Alternativa de Manolete. Foto familia Chicuelo |
Se cumplen ochenta años de la alternativa de Manolete
en la plaza de Sevilla, ceremonia que ofició el gran Manuel Jiménez Chicuelo,
-de quien el 28 de septiembre se celebrará el centenario de su doctorado en el
mismo ruedo-, completando la terna -todavía no se había inventado la figura del
testigo de la ceremonia-, Rafael Vega Gitanillo de Triana. La
ganadería perteneció a don Clemente Tassara -antes Parladé- y el
toro de la ceremonia, que se llamaba Comunista, fue "rebautizado"
como Mirador. Esta corrida, que se celebró el domingo 2 de julio de
1939, a las 6,30 de la tarde, fue a beneficio de la Asociación de la Prensa. Manolete
estrenó un traje color heliotropo y oro –que conservó la familia Camará-,
y cortó las dos orejas al toro del doctorado, mientras que Chicuelo fue el gran triunfador de la tarde, al cortar las
dos y el rabo al ejemplar lidiado en cuarto lugar, y Gitanillo de
Triana paseó las
dos del quinto.
Por su valor histórico reproducimos la crónica publicada en el diario ABC de Sevilla el martes 4 de julio de 1939, firmada por el director y cronista taurino Juan Mª Vázquez.
Traje de la alternativa. Foto Manolo Castilla |
"Todo el mundo en ufanía, Arenal de Sevilla abajo. Venía el
público de saborear la emoción de la lidia brava y la labor de arte; los
toreros habían sostenido sin “calderones”, durante la tarde toda, la fuerte
sonoridad de los aplausos; el ganadero acababa de jugar un ejemplar soberbio,
de época y de bandera, y, en fin, a la empresaria Asociación de la Prensa cabía
la satisfacción de haber sido testigo del lleno fecundo de su fiesta, del
lucimiento de toros y toreros y, sobre todo, del radiante contento del tendido,
donde ni por un instante habíase advertido esa sensación de enervamiento y cansancio
que una corrida de toros suele producir en cuantos la presencian.
En el ambiente expectante y ruidoso que es alma y sal de
los grandes entradones, comenzó la función. Su primer capítulo, la estimuladora
ovación dedicada a Manolete, que de ella hizo partícipes a sus famosos compañeros
de cartel, al terminar el paseíllo.
Logró el valiente cordobés un gratísimo doctorado. Gordo,
bien puesto, alto de agujas, el negro zaíno de su alternativa -¡un buen mozo!- hizo
pasar un mal susto a Viruta al alcanzarlo cuando se
acogía al burladero del siete. Allí mismo toreó al bicho de capa Manolete,
reposado y ceñido, y los aplausos ganados se repitieron en el primer quite. En
el suyo, Chicuelo inició su tarde triunfal -una de las más esplendorosas
de su historia- con un garbosísimo capotazo a pies juntos, dando tablas; dos
lances más de penetrante aroma sevillano, y un gallardo recorte de rodillas.
Resonó la unánime ovación, premio de Manuel
Jiménez y acicate del ánimo de Rafael
Vega, que en su turno hubo de mover persuasivamente su capote para que la
res, picada por Catalino, y aplomada ya, lo tomara, y dibujar unas verónicas
agitanadas y lentas, tan prietas, que la taleguilla y la manga teñidas de rojo
quedaron por la sangre del bruto. Con la tempestad de palmas por el hermano de Curro
Puya levantada, terminó el primer tercio, y luego de banderillear bien Cantimplas
y Blanquito,
llegó el instante, que podemos llamar histórico, de hacerse un nuevo matador de
toros. Con gesto y palabra de amigo, Chicuelo puso en las idóneas manos
de Manuel Rodríguez los trastos de matar, y allá fue el neófito, después de
saludar a la presidencia, a ofrecer a la plaza entera las primacías de su ascenso.
Con la serenidad en él habitual, obligando mucho al toro, bastante quedado,
desarrolló el cordobés una excelente faena, durante la cual, luego del ayudado,
el alto y el de pecho, acometió el natural, con ceñimiento extremado, y a
continuación, ya en el centro del anillo, unos adornos de sobria traza, muy
toreros. Magistralmente, como él sabe, ejecutó el volapié despacio, por
derecho, bajando la muleta y cruzando impecablemente, y la estocada, que quedó
en todo lo alto, hizo rodar al bicho, tras agonía breve y dura, sin necesidad
de puntilla. Las orejas y la ovación circular y entusiasta refrendaron el
ingreso del joven paisano de Guerrita en la más alta categoría
del arte.
Manolete. Ilustración de la crónica |
En el resto de la sesión, fue Manolete el buen torero
que todos conocíamos. Experto conductor de la brega cuando a él incumbía su
dirección, sucinto en quites y sin “molestar” al ganado, notable capeador en
las brillantes verónicas del sexto y concienzudo siempre. Al último de la
corrida se lo picaron poco, con que llegó al final entero, encampanado y en
plenitud de su fuerte temperamento. Manolete, al muletear, aguantó con
singular arrojo; más a la hora de matar se propuso hacerlo con la pureza de su
admirable estilo, sin advertir que el trance exigía rapidez suma. Seis o siete
veces entró, y ha de consignarse que jamás lo abandonaron la entereza y el pundonor
taurino. Percatado de esto, el público no dejo de animarlo con sus aplausos más
alentadores, y cuando, después de varios intentos consiguió descabellar, fue
muy cariñosamente despedido. Pronto veremos al flamante espada en indiscutida
posesión del puesto al que desde anteayer camina.
Hállase Chicuelo, y lo confirmó el domingo
en una alarga exhibición maravillosa, en un segundo amanecer de su arte
genuino. Ardiente como un chaval, inspirado y gracioso como en la cima de sus
entusiasmos taurinos, muy pocas veces, ni aún en los días ya lejanos de su
primera juventud, le habíamos visto tan sinceramente arrojado, tan
brillantemente bullidor, tan dueño de los secretos de la más fina orfebrería de
la lidia como en esta ocasión. Cada verónica
un grito de júbilo; un himno riente a Sevilla materna cada instante de
cualquiera de sus quites indescriptibles; un cuadro pletórico de color y
armonía cada episodio de sus faenas.
Chicuelo. Ilustración de la crónica |
A la altura prócera de su primer trabajo, que descrito
queda más arriba, se mantuvo toda la inconsútil tarea de filigrana por el
genial artista desenvuelta hasta que la inolvidable corrida llegó a su fin. Y
si no hubo en su deleitosa labor con la capa ni un solo lance vacío de eficacia
o de belleza, muleteando sostuvo -él, tan descontentadizo en ese momento- el
rango artístico alcanzado en verónicas, medias, chicuelinas y recortes. Con su
primer toro -único que puso en la fiesta una nota de mansedumbre-, que
derrotaba mucho, se apretó, muy cerca de las tablas, como un novillero
pundonoroso, y fue de una calidad torera inestimable aquel momento en que, confiadísimo,
apoyó la espalda sobre la barrera, teniendo a un palmo de la cintura las
afiladas astas del enemigo. Faena de sabiduría y de coraje, sazonados una y
otro por preciosos primores de estilo, de la cual dieron fin un pinchazo y una
estocada arriba.
En el cuarto, mucho mejor. Costadillos, molinetes,
faroles, cambios de mano por delante y por el dorso…; toda la gama juncal,
salerosamente elegante, de la privativa manera de hacer de Manuel Jiménez. Y ello, con un toro de genio vivo, al cual el Chicuelo
de la decadencia tal vez no habría aproximado sino el pico de la muleta. Con
decisión, ¡también!, al herir, el rejuvenecido maestro dio un pinchazo y una
excelente estocada. Por petición general adjudicáronle orejas y rabo, y después
de recorrer el ruedo por dos veces, se le obligó a salir entre delirantes
aclamaciones.
De la tarde de Manolo en la corrida de la Asociación
de la Prensa se hablará mientras quede vivo siquiera un testigo presencial. ¡Y cuando
el domingo no se murieron de gusto todos ellos...!
Gitanillo. Ilustración de la crónica |
Pues de Rafaelito
Vega de los Reyes, ¿qué diremos? Él ayudó a mantener bien alto el tono
excepcional del espectáculo, y al hermanar con la ya reconocida alcurnia de su
escuela la nueva virtud de su arrojo desmedido, suyo fue también el éxito
fervoroso y sin mácula. Temple, lentitud y salsa faraónica -las manos bajas, a
la manera arrebatadora que Curro fundó-hermosearon en verónicas
y quites los lances de Rafael, que
en alguna ocasión bordeó la cama de operaciones por no querer que nadie le
pisara el terreno.
Tocóle, con el tercero, el bicho más difícil -sin llegar a
ser el especialmente peligroso- de los del señor Tassara; un animal que se ceñía del lado derecho de manera muy
sensible. Abrió el gitano su faena con el natural –olé- y muy cerca, muy seguro
y muy lucido, prosiguió realizándola, entre aplausos y olés, a pesar de la pintada
inclinación del adversario. Entrando bien, pinchazo y estocada delantera.
Después, unos descabellos, y el epílogo de un extenso palmoteo, con el paseo de
rigor.
Fue el quinto, quizá, el toro más bravo de que el cronista
ha hecho mención en sus catorce años de ejercicio. Fiero, poderoso, insensible
al castigo, y de una nobleza que iba aumentando en manejable sencillez según su
lidia transcurría, el hermoso ejemplar hizo revivir en el redondel sevillano
los antañones fastos de la casta Ibarreña. Seis veces, con extraordinaria
pujanza, acometió a los caballos, sobre los cuales recargo con saña,
volteándolos en cuatro ocasiones. Y sin que su hocico se abatiese en la arena
ni un instante, ni sus patas escarbasen nunca, ni lo descompusiera el violento
cabeceo a que le forzó una garrocha largo rato enhebrada en su piel. ¡Magnífico
toro, bastante para situar en primera línea el cerrado de donde venía!
Se ha escrito que con reses así hasta grandes lidiadores
solieron fracasar. Rafael Vega, no. Rafael Vega, dispuesto a ganar altura,
desarrolló un trasteo justo, ceñido, adornado, que en la tarde de ovaciones una
vez más hizo batir las palmas con estruendo. Mató pronto y bien y recorrió el dorado
anillo, mientras las mulillas paseaban el cadáver de aquel bravísimo ejemplar
del señor Tassara.
Así fue, expuesta en trabajosa síntesis, la corrida
benefactora del Seguro del Periodista; base de cordial parabién para el
público, lidiadores, ganadero y Asociación organizadora". JUAN Mª VÁZQUEZ.
Comunista, toro de la alternativa de Manolete, "rebautizado" como Mirador |
OBSERVACIONES:
Según el periodista cordobés José Luis Sánchez Garrido, que firmaba sus crónicas taurinas como José
Luis de Córdoba, en el cartel de aquella tarde figuraban a las órdenes
de Manolete
los picadores Artillero y Gordoncho, así como los banderilleros Viruta,
Cantimplas
y Vito, pero en realidad los que actuaron fueron, a caballo, Bernabé
Álvarez Catalino y Francisco de la Haba Zurito, y a pie Rafael Saco Cantimplas, Manuel Martínez Viruta y Blanquito.
Precisamente en esa corrida el picador Paco Zurito sufrió un
grave percance que le obligó a abandonar el toreo.
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