Por Antonio Luis Aguilera
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Manuel Benítez El Cordobés |
Mi afición por los
toros despertó a temprana edad. Apenas alzaba unos palmos del suelo y ya me
interesaban las historias taurinas, especialmente las que hablaban de Manolete,
el ídolo de mis mayores, que narraban sus hazañas con auténtica veneración.
Escuchar la vida y proezas de aquella figura creaba un ambiente de mística
taurina que no he olvidado a pesar de los años. En el Manolete contado convergían
todas las virtudes de un hombre cabal y de un torero único: honradez, vergüenza
profesional, elegancia natural, majestuosa personalidad, valor contrastado...
Además, como vivía cerca del chalet de la avenida de Cervantes, la inclinación
taurina me impulsaba a merodear por los alrededores de aquella casa que mi
imaginación había convertido en santuario. ¡Cuántas veces quedaba absorto ante
su cancela soñando su interior, adivinando los trajes de luces que estarían
colgados en el dormitorio del torero! Manolete era el alfa y omega de un
chiquillo que en los jardines de la Agricultura, frente a la casa del monstruo -¡qué apodo más horroroso para
quién fue rey de los toreros!- toreaba a la verónica con el babero blanco de párvulo a la vuelta del
colegio.
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Plaza de toros de Los Tejares de Córdoba |
Lo mejor de acudir al
colegio La Milagrosa, situado en la calle Conde de Gondomar, la
misma donde años atrás Guerrita dictara sus célebres
sentencias, era pasar cuatro veces al día por la plaza de Los Tejares. La verdad sea dicha, no sentía la menor atracción por
los números quebrados ni el sistema métrico decimal, pero me encantaba estar al
corriente de los espectáculos que se anunciaban en el entrañable coso donde viví mis primeros festejos. Allí tuve el honor de estrechar por primera vez la mano
de un torero, fue la del gran estoqueador Antonio
de la Haba Torreras,
miembro de la célebre dinastía de los Zurito, cuando mi abuela, una
aficionada excepcional, me llevó a presenciar mi primer espectáculo: una becerrada de convite del Club Guerrita. Y si la enciclopedia Álvarez se me torcía cuando de memorizar cordilleras, ríos y
afluentes se trataba, las páginas del Dígame
me las sabía al dedillo. Naturalmente este cambio de papeles me costó más de
un disgusto, pues mis padres veían como estaba todo el día toreando de salón o
hablando de toros con aficionados que podían ser mis abuelos, sin prestar
atención a las materias que resultaban indispensables estudiar para aprobar el ingreso en el bachillerato.
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El Cordobés y su descubridor, Rafael Sánchez Ortiz El Pipo |
Una peseta era mi
sueldo dominical, que bien administrada daba para un cartucho de pipas y cinco
barritas de regaliz, mercancía que adquiría en el quiosco de la señora Manuela, frente a la taquilla de sol de la vieja plaza, pero ni en
sueños para una entrada de toros, por muy económica que fuera. Así que cuando la
abuela no se rascaba el bolsillo para costearme alguna novillada o
festival -que cuando ocurría se guardaba en el más absoluto de los secretos para evitar las reivindicaciones de los otros cinco nietos-, si en la plaza de Los Tejares se celebraba alguna corrida procuraba vivirla a mi
manera, que era gratis y también distraía. Mi manera era ver salir a los espadas del hotel Regina, situado frente a la plaza, para
dirigirse a pie hasta la puerta de servicio; paseo que las cuadrillas
ejercitaban desde el hotel Simón,
emplazado en la avenida del Gran Capitán, frente a Dunia, cafetería donde decían que en vida acudía Manolete. Finalizado el
espectáculo la bulla era impresionante, había gente por todos los alrededores
de la plaza. Bares como Savarín, Toledo,
Benítez y Rosales, se quedaban
pequeños para atender a quienes anhelaban tomar un refresco y comentar las
incidencias de la tarde.
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El Cordobés. Foto Framar |
A través de un vecino
que no se perdía ni un festejo tuve mis primeras referencias de un novillero de
Palma del Río que había hecho su presentación. Se apodaba El Cordobés. Decía que
estaba entrado en años para ser torero y no sabía torear, pero que tenía un
valor fuera de lo común; que lo cogían y sin mirarse se levantaba
encorajinado para volver a la cara de los novillos; que se colocaba tan cerca
que antes o después le iban a dar una cornada de las que desbaratan la ilusión
del más optimista, pero que si tenía suerte y era capaz de hacerle lo mismo a
los toros se llevaría todo el dinero del Banco de España. Pronto se fueron
multiplicando las noticias sobre el nuevo novillero, confirmándose una línea
ascendente impresionante. Todo el mundo estaba pendiente de El
Cordobés, pues allá donde
torease llenaba las plazas hasta el tejado y triunfaba clamorosamente, con una
regularidad de éxito que producía vértigo. No tardó en correr el rumor de que
cobraba un millón de pesetas por festejo, cifra que en billetes verdes de mil aseguraban que pesaba un kilo. Tras un intento pasado por agua en septiembre de
1962, Manuel Benítez tomó la alternativa en la feria de mayo del siguiente
año con toros de Samuel Flores, siendo
sus compañeros de cartel Antonio Bienvenida y José María Montilla.
Algunos decían que cuando tuviera que echar el paseíllo con la fabulosa nómina
de figuras de entonces se iba a enterar...
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Manuel Benítez torea al natural en Sevilla |
Pero quienes se enteraron fueron las
figuras, que gracias al Pelos
incrementaron sus honorarios, porque a él, convertido en un auténtico ídolo de
masas, no había quien lo parase. Lo que sí paraban eran las obras de la
construcción cada vez que televisaban sus corridas. Y el comercio, en cuyos
escaparates se colocaba un cartel que decía: “Cerrado hasta las 7,30 de la
tarde. Televisan al Cordobés". Todo el mundo procuraba
liberarse de cualquier obligación laboral para sentarse ante ese moderno
aparato llamado televisor, que aún no estaba al alcance de cualquiera. Los bares se llenaban a rebosar,
y en las céntricas calles donde estaban las tiendas de
electrodomésticos se aglomeraban personas de todas las edades, unas a pie y
otras sentadas en sillas que habían llevado desde sus casas, para ver tras el escaparate cómo funcionaban esos aparatos que gentilmente eran conectados por
los dueños del establecimiento, con objeto de ofrecer las actuaciones del torero y lucir las maravillas de esos receptores a los potenciales compradores que los miraban desde afuera.
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Portada de ABC de la tarde de la confirmación |
Fue en el telefunken de un vecino donde vi su confirmación de alternativa. Aquel 24
de mayo había llovido intensamente en Madrid y el festejo hubo de comenzar con
algún retraso, una vez que los areneros acondicionaron el ruedo. El
Cordobés, que en el paseíllo había sido saludado con acritud por un
sector del público, recibió muleta y espada de manos de Pedrés, que en presencia de Palmeño le cedió la muerte del toro Impulsivo, de Benítez Cubero. La faena iba cobrando altura cuando el morlaco lo
empaló en los medios y al derribarlo le hirió de gravedad en la arena, encelándose con su
presa en los interminables segundos que tardaron las cuadrillas en llegar para
hacer el quite. Al terminar la corrida la angustia se apoderó de las calles
de Córdoba; en la ciudad no se hablaba de otra
cosa y la gente aguardaba las noticias del parte
de Radio Nacional de España, que confirmó la gravedad del percance. Y como de noche las
cosas parecen más negras, algunos agoreros decían que era igual que la de Manolete
en Linares, mientras los supersticiosos cruzaban los dedos tocando madera, y
los más sensatos confiaban en los expertos cirujanos que asistieron al torero.
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El heterodoxo Manuel Benítez hace el toreo más ortodoxo en Madrid |
He dado rienda suelta a los recuerdos
de mi niñez y adolescencia. Ahora, muchos años después, aprovechando la
perspectiva que ofrece el paso del tiempo, observo la verdadera dimensión de quien figura en la historia del toreo como uno de los espadas más importantes
de todos los tiempos, aunque siga siendo cuestionado por un sanedrín de
aficionados y críticos que lo despachan etiquetándolo como un fenómeno social, y le culpan de
todos los fraudes del toreo de su época, acusación que también
hubieron de soportar toreros como Guerrita, Gallito y Belmonte, Manolete... Sería absurdo ocultar que durante el reinado
de El
Cordobés pudieron cometerse abusos con la intención de proporcionar
cierta comodidad al torero. Mas ello siempre ocurrió y ocurrirá con los
matadores que han mandado de verdad en el toreo, y no debe ocultar que Benítez, aceptando su condición de
máxima figura, dio la cara en todas las plazas y ferias importantes, tiró del carro de la Fiesta como nadie jamás lo
hizo, y triunfó clamorosamente allá donde actuó, sin que se le resistiera ninguna
puerta grande, incluidas las del Príncipe en Sevilla, plaza donde además cortó un rabo,
o la de Las Ventas, cuyo umbral cruzó cinco ferias de San Isidro, dos de ellas
en 1970 tras cortar ocho orejas en dos tardes.
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Sevilla 1964. El Cordobés corta un rabo en La Maestranza |
El Cordobés fue la locomotora que remolcó el toreo de su tiempo. Y lo
hizo con una fuerza arrolladora que no nacía de su simpatía natural, ni de los
chispazos de humor que intercalaba en algunas actuaciones, ni del desenfadado
salto de la rana... Si prescindimos de la puesta en escena del genio y
analizamos objetivamente el fondo de su obra, comprobaremos que la verdadera
energía que lo propulsó hacia la cúspide del firmamento taurino fue su propio
toreo. Así de simple. ¡Y de difícil! Un toreo que conectaba inmediatamente con
el público, que aguardaba expectante la
llegada del último tercio de la lidia. Era en ese momento cuando el genial
torero tomaba los trastos para dirigirse a los medios con pases por alto sin dar importancia a la conducción del animal, y una vez allí, centrado con el
toro, lo citaba para dejarlo venir por su terreno natural, entonces, con espléndida
flexibilidad de cintura y portentoso juego de muñecas, lo llevaba hacia atrás,
hacia el terreno de su espalda, donde lo recogía nuevamente para ligar
interminables series de muletazos en redondo, técnicamente resueltas con el de
pecho, que por cierto era auténticamente obligado. De esta forma tan
ortodoxa fue como el heterodoxo Manuel
Benítez rompió todos los moldes tremendistas con que los escolásticos
pretendieron encasillar su toreo.
4 comentarios:
ME HA ENCANTADO ANTONIO. GRACIAS POR COMPARTIR TUS RECUERDOS.
Que bien descrito y escrito. Enhorabuena Antonio.
MAGISTRAL FAENA, LLENA DE SENTIMIENTOS, ANTONIO
Doble enhorabuena D. Antonio Luis. La primera por transmitirnos esas vivencias de su niñez. Como nació su afición a los toros, esa descripción tan bonita y tan pura de la Córdoba de su infancia. De la forma que se fue impregnando de todo lo que supone la ciudad de los Califas en la historia del toreo. Como casi tocó a los mitos y sus rincones. Guerrita y la calle Gondomar, el chalet de Manolete en la Avenida Cervantes, el hotel Regina, la plaza de los Tejares… Ha sido capaz de revivir y hacernos partícipes con esta bella descripción de algo maravilloso. Dudo mucho que mi generación y las posteriores, con todos los adelantos que tenemos y las últimas tecnologías, seamos capaces de transmitir algo que pueda estar a la altura de lo que aquí se relata.
La segunda felicitación por utilizar el bello relato de sus vivencias, como hilo conductor para el análisis de la figura del Cordobés. Alejada de tanto prejuicio y mucho más allá de lo superficial. Un heterodoxo pero muy cercano a las fuentes más puras de toreo ligado en redondo (línea Guerrita, Gallito, Chicuelo, culmen de Manolete…). Ahí radica la verdadera importancia y dimensión de este torero histórico.
Muchas gracias D. Antonio Luis. Reciba un fuerte abrazo, mientras dura la espera impaciente de una nueva entrada de su blog.
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