miércoles, 28 de agosto de 2024

«MANOLETE»: 77 AÑOS DE LINARES

Por Antonio Luis Aguilera

 

La señorial elegancia de «Manolete». Plaza de Lima (Perú)

A Linares llegó cansado de tener que soportar lo insoportable, deseando acabar cuanto antes su última temporada para ser dueño de su vida y administrarla cómo le viniera en gana. Anhelaba más que nunca ser una persona libre, dejar a un lado a «Manolete» y encontrarse con Manuel Rodríguez Sánchez. Dueño de su silencio, tenía decidido el comienzo de su nueva vida en Barcelona, donde el 18 de octubre de 1947 había previsto casarse con Antoñita Bronchalo Lopesino, la alcarreña que eligió, quiso y lo hizo feliz, con la que convivía desde 1943. Se lo hizo saber la noche antes al periodista Antonio Bellón, conduciendo su propio coche de Manzanares a Linares,  a quien aseguró que era la única persona que consideraba capaz de convencer a su madre para que acudiera a su boda, por el respeto que ella le tenía. Con la fecha y localidad elegidas, todo parece indicar que con la madre o sin ella, la decisión estaba tomada, a pesar de que los vientos en contra soplaban con dirección variable: desde la matriarca a algunos miembros de la cuadrilla; desde el apoderado al piadoso amigo que hasta el final procuraron que se replanteara una decisión que aseguraban no le convenía. Probablemente, pensando que había permanecido callado demasiado tiempo, hastiado de escuchar del entorno familiar y profesional tanta ofensa para su novia, debió considerar que había llegado el momento de poner punto final a todo episodio de odio, de formalizar su relación y crear un hogar, para ser felices viendo crecer a sus hijos y disfrutar de su fortuna, para hallar de una vez la tranquilidad y armonía que no había tenido en su vida.

Pero el destino había elegido a «Islero» para pasar a la historia como el verdugo del drama que entre tantos habían convertido su vida; para redimir con su cornada las culpas inconfesables de quienes desgastaron su ánimo profesional y personalmente, arrastrándolo, aunque no lo pretendieran, hasta el cadalso de la plaza de toros de un pueblo en feria. Todavía extraña, después de 77 años, como los intereses del poderoso empresario Balañá pudieron seducir a «Camará», el apoderado que controlaba hasta el menor detalle, que hizo aquella corrida de Miura en Linares, en el momento menos indicado de la carrera del espada cordobés, con Luis Miguel Dominguín en el cartel, el joven y provocativo torero que pisaba fuerte para ser el número uno desplazando a «Manolete». No hizo falta. También las casualidades del destino habían previsto que horas antes de verse las caras en el ruedo, al pasar el cordobés por la habitación del madrileño y ver la puerta abierta, pasara a saludarlo, para romper la tensión existente e intercambiar unas palabras. Le aseguró que estaba muy cansado, deseando de acabar la temporada para dejar los ruedos, y le hizo saber que cuando esto ocurriera sería él quien heredaría todos sus enemigos. La sentencia tuvo un exacto e inmediato cumplimiento.

Cada 28 de agosto, al recordar el aniversario de la última tarde del inmenso torero que nunca vimos y tanto admiramos, se repite en nuestra mente el mismo pensamiento: ¡Pobre «Manolete», qué desgraciado lo hicieron entre tantos...! 


Foto: Manolo Castilla

PLAZA DE LA LAGUNILLA

 

La luz de tus ojos, íntima,

se refleja en esa agua

que copia un rostro sereno,

mitad plata, mitad oro,

casi arrullo, casi envidia.

¡Qué olor de azahar la tarde!

¡Qué sensación tan tranquila

abanican las palmeras!

¡Y ese susurro del aire

y esa paz que se adivina!

¡Plaza de la Lagunilla!;

la sombra de Manolete,

a tu embrujo cobra vida;

Córdoba en ti se estremece,

y el cielo azul se adormece

en brazos de Santa Marina.

 

Rafael Carvajal Ramos

(Ráfagas de luz y sombras. 2001)



miércoles, 21 de agosto de 2024

«MANOLETE»: LA DIGNIDAD VESTIDA DE LUCES

Por Antonio Luis Aguilera

 

La tauromaquia de «Manolete» no ha envejecido ni perdido vigencia

A pesar de los años transcurridos, la tauromaquia de «Manolete» no ha envejecido ni perdido vigencia. Basta observar las fotografías de su época para comprobar la actualidad de su toreo. Lo expresó en la arena, para que todos los toreros pudieran beber de su fuente al mostrar su acento, y su huella permanece en los ruedos cada tarde de corrida. No pudieron borrarla las patrañas de quienes lo censuraron sin objetividad ni escrúpulos. Ni desprestigiarlo con la engolada y ridícula conferencia de Domingo Ortega en el Ateneo madrileño: la venganza leída en unas cuartillas que escribió, ¿o le escribieron?, explicando su concepto del toreo, el cambiado o de avance con el toro, para censurar el de reunión con el cite de perfil del espada que no fue capaz de nombrar en la tribuna, donde cuestionó la pureza del torero que con su arte enseñoreó el toreo de los años cuarenta, muerto casi tres años antes por la cornada de un Miura en la plaza de Linares. No deja de sorprender que en un mundo de valores como el toreo, donde el respeto es norma sagrada entre los profesionales, al espada de Borox no le temblara el pulso al sujetar aquellas cuartillas, tan irrespetuosas y de dudosa moral, que cuestionaban al torero que había entregado su vida en el ruedo: el compañero que siempre lo llamó «maestro» y le habló de usted. 


«Manolete» y «Platino» en México. ¿Ha perdido actualidad su toreo?

Tampoco pudieron silenciar la realidad histórica del torero cordobés las artimañas de Marcial Lalanda, tan beligerante en la ruptura del convenio taurino hispano-mexicano como burdo en la estrategia del desafío a «Manolete» de «corridas duras en plazas importantes», puesto en boca de su poderdante Pepe Luis Vázquez, buscando titulares de la crítica adepta en plena campaña antimanoletista, fruto del rencor del veterano espada madrileño al torero que adelantó su retirada de los ruedos. El valor, la entrega y la perseverancia en el triunfo de «Manolete» resultaron insostenibles y terminaron barriendo a los diestros que esperaban a que saliera su toro. Los rayos siempre fueron a las cumbres, pero al gran espada cordobés lo odiaron hasta después de muerto —ahí están las hemerotecas—, algunos de los toreros que no le sostuvieron el pulso en los ruedos. Recordamos con cariño las señoriales palabras de un matador de la elegancia de Ángel Luis «Bienvenida»: «¡Mire usted, si el toreo ha tenido un dios y una virgen, ese ha sido «Manolete»! Primero fue él y luego todos los demás. Lo que ocurre es que aquí hay mucha envidia y eso no se perdona. Desgraciadamente en España hay muchos envidiosos».


Pamplona, 1947: «Aquel saber estar
 ante el toro y ante el público».

Manuel Rodríguez dijo con amargura que para él nunca hubo eso que llaman «palmas de simpatía», y defendió que donde tienen que hablar los toreros es en el ruedo. Y eso fue lo que hizo hasta el final. Ahí dejó su testimonio para que todos los diestros que le sucedieron pudieran utilizar esa arquitectura al expresar su acento: la técnica del toreo de reunión que versifica los pases en series. El toreo preconizado por «Guerrita» en su Tauromaquia, puesto en valor por «Joselito» en su faena habitual, pulido con la gracia artística de «Chicuelo», que dio otra vuelta de tuerca a la ligazón alternando los terrenos, e instaurado como el nuevo canon de torear por la impresionante regularidad de «Manolete». Después de él ningún diestro recurrió al toreo cambiado para argumentar su modelo de faena. Ni posiblemente el público habría consentido el regreso de los trasteos de un pase aquí y otro allí buscando el rabo, por mucha «cargazón» que tuvieran.


«Manolete» con un Miura en Valencia.

Observando la historia con perspectiva, resulta vergonzoso que excepto a Rafael Guerra, al que no alcanzó a ver, los tres inmensos toreros que forman la columna vertebral del toreo moderno fueran maltratados, ignorados e incomprendidos por el dogmático e influyente crítico del Diario ABC Gregorio Corrochano, que no tuvo reparos en escribir su propia historia, preocupado de defender y ensalzar el toreo de su cuerda —el cambiado o de avance— y generalizando ridículas teorías, como la que pretendía sacralizar el movimiento de adelantar la pierna de salida para cargar la suerte —todavía tiene adeptos en sectores integristas—. Sin embargo, como escribió «José Alameda», posiblemente el mejor analista de la evolución del toreo, la historia no establece dogmas, los establecen los que la escriben. Razonaba el brillante escritor madrileño que existe una ley de gravedad universal de la que no puede escapar el toreo, defendiendo que la suerte se carga en el punto donde gravita, es decir, donde se produce. Y lógicamente, en el toreo de reunión, donde el torero deja venir al toro por su terreno natural para conducirlo hacia atrás y hacia adentro, no se puede sustentar en el mismo punto que en el toreo de avance, donde el matador se cruza al pitón contrario para desplazar el viaje del animal hacia los terrenos de afuera. 


«Vergüenza profesional a carta cabal»
Barcelona, 1944. Majestuoso natural
al toro "Perfecto" de Miura. Foto Mateo.

«Manolete» que sentía el toreo de línea natural, se colocaba enhilado con el toro por el lado que iba a torear, y desde la verticalidad que interpretaba el toreo iba acortando las distancias hacia el animal con pasos laterales, llegándole poco a poco con la muleta retrasada hasta provocar su arrancada. Por delante ofrecía su propio cuerpo, para que el animal eligiera entre él o la tela que presentaba cerca de la pierna de salida. De esta forma, por su inmenso valor, creó una nueva manera de obligar a embestir para aprovechar la mayoría de los toros quedados de su tiempo, tuvieran estos mayor o menor recorrido. Sin embargo, para el ortodoxo sanedrín de la escuadra y el cartabón resultaba ignominioso ese toreo, e hipócritamente censuraron el medio pase, sin valorar que «Manolete» se colocaba en un terreno que los demás rehuían, y comenzaba el natural donde otros lo terminaban. Y por supuesto, sin valorar que esa técnica le permitía rematar el pase limpio por abajo, para quedar colocado en la cara y ligar largas series de naturales en un palmo de terreno, de una emoción y gallardía únicas, que provocaban asombro por su majestuosidad y encendían el entusiasmo del público. También, la inconfesable envidia de los que no aceptaron que «Manolete» fue el mejor de su tiempo, un torero único e irrepetible: un espejo de toreros, de los de antes y de los de ahora. Como escribió el historiador Fernando Claramunt: «Nadie ha vuelto a pasear aquella dignidad vestida de luces, aquel saber estar ante el toro y ante el público. Entrega absoluta. Vergüenza profesional a carta cabal».


«Manolete», Santander, 26 de agosto de 1947.
"Presentimiento" tituló su foto Nicolás Müller
 
 «De lo que pasa en el mundo

por Dios que no entiendo ná,

el cardo siempre gritando

y la flor siempre callá».

 

Lole Montoya 

(«Todo es de color». Lole y Manuel)

 

martes, 6 de agosto de 2024

PACO CAMINO: TORERO DE TOREROS

Por Antonio Luis Aguilera

Paco Camino. Foto Botán

Ante el fallecimiento de Paco Camino queremos recordar al diestro por cuyo arte nos aficionamos a la Fiesta de los toros, el que marcó nuestra niñez con la impronta de su poderío y el bello trazo de su toreo, ese que no pudimos ver en las plazas, sino en las imágenes en blanco y negro de TVE y de los reportajes del NO-DO, hasta que en los tendidos pudimos disfrutar de sus últimos años en activo. La naturalidad de su expresión y su prodigiosa inteligencia hicieron grande el toreo en manos del diestro de Camas, que pronto nos cautivó con su elegante toreo de capa, sus incomparables chicuelinas, y aquellas faenas abiertas con preciosos pases de trinchera que prologaban la hermosa sinfonía de su toreo en redondo, donde cobraba especial relieve el pase natural y la magistral interpretación de la estocada, instrumentada con tanta ortodoxia y gallardía como pureza y torería. 


El pase natural de Paco Camino

Ha muerto un torero histórico e irrepetible, miembro de la maravillosa generación de figuras que marcaron con la singularidad de sus acentos profesionales la inolvidable década de los sesenta, donde llegaron abriéndose paso a codazos ante un elenco de espadas de mucha categoría, la generación posterior a la época de «Manolete», para  terminar adueñándose del toreo de aquella España del desarrollo y rotular sus nombres en los carteles de todas las ferias. Las imprentas editaban preciosos carteles de toros —de los que viéndolos de lejos se sabía que anunciaban corridas de toros; no como los actuales, que han de observarse de cerca para comprobar si anuncian un concierto o un quinario—, cambiando solo el nombre de la ciudad y repitiendo como una letanía, entre otros buenos e inolvidables toreros de esa época, los nombres de Diego PuertaPaco Camino, «El Viti», y «El Cordobés».

Las décadas de los años sesenta e inicios de los setenta, arrastrados por esa locomotora del toreo que fue el «Huracán Benítez» tuvieron como grandes protagonistas a «Diego Valor», «El Niño Sabio de Camas» y «Su Majestad El Viti», amigos en la calle pero perros de presa en el ruedo, para regocijo del público y la buena salud de las ferias y plazas del orbe taurino. De esa época quedaron acuñadas dos frases que la caracterizaron: la primera, «El Cordobés y dos más», que define el poderío del torero de Palma del Río, que cualquier día de la semana, sin necesidad de que fuera festivo o la fecha del patrón de la localidad, llenaba las plazas hasta el tejado cobrando no menos de un millón de pesetas por tarde, «un kilo» como popularizó el propio Benítez, mientras los elevados honorarios para la época obligaron a las empresas a incrementar considerablemente los que percibían el resto de figuras. La segunda, el tridente que se repetía en todos los carteles de postín, se hizo tan célebre en la jerga taurina que pronto se incorporó al lenguaje coloquial para mandar de paseo a la gente pelmaza: «PuertaCamino y Viti».


Magistral estocada de Paco Camino en Bilbao a un toro 
de Juan Pedro Domecq. Foto Cuevas.

Honda fue la huella torera que dejó Paco Camino en México. En el país hermano lo recuerdan con veneración, como a uno de los toreros españoles más queridos, de sus «consentidos». Si el recuerdo de «Manolete» resulta todavía sobrecogedor para la apasionada afición azteca, la admiración por el toreo de Camino no queda atrás en una tierra que conquistó con su arte y que, como ocurrió al «Monstruo», también ella le conquistó para siempre como torero y persona, pues si grandes e importantes fueron sus éxitos en los ruedos españoles y otras naciones americanas, los conseguidos en su querido México, que lo acogió e hizo uno de sus espadas favoritos, están repletos de tardes históricas y memorables.

Paco Camino a hombros en Madrid

Nos ha dejado una auténtica figura del toreo, de cuya tauromaquia han bebido y beben todos los espadas que quisieron ser gente en el toreo. De Paco Camino puede afirmarse rotundamente que fue un torero histórico, irrepetible, grande entre los grandes, un espejo donde mirar. Lo que los aficionados conocen como torero de toreros. De los de antes y los de ahora. Descanse en paz el inolvidable maestro de Camas, el pueblo del que se sentía orgulloso de haber abierto los ojos y del que apasionadamente defendía su natalidad, con el sinsabor de tener en el alma una espina clavada cuando le decían que era de Sevilla, que digámoslo claro, con él fue, como con otros de sus grandes toreros, madrastra en lugar de madre: «Yo no soy de Sevilla, soy de Camas». 

Un torero tan grande no puede seguir silenciado en la ciudad cuyo nombre paseó entre triunfos por todo el mundo taurino.