viernes, 26 de julio de 2019

LUPE SINO, LA MUJER QUE HIZO FELIZ A MANOLETE

Por Antonio Luis Aguilera

Antoñita y Manolo. Foto Santos Yubero 
Su verdadero nombre era Antonia Bronchalo Lopesino y nació en Sayatón, provincia de Guadalajara –no era mexicana como se ha llegado a publicarcuatro meses antes de que en Córdoba naciera Manuel Rodríguez Sánchez. Su segundo apellido se transformó en nombre artístico: Lupe Sino. Sin duda alguna Antoñita fue el gran amor de Manolete, que vivió libremente en la postguerra española su relación de pareja, algo entonces anormal y que no llegaría a "normalizarse" hasta varias décadas después para la ciudadanía de esta nación. Adelantarse a su época para vivir esa libertad tuvo un precio, pero el torero no solo era valiente en el ruedo sino también en la vida, y no escondió a la mujer que lo hizo feliz, aquella alcarreña que consiguió dibujar las mejores sonrisas en los labios de un hombre serio, la que le hizo ver que más allá del hermético mundo del toro había vida, y quien le advirtió que estaba en el centro de una peligrosa espiral que podía terminar en tragedia. Pensaba y manifestó públicamente que no dejarían tranquilo a Manolete hasta que lo matara un toro. 
En el año 1946 logró apartarlo de los ruedos solo toreó la corrida de Beneficencia de Madrid en la temporada española para que disfrutara de la tranquilidad de una vida rural en paz, gozando de la naturaleza y de su presencia, conviviendo cotidianamente con la gente sencilla del pueblo. Manolo y Antoñita hallaron lo que buscaban en Fuentelaencina (Guadalajara), donde residieron largas temporadas alejados de los ruedos, y donde el torero aprendió a nadar en una poza que él mismo ayudó a cavar con Juan Padilla, su futuro cuñado por parte de ella, y un buen amigo bilbaíno, el fotógrafo José María Lara.
Rumbo a México en 1946. Foto José María Lara
También fueron felices en México, la nación que tanto quiso el torero cordobés, donde nadie echaba cuentas de su vida personal ni preocupaba poco o mucho si estaba casado, porque lo que de verdad admiraba aquella afición era su figura y su toreo. Allí gozaron de la libertad que pretendieron limitarle en la triste España de la postguerra, la de palio y humaredas de incienso en las catedrales para el militar triunfador, la del pensamiento único y sospechas permanentes, la de miseria social y mucho miedo silenciado, la de imágenes en blanco y negro del NO-DO, el boletín publicitario del régimen para propagar las proezas del caudillo héroe de la cruzada, la que miraba con cauteloso recelo el romance del torero más famoso del momento con la actriz que había estado casada con un militar republicano. Difícil época para dos enamorados que decidieron convivir juntos para otorgarse cariño, respeto y confianza, para vivir su romance por encima de las condenas que recibía la relación. ¿Qué mal hicieron a nadie? ¿Por qué profirieron a Antoñita los peores insultos con que se puede ofender a una mujer?
Fuentelencina, verano de 1946. Foto José María Lara
Vivir juntos bajo un mismo techo sin estar casados no era aceptable en España, donde los celosos vigilantes del nacional catolicismo tanto se preocupaban del orden y la decencia, procurando mantener a raya una moral ciudadana ejemplar, aunque mirasen hacia otro lado con no pocos terratenientes que, además de esposa y un montón de hijos, tenían su querida, lo que solía considerarse un pecado menor, por supuesto en virtud del peculio que atesorasen, que se justificaba con frases expiatorias como “algún defecto ha de tener, pero es una persona muy buena que socorre siempre a los pobres”. Manolete se puso el mundo por montera y colocó su capote de paseo sobre el hombro de su novia, haciendo frente a la hipocresía de su tiempo para ser feliz con Lupe, a la que siempre llamaba Antoñita, la mujer con la que hizo una de las mejores faenas de su vida, y con la que descubrió que además de torero era un ser humano, que como tal necesitaba querer y sentirse querido para hallar sentido a su existencia. 
Antoñita luce el capotillo de Manolo
Por supuesto esta faena no recibió ovaciones, sino la severa censura y feroz oposición de su madre –que sería "oficialmente” la mujer de su vida, como si el amor a una madre estuviera reñido con el de la mujer amada–, de algunos miembros de su cuadrilla, que incluso llamaron “serpiente” a la mujer de la que estaba enamorado, ignorando el más elemental respeto no solo a la compañera del torero, sino a quien además de jefe de filas era amigo y “padre protector” de todos. También recibió la desaprobación de algunos que presumían de ser sus amigos, sin saber quizás el significado de esa palabra, quienes estuvieron más preocupados de propagar la moral religiosa, que de mirarse en el sabio refranero español para comprender ese que dice: “Consejos vendo y para mí no tengo”.
Antoñita y Manolo habían previsto su boda en Barcelona en octubre de 1947
La temporada de 1947 resultó vertiginosa para Manolete. Ya nada era como antes. El torero no se sentía a gusto toreando y había pedido a su apoderado que no le firmara más festejos, pero este hizo caso omiso y rubricó una exclusiva con Pedro Balañá de cuarenta corridas de toros, entre la que estaba una de Miura en Linares en el mes de agosto, cuando el espada se hallaba en unas condiciones físicas y anímicas no adecuadas para tanta responsabilidad. Mas la honradez y el compromiso íntegro del torero con su profesión le impulsó a cumplir las tardes firmadas, luchando en los ruedos por mantener su condición de primerísima figura del toreo, y fuera de ellos por proteger a la mujer con la que iba a casarse en Barcelona en octubre de 1947, como confesó al crítico Antonio Bellón la noche del 27 de agosto, mientras conducía su coche desde Manzanares a Linares, para pedirle un favor que consideraba que solo él podía hacer: convencer a su madre para llevarla a su boda, a la que se negaba asistir. Aquella dolorosa petición mostraba el sufrimiento y la tristeza de un ser humano famoso, rico y con treinta años de edad, al que no dejaban vivir en paz y entre todos iban a derribar: prensa, público y, seguramente sin ser consciente de ello, su propia familia.  
Antoñita y Manolo. Estoril 1946. Foto José María Lara
Lo que ocurrió en Linares era previsible con ese estado físico y anímico. Islero pasó por allí para cargar con tanta culpa inconfesable. Mas en el pueblo minero hubo otra víctima, Antoñita, que avisada por el mozo de espadas Máximo Montes Chimo –que tenía orden expresa del torero para telefonearla todas las tardes de corrida y darle novedades– llegó al hospital para estar junto a Manolo, pero Álvaro Domecq y Camará no la dejaron entrar en la habitación del herido. No la aceptaban e impusieron su voluntad. ¿A un amigo en el lecho de muerte se le hace eso? Para colmo, una vez fallecido el torero se difundió por su entorno que la relación con Lupe llevaba tiempo rota. Mas lo cierto y verdad es que manejaron su agonía con una crueldad impropia en quienes constantemente hablaban como si predicaran en lo alto de un púlpito. Si la religión no sirve para hacer mejores a las personas ¿para qué sirve? ¿Temían un posible matrimonio en esos instantes que hubiera convertido a la novia de Manolete en la viuda más rica de España? Por si acaso, con el engaño de que si el torero preguntaba por ella la llamarían, cuando el pobre de Manolo no sabía ni iba a saber nunca que Antoñita estaba allí, impidieron que ambos vivieran la cercanía íntima y el calor humano del último encuentro. Muerto el torero dijeron a aquella mujer destrozada por la pena que ya podía pasar. El frío manejo del duelo en esa larga noche de tristeza y dolor aseguraba que la fortuna no cambiaría de herederos. Los sentimientos de la compañera importaban poco. ¿Qué habría pensado Manolete de todo lo ocurrido si hubiera superado la cornada? ¿Habría aprobado la conducta de sus “íntimos amigos” con Antoñita?
Manolete y Antoñita, cogidos de la mano, como una pareja de
enamorados. Fuentelaencina, verano de 1946. Foto José Mª Lara
Llegaba el momento de trasladar los restos del torero a Córdoba. En Linares había terminado el acoso y derribo a uno de los toreros más importantes de todos los tiempos, mientras que para Antoñita, como si tampoco ya existiera, no había sitio en ninguna parte ni nadie se interesó en preguntar sobre su asistencia al duelo. En Córdoba no tenía sitio la mujer que convivió con el torero durante más de tres años. Conmovido por la tristeza y crueldad ante el desprecio más absoluto a una mujer rota y abandonada, Luis Miguel Dominguín se ofreció para llevarla en su coche a Madrid. Manuel había emprendido un viaje sin retorno. Ella iniciaba otro demasiado incierto, que por supuesto no estuvo exento de vetos y dificultades. No dudaron en pasarle factura cuando no estaba para protegerla el hombre que amaba. 


sábado, 20 de julio de 2019

MANOLETE, REY DE TOREROS

Por Antonio Luis Aguilera

Madrid 11/5/1944. Alternativa de Ángel Luis Bienvenida.
Actuó con sus hermanos Antonio y Pepe. Foto ABC
El 3 de noviembre de 2005, en la magnífica sede de la Tertulia Taurina El Castoreño del Real Círculo de la Amistad de Córdoba, con el auditorio lleno hasta la bandera y actuando como notario el historiador taurino Fernando Claramunt López, el matador de toros Ángel Luis Mejías Jiménez, último representante de la célebre dinastía de los Bienvenida, sin lugar a dudas una de las más toreras de la historia, nos respondió con el señorío, sencillez y gallardía que le caracterizaban, cuando requerimos su opinión sobre la campaña antimanoletista emprendida por algunos críticos y toreros para restablecer la “verdad” del toreo, poco tiempo después de que un toro de la ganadería de Miura hubiera matado al torero cordobés: “Mire usted, si el toreo ha tenido un dios y una virgen, ese ha sido Manolete. Primero fue él y luego todos los demás. Lo que ocurre es que aquí hay mucha envidia y eso no se perdona. Desgraciadamente en España hay muchos envidiosos”.

Alicante, 29/6/1947. Manolete somete con un precioso doblón a un
 toro del Conde de la Corte que pesó en canal 330 kg. Foto Finezas
En sus dos últimas temporadas Manolete sufrió el hostigamiento del público. Se metían con él y le protestaban el precio de las entradas. No era de extrañar, pues críticos de la influencia de Gregorio Corrochano (Diario ABC) le habían llamado “banquero” en sus crónicas al verlo de espectador en la feria de Sevilla. Por otra parte, toreros que gozaban del fervor de una crítica ortodoxa pero de escasas miras, nunca perdonaron al espada de Córdoba que les anticipara la retirada, como fue el caso de Marcial Lalanda, quien juzgaba a Manolete de torero corto, que se desenvolvía bien con los toros chicos y afeitados, cuando precisamente fue él quien protagonizó un enorme escándalo en la plaza de Valencia, al aparecer afeitada en los corrales la corrida del Conde de la Corte prevista para su despedida de la afición de aquella ciudad, hecho que originó la retirada del encierro por el ganadero, y el arresto con el consiguiente rapado al cero de su representante, como era habitual en aquella época. 

Sevilla, 20/4/1941. Manolete con el rabo
de un toro de Villamarta. Foto Mari
Manolete era el torero que más cobraba porque era el que más se arrimaba. Precisamente por eso, entre otras señoriales cualidades, ocupaba el trono del toreo y mandaba en la Fiesta. Y como no podían pararlo, los envidiosos recurrieron a quienes no tuvieron escrúpulo en propagar que en él todo era truco y fraude. Sin embargo, la perspectiva de la historia termina poniendo a cada uno en su sitio, por mucho empeño que pongan en lo contrario aquellos que la escriben. Basta comprobar cómo se toreaba antes de Manolete examinando fotos de los toreros más influyentes de las primeras décadas del siglo XX, para observar que hasta Chicuelo se trata de un toreo de escasa reunión, con trasteos a la defensiva, donde la muleta balbucea un toreo de mayor sosiego, pero todavía se desplaza al toro lo más lejos posible del sitio que ocupa el torero. El público aceptaba esta tauromaquia y veía como algo extraordinario cuando un toro propiciaba una actuación donde adquiría protagonismo la quietud de piernas.
Por el contrario, analizando detenidamente fotografías de Manolete, que históricamente otorga regularidad al toreo de Chicuelo, podemos observar que nos hallamos ante un modelo que no ha perdido actualidad, el toreo ligado en redondo, donde el diestro deja venir al toro por su terreno natural para obligarlo a ir hacia atrás y hacia dentro, intercambiando los terrenos del toro y del torero. En la vertebración de este planteamiento resultaron fundamentales Guerrita, Joselito y Chicuelo. Lo que hizo Manolete fue aceptarlo y adoptarlo como patrón de su modelo de faena, donde colocado de perfil llegó a acortar las distancias para ganar pasos laterales hacia el animal y provocar las arrancadas de la mayoría de los toros, siendo fiel al mismo concepto todas las tardes. De esta forma, sin esperar a que le saliera "su toro”, con una firmeza y regularidad impresionantes, el cordobés implantó definitivamente el toreo ligado en redondo de Chicuelo como la base técnica que habría de sostener cualquier expresión artística. 
Aranjuez, 4/9/1942. Toreo de bragueta,
mano baja y dominio. Foto Mari
Los escolásticos hablaban de “parar, templar y mandar”, pero fue necesario el reinado del torero cordobés para hallar el gozne que permitiría la implantación y desarrollo de esta célebre fórmula, atribuida a Belmonte, a la que Manolete incorporó los verbos “aguantar y ligar”. Manuel Rodríguez asumía cada tarde este riesgo, mientras no faltaban compañeros que decían que había acostumbrado mal al público y estaba llegando muy lejos, porque entendían que a todos los toros no se les podía hacer faena por naturales. Pero esa era su gran verdad y ninguno fue capaz de aguantar ese tremendo pulso. Nos comentaba el matador de toros Rafael Jiménez Castro Chicuelo, hijo del inolvidable espada sevillano que concedió la alternativa al cordobés: “Mi padre me decía que Manolete fue el único torero al que había visto pararse con los toros gazapones”. Sobran comentarios, cualquier aficionado sabe lo que eso significa, pero resulta valiosísima esta sincera y torera opinión para confirmar que el toreo de Manolete tenía unidad de sistema, porque el cordobés lo aplicaba a todos los toros.

 Majestuoso pase natural al toro Perfecto, de
Miura. Barcelona, 2/7/1944. Foto Mateo.
El tiempo acabó dejando sin argumentos a quienes interesadamente etiquetaron al espada cordobés de “torero corto”, como Marcial Lalanda, “el más grande” según la letra de su pasodoble. Porque a un torero de la majestuosidad y hombría de Manolete no se le puede juzgar por el austero catálogo de suertes que practicaba. El torero de la plaza de la Lagunilla no realizaba -ni falta que le hacía- quites como el de la mariposa, donde se tocan las orejas del toro –generalmente al de un compañero-, ni necesitaba torear de rodillas para que el público vibrara, pero ejecutó con personal naturalidad y pureza las suertes fundamentales de la lidia, como la verónica  -reina del toreo a capote-, el natural –rey del toreo de muleta- y la estocada –reina de todas las suertes, llamada suprema porque al entrar derecho para atacar arriba se pierde la cara del toro-. Sin fantasías ni concesiones a lo accesorio, Manolete ejecutó magistralmente las suertes fundamentales del toreo. ¿Torero corto?
Al natural en México. El peso del torero gravita sobre la pierna de salida
También Domingo Ortega, aprovechando que soplaban vientos a favor cuando Manolete no podía replicarle, conferenció en 1950 sobre la “verdad” del toreo, censurando al diestro que no adelanta la pierna contraria cuando se arranca el toro, porque así no se carga la suerte. Era una clara alusión al toreo de perfil del espada cordobés. Pero si la verdad del toreo se resumiera en esa acción de avance de la pierna de salida, todos los toreros, desde Manolete a nuestros días, habrían sido unos mentirosos. Y no es verdad. Manuel Rodríguez cargaba la suerte siempre que el peso de su cuerpo gravitaba sobre la pierna de salida, que es la máxima expresión de entrega y dominio sobre el toro, sin que en ello tenga mucho o poco que ver que el compás permanezca abierto o cerrado.
El toreo está tan lleno de Manolete como el cielo y la tierra
de la voluntad de Dios. ("Clarito"). Foto Manolo Castilla
No tuvo discípulos Domingo Ortega, que basaba su modelo de faena en un toreo sobre las piernas, de intercambio de pases y pasos avanzando con el toro, armonioso para quienes aceptaban esta manera de dominio, y de otro valor para quienes veían en su sistema una forma más o menos elegante de irse al rabo. Por el contrario, todos los toreros adoptaron para expresar su acento artístico el toreo ligado en redondo revelado por Chicuelo y consolidado por el torero cordobés, donde el lidiador, con el compás abierto o retrasando ligeramente la pierna de salida, deja venir al toro por su camino natural, sin quebrar su viaje desplazándolo hacia afuera, para llevarlo hacia atrás y hacia adentro, y con un giro de talones intercambia los terrenos para ligar los pases. Ninguna campaña de desprestigio después de haber muerto en las astas de un toro pudo evitar que la sombra de Manolete siga agigantándose al contemplar la perspectiva de la historia, porque como bien sentenció el crítico César Jalón Clarito: “El toreo está tan lleno de Manolete como el cielo y la tierra de la voluntad de Dios”.

sábado, 6 de julio de 2019

UN SIGLO DE LA ALTERNATIVA DE CHICUELO

Por Antonio Luis Aguilera
Cartel de Sevilla 2019. Obra de María Gómez
Los buenos aficionados, los que aman y respetan la historia del toreo, confiaban que este año la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, al cumplirse el centenario de la alternativa de Manuel Jiménez Chicuelo, hubiera tenido el buen gusto de homenajear al espada con una obra pictórica acorde a su categoría, que ensalzara su figura y su toreo, en el cartel de festejos de la temporada 2019 de la ciudad hispalense. Pero los responsables de la encopetada institución no tienen la sensibilidad de los buenos aficionados, y eligieron la obra de la pintora María Gómez para reproducir un lienzo que representa a un monigote de torero, demostrando así la afinidad que existe entre la entidad que representan y el sentir de la afición, o quizá la atrofia al interpretar una fiesta popular como es el toreo desde la altura de su linaje. ¡Qué sarcasmo pretender que la obra, por llevar escrito en una miniatura ilegible el apodo del diestro, sea considerada un homenaje a un torero tan grande e histórico! Porque no debe olvidarse que Chicuelo fue el genial artista que creó la faena moderna, mientras el monigote no deja de ser otra mamarrachada de las que desde hace varios años, tras ser objeto de burla por la guasa sevillana, se incorpora al museo de dudoso gusto taurino donde exponen sus carteles modernistas los dueños de la plaza. ¡Qué nostalgia de los pinceles toreros de Pedro Escacena!
Pase de costadillo de Chicuelo. Cartel de la
 temporada 1987. Obra de Pedro Escacena
A pocos toreros de la repercusión de Manuel Jiménez Chicuelo han puesto tantas piedras en el camino tratando de impedir su acceso a lo más alto de la historia. Lo hicieron en vida del genial torero y, de soslayo, en la conmemoración de una efeméride tan redonda como el centenario de su alternativa. Es triste e injusto, porque antes y ahora se ha desplegado una conspiración de silencio contra uno de los faros que ha guiado el arte del toreo, proyectando a los navegantes la luminosa señal de una de las inteligencias más lúcidas, artísticas y creadoras de la Tauromaquia, cuyo resplandor ha sido imposible ocultar, porque refulge cada tarde en cualquier ruedo cuando se liga el toreo en redondo aplicando el canon chicuelista, que permite la expresión libre de cada espada según su acento personal, como las cuerdas de la guitarra permiten expresar cualquier palo del cante flamenco, ya sea por bulerías, soleares, martinetes o tarantas. 
La huella de Manuel Jiménez Chicuelo en el toreo moderno es tan profunda como la de José Gómez Gallito –que esbozó la ligazón del pase natural-, la de Juan Belmonte –que acortó distancias para ceñir el toreo y expresar con su temple portentoso un pase nuevo, sujetando las embestidas, en la faena vieja; porque, salvo excepciones, no ligó los pases en redondo-, y la de Manuel Rodríguez Manolete –que reduciendo aún más las distancias, para obligar a arrancarse a la mayoría de los toros, impuso definitivamente la faena de Chicuelo-. Golpe a golpe, verso a verso, como los Cantares del poeta Antonio Machado, todas hicieron camino al andar y quedaron para siempre incorporadas con letras de oro en la Tauromaquia, aunque previamente fue necesario que Rafael Guerra Guerrita, el último rey del toreo del siglo XIX, resultara determinante en la evolución del toro moderno, al influir en los ganaderos para que perfeccionaran la selección afinando estilo, tipo y encornaduras, y de esta forma fuera posible otra lidia distinta a la de su época, más brillante, reunida y artística.  
Alternativa de Chicuelo. Sevilla 28/9/2019. Foto familia Chicuelo
Al conmemorarse el siglo de la alternativa de Manuel Jiménez Moreno, que el 28 de septiembre de 1919, contando diecisiete años de edad, recibió de Juan Belmonte muleta, espada y un apretón de manos deseándole suerte con Vidriero, del Conde de Santa Coloma, rendimos tributo a la carrera profesional de uno de los espadas más influyentes en la historia, aunque esta influencia fuera silenciada por algunas plumas que le hurtaron su verdadero sitio en el toreo, dedicándole los renglones precisos para atribuirle la invención de la chicuelina -por cierto, también "olvidaron" que con la muleta creó los pases de costadillo y de la firma-, cuando en realidad fue un artista excepcional y definitivo en el toreo moderno. Como escribe Néstor Luján en su "Historia del Toreo" (Ediciones Destino, 1954): "Chicuelo ha sido, además, creador del ritmo de torear moderno, del encadenamiento suave y fluente de las faenas, con una ensambladura invisible. Todas las faenas -las buenas faenas, se entiende- de Chicuelo, poseían una ligazón impalpable que, unida a la perfección delicada que imprimía a sus pases, dieron lugar a aquella radiante armonía que ha quedado como modélica. Su influencia personal, técnica y estética sobre Manolete, fue enorme y no ha sido todavía estudiada. En los primeros tiempos de Manolete, el consejo de Chicuelo fue constante".
Chicuelo al natural con Corchaíto. Madrid 24/5/1928. Foto familia Chicuelo
Más rotundo en su defensa fue Luis Carlos Fernández López-Valdemoro, que firmaba con el seudónimo de José Alameda, y fue quien explicó y argumentó magistralmente la evolución del toreo moderno, colocando a Chicuelo en el lugar que históricamente le correspondía. El madrileño José AlamedaJosé en recuerdo de Gallito y Alameda por la torera Alameda de Hércules-, que fue aficionado práctico en su juventud y llegó a compartir tentaderos con Juan Belmonte, enseñoreó la historia del toreo desde el exilio mexicano con obras de excelsa categoría como "Historia verdadera de la evolución del toreo" (Bibliófilos Taurinos, México D.F. 1985), "El hilo del toreo" (Espasa-Calpe, 1989) o "Los arquitectos del toreo moderno" (B. Costa-Amic. Editor. México 1961, reeditado en España por Bellaterra en 2010), para abrir los ojos de par en par a cuantos quisieran conocer a los espadas que fueron los protagonistas de la infancia, adolescencia y madurez del toreo de nuestros días. 
Otro natural de Chicuelo a Corchaíto. Foto Baldomero (Familia Chicuelo)
Manuel Jiménez Chicuelo fue el creador de la faena moderna, porque fue el primer torero que alternó los terrenos de adentro –en la tauromaquia antigua exclusivos del torero, siempre con la espalda hacia tablas- y los de fuera –entonces considerados del toro-, para revelar la ligazón en redondo del pase natural. Y aunque en su larga carrera de torero artista y algo bohemio existieron capítulos desiguales, lo que nadie le puede arrebatar es que fue el primero en realizar esa faena y enseñarla a los demás toreros, el primer maestro en establecer un canon que sigue vigente en nuestros días. Como sentencia José Alameda: “Se había escrito la historia escondiendo a Chicuelo cuando todavía estamos bajo la influencia de su toreo”.
Manuel Jiménez Chicuelo. Foto familia Chicuelo
Conviene recordar también la propagación en el planeta de los toros del canon chicuelista, porque si trascendente resultó su inolvidable faena en Madrid el 24 de mayo de 1928, donde inmortalizó al toro Corchaíto de Graciliano Pérez Tabernero, al estudiar su obra no deben pasar inadvertidas otras faenas excepcionales, como las realizadas en la plaza de El toreo de la Condesa de México, donde en 1925 inmortalizó a los toros Lapicero y Dentista -así lo llamó el ganadero de la divisa de San Mateo, don Antonio Llaguno, por un dolor de muelas que sufría Chicuelo-, que dejaron una huella imborrable en la afición hermana e influyeron en el concepto de un diestro tan importante en el país azteca como el maestro de Saltillo Fermín Espinosa Armillita; o la de Maracay (Venezuela) el 11 de enero de 1935, cuando Chicuelo toreó al toro Carpintero, de don Antonio Pérez, de San Fernando, y que cita Curro Girón en su autobiografía como uno de los sucesos más importantes recordados por la afición venezolana. Lo que confirma que el canon de faena revelado por Chicuelo no solo fue implementado en España, México o Venezuela, sino en todo el orbe taurino. 
Chicuelo y Dentista con el ruedo lleno de sombreros. México 25-10-1925
Esta es la historia y grandeza de un artista excepcional, de un torero genial, a quien algunos pretendieron esconder en el baúl de los recuerdos mientras repartían los titulares de la historia entre Gallito y Belmonte, siendo más generosos con este último, a quien sus panegiristas no tuvieron reparos incluso en atribuir en exclusiva la paternidad de un toreo que, sin embargo, tuvo otros padres. Porque como asegura José Alameda, que fue testigo de esa época, en el libro "Los arquitectos del toreo moderno": "En cuanto a la creencia de que Juan Belmonte inventó el toreo moderno, es verídica en parte, y en parte no. Cierto que él hizo algo decisivo. Pero no todo. Otros hicieron lo suyo y no se ha dicho. Es cierto que Belmonte redujo las distancias y ciñó el toreo, pero no cambió su planteamiento. Toreó más cerca y templado que sus predecesores, pero, en cuanto a la concepción de la faena, igual que ellos". Así, pues, si en el toreo moderno cobra supremacía la faena de muleta, la que desde Chicuelo a nuestros días liga los pases en redondo agrupándolos en series como los versos de un poema se agrupan en estrofas, en el centenario de la alternativa de Manuel Jiménez Moreno puede concluirse que la columna vertebral de ese toreo la forman Gallito, Chicuelo y Manolete

lunes, 1 de julio de 2019

ALTERNATIVA DE MANOLETE: 80 ANIVERSARIO

Por Antonio Luis Aguilera
Alternativa de Manolete. Foto familia Chicuelo
Se cumplen ochenta años de la alternativa de Manolete en la plaza de Sevilla, ceremonia que ofició el gran Manuel Jiménez Chicuelo, -de quien el 28 de septiembre se celebrará el centenario de su doctorado en el mismo ruedo-, completando la terna -todavía no se había inventado la figura del testigo de la ceremonia-, Rafael Vega Gitanillo de Triana. La ganadería perteneció a don Clemente Tassara -antes Parladé- y el toro de la ceremonia, que se llamaba Comunista, fue "rebautizado" como Mirador. Esta corrida, que se celebró el domingo 2 de julio de 1939, a las 6,30 de la tarde, fue a beneficio de la Asociación de la Prensa. Manolete estrenó un traje color heliotropo y oro –que conservó la familia Camará-, y cortó las dos orejas al toro del doctorado, mientras que Chicuelo fue el gran triunfador de la tarde, al cortar las dos y el rabo al ejemplar lidiado en cuarto lugar, y Gitanillo de Triana paseó las dos del quinto.
Por su valor histórico reproducimos la crónica publicada en el diario ABC de Sevilla el martes 4 de julio de 1939, firmada por el director y cronista taurino Juan Mª Vázquez.

Traje de la alternativa. Foto Manolo Castilla
"Todo el mundo en ufanía, Arenal de Sevilla abajo. Venía el público de saborear la emoción de la lidia brava y la labor de arte; los toreros habían sostenido sin “calderones”, durante la tarde toda, la fuerte sonoridad de los aplausos; el ganadero acababa de jugar un ejemplar soberbio, de época y de bandera, y, en fin, a la empresaria Asociación de la Prensa cabía la satisfacción de haber sido testigo del lleno fecundo de su fiesta, del lucimiento de toros y toreros y, sobre todo, del radiante contento del tendido, donde ni por un instante habíase advertido esa sensación de enervamiento y cansancio que una corrida de toros suele producir en cuantos la presencian. 
En el ambiente expectante y ruidoso que es alma y sal de los grandes entradones, comenzó la función. Su primer capítulo, la estimuladora ovación dedicada a Manolete, que de ella hizo partícipes a sus famosos compañeros de cartel, al terminar el paseíllo. 
Logró el valiente cordobés un gratísimo doctorado. Gordo, bien puesto, alto de agujas, el negro zaíno de su alternativa -¡un buen mozo!- hizo pasar un mal susto a Viruta al alcanzarlo cuando se acogía al burladero del siete. Allí mismo toreó al bicho de capa Manolete, reposado y ceñido, y los aplausos ganados se repitieron en el primer quite. En el suyo, Chicuelo inició su tarde triunfal -una de las más esplendorosas de su historia- con un garbosísimo capotazo a pies juntos, dando tablas; dos lances más de penetrante aroma sevillano, y un gallardo recorte de rodillas. Resonó la unánime ovación, premio de Manuel Jiménez y acicate del ánimo de Rafael Vega, que en su turno hubo de mover persuasivamente su capote para que la res, picada por Catalino, y aplomada ya, lo tomara, y dibujar unas verónicas agitanadas y lentas, tan prietas, que la taleguilla y la manga teñidas de rojo quedaron por la sangre del bruto. Con la tempestad de palmas por el hermano de Curro Puya levantada, terminó el primer tercio, y luego de banderillear bien Cantimplas y Blanquito, llegó el instante, que podemos llamar histórico, de hacerse un nuevo matador de toros. Con gesto y palabra de amigo, Chicuelo puso en las idóneas manos de Manuel Rodríguez los trastos de matar, y allá fue el neófito, después de saludar a la presidencia, a ofrecer a la plaza entera las primacías de su ascenso. Con la serenidad en él habitual, obligando mucho al toro, bastante quedado, desarrolló el cordobés una excelente faena, durante la cual, luego del ayudado, el alto y el de pecho, acometió el natural, con ceñimiento extremado, y a continuación, ya en el centro del anillo, unos adornos de sobria traza, muy toreros. Magistralmente, como él sabe, ejecutó el volapié despacio, por derecho, bajando la muleta y cruzando impecablemente, y la estocada, que quedó en todo lo alto, hizo rodar al bicho, tras agonía breve y dura, sin necesidad de puntilla. Las orejas y la ovación circular y entusiasta refrendaron el ingreso del joven paisano de Guerrita en la más alta categoría del arte. 
Manolete. Ilustración de la crónica 
En el resto de la sesión, fue Manolete el buen torero que todos conocíamos. Experto conductor de la brega cuando a él incumbía su dirección, sucinto en quites y sin “molestar” al ganado, notable capeador en las brillantes verónicas del sexto y concienzudo siempre. Al último de la corrida se lo picaron poco, con que llegó al final entero, encampanado y en plenitud de su fuerte temperamento. Manolete, al muletear, aguantó con singular arrojo; más a la hora de matar se propuso hacerlo con la pureza de su admirable estilo, sin advertir que el trance exigía rapidez suma. Seis o siete veces entró, y ha de consignarse que jamás lo abandonaron la entereza y el pundonor taurino. Percatado de esto, el público no dejo de animarlo con sus aplausos más alentadores, y cuando, después de varios intentos consiguió descabellar, fue muy cariñosamente despedido. Pronto veremos al flamante espada en indiscutida posesión del puesto al que desde anteayer camina. 
Hállase Chicuelo, y lo confirmó el domingo en una alarga exhibición maravillosa, en un segundo amanecer de su arte genuino. Ardiente como un chaval, inspirado y gracioso como en la cima de sus entusiasmos taurinos, muy pocas veces, ni aún en los días ya lejanos de su primera juventud, le habíamos visto tan sinceramente arrojado, tan brillantemente bullidor, tan dueño de los secretos de la más fina orfebrería de la lidia como en esta ocasión. Cada  verónica un grito de júbilo; un himno riente a Sevilla materna cada instante de cualquiera de sus quites indescriptibles; un cuadro pletórico de color y armonía cada episodio de sus faenas. 
Chicuelo. Ilustración de la crónica
A la altura prócera de su primer trabajo, que descrito queda más arriba, se mantuvo toda la inconsútil tarea de filigrana por el genial artista desenvuelta hasta que la inolvidable corrida llegó a su fin. Y si no hubo en su deleitosa labor con la capa ni un solo lance vacío de eficacia o de belleza, muleteando sostuvo -él, tan descontentadizo en ese momento- el rango artístico alcanzado en verónicas, medias, chicuelinas y recortes. Con su primer toro -único que puso en la fiesta una nota de mansedumbre-, que derrotaba mucho, se apretó, muy cerca de las tablas, como un novillero pundonoroso, y fue de una calidad torera inestimable aquel momento en que, confiadísimo, apoyó la espalda sobre la barrera, teniendo a un palmo de la cintura las afiladas astas del enemigo. Faena de sabiduría y de coraje, sazonados una y otro por preciosos primores de estilo, de la cual dieron fin un pinchazo y una estocada arriba.
En el cuarto, mucho mejor. Costadillos, molinetes, faroles, cambios de mano por delante y por el dorso…; toda la gama juncal, salerosamente elegante, de la privativa manera de hacer de Manuel Jiménez. Y ello, con un toro de genio vivo, al cual el Chicuelo de la decadencia tal vez no habría aproximado sino el pico de la muleta. Con decisión, ¡también!, al herir, el rejuvenecido maestro dio un pinchazo y una excelente estocada. Por petición general adjudicáronle orejas y rabo, y después de recorrer el ruedo por dos veces, se le obligó a salir entre delirantes aclamaciones.
De la tarde de Manolo en la corrida de la Asociación de la Prensa se hablará mientras quede vivo siquiera un testigo presencial. ¡Y cuando el domingo no se murieron de gusto todos ellos...!
Gitanillo. Ilustración de la crónica

Pues de Rafaelito Vega de los Reyes, ¿qué diremos? Él ayudó a mantener bien alto el tono excepcional del espectáculo, y al hermanar con la ya reconocida alcurnia de su escuela la nueva virtud de su arrojo desmedido, suyo fue también el éxito fervoroso y sin mácula. Temple, lentitud y salsa faraónica -las manos bajas, a la manera arrebatadora que Curro fundó-hermosearon en verónicas y quites los lances de Rafael, que en alguna ocasión bordeó la cama de operaciones por no querer que nadie le pisara el terreno. 
Tocóle, con el tercero, el bicho más difícil -sin llegar a ser el especialmente peligroso- de los del señor Tassara; un animal que se ceñía del lado derecho de manera muy sensible. Abrió el gitano su faena con el natural –olé- y muy cerca, muy seguro y muy lucido, prosiguió realizándola, entre aplausos y olés, a pesar de la pintada inclinación del adversario. Entrando bien, pinchazo y estocada delantera. Después, unos descabellos, y el epílogo de un extenso palmoteo, con el paseo de rigor.
Fue el quinto, quizá, el toro más bravo de que el cronista ha hecho mención en sus catorce años de ejercicio. Fiero, poderoso, insensible al castigo, y de una nobleza que iba aumentando en manejable sencillez según su lidia transcurría, el hermoso ejemplar hizo revivir en el redondel sevillano los antañones fastos de la casta Ibarreña. Seis veces, con extraordinaria pujanza, acometió a los caballos, sobre los cuales recargo con saña, volteándolos en cuatro ocasiones. Y sin que su hocico se abatiese en la arena ni un instante, ni sus patas escarbasen nunca, ni lo descompusiera el violento cabeceo a que le forzó una garrocha largo rato enhebrada en su piel. ¡Magnífico toro, bastante para situar en primera línea el cerrado de donde venía!
Se ha escrito que con reses así hasta grandes lidiadores solieron fracasar. Rafael Vega, no. Rafael Vega, dispuesto a ganar altura, desarrolló un trasteo justo, ceñido, adornado, que en la tarde de ovaciones una vez más hizo batir las palmas con estruendo. Mató pronto y bien y recorrió el dorado anillo, mientras las mulillas paseaban el cadáver de aquel bravísimo ejemplar del señor Tassara
Así fue, expuesta en trabajosa síntesis, la corrida benefactora del Seguro del Periodista; base de cordial parabién para el público, lidiadores, ganadero y Asociación organizadora". JUAN Mª VÁZQUEZ.

Comunista, toro de la alternativa de Manolete, "rebautizado" como Mirador
OBSERVACIONES:
Según el periodista cordobés José Luis Sánchez Garrido, que firmaba sus crónicas taurinas como José Luis de Córdoba, en el cartel de aquella tarde figuraban a las órdenes de Manolete los picadores Artillero y Gordoncho, así como los banderilleros Viruta, Cantimplas y Vito, pero en realidad los que actuaron fueron, a caballo, Bernabé Álvarez Catalino y Francisco de la Haba Zurito, y a pie Rafael Saco Cantimplas, Manuel Martínez Viruta y Blanquito.
Precisamente en esa corrida el picador Paco Zurito sufrió un grave percance que le obligó a abandonar el toreo.