viernes, 3 de agosto de 2018

MANOLETE CARGABA LA SUERTE

Por Antonio Luis Aguilera

Monumento a Manolete en el barrio de Santa Marina de Córdoba. Foto Manuel D. Castilla
Algunos juicios de la crítica figuran en la jerga taurina por provenir de sujetos reconocidos, a los que el pueblo llano otorga rango de autoridad taurina, ignorando que de toros, como afirman los sabios y sencillos hombres del campo, no saben ni las vacas. Resulta sorprendente que existan aficionados que sobrevaloren los escritos de algunos cronistas poco objetivos, y tras presenciar una corrida cambien de opinión, para no ir con el paso cambiado, ante el respeto que merecen los que saben: los especialistas. A quienes acuden a la plaza con tan pobre criterio, habría que recordarles que en la crítica, como en cualquier otro orden de la vida, conviven los que van de frente y por derecho, con quienes, descolocados históricamente, abusan del horroroso pico de la subjetividad, acuñando dogmas que procuran propagar a modo de jurisprudencia.
Uno de estos falsos dogmas, de moda en un cacareado gallinero, es el que censura al torero que descarga la suerte, cuando este, para ligar los pases con la muleta, perfectamente encajado con el toro, cita con el compás abierto. Se aplica para menospreciar faenas cuya sustentación técnica reprobaron ilustres plumas, que calificaron la acción como una conculcación de las reglas clásicas del arte de torear, normas que invocaron quizá sin haber leído, y con las que pretendieron encorsetar un arte vivo como el toreo. Así pues, no estaría de más revisar los clasicismos invocados, para comprobar si han resistido el paso del tiempo y la evolución del toreo.
Se aceptan como clásicas las tauromaquias de Pepe Hillo, escrita en 1796 por José de la Tixera; la de Paquiro, publicada en 1836 por Santos López Pelegrín, Abenamar; y la de Guerrita, redactada bajo su dirección técnica en 1896 por Leopoldo Vázquez, Luis Gandullo y Leopoldo López de Sáa. Las dos primeras contemplan un toreo primitivo, donde la lidia gravita sobre el tercio de varas y la suerte suprema. La muleta aún no tiene protagonismo, solo es la azafata de la espada, pues estaba mal visto dar más pases de los necesarios antes de montar el estoque, y se reprobaba todo exceso que restara ímpetu al toro en el trance decisivo, cuando el matador citaba a recibir, suerte habitual entonces aunque no la única. 
Rafael Guerra Guerrita. Foto Montilla
La tauromaquia redactada por Guerrita adquiere otra perspectiva. La lidia ha evolucionado, y el espada cordobés intuye que el rumbo del toreo ha de virar hacia ese arte de mayor sosiego que demandan los públicos, y que llegará en el siglo XX con otro toro más seleccionado que va a permitirlo. Es el toro que buscaban los ganaderos siguiendo los consejos del propio Califa, un animal de mejores hechuras y cornamentas proporcionadas, que entrara en la muleta,  y tuviera mayor fijeza, para que Joselito revelara los primeros pasos del toreo en redondo -como preceptuaba Guerra en su Tauromaquia-, y para que Belmonte pudiera disputarle su terreno, acortar distancias y sorprender con un temple colosal y su portentoso toreo a la verónica. ¿Cuáles son, pues, los cánones o reglas clásicas que se invocan para juzgar si el espada carga o no la suerte, si solo la tauromaquia de Guerrita contempla un toreo donde la muleta comienza a tener protagonismo? 
 Ortega adelanta la pierna de salida. Foto Cano
El clasicismo es relativamente moderno, concretamente de los años cincuenta del siglo XX, y se atribuye a Domingo Ortega. Ese es el canon utilizado como vara de medir, al invocarse como clásicas las normas con que este espada definió su propio toreo, personal e intrasferible, con el que comandó la década de los años treinta, ante una crítica adepta y antimanoletista. La conferencia El arte de torear, pronunciada por el maestro de Borox en el Ateneo de Madrid, y publicada en 1950 por la Revista de Occidente, fue el argumento que necesitaban algunas plumas, de las que no entienden que en el toreo pueden coexistir varios sistemas técnicos, para censurar al espada que torea sin adelantar la pierna contraria, asegurando que falta a la verdad del toreo porque no carga la suerte. Mas si esto hubiera sido cierto, y la verdad del toreo se centrara en el simple mecanismo de adelantar la pierna de salida, todos los toreros desde Manolete hasta nuestros días habrían quebrantado esa verdad. Y eso sí que es una mentira que no se sostiene por ninguna parte.   

Manolete torea a Islero. ¿...qué era entonces aquel quebrar de la cintura,  aquel 
bajar del brazo y la muleta hasta la arena, haciendo humillar al toro? Foto Cano.
Cargar la suerte no guarda relación alguna con la inmoral interpretación, que un influyente sector de la crítica propagó para menospreciar la figura y el toreo de Manolete, que ya no vivía para defenderse. De no haberse cruzado Islero en su camino, quién sabe si el inolvidable espada hubiera refutado tan ridícula afirmación, diciendo que él cargaba la suerte siempre que el peso de su cuerpo gravitaba sobre la pierna de salida, que es la máxima expresión de entrega y dominio sobre el toro, sin que para ello tenga mucha o poca importancia que el compás se encuentre abierto, cerrado o incluso retrasado.

"Pero afirmar que no cargaba la suerte carece de sentido".
El gran escritor y excelente analista del toreo José Alameda, en su libro Los arquitectos del toreo moderno, editado en México en 1961 y reeditado en España por editorial Bellaterra en 2010, aborda con brillantez la cuestión: “… si no puede torearse sin cargar la suerte, falla el reproche de que Manolete no la cargaba. Lo que quieren decir ciertos “críticos” es que el toreo de Manolete no les gusta y en eso están en su derecho, porque en gustos se rompen géneros. Pero afirmar que no cargaba la suerte carece de sentido. Pues ¿qué era, entonces, aquel quebrar de la cintura, en un natural de Manolete, aquel bajar del brazo y la muleta hasta la arena, haciendo humillar al toro, al mismo tiempo que le marcaba ya la trayectoria por donde el pase había de desarrollarse? ¿Acaso no era eso cargar la suerte?”.  
"haciendo humillar al toro, al mismo tiempo que le marcaba ya la 
trayectoria por donde el pase había de desarrollarse". Foto Mateo
Como asegura el maestro José Alameda: "La historia no establece dogmas, los establecen quienes la escriben". Después de Manolete nadie toreó como Ortega, que basaba su faena en un intercambio de pases y pasos, en un toreo de avance sobre las piernas, poderoso para quienes aceptaban esta expresión de dominio, y de menor valor para los que veían en su planteamiento una forma más o menos elegante de no pararse e irse al rabo -la apasionada afición mexicana le mostró la otra cara de la moneda con esta cantinela: De domingo a domingo, siempre lo mismo Domingo. La perspectiva histórica demuestra la escasa implantación de ese concepto del toreo en los espadas, por mucho que la teoría fuera propagada por el sanedrín de la crítica como la sagrada escritura del toreo, pues la inmensa mayoría aceptó y adoptó, para expresar su acento artístico el toreo censurado, el ligado en redondo que reveló Gallito, pulió Chicuelo y consolidó Manolete, el cual permite, con el compás cerrado, abierto o incluso retrasando la pierna de salida, dejar que el toro venga por su camino natural y, sin quebrarlo hacia fuera, conducirlo hacia atrás y hacia adentro, hasta donde termina el recorrido del brazo y la muñeca apura  al vaciar, para que el lidiador gire sus talones y quede colocado para emprender el siguiente pase. Este intercambio de los terrenos del toro y del torero permite la solución geométrica de la ligazón de los pases, aunque algunos especialistas, midan la colocación de la pierna de salida para juzgar si se falta a la verdad del toreo, y censuren a los diestros que descargan la suerte de no estar adelantada.
Manolete no solo cargaba la suerte, sino que fue de los toreros más honrados que han vestido el traje de luces, no se alivió jamás -ni siquiera cuando sus compañeros se lo pedían ante situaciones comprometidas-, y haciendo gala de una entrega absoluta fue por derecho hasta el final. Le acusaron de ventajista, por citar de perfil con la muleta retrasada, sin percatarse del nuevo modo de obligar a embestir a todos los toros, que reveló acortando las distancias con pases laterales hacia el toro, y no respetaron su acento artístico, la majestuosa verticalidad desde la que sentía y expresaba su toreo. Y cuando no vivía, esto sí que es inmoral, de torero fraudulento, que faltaba a la verdad del toreo por no adelantar la pierna contraria. Pero la miserable acusación de los inquisidores de su arte, "la verdad del toreo", en Manolete fue virtud, y con toda seguridad habría sido el titular más cabal para rotular lo que ocurrió en Linares la tarde del 28 de agosto de 1947. 

                                    Imágenes de Manolete en México



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