jueves, 23 de abril de 2020

AHORA MÁS QUE NUNCA

Por Antonio Luis Aguilera
El toro de Osborne. Foto El Ideal Gallego
El toreo es una escuela de vida, la profesión donde el respeto al oficio y sus valores se impone como primer mandamiento, desde que cualquier aspirante sueña vestir el traje de luces. En el aprendizaje todo tiene un sentido, un razonamiento, un valor: la explicación de un experto es considerada un honor, cuando proviene de maestros con surcos en el cuerpo y el alma, que recuerdan su paso por los ruedos. El toreo es una carrera donde se escalan progresivamente los peldaños que conducen a la alternativa, según la idoneidad del aspirante. Nada se improvisa. Lo que está en juego no es un futuro más o menos brillante, sino la propia vida. De ahí que, además de valor, la profesión requiera muchas más cosas: saber superar la adversidad, inteligencia para resolver, conocimientos del toro y los encastes, de los terrenos y las querencias. Y por supuesto, una voluntad de acero para no desfallecer en el intento. Toda preparación es poca para enfrentarse al patas negras.
Añoro los valores del toreo en la política, donde la mayoría de los que se inician, sean del signo que sean, llegan ligeros de equipaje, con el título universitario de una carrera que no han ejercido, sin experiencia profesional y, consecuentemente, sin  preparación para ostentar de la noche a la mañana un cargo público, lo que sin embargo les llega trepando en la organización del partido, donde se valorará preferentemente la capacidad de descalificación del adversario, para desempeñar un puesto en cualquier área -no se requiere conocimiento previo- cuyos beneficios económicos permitirán rentas vitalicias. He ahí la transformación en crisálida de un titulado superior sin futuro, o dicho más claro, de un trepa en señoría.
Lo malo es que sus señorías no están a la altura del pueblo al que representan, ese que está de políticos hasta el bulto que destaca en las taleguillas del traje de torear. Ya quisiera el pueblo tener los privilegios de esta casta -¿o ya no es casta?, como antes decían los que ahora son socios del selecto club-, en sueldos que quitan el hipo, dietas, ayudas de residencia y hospedaje, transporte, comedor de lujo a la carta en el restaurante del Congreso a precios de bar de barrio, indemnizaciones por cesantías, pensión máxima de la Seguridad Social con siete años de ejercicio político, así como un largo etcétera de beneficios económicos, puertas giratorias y dispensas, que encabronan al más santo ante la falta de escrúpulo de quienes transmiten una tremenda inseguridad, porque no saben gestionar los terribles momentos que estamos viviendo. La señoría del privilegiado oficio de político consiste en descalificar al adversario, bloquear propuestas de acuerdo de cualquier otro signo, evidenciar mala educación, y disputarse un liderazgo en arrogancia, desconocimiento y hasta dudosa humanidad, cuando no respetan la cuarentena del virus estando obligados a ello, como cualquier otro españolito de a pie. De vergüenza.
Ondeando la bandera de la incapacidad de gestión, el orgullo y la soberbia dejan a un lado a la comunidad científica, a las personas cualificadas que podrían sumar, mientras aseguran seguir el consejo de unos expertos que nadie conoce, para continuar con la improvisación chapucera, que evidencia el horroroso ridículo por decisiones adoptadas, después corregidas y más tarde modificadas. El duro momento que vive la ciudadanía, y el que se adivina estar por llegar requieren coherencia y firmeza, asesoramiento especializado de la comunidad científica, buena gestión y altura de miras. 
Estamos cansados de la clase política. De toda sin excepción, de la que manda y de la que quiere mandar, de los tibios y de los extremistas de cualquier tendencia, sean patriotas, bolcheviques o delincuentes condenados por delirios secesionistas. La pandemia mata, el confinamiento desespera y la sociedad está sufriendo un daño irreversible. El gobierno no puede seguir improvisando. Han sido demasiados errores de bulto. Ni la oposición alinearse en un enfrentamiento constante para conseguir rentas de votos. Son momentos de verdadera unidad, como están demostrado todos los españoles, porque tras la guerra vendrá la postguerra con su miseria. Por eso no hay tarea más importante que proteger a todos los colectivos desfavorecidos, a todos sin excepción, a los que han perdido el trabajo o negocio que mantenía a sus familias. La clase política tiene el deber moral de estar a la altura de la ciudadanía a la que representa. Esa sí que es ejemplar.


 AHORA MÁS QUE NUNCA


Por Alejandro Abad, familia y amigos. Esta canción se creó en agradecimiento y reconocimiento al personal sanitario y no sanitario, que cuidan de lo más importante, nuestra salud. Este video está dedicado a ellos, y a todas las personas que se encuentran desempeñando servicios esenciales durante el confinamiento y siempre, a las personas que tristemente nos están dejando y muy especialmente a las familias, con la esperanza y la convicción de recuperar cuando antes una normalidad fortalecida. La recaudación es para Médicos sin Fronteras. 

jueves, 2 de abril de 2020

QUIÉN ME HA ROBADO EL MES DE ABRIL

Por Antonio Luis Aguilera


Nunca pude imaginar que el estribillo de la canción de Joaquín Sabina iba a repetirse tantas veces en mi cabeza. Ahora somos muchos los que tenemos la sensación de que nos han robado este mes de abril que acabamos de estrenar. Y el de marzo, cuando nos confinaron en nuestros hogares, mientras la primavera, que desde final de febrero perfuma de azahar las calles de Córdoba, engalanaba los naranjos con la sencilla y maravillosa flor blanca de estambres amarillos, cuyo aroma tanto asociamos los andaluces al olor de incienso de las procesiones de Semana Santa. Por cierto, ¿quién dice que este año no hay procesiones de Semana Santa, cuando este abril, coincidiendo con el mes de Nisán, un virus ha llenado de cruces la humanidad? ¿Acaso el Jesús del madero no está presente acogiendo en sus brazos abiertos a los que sufren?
Desde el confinamiento, en la soledad de mi casa, imagino los parques mostrando el esplendor de la primavera, especialmente “mi” parque Cruz Conde, donde desde hace años suelo ejercitarme, que estará rebosante de celindas, aromatizando el circuito natural y vistiendo sus arbustos con preciosos traje de novia. Y los rosales preñados de capullos de colores, junto al redondel de albero donde entrenan los novilleros, que mueven capotes y muletas soñando triunfos entre jazmines amarillos y granados en flor. Un parque que es un regalo para los sentidos. 

Circuito natural del Parque Cruz Conde de Córdoba
Nos han robado el mes de abril, con los besos que el calendario guardaba para nuestros seres queridos. Y siguiendo el estribillo de Sabina nos preguntamos cómo pudo suceder. Reina el silencio en las calles, roto por alguna disputa de los pocos gorriones que quedan, o por el canto entre dos luces de los mirlos. Un abril atípico, sin rastro de la explosiva alegría de las fiestas de Levante, ni atisbo de que la ciudad de la Giralda viva la alegría y el color especial que canta la sevillana, ni que los caballos andaluces luzcan su belleza en las ferias de Sevilla, Jerez o Córdoba, donde los ciudadanos celebran las costumbres populares, y los aficionados al toreo peregrinan para presenciar las corridas, tan cuestionadas hoy por los defensores y simpatizantes de esos mansos pregonaos que huyen de nuestras fronteras, tras quebrantar las reglas del juego que nos dimos en 1978.  
Ojalá la temporada no haya echado el cerrojazo tras las ferias de Valdemorillo y Olivenza. Sería una excelente señal para todos. De momento, los clarines que suenan son los del miedo, como los del título de la novela de Ángel María de Lera, llevada al cine por el gran Paco Rabal. Del miedo a esta guerra no declarada pero real que vive el mundo, que no solo nos ha robado el mes de abril, sino que pretende arrebatarnos la ilusión de cada nuevo amanecer al mostrarnos calles vacías, comercios cerrados, colegios sin niños, trabajadores ociosos. Probablemente todos hemos entendido mejor que nunca qué significa la globalidad, al comprobar que el sufrimiento y la muerte ya no nos quedan tan lejos, ni son exclusiva de los de siempre, sino que se han instalado entre nosotros. 


Los clarines del miedo asustan, pero es necesario aprender del testimonio de tanta gente buena y solidaria, que diariamente se juega la femoral frente a este marrajo por el bien de todos. Y de la gratitud de quienes todas las tardes a las ocho, la hora del vuelo rasante de los vencejos, salen a ventanas y balcones para aplaudir emocionados al personal que trabaja en los hospitales y centros sanitarios, en las residencias de ancianos, a los servidores del orden público, bomberos, camioneros que cruzan España de norte a sur y este a oeste, agricultores y ganaderos, que han orillado sus justas reivindicaciones redoblando sus esfuerzos -al no disponer de jornaleros por el cierre de fronteras- para que los alimentos no falten en nuestras mesas, personal de limpieza urbana, voluntarios de Cáritas y otras entidades altruistas que ofrecen comidas a los que no tienen nada… ¡Cuántas lecciones de generosidad y de humanidad!
Aunque nos hayan robado el mes de abril todos nos necesitamos y debemos ser una piña de solidaridad, cariño y apoyo. Las personas son grandes cuando se hermanan con los más necesitados. Y los españoles sabemos bien de eso. Ahora en el ruedo ibérico sobran espontáneos y aficionados retóricos -como los políticos de discursos fatuos que presumen de saber de todo sin conocer nada-, para que en la arena solo estén los que saben torear, los que tienen aguante y conocimientos probados, esos maestros excepcionales que se han plantado en los medios para hacer quites a cuerpo limpio, tantas veces sin capotes ni muletas, sin los trastos indispensables, para lidiar una enfermedad que no distingue de territorios ni banderas, lo único que hasta hace poco parecía preocupar al titular del palco para presidir a cualquier precio. Los clarines del miedo le han helado el rictus.