Todos los piratas tienen
un lorito que habla en francés,
al que relatan el glosario
de una historia que no es
la que cuentan del corsario.
Ni tampoco lo contrario.
J.M. Serrat
Desde que los aficionados a los toros –espécimen en peligro de extinción- dejaron de exigir a los espadas considerados figuras del toreo, estos
relajaron su compromiso con los espectadores, con su dignidad profesional y con
su propia vocación. Puede tener su lógica, porque a todo el mundo le
gusta ejercer su profesión de la mejor forma posible, resolviendo las
dificultades propias y evitando compromisos añadidos que exijan más esfuerzos
de los habituales. Y los toreros no iban a ser menos, máxime en una
profesión donde cada tarde y en cada plaza, con cualquier tipo de toro, se arriesga no solo la integridad física, sino la
propia vida.
Dicho esto, resulta
abismal la diferencia entre las figuras del toreo
de otros capítulos no muy lejanos de la historia y los de la actualidad. Los de épocas no tan pretéritas se anunciaban en las ferias importantes con las ganaderías duras y con las maduras, con las corridas apetecibles, con las que lo eran menos,
y con las que, sin ser agradables, se consideraban indispensables para reivindicar en el ruedo la graduación adquirida de primer espada sin que nadie osara a cuestionarla. Vamos, lo que se dice para poner las cosas
en orden, o más claro aún, para poner a cada uno en su sitio.
Pepe Luis Vázquez con un miura en la feria de Sevilla de 1945. Foto Luis Arenas |
Claro que entonces había un público más apasionado y
entendido que el actual, que obligaba a las figuras no solo a matar los toros
por arriba o de lo contrario se esfumaba el triunfo, sino a realizar una serie de compromisos a modo de “ITV”, para
verificar cada temporada su condición –la palabra “gesta” aún no se conocía en la jerga taurina–; también había una crítica que no tenía más remedio que hacerse eco de
las exigencias del “respetable” –alguna con sobrecogedores equilibrios–; y por
supuesto, existían unos empresarios que buscaban ofrecer carteles atractivos para llenar las plazas con los aficionados que fielmente se “retrataban” en las taquillas y mantenían el espectáculo.
Hoy todo es distinto. Nadie exige nada a los espadas
considerados figuras del toreo para que, al menos de vez en cuando, tengan el detalle de anunciarse
con algún hierro menos apetecible. Nadie les rechista que lleven lustros e incluso decenios –es curioso el tiempo que ahora permanecen en activo las figuras– matando camadas completas de los mismos hierros, sus divisas favoritas, y que se crean en el derecho de que por su estatus no tienen nada
que demostrar, ni necesidad de pasar un mal trago en las ferias o plazas determinantes, lo que puede resultar comprensible humanamente pero nunca profesionalmente. No cabe la menor duda de que esto ocurre porque actualmente no hay una sola figura que por sí misma llene las
plazas, que fue el signo que siempre distinguió a los que de verdad mandaron en el toreo, poniendo orden en el escalafón y en los honorarios. Hoy tienen que agruparse
para anunciarse juntos en los días grandes de cada feria o del santo local, en fin de semana y con un encierro “de garantía”. ¿Habla alguno de desafíos en Madrid o Sevilla con una divisa de las que se salen del guion previsto?
Y como el público tampoco es igual que el de antes, entiende poco y molesta menos, les da
lo mismo, porque bajo el paraguas de las empresas de “multiusos taurinos”, que lo mismo administran plazas que toreros
y ganaderías, procurando conciliar la
vida laboral de sus trabajadores sin molestar a los socios
comisionistas, por aquello de hoy por ti y mañana por mi, tienen las temporadas hechas. Además, tampoco los comentaristas
taurinos se meten mucho ni poco en el asunto –los críticos de hoy se cuentan con una
mano y sobran dedos–, no se les ocurre exigir y procuran hablar de las ferias tirando de optimismo con adjetivos como “auténtico lujo" o "verdadera categoría”, es decir, sin molestar, mirando hacia otro lado para
preservar los ingresos de publicidad que generan toreros y empresas en las revistas o portales de internet especializados.
O sea, callando.
Manolete con el miura Perfecto. Barcelona 1944. Foto Mateo |
Desde los años cincuenta y parte de los sesenta del siglo pasado, contadas han sido las figuras del toreo que han matado las corridas menos agradables en
las ferias que marcan el rumbo de la temporada; también, las ocasiones en que lo han hecho. Así que lo que antes era algo habitual entre los primeros espadas,
que las mataban sin aspavientos ni sonido de trompetas, por dignidad vocacional y porque les preocupaba
el reconocimiento profesional, ahora no solo es historia, sino que produce sonrojo ver como algunos se arrogan el reconocimiento de figuras anunciándose en las ferias solo con aquellas
divisas que, sin dejar de entrañar el riesgo que siempre tiene un toro, permiten
sumar festejos con más facilidad, esquivando cualquier gesto de mayor compromiso e incluso amenazando con no acudir de no ser anunciado con la corrida
pretendida.
Así está el panorama taurino. Y no tiene signos de cambiar mientras los comisionistas que mueven los
hilos del negocio impongan sus normas. La situación del toreo produce vértigo, algunos espadas del grueso del escalafón no cubren gastos mientras los que manejan el botín llevan años amasando fortunas con comisiones de
toreros, ganaderías e intercambio de favores con otros comisionistas, potenciado un circuito cerrado y controlado de contrataciones que asfixia el toreo. De esta forma, imponiendo en los carteles a sus administrados tengan méritos o no, gusten al público o no, aburran o desesperen a la afición con actuaciones sin interés, repetitivas y previsibles, las ferias se reproducen cada año con más de lo mismo, cerrándose el paso a toreros emergentes con cualidades para renovar el
escalafón, a los que se niega la entrada natural en la programación que siempre tuvieron los espadas nuevos que atesoraban condiciones.
Negro se atisba el horizonte del toreo bajo el control de los comisionistas, los mismos que sirven de paraguas para varios de los espadas
considerados figuras, que prefieren navegar de forma mediocre en aguas estancadas, renunciando a la batalla por la independencia que siempre blandieron las auténticas figuras del toreo, en los ruedos y con cualquier tipo de corridas, para defender gallardamente su condición. Mientras el toreo
siga siendo administrado por los comisionistas que imponen el intercambio permanente
de toreros, ganaderías y compromisos para otras plazas, la Fiesta barbeará tablas herida de un miserable
golletazo, a punto echarse y recibir el cachete de gracia que ya han administrado
a ganaderías históricas, a las que ignoraron y hundieron en este bucle destructivo impuesto por los cobradores de porcentajes, a los que no les importa mucho ni poco la independencia de los estamentos profesionales, ni el futuro del toreo, que está en las novilladas picadas que no se organizan, y en los toreros emergentes que deben refrescar un escalafón obsoleto, repleto de toreros caducos y vistos, cuyos gestos con la profesión se limitan a imponer sus estúpidos caprichos.
Terminamos con otros versos de la canción “Una de piratas” de Juan Manuel
Serrat, y dejándoles el enlace para quienes quieran escucharla completa.
¡A saber por qué la habremos rememorado al redactar esta opinión!
¡A saber por qué la habremos rememorado al redactar esta opinión!
Todos los piratas tienen
atropellos que aclarar,
deudas pendientes y asuntos
atropellos que aclarar,
deudas pendientes y asuntos
de los que mejor no hablar.
Se beben la vida de un trago
Y se ríen con descaro.
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