Por Antonio Luis Aguilera
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De izquierda a derecha: Pepín Martín Vázquez, Manolete y Gitanillo de Triana. Foto Cano. |
El 16 de julio de 1947 Manolete toreó por última vez en Madrid. Aquella tarde se celebró la corrida de la Beneficencia, y el torero cordobés lo hizo gratis, como era su costumbre en este tipo de corridas, cediendo sus honorarios para ayudar a financiar las obras del Hospital Provincial. Fue su último paseíllo en la exigente plaza de «Las Ventas», donde alternó con Rafael Vega «Gitanillo de Triana» y Pepín Martín Vázquez, para lidiar un encierro de la ganadería de Bohórquez, remendado con un ejemplar del hierro de Vicente Charro, corrido en segundo lugar.
Manolete, vestido de celeste y oro, cortó las orejas al quinto de la tarde, de nombre “Babilonio”, que lo hirió en la pantorrilla izquierda mientras toreaba en redondo, aunque continuó en la arena, con la pierna sangrando, para concluir una entregada y emocionante faena, que remató con una formidable estocada, antes de echarse en los brazos de las asistencias y que lo llevaran a la enfermería, donde fue intervenido de una cornada pronosticada como grave por el cirujano que lo operó, don Luis Giménez Guinea.
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Instante de la cornada de "Babilonio" a Manolete. Foto El Ruedo. |
Mientras Manuel Rodriguez se recuperaba en el Sanatorio de la Milagrosa de la capital del Reino recibió la visita de su paisano José María Carretero, «El Caballero Audaz», al cumplirse quince días del percance. En su habitación, el célebre periodista y escritor de Montilla, le realizó una extensa y profunda entrevista, que fue reproducida en su obra «El Libro de los Toreros», (Madrid, 1947). De esta interviú, que tuvo lugar a escasos días de la tarde de Linares, por su interés extraemos algunas reflexiones del propio Manolete sobre su agitada vida como torero, la manipulable crítica taurina de aquella época, y el constante temor a la muerte en la plaza; declaraciones que al hacerse públicas debieron de retumbar en los oídos y las conciencias de muchos de los que le hicieron imposible el final de su vida, y que nos ayudan a conocer el pensamiento del espada cordobés, a quien de esta manera recordamos, con profundo respeto y desbordante admiración, en el 78 aniversario de su cogida mortal.
«—¡Verdaderamente, que fue una corrida de mala pata! —exclamé yo, dirigiéndome al torero, al mismo tiempo que tomaba asiento en una silla que me ofrecía a la cabecera de su cama—. ¿Verdad, paisano?
El rostro magro y alargado de Manolete hizo un gesto de desacuerdo.
—No lo creas… Yo la consideré una corrida de suerte.
—Pero, ¡chico! ¿A pesar de la cogida?
—A pesar de la cogida, que me tiene aquí fastidiado en la cama desde hace quince días —se ratificó—; después hizo una pausa, como para ordenar lo que quería decir—. Se trataba de una corrida de Beneficencia, en la cual yo no cobraba nada. En estas obras benéficas, el millonario, con sacar la cartera y dar un cheque de cien mil pesetas, ya está listo; pero yo he tenido la satisfacción de haber colaborado en una importante obra de caridad con dinero, con mi arte y, porque Dios lo ha querido, con mi sangre; esto es un lujo que no se lo puede permitir todo el mundo. Además, tuve la suerte de torear a gusto y bien.
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Manolete, herido, al natural arrastrando la muleta. Foto El Ruedo |
—Manolete hizo un gesto de indominable desdén; después rechazó mi supuesto:
—¡No, hombre, no! Aquel desgraciao no tuvo la culpa de na, ni cambió la trayectoria de lo que yo tenía pensado hacer e hice.
—¿Pero qué cosa desagradable te dijo que yo no pude oírla?
—En realidad me dijo tantas, que no puedo determinar ninguna. Aquel hombre pertenece a esa clase de gentes que sienten un gran placer en mortificar a uno, cuando no se puede responder al agravio con el agravio y a la violencia con la violencia. Desde que salí el ruedo y dejé el capote de paseo, empezó a meterse sistemáticamente conmigo, y como lo hizo a destiempo y con injusticia, a mí me producía algo de amargura, porque en esa corrida puse toda mi alma. ¡Si lo sabré yo! Y además… salieron las cosas bien porque Dios quiso.
—Pero hubo un momento —insisto yo para profundizar en la psicología de este gran torero frío y misterioso— en que tú te volviste a él y le dijiste algo después de la primera serie de pases naturales.
—¡Hombre, por Dió! ¡Si me tenía ya frito! Que si «ya era hora de que vinieras a Madrid», «¡Aquí queremos cogerte!», «Aquí estarás mal y en Valencia peor»; y después que yo ya creía haber hecho una faena de pases naturales, muy ceñida y muy de verdad, salta al tío y me grita: «¡Lo de siempre, Manolete!» «¡Menos cuento, menos cuento!». «¡Acércate más y menos cuento!; entonces fue cuando yo no pude más y me dirigí a él.
—¿Y qué le dijiste?
—Hombre, no sé… ¡Una barbaridad! ¿Qué le va a decir uno en estos momentos a una persona que procede con tanta injusticia, y cuando uno se está jugando la vida con tanta ilusión le apostrofa tan cobardemente? Creo que le dije: «¡Baje usté aquí, so venao, que le voy a dar los veinte naturales que necesita!».
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Pase de trinchera a un toro del Conde de la Corte. Manolete llevaba el traje rosa claro que vistió en Linares. Alicante, 29 de junio de 1947. Foto Finezas. |
—¿Pero es que tú oyes todas las cosas que te dicen en las plazas?
—Las que me dicen en las plazas y hasta las que me dicen por las calles. A lo mejor siento un tío que a dos metros de mí exclama: «¡Ahí va Manolete, que no viene a la plaza de Madrid ni atao, porque en las demás provincias torea becerros!».
—¿Y tú te das por aludido en estas alusiones?
—No, hombre, no; yo las he hecho toas en un saco, y las agradables compensan a las desagradables. En la plaza ya es otra cosa; cuando se está muy placeao, se recoge la intención, el matiz de cada frase y la buena o mala fe con que se dice.
—Se habla mucho de que piensas retirarte, Manolete. ¿Es cierto?
—A nadie se lo he dicho; pero ahora que tú me hablas de ello te diré que es ciertísimo. Me retiro profesionalmente al final de esta temporada.
Lo dijo con una solemnidad, opaca, lenta y melancólica. Después, como el que habla de un sacrificio, agregó:
—¡No hay más remedio!
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Manolete en la plaza de Santa María de Bogotá (Colombia), foto realizada el 28 de abril de 1946 por Manuel H. (Manuel Humberto Rodríguez Corredor) |
—En realidad, y tal vez únicamente, ¡el hambre que tengo ya de vivir la vida y no continuar siendo un muñeco y un esclavo de ella! La existencia que llevamos los toreros es muy triste, aunque el público crea lo contrario. La vida que hacemos es peor que la de los anacoretas; no sacamos de ella ningún jugo; de un lado para otro, sin descansar en ninguna parte, cargados de angustia, llevando a cuestas la vergüenza de las tardes malas, cuando el público se convierte en una fiera ululante de terrible crueldad, que no quiere ver las razones que hemos tenido para no hacer faenas brillantes a un toro que está huido, que no embiste, que da cornás a diestro y siniestro, que está quedao o que, muchas veces, está toreao antes de llegar a la plaza. El público no quiere saber de razones. Ha ido a divertirse, para eso ha pagado caro, y no tolera la menor vacilación ante el toro, como si la vida nuestra no valiese na. Es muy dura, ¡muy dura!, esta profesión, porque no hay que olvidar la rabia de nosotros, los artistas cuando nos vemos insultados por una muchedumbre de cobardes, que no tienen respeto para el hombre que se está jugando la vida. Nuestras horas de la temporada son una permanente tortura, siempre con una interrogación en el cerebro: «¡Dios mío!» «¡Cómo quedaré en esta corrida?» «¿Me matará un toro en esta tarde?». «¿No volveré a ver más a mi madre?» Y sin poder disfrutar de nada, porque todo nos está prohibido. Yo he cumplido precisamente treinta años, y puede decirse que de la vida no conozco nada; ¡pero lo que se dice nada! Cuando me retire, empezaré a saborearla sin estas malas preocupaciones que le crea a uno el oficio: «¡Manolo, no bebas!»… «¡Manolo, no trasnoches!»… « ¡Manolo, fumas demasiado!»… «¡No comas, que tienes que torear!»… «¡No hables tanto con esa mujer, porque te hace daño y te cambia las ideas de tu profesión!»… «¡Esa gachi te trae mala pata!»… ¡En fin; un suplicio!
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Escultural natural de Mamolete al toro "Perfecto", de Miura. Barcelona, 2 de julio de 1944. Foto Mateo. |
—Te voy a hacer una pregunta difícil. La gente encuentra que la crítica profesional es un poco voluble y a ratos injusta contigo; hay un crítico que te ha llamado monstruo, y al poco tiempo un tal Rodríguez, negándote todo… ¿Qué piensas tú de esto?
—¡Hombre, lo que piensas tú y lo que piensa todo el mundo!
Hizo una pausa para reflexionar sus palabras. Y…
—Como no es un secreto, se puede decir que, desgraciadamente, la crítica en España —salvo raras excepciones— suele ser como uno quiere que sea. Conmigo se ha portado bien y se ha portado mal; de todas formas, mejor es que no hablemos de eso. ¡Da pena y asco!
Y al decir esto hizo un gesto de repugnancia.
—Y dime, Manuel: ¿Te inquieta mucho la muerte?
—Hombre… ¡pues… sí!, y pienso lo menos posible en ella. ¿Para qué morir, todavía, cuando uno apenas se ha asomado a la vida y se está congelado en los quince años? Que la muerte venga a su hora, ¡bien está!: pero que nos quite de la vida, nos rompa las ilusiones que tenemos para el porvenir, es una pena, y lo que nos inquieta seguramente a todos los que peleamos con los toros».
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Manuel Rodríguez "Manolete". Foto Ricardo |
El punto final a esta entrada lo pone la reflexión que sobre Manuel Rodríguez «Manolete» escribió el excelente aficionado e historiador taurino Fernando Claramunt López:
«Nadie ha vuelto a pasear aquella dignidad vestida de luces, aquel saber estar ante el toro y ante el público. Entrega absoluta. Vergüenza profesional a carta cabal».
2 comentarios:
Siempre entendí que era muy parco en palabras, casi no hablaba y contestaba con monosílabos, creo que el periodista agregó frases que Manolete nunca pronunciaria. Es muy recargado. Es mi opinión
Querido amigo Antonio:
Normalmente, las aportaciones que nos brindas en tu blog, me dejan pensativo, como queriendo extraer de ellas lo mucho que encierran. En esta ocasión, ha sido por meditar durante un buen rato, antes de hacerte mi comentario.
He sentido profundamente los sentimientos interiores de Manolete. ¡He palpado su angustia!
Un torero, un hombre, que lo dio todo, a pesar de la sinrazón.
Gracias amigo.
Un abrazo
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