperar el interés de la gente por los toros, no os podéis ni imaginar como se abarrotaban las plazas para verle torear, y eso que muchos no tenían ni para comer. Recuerdo que aquel día de la alternativa piqué junto con Paco Zurito, que sufrió un golpe tan grande que lo tuvo bastante tiempo enfermo en la cama hasta que el pobre falleció. Paco podía haber sido un brillante picador. La siguiente corrida que Manolete toreó en Sevilla (18/7) la recordaré toda mi vida. Un toro de Tassara me derribó y me tiró un gañafón en el pecho rompiéndome la ropa, y sacando en el pitón la cadena con una medalla que yo llevaba colgada al cuello. Aquello caló en el público, que se sorprendió al ver que me levantaba, y subiéndome de nuevo al caballo le di dos buenos puyazos. La ovación fue la más grande y emocionante que yo he recibido en mi vida, por eso digo que no la olvidaré nunca”. Debo añadir, que Don Fabricio tituló su crónica en ABC con esta frase, “El gesto de un árabe”. Al hilo de este suceso se le preguntó por los  percances que había recibido y esto fue lo que nos contó: “Porrazos recibí a montones, como todos los picadores. Cuando los caballos salían todavía sin el peto había veces que nos juntábamos más de un picador rodando por la arena, por eso todos acabábamos fatal de los huesos… El Señor Manuel, que no me cansaré de decir que ha sido el mejor de todos, cuando se retiró, además de andar con bastones llevaba un corsé, que le ajustaba todo el cuerpo de cintura para arriba, estaba hecho polvo. Y a mí ya me veis como voy, que no soy capaz de dar un paso sin la ayuda de estos palos. Eso sin contar los que murieron de alguna cornada, y los que se quedaron inútiles para el resto de su vida, que fueron muchos”. Y estos son los percances de cierta gravedad que nos citó: “en Pamplona (7/7/1913) un toro de Vicente Martínez me tiró un fuerte gañafón a la cara dejándome una herida que tardó en cicatrizarme. Unos años después (11/9/1917) un toro de Veragua me hirió gravemente en el muslo izquierdo. Y en 1925 sufrí dos percances, el primero en Murcia (12/4), donde otro toro de Martínez me dio otra cornada en el mismo muslo, un poco más abajo de la anterior. Y el segundo lo recibí un mes después (15/5) en Madrid, con un bicho de Gamero Cívico que casi me vuela la mandíbula”. A estos accidentes habría que sumar el puntazo en el pie derecho que un astado de Vicente Martínez le infirió en Málaga, festejo en el que Belmonte también resultó corneado en una pantorrilla.    

Catalino fue un picador que dejó huella entre los profesionales del castoreño. Dotado de gran fortaleza física castigaba duro a los toros, sin valerse de artimañas ni ventajas, haciendo la suerte tal y como la realizaban  quienes consideró santo y seña en este tercio de la lidia, que, según nos dijo, había cambiado radicalmente a partir de la obligatoriedad del uso del peto protector para los caballos, que en 1928 impuso el gobierno del general Primo de Rivera. Así opinaba al respecto: “La suerte de varas sirve para quitarle fuerza a los toros, para favorecerle el trabajo al matador, pero si un toro no tiene fuerza poco tienes que quitarle”. Y añadió: “Con el peto se rebajó el número de caballos que morían en el ruedo y ganaron en seguridad los picadores. Entonces, después de cada corrida, llegabas a la fonda donde se hospedaban los toreros y sabías cuáles eran las habitaciones de los picadores, por el fuerte olor que salía de ellas al ungüento que teníamos que juntarnos, para aliviar los dolores por los porrazos recibidos en el ruedo… El frasco del tío del bigote (emblemático dibujo del famoso linimento Sloan) no faltaba nunca en nuestros maletines. Hoy hasta los monosabios huelen a colonia de Lavanda”.  Al preguntársele que cómo creía que había sido él en su cometido, contestó: “yo no habré sido muy bonito tirando el palo, pero castigaba a los toros en su sitio, agarrándome con ellos. En aquellos tiempos salían muchos toros mansos, y tenías que quedarte con ellos en el primer puyazo… cuando se podía, claro está. Nunca piqué barrenando para dejarlos medio muertos. Un día vi como lloraba un toro y dejé de pegarle… y buena bronca que me llevé de los banderilleros”. Ya ha quedado escrito que el último espada al que acompañó fue Manolete, falta referir su última actuación vistiendo la calzona y la chaquetilla de luces. En todas sus biografías e incluso por declaraciones suyas fijan la cita en el 16 de septiembre en la plaza de Salamanca, con ocho toros de Antonio Pérez que el califa cordobés estoqueó junto a Marcial Lalanda, Domingo Ortega y Pepe Luis Vázquez. ¡Vaya un cartelazo! Todo es correcto salvo la fecha, que fue el viernes 13, segunda y última corrida de feria en la capital charra. Bernabé pudo confundirse porque dicho día 16 se repitió en Valladolid el cartel de ganadería y toreros, pero ya no figuraba él en la cuadrilla. Además, el mismo Bernabé dice sobre su retirada que el último toro que picó “fue después fogueado por manso” y esto solo sucedió en la mencionada corrida salmantina. Todavía queda más claro el tema tras comprobar en mis notas su referencia al añadir, “también habíamos toreado allí el día anterior y por la noche, en vez de irnos al circo como hicieron otros compañeros, Cantimplas (Rafael Saco Rodríguez, primo de Manolete y banderillero en su cuadrilla) y yo nos fuimos a cenar  a un restaurante que había en el centro de Salamanca, llamado La Mezquita, y después nos metimos en el cine”. 

Naranjas y capotes. Foto Ernesto Castillejo

Por lo tanto, todo aclarado. Puede llamar la atención que dejara de actuar el día 13 cuando a Manolete solamente le restaban por cumplir cinco contratos (los dos de Valladolid, Córdoba, Valencia y Jaén). Según nos manifestó, “todavía me encontraba en perfectas condiciones, pero atendiendo los consejos de varios amigos comprendí que no debería exponerme al riesgo de poder sufrir algún percance difícil ya de superar, por lo que decidí marcharme  definitivamente". Con el paso del tiempo, me indicaron que si bien conservaba su fuerza de brazos para picar con solvencia, en cambió se encontraba ya muy debilitado de piernas, al extremo de tenerle que ayudar cada vez que se subía a las cabalgaduras.  

Dadas las circunstancias que rodearon a quien durante toda su vida se caracterizó por no pasar desapercibido, voy a dedicar unas líneas al capítulo personal. Ya ha quedado al menos apuntada su marcada condición materialista de la vida, eso por lo que algunos le tachaban de pesetero. A nivel anecdótico les diré, que en sociedad con Ricardo González Curro Camará (destacado banderillero en la cuadrilla de su primo Machaquito) y del picador Zurito, en un terreno que este último tenía lindando con la finca Las Pitas, en 1924 formaron los tres una empresa de caballos de picar, pero después de varias ferias con numerosas bajas en la cuadra de equinos, al terminar la de Córdoba, Catalino pidió la cantidad que había aportado y abandonó la sociedad, por considerar poco rentable el negocio. Y una vez retirado, en compañía de un amigo, empleado de Hacienda, se dedicaron a lo que por aquí llamaban dar dinero a cordelillo, esto es, conceder préstamos mediante el cobro de un pequeño recargo. Un método de usura, dicho sea de paso, que ya se practicaba en Córdoba desde el  tiempo de lo judíos, y no faltan historiadores que la señalan como una de las causas por las que fueron expulsados de España.

Última foto de Bernabé Álvarez Catalino. Revista El Ruedo

En el terreno familiar, decir que Bernabé se casó o convivió con Antonia Fuentes y fueron padres de dos hijas. En 1912 contrajo matrimonio con Elisa Ruiz Lopera, que era cambiaora en el Mercado Central (sentadas detrás de una mesita, estas mujeres facilitaban cambio fraccionado de monedas reteniendo para ellas un diez por ciento). Finalmente se sabe que tuvo por compañera a Carmen, nieta del picador Ricardo Moreno Onofre, conocido por Mediaoreja entre los cordobeses, por haber perdido parte de un pabellón auditivo a consecuencia de un percance sufrido en el ruedo. En su entorno se le tenía a Bernabé por ser muy mujeriego, “yo siempre he tenido mujeres al retortero”, nos dijo. Y a petición de un parroquiano que seguía de  cerca nuestra conversación con él, nos relató un lance que le sucedió a tal respecto. “Tenía yo una amiga en una  casita baja de dos plantas en la Plaza Santa Teresa del Campo de la Verdad, y estando con ella llamaron a la puerta, resultando ser su marido que se presentó de pronto… Total, que a medio vestir y con las botas en la mano tuve que saltar a la calle por la ventana todo de prisa y corriendo;  tanto corrí, que fui a caer casi encima de este hombre al que su mujer, para darme tiempo a mí, todavía no le había abierto la puerta”. ¿Y cual fue su reacción?, le pregunto mi padre. Muy sonriente contestó. “Pues… que le dije buenas tardes y me fui como el que no sabía nada… Qué iba a hacer ya”.

Taberna de Paco Acedo

Hombre muy dado a la conversación y buen bebedor, frecuentó varias tabernas en razón a los distintos domicilios que habitó. Así, La Paloma (después Casa Paco Acedo, donde Manolete y su amigo Lángara se fumaban a escondidas sus primeros cigarrillos, y el califa tuvo dedicada una habitación plagada de recuerdos, espacio en el que últimamente se reunían los componentes de la Tertulia Taurina Tercio de Quites, y establecimiento donde también tenía su sede la Peña Taurina José Luis Torres); San Miguel (hoy popularísima Casa El Pisto, de mi recordado amigo Pepe López, regentada ahora por su hijo Rafael); la muy antigua de Salinas en calle Tundidores; El 6 de las Cinco Calles (convertida en restaurante); la Sociedad de Plateros de San Francisco (una de las más antiguas de Córdoba); Casa Calzaíto en Santa María de Gracia; Taberna del Gallego en calle Santa Inés y El 89 en el Realejo (frente a Casa Castillo, donde mantuvimos la entrevista). En todas ella tenía su grupo de amigos que no dudaban en invitarle, para lo que no tenían que forzarle mucho, mientras él les relataba sus mil y una aventuras vividas. Por cierto, antes de que Bernabé llegara a la cita, Enrique nos presentó a Luis, un cliente de avanzada edad que en los años treinta visitaba la referida taberna El 89, y fue testigo de las reuniones que allí mantenían Catalino y Zurito. Según nos indicó, cuando ya llevaban bebidos varios medios de vino solían terminar tarifando, pero al siguiente día volvían los dos tan amigos. Según sus palabras, “El Señor Manuel  se volcaba hacia atrás el sombrero cordobés, con un leve toque de su dedo pulgar, y decía: Bernabé, ya no te aguanto más pegoletes. Y recogiendo sus dos bastones se marchaba”. Recordaba también este hombre, que en una ocasión le oyó decir a Catalino: “¿habéis visto los cojones que tiene…? Pues más le echaba a los toros”.

Magistral puyazo del señor Manuel de la Haba Zurito.

Como colofón a nuestra interesante reunión, que para mí era la primera de una larga lista con numerosos profesionales del toreo, tanto en Córdoba como en Madrid, Bernabé nos tenía reservado un número especial, su alarde de fuerza. De pie y apoyando sus anchas espaldas sobre la pared, enganchó con el extremo del bastón una pesada silla de hierro y la levantó a pulso hasta veinte ocasiones seguidas. Recuerdo la cantidad porque antes de comenzar la exhibición me dijo: “escribiente, ve contando”.

Observarán que no se trata de una biografía al uso, al estar realizada básicamente siguiendo la narración del propio interesado, a la que he querido ser fiel, apoyada en otras referencias de mi archivo y aportando las fechas correspondientes a sus datos, así como algún comentario igualmente relacionado con el guión. Una biografía que espero sirva para conocer a este singular personaje, sobre todo, su gran categoría profesional. Si tuviéramos que citar los varilargueros más sobresalientes del pasado siglo, en esa relación, sin ninguna duda, no podría faltar el nombre de Bernabé Álvarez Jiménez Catalino. “Un picador exuberante de majeza y despiadado con los toros”, como lo describió el historiador taurino González Acebal. Además, ya se encargó él de dejar sellada su trayectoria profesional, cuando me dijo al despedirnos: “No te olvides de poner que yo fui un picador muy especial”.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          

sábado, 21 de noviembre de 2020

BERNABÉ ÁLVAREZ “CATALINO”, UN PICADOR “MUY ESPECIAL” (I)

Por Rafael Sánchez González

Juan Belmonte hace un quite a Catalino en Lima (Perú)

Cuando escribí sobre la relación de la dinastía taurina de los Gallo con varios toreros cordobeses, dejé para una nueva ocasión a los varilargueros Zurito y Catalino. Recordado ya el primero, quiero ocuparme ahora del segundo de esta pareja de verdaderos maestros con la vara de detener.

En mi ya dilatada vida de aficionado a la fiesta de los toros he tenido la oportunidad, en realidad ha sido siempre una constante en mí, de dialogar con numerosos profesionales del toreo en sus distintas categorías, y personas relacionadas con él, por lo que he podido recoger infinidad de datos y vivencias que han venido a enriquecer mi archivo taurino. Puedo asegurar que una de las entrevistas más amenas e interesantes fue la mantenida con Bernabé Álvarez Jiménez Catalino, si bien debo apresurarme a decir que mi participación en ella solo fue en calidad de escribano, por cuanto quienes la concertaron fueron mi padre y Pepe Guerra, mis auténticos maestros en materia taurómaca. Todo vino porque en 1953 Don Alonso Moreno estaba interesado en recabar información sobre este picador, para un libro que tenía intención de escribir y que al final creo que no vio la luz. No podía imaginar entonces que transcurridos más de veinte años compartiría tertulia con el ganadero palmeño en el Mesón del Príncipe, situado en la madrileña calle del mismo nombre, reunión de la que también formaban parte mi desaparecido amigo y gran aficionado Manolo León, y los conocidos picadores toledanos Rubio de Quismondo y los dos hermanos Mozo.

Casa Castillo, hoy Taberna Santi, lugar del encuentro

La cita con Catalino fue en Córdoba, en la antigua Casa Castillo, hoy Taberna Santi, en la plaza del Realejo, cercana a la calle Muñices, en la que a la sazón vivía y fallecería el 22 de diciembre de 1958, es decir cinco años después. No olvidaré su llegada al punto de encuentro. Valiéndose de una muleta y un bastón, apenas si podía andar con estabilidad y mover aquel corpachón de anchos hombros y elevada estatura, malformada ya por los numerosos golpes recibidos en los ruedos, más que por el paso de los años. A lo largo de casi tres horas nos fue desgranando su densa ejecutoria, citando a todos los espadas de alternativa con los que trabajó, al tiempo que iba añadiendo datos o detalles curiosos relacionados con cada uno de ellos, datos que fui recogiendo apresuradamente, dándose la circunstancia de que agoté todas las cuartillas que llevaba, por lo que Enrique Fresno, que en calidad de mozo regentaba entonces aquella popular taberna, me tuvo que facilitar varias hojas del bloc que guardaba en uno de los cajones de la vieja estantería, momento que aprovechó Bernabé para decirle, señalando a varios clientes que con atención seguían nuestra conversación: “Enrique, ten cuidao, no nos vayas a dar esas en las que tienes apuntao las trampas de esta gente”. Quiero y debo hacer constar, que se trata de todo un personaje dentro y fuera de las plazas de toros, y aunque la vida particular no deba ser nunca información fundamental para una biografía profesional, aportaré algunos detalles, que, unidos a los que por otras fuentes tengo recogidos en relación con él, servirán para un mejor conocimiento de la personalidad del protagonista al que quiero recordar, en la seguridad de que no será poca la información que por razones de espacio se quedarán sin exponer.


Para empezar habrá que decir que ni Bernabé pertenece al frondoso árbol genealógico de la torería cordobesa, ni entre sus jóvenes ilusiones anidaba la idea de actuar en los ruedos, aunque eso sí, fue bautizado en la muy torera Parroquia de Santa Marina, dado que nació en la calle Valencia de nuestra capital el día 15 de febrero de 1885. Fueron sus padres Adela Jiménez Fernández y Catalino -de ahí su apodo- Álvarez Gómez, manchego de nacimiento y primo del famoso doctor Don Luis Jiménez Guinea. Aquel hombre se ganaba el sustento “haciendo portes” con un pequeño carro  tirado por una mula, teniendo como clientes a muchos profesionales del toreo, a los que transportaba el equipaje a la estación de ferrocarriles para sus continuos viajes. De complexión fuerte, con quince años de edad se colocó Bernabé de faenero en el almacén de aceitunas y cereales de José Delgado, donde sin demostrar exagerado esfuerzo se cargaba sacos de 80  y  100 kilos. Y aquí empieza su relato. “Allí ganaba poco y duré menos todavía”. Seguidamente pasó a trabajar en la calderería del Depósito de Máquinas de Renfe, y después a la de Antonio Caro, situada en un corralón junto a la Torre de la Malmuerta, donde tenía como jefe a un tal Mayuel, “un tío de origen francés al que llamaban El Filipino, porque decía que había estado en la guerra de aquél país, luchando como infante de marina en las tropas españolas al mando del cordobés Don Rafael Cabezas, capitán de fragata, que fue el que se lo trajo después a Córdoba. Lo curioso era que en el mono de trabajo llevaba enganchada la medalla que como mérito decía él que le habían concedido”.

Dada su enorme fortaleza todos los compañeros le decían que tenía que ser picador. Y sucedió que regresando con unos amigos del Bar La Parra, junto al paso a nivel de Las Margaritas, al llegar al Café Chastang se encontraron con el Sr. Mayuel, que estaba acompañado de quien resultó ser el contratista de caballos de la novillada, anunciada para el día siguiente en Los Tejares (luego comprobaría que todo estaba tramado en ese empeño por hacerle picador). Una vez  presentados dijo Mayuel que ese era el muchacho del que le había indicado que quería picar en ella, y al saber este hombre que carecía de experiencia en dicho menester, le preguntó: “¿Tú que te crees, que los caballos son de cartón?”; “Ni de cartón ni de ná, que quiero ser picaor”, contestó Bernabé. El resultado fue que acordaron su actuación, por lo que sin más relación con las cabalgaduras que la mula del carro de su padre, y el manejo alguna que otra vez del coche de caballos que su tío Antonio tenía en la parada, con ropa prestada y sin informar de la aventura a su familia, valiéndose de la ayuda del monosabio que pasó a recogerlo con el caballo para llevarle a la plaza de toros, se vistió en casa de la novia que entonces tenía (de su faceta mujeriega también hablaremos). Se trataba de una novillada con motivo de la festividad de la Virgen de la Fuensanta (8/9) en la que el granadino Serafín Ibáñez Corcelito y los cordobeses Rafael Rodríguez Chaqueta y Rafael Sanz se enfrentaban a ganado de D. Juan Galdón. Recordaba Bernabé que al salir de la plaza era ya casi de noche; que como reserva actuó en los seis novillos, sin que ninguno llegara a derribarle; que el cuarto fue condenado a banderillas de fuego; el quinto se lo brindaron a Guerrita; y el sexto, que era el de menos peso salió bravo, pero todos con empuje y desarrollados pitones. Con cierto gracejo nos comentó que, antes de hacer el paseíllo, Carrana (Antonio Bejarano), que ejercía de torilero, al saber que era novato le dijo: “Muchacho, ¡¡te van a dar poco esta tarde…!!”. En realidad no debió dársele muy mal la cosa por cuanto el mencionado empresario de caballos, el sevillano Antonio Arenas, le ofreció la repetición para dos días después en la plaza de Andújar (Jaén), novillada en la que Rafael Molina Lagartijo Chico y Antonio Fuentes se las vieron con reses de Conradi. “Por ambas actuaciones me pagaron veinticinco pesetas, y en vista de que aquello era más rentable que seguir como calderero, y además no tendría que estar todo el día con el mazo de acero, la cizalla  y las tajaderas, ni cargarme pesadas chapas, le dije al Filipino que hasta luego y me tomé en serio lo de picador”.

Antigua plaza de Los Tejares de Córdoba

Una vez decidido a ello, pensó que convenía adiestrarse lo mejor posible como jinete, por lo que en compañía de su amigo el Gordoncho (Rafael González Gómez), que también sería picador de toros, se fueron a una huerta en los pagos de la Fuensanta, donde un amigo de Rafael tenía un potro a medio domar. Profesionalmente Catalino no llegó a manejar con total destreza  la brida, pero tenía poderosas piernas con las que atenazaba al caballo; es más, escogía los de mayor alzada sin importarle la doma que tuvieran, ya se encargaba él de que le obedecieran. Durante mi estancia en Madrid, muchas mañanas de invierno solía acercarme hasta el patio de caballos de Las Ventas para ver a Luis Vallejo Pimpi, responsable de la cuadra de caballos de dicha plaza. Sentados al solecito en un banco de madera, no me cansaba de escuchar sus interesantes y amenas vivencias. Como componente que fue de la cuadrilla de Manolete, a veces se le saltaron las lágrimas hablándome del inolvidable diestro. Respecto a Catalino me comentó que el día que confirmó la alternativa el califa (12/10/1939), que por cierto le cortó las dos orejas a un toro de Antonio Pérez, cuando su tío Basilio Barajas, que fue rejoneador y a la sazón era el responsable de la cuadra de caballos, vio por la mañana a Bernabé, exclamó: “todavía está vivo el bestiajo este”.

A partir de aquellas dos intervenciones primeras, Catalino continuó actuando como reserva en cuantas ocasiones se le presentaban, haciéndolo también a las órdenes de distintos novilleros en el coso cordobés, y así le veo con Corchaíto II, Manolete y Machaquito. En 1909 decide trasladarse a Madrid y con la ayuda de Manuel del Pino Monerri, picador cordobés casado con la popular lotera madrileña conocida por Doña Manolita, consigue debutar en la desaparecida plaza anterior a la de Las Ventas un domingo de frío polar (1912), enrolado en las filas del valenciano Antonio Mata Copao, que igualmente hacía su presentación, formando parte del cartel que completaban Isidoro Martí Flores, Pacomio Peribáñez y reses de Moreno Santa María. Trabajó después para otros espadas como Alfonso Cela Celita, Moreno de Alcalá y el mexicano Vicente Segura, hasta que por fin Rafael González Machaquito le dio puesto fijo en su cuadrilla en 1912, cubriendo con él las dos últimas temporadas en activo de dicho espada. A partir de aquí su trayectoria profesional cobró importancia y sus servicios fueron solicitados por los más importantes diestros del primer tercio del siglo XX, peticiones que él atendía según su conveniencia, porque, y me refiero a un aspecto muy señalado por quienes le conocieron, Bernabé se preocupó mucho del tema económico, y cambiaba de jefe según los emolumentos que le ofrecían. Un detalle al respecto. Era costumbre que los contratistas de caballos ofreciesen una gratificación a los picadores, con el fin de que, en lo posible, defendieran en el ruedo sus cabalgaduras, y según le contó el citado Fausto Barajas a su también mencionado  sobrino, cierta mañana de festejo, como quiera que aquella oferta económica no llegaba, Catalino repetía en voz alta por el patio de caballos: “con estos jacos no llegamos ni a la mitad de la corría”.

Los contratistas de caballos gratificaban a los 
picadores que defendían a las cabalgaduras

Quiero resaltar que en la entrevista que mantuvimos con él, según citaba los espadas a los que había acompañado, nos añadía su opinión sobre cada uno de ellos, a la vez que recordaba numerosos datos acerca de sus intervenciones, algunas de cuyas citas voy a referir (las fechas las aporto yo), por considerarlas interesantes o curiosas, y desde luego no fue tarea fácil darle forma a los apuntes que en su esencia tomé, mientras conversaba con mi padre y con Pepe Guerra. Así, de Machaquito resaltaba las cualidades de gran estoqueador y su enorme pundonor. “Toreamos cuatro corridas en Pamplona y en la primera, mano a mano con el Gallo, quedó muy mal con la espada, oyendo dos avisos con un bicho pregonao de Vicente Martínez, y por lo que el maestro nos contó, se tiró toda la noche sin poder dormir”. A continuación, tras permanecer unos segundos en silencio nos dijo Bernabé: “de allí me vine para Córdoba, porque se agravó la enfermedad de mi mujer y la pobre se murió el día 19, por lo que no pude ir a Pozoblanco, incorporándome a la cuadrilla en la feria de Valencia, donde también actuamos cuatro tardes”. Aquel año, Machaquito comenzó muy tarde la temporada, pero realizó doce paseíllos en la plaza madrileña cuyo ruedo no pisaba desde el 6 de octubre de 1911, cuando Pandero, un astado de Gamero Cívico, le causó la gravísima lesión vertebral que le mantuvo largo tiempo inactivo. A varias de ellas se refirió Bernabé. La primera, aquella en la que “nos echaron como sobrero un toro enano y se armó una gran escandalera, con la gente en el ruedo y mi jefe llamado al palco presidencial. Menos mal que enseguida cogió los palos Vicente Pastor y la cosa se pudo calmar”. Seguidamente, nos habló del día en que poco antes de hacer el paseíllo en Madrid, se le acercó Cocherito de Bilbao, y refiriéndose a la baja estatura de Fermín Muñoz Corchaíto,me preguntó con mucha guasa: ¿oiga usted, su paisano que es corcho o tapón?; contestándole yo, ¿y usted que es cochero o lacayo…? Ahora en el ruedo vamos a ver lo que es un torero con cojones”. Se trataba de la corrida celebrada bajo una pertinaz lluvia el 25 de mayo, en la que con siete toros de Martínez y uno de Pérez de la Concha actuaba con ellos Vicente Pastor. Se refirió también a la corrida de Beneficencia (29/5) a la que asistió la Infanta Isabel, “fue para ver a su torero, que era Vicentito Pastor”. Y cómo no, se detuvo al recordar cuando Machaquito se despidió del toreo, concediéndole la alternativa a Juan Belmonte, accidentado festejo celebrado el 13 de octubre, en el que saltaron a la arena once toros de los que cinco fueron devueltos, “por poco se acaban las banderillas de fuego con tanto manso como salió.  Rafael tuvo que matar el último, casi de noche ya, porque Belmonte había pasado a la enfermería. Bueno, lo que hizo fue rematarlo, porque a ese toro le di yo lo que se merecía”. Referente a las intervenciones en provincias de aquel año (1913), además de detenerse en las que picó en Córdoba, recordaba muy bien la llamada corrida Monstruo de Santander (26/6), en la que, dividida en tres partes, se lidiaron en total dieciocho toros, “yo no he visto en mi vida tantos caballos de picar juntos… Más de sesenta creo yo. Por la mañana había caballos hasta en el mataero, que estaba al lado de la plaza”.

Estocada de Machaquito en Málaga. Foto web Anís Machaquito

Retirado Machaquito, en 1914 ingresó en la cuadrilla de Paco Madrid, otro extraordinario estoqueador de toros, gran ejecutor del volapié. De su año con él nos habló Catalino de la tarde (1/9) que en La Malagueta se doctoró Matías Lara Larita, primera corrida de feria en la que se corrieron reses de Nandín y ejerció de testigo Juan Belmonte. Esta misma terna se repitió el día siguiente para enfrentarse a ganado de Conradi. Sucedió que “un toro enganchó a Belmonte cuando entró a matar, y aunque no llegó a herirle le propinó una paliza terrible, menos mal que Larita le hizo el quite a cuerpo limpio llevándose al bicho. Estando ya ambos en el callejón, con el traje hecho una piltrafa, le dijo Belmonte: gracias Matías, no se como pagártelo. A lo que contestó, no te preocupes Juan, ya me lo cobraré poco a poco. El tiempo le dio la razón, porque se sabe que fueron varias las ocasiones en que Belmonte ayudó económicamente a Larita”. Pobre y olvidado, Larita fue a morir en un asilo de Guadalajara. Aunque Bernabé, por modestia seguramente, no se extendió en elogios sobre su carrera taurómaca, sí nos dijo a continuación, “una de mis mejores tardes fue en la corrida concurso de ganaderías que se celebró en Madrid, picando a un toro de Andrés Sánchez. Fui muy aplaudido por el público y  felicitado por el ganaero”. Se refería al festejo celebrado el 29 de septiembre, en el que con seis ganaderías salmantinas participaron Tomás Alarcón Mazzantinito, Francisco Martín Vázquez, Agustín García Malla y Paco Madrid. Tras una breve pausa, esbozando una leve sonrisa dijo: “os voy a contar lo que ese año nos pasó a mi compañero Farfán y a mí en Burdeos. La habitación que teníamos estaba separada de otra por un tabique que no llegaba hasta el techo, y el pedazo que quedaba libre estaba tapado por una arpillera pintada de blanco. En esa otra habitación oíamos a una pareja que deberían estar a sus cosas, ya sabéis, por lo que decidimos arrimar el armario y subirnos para poder espetar a través de la  tela de saco, pero no se como se apañaría Farfán para que aquella se desclavara del techo, y a punto estuvo de ir a parar al otro lado. Tuvimos que bajarnos del armario a prisa y corriendo, pero como todo aquel entramado cayó en aquel lado, la pareja se puso a gritar en francés, mientras nosotros nos hacíamos los dormidos. Total, que en poco rato se formó un jaleo tremendo en toda la fonda. El conserje nos miraba a los dos, que nos hacíamos los longuis, encogiéndonos de hombros como si no comprendiéramos nada de lo que allí había pasado. Por cierto, aquel día nos salió un Miura que dio 485 a la canal… Parecía un elefante con cuernos, al que le arreamos siete u ocho buenos puyazos porque no había forma de bajarle los jumos. Como sería, que nos felicitaron los tres espadas y escuchamos una ovación enorme”.

Catalino picó en las cuadrillas de Gallito y de Belmonte

Siguiendo con su relato, dijo; “aquel año toreamos 49 corridas. La última fue en Jaén y la anterior  en Madrid (11/10). Por cierto, que estando por la mañana en la prueba de caballos se me acercó D. Juan Rodríguez, apoderado de Belmonte, y me preguntó si yo estaría dispuesto a ir con Juan el año siguiente.  En principio le contesté que le agradecía el ofrecimiento y que ya le llamaría. En noviembre pasé por el domicilio del apoderado para firmar el contrato y de paso aproveché para encargarme ropa en Ripollés, que estaba en la calle del León”. Al término de aquella temporada Belmonte trasladó su residencia a Madrid, y fue cuando al pasar por la peluquería de Almeida, en calle Sevilla, entró y solicitó que le cortasen la coleta, sorprendiendo a todos con esta acción, inusual hasta entonces y menos encontrándose el torero todavía en activo. Días después ingresaba en el servicio militar. “Mi estreno con Belmonte fue en Málaga, primer mano a mano que toreó con Joselito (28/2) y toros de Murube (como novilleros ya habían coincidido el 22 de agosto de 1912 en Cádiz). Qué gran feria cuajó Juan en Sevilla, sobre todo frente a los Miura (21/4 con el Gallo y Joselito), saliendo a hombros por la Puerta del Príncipe y siendo llevado así hasta su casa. Después  otro faenón a un toro de Murube al que le cortó una oreja en la Corrida de Beneficencia madrileña (25/4, con los citados hermanos y Vicente Pastor). Aquella de 1915 fue una gran temporada, en la que de no ser por algunos percances podríamos haber llegado a las 110 actuaciones que tenía contratadas. Y la siguiente (1916) iba por el mismo camino hasta que llegó la cornada de La Línea (16/7), donde un bicho de Salas le hirió de gravedad en un muslo al hacer un quite”. Resulta elocuente el dato de que de las 44 corridas que solo llegó a torear 32 fueron con Joselito.Cuando hablé por teléfono con el maestro para saber como se encontraba, me dijo que ya no torearía más ese año y que podía contar con su apoyo para que yo continuase con otros matadores en lo que restaba de temporada. En realidad apenas si estuve parao, porque en San Sebastián me dijo Cantimplas (Manuel Saco, banderillero en las filas de Rafael el Gallo) que sabía que a Joselito no le importaría llevar un picador más en la cuadrilla, donde ya estaban Carriles y Farnesio. Total, que en la feria de Bilbao ya iba yo con José”. Por cierto, un Joselito que hasta entonces no llevaba un año de muchos triunfos, salvo una tarde en la feria sevillana (27/4), en la que paseó un apéndice de un toro de Santa Coloma, y otra en Madrid (15/5) que cortó sendas oreja a dos astados de Gamero Cívico, aunque, como cabía esperar, acabó brillantemente con 105 festejos en su haber, de los 117 que había contratado. Que fueron 103 en 1917, año en que a Joselito le veían sus más allegados algo deprimido, por culpa de ese amor imposible con la hija de un famoso ganadero, al que tanto parecía preocuparle el tema de las clases sociales. De cuantas referencias hizo Bernabé sobre esta temporada, solo citaré las cinco orejas que obtuvo de los toros de doña Carmen de Federico, que por primera vez lidiaba a su nombre la ganadería de Muruve, corrida de la Prensa sevillana en la que actuó como único espada. “Yo no recuerdo un triunfo tan grande, ni un público tan entregado con un torero como el que vi aquel día; si en un toro estaba bien, en el otro todavía estaba mejor Yo puedo presumir de que he ido con los dos mejores toreros de aquella época”. No obstante, cabe añadir que en 1917, al celebrarse también espectáculos en la recién estrenada plaza Monumental,  Joselito solo toreó en La Maestranza dicho festejo (24/6), y el que con astados de Saltillo, a beneficio de la Cruz Roja, se celebró el 27 de abril, cuando por primera vez en la capital hispalense se devolvió un toro por manso. Al terminar aquella temporada de nuevo solicitó Belmonte los servicios de Catalino, para que, junto con los diestros Diego Mazquiarán Fortuna y Rufino San Vicente Chiquito de Begoña, los banderilleros Luis Suárez Magritas, Manuel García Maera, Emilio Moreno Morenito de Valencia y el mozo de estoques Antonio Conde, le acompañara en su viaje a Lima (Perú), donde tenía proyectado torear varias corridas de toros…, y llevar a cabo cierto asunto de índole particular. A tal fin, el 30 de noviembre embarcaban todos en el puerto de Santander. “Durante la travesía me ocurrió un suceso bastante  lamentable, pues una señorita, que tomaba el sol en la terraza del barco, entendió que yo le había molestado cuando lo que hice fue decirle un piropo bonito, total que si no llega a intermediar Juan me hubiera pasado todo el viaje encerrado en mi camarote, porque dicha señorita resultó ser la mujer del jefe de máquinas del barco. Pero repito que yo no quise ofenderla”. Dos días antes de Navidad, vestido de perla y oro el trianero hacía su debut en el coso limeño de Acho para matar reses de Asin en compañía de los dos espadas citados. En total fueron nueve corridas y una en su beneficio, más otra en Panamá y tres en la plaza de toros Circo Metropolitano de Caracas. “Y estando en Lima nos enteramos de que el maestro se había casado por poderes con una rica señorita de la alta sociedad peruana (Julia Cossio y Pomar) que se encontraba en Panamá, cuando por lo que supimos después ni en España sabían nada del asunto”.     

Puyazo en todo lo alto de Bernabé Álvarez Catalino. Foto El Ruedo

En el transcurso de la reunión que tuvimos con él, aunque se valiese de  varios recortes de prensa y apuntes suyos, que portaba en una carpeta de color azul ya descolorida por su uso y el paso del tiempo, nos sorprendió en sus declaraciones la facilidad con que recordaba los acontecimientos que nos fue desgranando y era encomiable oír los elogios que tenía para todos los diestros que acompañó a lo largo de su extensa carrera taurina. Tampoco se olvidó del toro de aquellos años, y nos hizo bastante hincapié en la diferencia del ganado al que se enfrentó antes y después de ir con Machaquito, “a partir de Joselito y Belmonte salía ya un toro con menos kilos y menos cornamenta, aunque pasaran de cuatro años y tuviesen el empuje necesario para aguantar  cinco o más puyazos, como aquel de Aleas, Palillero recuerdo que se llamaba, que en la plaza de Madrid, después de llevar en volandas a mi compañero Camero, tirándolo al callejón con caballo y todo, me derribó a mí y me echó el jaco encima, menos mal que me pilló cuando estaba ya en cuclillas para levantarme, y solo me dejó un fuerte magullamiento en el costado izquierdo”. En ese momento nos mostró una foto en la que se le veía en el patio de Las Ventas junto con una cabalgadura, “con este caballo, Marconi, piqué varias tardes en Madrid… a mí me gustaban los caballos  grandes para poderme echar sobre los toros largando palo y así poder apretar con facilidad”.

La temporada de 1918 estuvo marcada por una terrible epidemia que dieron en llamar “gripe española”, que llegó a Europa a primeros de año, con los soldados americanos que lucharon en la Primera Guerra Mundial, causando más de 200.000 muertes en nuestro país, gobernado entonces por el liberal Manuel García Prieto. Epidemia que en el ámbito taurino obligó a la suspensión de numerosos festejos. Dicha temporada Belmonte no toreó en España, por lo que Catalino aceptó la oferta que le hiciera José Flores Camará, a quién, tras su apoteósico debut en Madrid como novillero el año anterior (2/9), se le presentaba una campaña importante, como así fue, pues totalizó 56 corridas de toros, entre las que cabría destacar las tres de la feria de Córdoba, más una (24/10) como único espada; cuatro en la de Bilbao y  seis en Madrid, la primera de ellas la tarde que Joselito le otorgó la alternativa (21/3) con el toro Amargoso (así se llamaba también el primer miura que Manolete mató aquella fatídica tarde de Linares), y la de Beneficencia (17/5). Un prometedor futuro que se diluyó pronto, ya que a partir de 1920 el descenso de sus intervenciones fue vertiginoso hasta quedar totalmente eclipsado del escalafón. El destino le tenía reservado otro puesto relacionado con la Fiesta, con el que sí dejaría muy marcadas sus señas de identidad. Sobre Camará nos dijo Bernabé: “Yo creo que se equivocó al tomar la alternativa sin tener todavía la suficiente preparación… Fue una víctima más del poderío de Joselito. ¡Qué gran afición y qué inmenso poderío tenía este torero!”. 

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