lunes, 1 de julio de 2019

ALTERNATIVA DE MANOLETE: 80 ANIVERSARIO

Por Antonio Luis Aguilera
Alternativa de Manolete. Foto familia Chicuelo
Se cumplen ochenta años de la alternativa de Manolete en la plaza de Sevilla, ceremonia que ofició el gran Manuel Jiménez Chicuelo, -de quien el 28 de septiembre se celebrará el centenario de su doctorado en el mismo ruedo-, completando la terna -todavía no se había inventado la figura del testigo de la ceremonia-, Rafael Vega Gitanillo de Triana. La ganadería perteneció a don Clemente Tassara -antes Parladé- y el toro de la ceremonia, que se llamaba Comunista, fue "rebautizado" como Mirador. Esta corrida, que se celebró el domingo 2 de julio de 1939, a las 6,30 de la tarde, fue a beneficio de la Asociación de la Prensa. Manolete estrenó un traje color heliotropo y oro –que conservó la familia Camará-, y cortó las dos orejas al toro del doctorado, mientras que Chicuelo fue el gran triunfador de la tarde, al cortar las dos y el rabo al ejemplar lidiado en cuarto lugar, y Gitanillo de Triana paseó las dos del quinto.
Por su valor histórico reproducimos la crónica publicada en el diario ABC de Sevilla el martes 4 de julio de 1939, firmada por el director y cronista taurino Juan Mª Vázquez.

Traje de la alternativa. Foto Manolo Castilla
"Todo el mundo en ufanía, Arenal de Sevilla abajo. Venía el público de saborear la emoción de la lidia brava y la labor de arte; los toreros habían sostenido sin “calderones”, durante la tarde toda, la fuerte sonoridad de los aplausos; el ganadero acababa de jugar un ejemplar soberbio, de época y de bandera, y, en fin, a la empresaria Asociación de la Prensa cabía la satisfacción de haber sido testigo del lleno fecundo de su fiesta, del lucimiento de toros y toreros y, sobre todo, del radiante contento del tendido, donde ni por un instante habíase advertido esa sensación de enervamiento y cansancio que una corrida de toros suele producir en cuantos la presencian. 
En el ambiente expectante y ruidoso que es alma y sal de los grandes entradones, comenzó la función. Su primer capítulo, la estimuladora ovación dedicada a Manolete, que de ella hizo partícipes a sus famosos compañeros de cartel, al terminar el paseíllo. 
Logró el valiente cordobés un gratísimo doctorado. Gordo, bien puesto, alto de agujas, el negro zaíno de su alternativa -¡un buen mozo!- hizo pasar un mal susto a Viruta al alcanzarlo cuando se acogía al burladero del siete. Allí mismo toreó al bicho de capa Manolete, reposado y ceñido, y los aplausos ganados se repitieron en el primer quite. En el suyo, Chicuelo inició su tarde triunfal -una de las más esplendorosas de su historia- con un garbosísimo capotazo a pies juntos, dando tablas; dos lances más de penetrante aroma sevillano, y un gallardo recorte de rodillas. Resonó la unánime ovación, premio de Manuel Jiménez y acicate del ánimo de Rafael Vega, que en su turno hubo de mover persuasivamente su capote para que la res, picada por Catalino, y aplomada ya, lo tomara, y dibujar unas verónicas agitanadas y lentas, tan prietas, que la taleguilla y la manga teñidas de rojo quedaron por la sangre del bruto. Con la tempestad de palmas por el hermano de Curro Puya levantada, terminó el primer tercio, y luego de banderillear bien Cantimplas y Blanquito, llegó el instante, que podemos llamar histórico, de hacerse un nuevo matador de toros. Con gesto y palabra de amigo, Chicuelo puso en las idóneas manos de Manuel Rodríguez los trastos de matar, y allá fue el neófito, después de saludar a la presidencia, a ofrecer a la plaza entera las primacías de su ascenso. Con la serenidad en él habitual, obligando mucho al toro, bastante quedado, desarrolló el cordobés una excelente faena, durante la cual, luego del ayudado, el alto y el de pecho, acometió el natural, con ceñimiento extremado, y a continuación, ya en el centro del anillo, unos adornos de sobria traza, muy toreros. Magistralmente, como él sabe, ejecutó el volapié despacio, por derecho, bajando la muleta y cruzando impecablemente, y la estocada, que quedó en todo lo alto, hizo rodar al bicho, tras agonía breve y dura, sin necesidad de puntilla. Las orejas y la ovación circular y entusiasta refrendaron el ingreso del joven paisano de Guerrita en la más alta categoría del arte. 
Manolete. Ilustración de la crónica 
En el resto de la sesión, fue Manolete el buen torero que todos conocíamos. Experto conductor de la brega cuando a él incumbía su dirección, sucinto en quites y sin “molestar” al ganado, notable capeador en las brillantes verónicas del sexto y concienzudo siempre. Al último de la corrida se lo picaron poco, con que llegó al final entero, encampanado y en plenitud de su fuerte temperamento. Manolete, al muletear, aguantó con singular arrojo; más a la hora de matar se propuso hacerlo con la pureza de su admirable estilo, sin advertir que el trance exigía rapidez suma. Seis o siete veces entró, y ha de consignarse que jamás lo abandonaron la entereza y el pundonor taurino. Percatado de esto, el público no dejo de animarlo con sus aplausos más alentadores, y cuando, después de varios intentos consiguió descabellar, fue muy cariñosamente despedido. Pronto veremos al flamante espada en indiscutida posesión del puesto al que desde anteayer camina. 
Hállase Chicuelo, y lo confirmó el domingo en una alarga exhibición maravillosa, en un segundo amanecer de su arte genuino. Ardiente como un chaval, inspirado y gracioso como en la cima de sus entusiasmos taurinos, muy pocas veces, ni aún en los días ya lejanos de su primera juventud, le habíamos visto tan sinceramente arrojado, tan brillantemente bullidor, tan dueño de los secretos de la más fina orfebrería de la lidia como en esta ocasión. Cada  verónica un grito de júbilo; un himno riente a Sevilla materna cada instante de cualquiera de sus quites indescriptibles; un cuadro pletórico de color y armonía cada episodio de sus faenas. 
Chicuelo. Ilustración de la crónica
A la altura prócera de su primer trabajo, que descrito queda más arriba, se mantuvo toda la inconsútil tarea de filigrana por el genial artista desenvuelta hasta que la inolvidable corrida llegó a su fin. Y si no hubo en su deleitosa labor con la capa ni un solo lance vacío de eficacia o de belleza, muleteando sostuvo -él, tan descontentadizo en ese momento- el rango artístico alcanzado en verónicas, medias, chicuelinas y recortes. Con su primer toro -único que puso en la fiesta una nota de mansedumbre-, que derrotaba mucho, se apretó, muy cerca de las tablas, como un novillero pundonoroso, y fue de una calidad torera inestimable aquel momento en que, confiadísimo, apoyó la espalda sobre la barrera, teniendo a un palmo de la cintura las afiladas astas del enemigo. Faena de sabiduría y de coraje, sazonados una y otro por preciosos primores de estilo, de la cual dieron fin un pinchazo y una estocada arriba.
En el cuarto, mucho mejor. Costadillos, molinetes, faroles, cambios de mano por delante y por el dorso…; toda la gama juncal, salerosamente elegante, de la privativa manera de hacer de Manuel Jiménez. Y ello, con un toro de genio vivo, al cual el Chicuelo de la decadencia tal vez no habría aproximado sino el pico de la muleta. Con decisión, ¡también!, al herir, el rejuvenecido maestro dio un pinchazo y una excelente estocada. Por petición general adjudicáronle orejas y rabo, y después de recorrer el ruedo por dos veces, se le obligó a salir entre delirantes aclamaciones.
De la tarde de Manolo en la corrida de la Asociación de la Prensa se hablará mientras quede vivo siquiera un testigo presencial. ¡Y cuando el domingo no se murieron de gusto todos ellos...!
Gitanillo. Ilustración de la crónica

Pues de Rafaelito Vega de los Reyes, ¿qué diremos? Él ayudó a mantener bien alto el tono excepcional del espectáculo, y al hermanar con la ya reconocida alcurnia de su escuela la nueva virtud de su arrojo desmedido, suyo fue también el éxito fervoroso y sin mácula. Temple, lentitud y salsa faraónica -las manos bajas, a la manera arrebatadora que Curro fundó-hermosearon en verónicas y quites los lances de Rafael, que en alguna ocasión bordeó la cama de operaciones por no querer que nadie le pisara el terreno. 
Tocóle, con el tercero, el bicho más difícil -sin llegar a ser el especialmente peligroso- de los del señor Tassara; un animal que se ceñía del lado derecho de manera muy sensible. Abrió el gitano su faena con el natural –olé- y muy cerca, muy seguro y muy lucido, prosiguió realizándola, entre aplausos y olés, a pesar de la pintada inclinación del adversario. Entrando bien, pinchazo y estocada delantera. Después, unos descabellos, y el epílogo de un extenso palmoteo, con el paseo de rigor.
Fue el quinto, quizá, el toro más bravo de que el cronista ha hecho mención en sus catorce años de ejercicio. Fiero, poderoso, insensible al castigo, y de una nobleza que iba aumentando en manejable sencillez según su lidia transcurría, el hermoso ejemplar hizo revivir en el redondel sevillano los antañones fastos de la casta Ibarreña. Seis veces, con extraordinaria pujanza, acometió a los caballos, sobre los cuales recargo con saña, volteándolos en cuatro ocasiones. Y sin que su hocico se abatiese en la arena ni un instante, ni sus patas escarbasen nunca, ni lo descompusiera el violento cabeceo a que le forzó una garrocha largo rato enhebrada en su piel. ¡Magnífico toro, bastante para situar en primera línea el cerrado de donde venía!
Se ha escrito que con reses así hasta grandes lidiadores solieron fracasar. Rafael Vega, no. Rafael Vega, dispuesto a ganar altura, desarrolló un trasteo justo, ceñido, adornado, que en la tarde de ovaciones una vez más hizo batir las palmas con estruendo. Mató pronto y bien y recorrió el dorado anillo, mientras las mulillas paseaban el cadáver de aquel bravísimo ejemplar del señor Tassara
Así fue, expuesta en trabajosa síntesis, la corrida benefactora del Seguro del Periodista; base de cordial parabién para el público, lidiadores, ganadero y Asociación organizadora". JUAN Mª VÁZQUEZ.

Comunista, toro de la alternativa de Manolete, "rebautizado" como Mirador
OBSERVACIONES:
Según el periodista cordobés José Luis Sánchez Garrido, que firmaba sus crónicas taurinas como José Luis de Córdoba, en el cartel de aquella tarde figuraban a las órdenes de Manolete los picadores Artillero y Gordoncho, así como los banderilleros Viruta, Cantimplas y Vito, pero en realidad los que actuaron fueron, a caballo, Bernabé Álvarez Catalino y Francisco de la Haba Zurito, y a pie Rafael Saco Cantimplas, Manuel Martínez Viruta y Blanquito.
Precisamente en esa corrida el picador Paco Zurito sufrió un grave percance que le obligó a abandonar el toreo. 

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