martes, 1 de julio de 2025

«LOS CALIFAS»: SESENTA AÑOS DE HISTORIA

Por Antonio Luis Aguilera

Plaza de toros de "Los Califas". Córdoba.

Sin que la efeméride haya tenido el menor relieve, este año se ha cumplido el sesenta aniversario de la inauguración de la plaza de toros de «Los Califas», la última construida en Córdoba, ciudad de larga tradición taurina, como acertada y documentadamente escribió el buen amigo y colaborador de este blog Rafael Sánchez González, en su artículo “La plaza de los Tejares”, donde explicaba con detalle este asunto. 


Según el recordado bibliófilo taurino, el documento más antiguo sobre ello data de 1493, y se refiere a una función “en honor y divertimento del Príncipe Don Juan (hijo de los Reyes Católicos), cuando se corrieron toros en el Alcázar de los Reyes Cristianos, residencia de Isabel y Fernando en sus prolongadas estancias en Córdoba. El lugar donde debió desarrollarse esta función debió ser en el actual Campo Santo de los Mártires, integrado entonces en el conjunto como patio de armas.

 

Después se celebraron espectáculos taurinos en la Plaza de la Corredera, de ahí su nombre, y en distintas ocasiones se levantaron en el Campo de la Merced, en el arrabal contiguo al Convento de los Mercedarios, hasta que a iniciativa de Juan Mantése constituyó una sociedad con objeto de levantar una plaza de toros permanente, obra que fue dirigida por el arquitecto Manuel García del Álamo, que comenzó en 1844 sobre los terrenos adquiridos a José Severo García en la Huerta de Perea, situada en la Carrera de los Tejares, que fue inaugurada oficialmente en septiembre de 1846, aunque los primeros espectáculos se celebraron en la Feria de “Nuestra Señora de la Salud” de ese año, concretamente los días 31 de mayo, 2 y 3 de junio. 

 

Veinte años más tarde, el 15 de agosto de 1866, al terminar una novillada y de manera fortuita, se produjo un incendio que provocó un enorme daño en las maderas de gradas y tendidos. Tras la reconstrucción, dirigida por el arquitecto Amadeo Rodríguez, la plaza de “Los Tejares” fue reinaugurada el 20 de enero de 1868, con un cartel netamente cordobés:  toros de la ganadería de don Rafael José Barbero, para que mano a mano se vieran las caras Rafael Molina Lagartijo Manuel Fuentes “Bocanegra”. La plaza, que con posteriores reformas tuvo un aforo que rebasaba los diez mil espectadores, cerró sus puertas el 18 de abril de 1965, fecha que se celebró una novillada con caballos, con ganado de doña Enriqueta de la Cova, donde actuaron Agustín Castellano “El Puri”, Antonio Sánchez Fuentes y José María Susoni. Desde entonces tan entrañable como incómoda plaza sufrió un severo abandono, que se prolongó hasta agosto de 1971, que comenzaron las obras del derribo, para que en su céntrico lugar se levantara el edificio de “Galerías Preciados”. 

 

El día 9 de mayo de 1965 tuvo lugar la inauguración de la “Nueva Plaza de Toros de Córdoba S.A.”, que con los años sería rebautizada como “Coso de Los Califas”, en honor a los espadas de la tierra que hicieron a Córdoba definitiva en la historia del toreo. Desde aquella fecha, cuando montera en mano hicieron el primer paseíllo José María MontillaManuel Benítez “El Cordobés” y Gabriel de la Haba “Zurito”, para lidiar un encierro de los Herederos de Carlos Núñez, hasta los últimos festejos celebrados en mayo de este año, los matadores de toros que han actuado en el coso de Ciudad Jardín han sido 150, de los cuales 32 fueron cordobeses o considerados como tales. 

 

Estos fueron los espadas cordobeses, con el balance de sus actuaciones y algunos datos significativos, que fueron protagonistas en los sesenta años de historia del coso califal: 

 

1.- Juan Serrano “Finito de Córdoba”, que actuó en 63 corridas de toros, lidiando 144 ejemplares, a los que cortó 58 orejas y 2 rabos (“Chupador” de Guadalest el 27/3/1994), y simbólicamente a “Tabernero” de Gabriel Rojas). También indultó dos toros: el citado “Tabernero” (28/5/1994), y “Bondadoso”, del hierro de Domingo Hernández (29/5/2004). Fue premiado con el trofeo municipal "Manolete" como triunfador de la feria de mayo los años 1994, 2001 y 2005. Otorgó las alternativas a Alejandro Castro (1998), y Julio Benítez "El Cordobés" (2007), si bien en esta, pese a estar anunciado en el cartel, renunció a actuar como padrino e invitó a salir al ruedo a Manuel Benítez "El Cordobés", para que vestido de calle presidiera la ceremonia de su hijo. 

 

Juan Serrano "Finito de Córdoba", el matador
que más veces ha actuado en la plaza de "Los
Califas", el día de su alternativa (23/5/1991), de
manos de Paco Ojeda en presencia de Fernando
Cepeda. Foto Arjona.

2.- José Luis Moreno, que actuó en 21 corridas de toros, lidiando 44 ejemplares, a los que cortó 26 orejas.

 

3.- Rafael González “Chiquilín”, que actuó en 17 corridas de toros, lidiando 36 ejemplares, a los que cortó 12 orejas. Otorgó la alternativa a Manuel Romero Santiago "Romero de Córdoba" (1998).

 

4.- Gabriel de la Haba Zurito”, que actuó en 14 corridas de toros, lidiando 28 ejemplares, a los que cortó 24 orejas y 1 rabo. (“Corredor” de Herederos de Carlos Núñez el 9/5/1965). Fue premiado con el trofeo municipal "Manolete" al triunfador de la feria de mayo el año 1968. Otorgó la alternativa a Florencio Casado "El Hecho" (1969).


Manuel Benítez "El Cordobés", el matador que más rabos 
ha cortado en la plaza de "Los Califas". Foto Framar.

5.- Manuel Benítez “El Cordobés”, que actuó en 13 corridas de toros, lidiando 27 ejemplares, a los que cortó 23 orejas y 8 rabos (“Catavinos” de Herederos de Carlos Núñez, el 9/5/1965; un ejemplar de Manuel Arranz el 25/5/1965; otro de Francisca García Villalón el 25/5/1966; otros tres de Herederos de Carlos Núñez el 27/5/1967, 25/9/1967 y 25/9/1968; otro de Juan Mari Pérez-Tabernero el 25/5/1970, y el 1/6/2002, última corrida del espada de Palma del Río en Córdoba, a “Potrero” de María José Barral). Fue premiado con el trofeo municipal "Manolete" como triunfador de la feria de mayo el año 1970. Otorgó las alternativas a Agustín Castellano "El Puri" (1965) y Antonio Sánchez Fuentes (1965).

 

6.- Manuel Díaz El Cordobés”, que actuó en 13 corridas de toros, lidiando 26 ejemplares, a los que cortó 12 orejas.

 

7.- Manuel Cano “El Pireo”, que actuó en 9 corridas de toros, lidiando 22 ejemplares, a los que cortó 20 orejas y 2 rabos (un ejemplar de Manuel Arranz el 25/5/1965, y otro de María Teresa de Oliveira el 26/5/1967). Fue premiado con el trofeo municipal "Manolete" al triunfador de la feria de mayo los años 1965, 1966 y 1967. 


8.- Antonio José Galán, que actuó en 9 corridas de toros, lidiando 19 ejemplares, a los que cortó 12 orejas y 1 rabo (“Madrileño” de Martínez Benavides, el 26/5/1973). Fue premiado con el trofeo municipal "Manolete" al triunfador de la feria de mayo los años 1973 y 1974.

 

9.- Fermín Vioque, que actuó en 9 corridas de toros, lidiando 18 ejemplares, a los que cortó 6 orejasFue premiado con el trofeo municipal "Manolete" al triunfador de la feria de mayo el año 1984. 


10.- Agustín Parra Vargas “Parrita”, que actuó en 9 corridas de toros, lidiando 18 ejemplares, a los que cortó 5 orejas.

 

11.- Florencio Casado “El Hencho”, que actuó en 8 corridas de toros, lidiando 16 ejemplares, a los que cortó 13 orejas y 1 rabo (a un ejemplar de Gerardo Ortega el 1/6/1969). Fue premiado con el trofeo municipal "Manolete" al triunfador de la feria de mayo el año 1969.

 

12.- Alejandro Castro, que actuó en 7 corridas de toros, lidiando 14 ejemplares, a los que cortó 2 orejas.

 

13.- José Luis Torres, que actuó en 5 corridas de toros, lidiando 11 ejemplares, a los que cortó 5 orejas.

 

14.- Fernando Tortosa, que actuó en 5 corridas de toros, lidiando 10 ejemplares, a los que cortó 3 orejas.

 

15.- Julio Benítez “El Cordobés”, que actuó en 5 corridas de toros, lidiando 9 ejemplares, a los que cortó 2 orejas.

 

16.- Enrique Reyes Mendoza, que actuó en 4 corridas de toros, lidiando 8 ejemplares, a los que cortó 3 orejas.

 

17.- Rubén Cano “El Pireo”, que actuó en 4 corridas de toros, lidiando 8 ejemplares, a los que cortó 3 orejas.

 

18.- Pedrín Benjumea, que actuó en 3 corridas de toros, lidiando 6 ejemplares, a los que cortó 6 orejas.

 

19.- Agustín Castellano “El Puri”, que actuó en 3 corridas de toros, lidiando 6 ejemplares, a los que cortó 3 orejas.

 

20.- José María Montilla, que actuó en 3 corridas de toros, lidiando 6 ejemplares, a los que cortó 2 orejas.

 

21.- José Romero, que actuó en 3 corridas de toros, lidiando 6 ejemplares, a los que cortó 1 oreja.

 

22.- Antonio Rey Vera, que actuó en 2 corridas de toros, lidiando 4 ejemplares.

 

23.- Manuel García “Palmeño”, que actuó en 2 corridas de toros, lidiando 4 ejemplares.

 

24.- Manuel Romero "Romero de Córdoba", que actuó en 2 corridas de toros, lidiando 4 ejemplares.

 

25.- Javier Moreno “Lagartijo”, que actuó en 1 corrida de toros, lidiando 2 ejemplares, a los que cortó 2 orejas.

 

26.- Antonio Sánchez Fuentes, que actuó en 1 corrida de toros, lidiando 2 ejemplares, a los que cortó 1 oreja.

 

27.- Curro Jiménez, que actuó en 1 corrida de toros, lidiando 2 ejemplares, a los que cortó 1 oreja.

 

28.- Manolo Martínez, que actuó en 1 corrida de toros, lidiando 2 ejemplares, a los que cortó 1 oreja.

 

29.- Manuel Román, que actuó en 1 corrida de toros, lidiando 2 ejemplares, a los que cortó 1 oreja.

 

30.- Cayetano de Julia, que actuó en 1 corrida de toros, lidiando 2 ejemplares.

 

31.- Curro Martínez, que actuó en 1 corrida de toros, lidiando 2 ejemplares.

 

32.- Paco Aguilera, que actuó en 1 corrida de toros, lidiando 2 ejemplares.

 

miércoles, 25 de junio de 2025

EL AMBIENTE DE “LOS TEJARES”

Por Antonio Luis Aguilera 

 

Plaza de toros de "Los Tejares"


Recuerdo la animación de los días de corrida, cuando los alrededores de la plaza eran un hervidero de personas transitando con dificultad por Ronda de los Tejares. Aquel hormigueo de aficionados en las puertas de acceso, la llegada de los coches de cuadrillas, los alguacilillos y del carro de la carne, los vendedores de arropías levantando los canastos para no tropezar con los camareros uniformados de los dos bares contiguos "Toledo" y "Savarín", los músicos agrupándose para entrar en el coso, los vendedores de agua con sus botijos, el heladero ambulante de “La Ibicense”, el tiro de mulillas entrando al redondel por la puerta grande, la picaresca de los genios de la “beneficencia” ideando para entrar sin pagar portando barras de hielo o los fundones de los ayudas de los mozos de espada... Y entre aquellos recuerdos veo entre la bulla al niño que fui, memorizando el inolvidable collage multicolor de la Córdoba taurina de su infancia, la de la primera década de los años sesenta donde nacería una afición que jamás habría de olvidar.


"Los Tejares" en la pintura de Carlos González-Ripoll


Había aficionados que no tenían para la entrada y seguían las corridas desde la avenida, a pie de plaza, escuchando las manifestaciones del público y las señales acústicas que informaban del desarrollo del festejo: los cambios de tercio, pitos, broncas, pasodobles, olés, ovaciones, palmas, palmitas, chillidos que presagiaban percances y silencios que delataban aburrimiento. Todos los signos que hacían intuir la corrida a los que estaban más tiesos que una regla; también, a quienes optaban por vivir el ambiente sentados en los demandados veladores de aquellos bares, para ver salir a hombros a los toreros triunfadores, o saber si la tarde no fue bien cuando expertos aficionados abandonaban la plaza jurando no volver jamás, y repetían aquello de "corrida de expectación, corrida de desilusión". Al caer la tarde, la concurrida y céntrica avenida era abandonada por  los aficionados que regresaban al Sector Sur, Las Margaritas, Santa Marina, San Lorenzo o El Realejo, para informar de primera mano en las tabernas de una tarde de toros.


Estanque de los Jardines de la Agricultura.
Pintura de Carlos 
 González-Ripoll

La noche pintaba una panorámica de tranquilidad en ese lugar, donde los operarios municipales baldeaban con mangueras a presión limpiando el acerado, mientras algunos chavales con guasa les cantaban "la manga riega y aquí no llega", estribillo que algunas noches de tórrido verano propiciaba un manguerazo que refrescaba a los autores de tan inocente provocación. Aunque para refrescones célebres los de algunos aspirantes a figuras, que tras no tener su mejor noche en las becerradas nocturnas con un ganado imposible, eran sacados a hombros por la puerta grande para llevarlos a los cercanos jardines de la Agricultura, donde finalizaba el apoteósico paseo en volandas siendo arrojados al estanque de los patos, el pilón donde chorreando, entre patos y palomas, debían aclarar las ideas sobre lo complicado que resultaba el futuro taurino.


Panorámica nocturna de la vieja plaza cordobesa


Cuando cerraron definitivamente las puertas de "Los Tejares", para que tras más de un lustro de abandono fuera derruida despejando el céntrico espacio para levantar unos grandes almacenes, los dueños construyeron "Los Califas" en la Huerta de la Marquesa, entonces denominada "Nueva plaza de toros de Córdoba S.A.", que ganaba en modernidad, comodidad, y funcionalidad, pero carecía de la historia y solera de aquel antiguo y entrañable palenque, donde expresaron su arte, además de todos los toreros cordobeses considerados "Califas", los más grandiosos espadas que desde el año 1846 levantaron pasiones y fueron figuras del toreo. La avenida de los Tejares creció en almacenes y entidades bancarias, pero perdió el singular e inigualable ambiente taurino de un coso que fue testigo de la evolución del toreo. 

miércoles, 11 de junio de 2025

UNA PRÓRROGA DESPROPORCIONADA

Por Antonio Luis Aguilera

Plaza de toros de "Los Califas" de Córdoba


Con un llenazo en la plaza terminó la miniferia taurina de Córdoba. Era el cartel que gustaba y los interesados acudieron, aunque tuvieran que llevar útiles para adecentar la suciedad de los asientos, cuya limpieza no está prevista por la organización. El otro, sin atractivo para una oferta de dos corridas, no gustó, y  la gente no fue. Se equivocó quien lo programó. ¿Qué ocurriría en Córdoba de ofrecerse carteles con atractivos, como la misma empresa prepara en Málaga o Santander? 

Ahora, como de costumbre, después de tres espectáculos en mayo, la plaza cerrará sus puertas hasta el año que viene. No hay cláusulas que cumplir en el contrato y esto es lo que hay. Sorpresas ninguna, como las promesas del pasado año, cuando empresa y propiedad sopesaban abrir en septiembre y ofrecer un festejo, debido a la buena afluencia de público en la única corrida de toros completa de la feria. 

Por eso ha sorprendido a la afición que tanta cicatería haya sido  premiada con una prórroga de seis años, seis,  sin opción a otras ofertas que pudieran mejorar tan pobre gestión. Pero la sociedad propietaria es la dueña del recinto y eso es lo que hay. Poco importa que tan desproporcionada prórroga no guste a la afición, esa que dicen no va a la plaza. No va las tardes que la economía empresarial ofrece carteles sin tirón. ¿Tan difícil es confeccionar dos carteles con suficiente atractivo para el público cordobés? 

Una oferta así de pobre genera desilusión. La que llegó como consecuencia de  una gestión que tuvo buenos comienzos en la plaza de Ciudad Jardín, pero se fue diluyendo conforme la empresa resultaba adjudicataria de cosos importantes como Santander, Málaga y Almería, que junto a otros de menor categoría y apoderar a una figura del toreo provocó que las tareas se multiplicaran. Y quien mucho abarca, poco sujeta. 

Córdoba dejó de ser el buque insignia de su gestor, la única plaza de primera, para engrosar el currículum que puntúa en probables concursos de otras deseadas, como puede ser Sevilla. Y mientras llega el momento del adiós se administra como hicieron las empresas anteriores: dos corridas y una novillada con picadores  en mayo. 

Todo con la conformidad de los dueños de la plaza, que sin la menor duda son los responsables del declive taurino de Córdoba, y los que con esta prórroga han dado un tiro de gracia a la afición taurina. Atrás quedaron los años que la sociedad propietaria era presidida por grandes aficionados, que estipulaban en el contrato las condiciones mínimas de la temporada del coso, señalando un mínimo de corridas de toros, novilladas picadas y becerradas.

Ahora los dueños tienen prisa por cumplir el trámite taurino, para empezar lo antes posible con los conciertos de verano, eventos que rentan más y presentan a la prensa con al alcalde de la ciudad, autoridad que no habrá reparado en el ruido que soportan los barrios de Ciudad Jardín y Poniente con los amplificadores de sonido de estos eventos, que probablemente superen los decibelios establecidos en las ordenanzas municipales. 

La plaza de Córdoba se encuentra en una situación compleja. Y para reflotarla es indispensable un plus de ilusión y otro de dedicación, que va  más allá de organizar una presentación con atracciones circenses para presentar tres carteles al año. Esa gala no deja de ser un brindis al sol, muy concurrido por cierto por la clase política que abarrota los burladeros del callejón.

Como el Delegado del Gobierno de la Junta de Andalucía, que designa a los equipos gubernativos, dos nada menos para dos corridas, que han convertido el palco en una tómbola con lamentables actuaciones, donde se regalan orejas sin consistencia después de aprobar un ganado sin trapío, propio de plazas de segunda y tercera categoría. El toro que en los últimos cuarenta años de la plaza jamás se ha autorizado a empresa alguna. 

Seis años de prórroga a “Lances de Futuro” ofrecen escaso futuro a la plaza de Córdoba. Sin embargo, como es habitual, arrendatarios y arrendadores, seguirán echando la culpa a la afición, mientras unos se dedican a rentabilizar conciertos musicales y otros a sus labores en otras plazas de toros. Lo del lleno en la corrida del domingo, como ocurrió el pasado año, no fue un espejismo, sino la respuesta de una afición que acude a lo que de verdad interesa. 

 

viernes, 16 de mayo de 2025

Y DESPUÉS DE LINARES… ¡¡¡MARTORELL!!! EL TORERO DE MANO BAJA

Por Antonio Luis Aguilera 

 

Portada del libro dedicado al torero cordobés

Con el título que encabeza esta entrada, el próximo miércoles día 21 de mayo, conmemorando el treinta aniversario del fallecimiento de José María Martorell, y editado por la Diputación Provincial de Córdoba, en colaboración con el capítulo de Córdoba de la Fundación del Toro de Lidia, será presentado el nuevo libro de Ángel Mendieta Baeza, que durante muchos años ejerció la información taurina en los periódicos “La Voz de Córdoba”, “Diario Córdoba”, así como las emisoras Antena3 y Radio Córdoba. La presentación será a las 7,30 de la tarde en el Salón de Actos de la Diputación, y a los asistentes se les entregará un ejemplar de la obra.

Con esta biografía, donde se detalla la carrera del matador de toros más importante que tuvo la ciudad de la Mezquita después de la trágica desaparición de Manolete, el autor recuerda aquella ciudad, que quedó hundida moral y taurinamente, y la inesperada e inmediata primavera que pronto le ofrecería el diestro del barrio de San Cayetano, que recibiría la alternativa en la entrañable plaza de Los Tejares dos años después de la muerte de Manuel Rodríguez, para mantenerse en activo hasta la temporada de 1956, que toreó su última corrida en la feria de San Lucas de Jaén.

Ángel Mendieta rememora en esta interesante obra la Córdoba taurina que vivió en su infancia y juventud, los aspirantes a toreros que alimentaban la ilusión de los aficionados, la conmoción que significó la muerte de Manolete, y termina centrándose en quien fue José María Martorell Navas, sus comienzos, su etapa novilleril, la ceremonia de la alternativa que le otorgó Agustín Parra Parrita” en mayo de 1949, y las importantes temporadas que realizó el torero desde 1950, dejando la inolvidable huella de su toreo de ajuste y manos muy bajas en las principales plazas de España, Francia y América. 

Nuestra cordial enhorabuena por el libro al querido compañero en la información taurina, porque con esta biografía rescata para las nuevas generaciones de aficionados la memoria de quien fue de verdad en los ruedos José María Martorell, el gran torero cordobés que devolvió la ilusión a los aficionados, que supo abrirse paso y ocupar un lugar importante entre la extensa y brillante nómina de los toreros de su tiempo. Un espada inolvidable, que en los últimos años de su vida acudió a peñas, tertulias, actos en la Universidad y donde solicitaran su presencia para recordar su carrera, la categoría de sus compañeros y hablar de la grandeza de la Fiesta de los Toros. 

sábado, 26 de abril de 2025

JUAN ORTEGA: «SE TOREA POR MIEDO»

Por Antonio Luis Aguilera 

Juan Ortega

Siempre hemos pensado que se torea por la necesidad de expresar un sentimiento inexplicable, de mostrar en público las formas de un acento propio que anhela escapar de la intimidad, para manifestarse en el vuelo de unas telas gobernadas por el temple, que reduce la embestida del toro y la somete. Es cierto que la historia está llena de hombres que torearon para escapar de la miseria, pero no olvidemos que tenían valor, porque por mucha hambre y necesidad que se tenga, sin ser capaz de ponerse delante para quedarse quieto, es imposible desafiar con un lienzo a un animal imprevisible, que busca derrotar a todo el que se cruce en su camino. Como aseguraba el maestro Paco Camino: «Las colas del paro estarían vacías si los que las forman fueran capaces de ser toreros». 

Nuestro pensamiento contemplaba que el miedo es el compañero inseparable en el viaje profesional del torero, pero no la motivación que lo impulsa a jugarse la vida. Sin embargo, en unas declaraciones realizadas por Juan Ortega para los informativos de Canal Sur Televisión, el torero de Triana explicaba que durante su estancia universitaria en Córdoba, compaginada con su paso por la Escuela del Círculo Taurino, aprendió de un profesor (Rafael Blancas) que se torea por miedo, algo que entonces no lograba entender con claridad, porque estaba convencido que el toreo es un sentimiento. Y cuando se comienza lo único que de verdad se piensa es formarse y asimilar enseñanzas para expresarlo. 

 Juan Ortega, un torero distinto.

A veces, los que no nos jugamos la vida ante el toro, ni sabemos lo que pasa por la cabeza de los toreros por muy aficionados que seamos, pecamos de irrespetuosos. A propósito de estas declaraciones conversamos con el torero para exponerle nuestro punto de vista. Y su contestación nos hizo recordar a otro genio de Triana, Juan Belmonte, quien afirmaba que «se torea cómo se es».

Porque Juan Ortega, el torero que más despacio hemos visto torear, y puede que el que más despacio lo ha hecho en la historia del toreo, nos razonó, con la elegancia y el temple con que muestra su arte, como el paso del tiempo le ha hecho ver que aquella frase, que en principio no entendía, estaba llena de sentido. Su forma de explicarse merece ser conocida por los aficionados que visitan esta recoleta «Plaza de la Lagunilla». Al fin y al cabo, la frase se pronunció en Córdoba, ciudad silenciosa donde el caminante escucha sus propios pasos, y las palabras adquieren aire de sentencia. De su gente la escuchó el maestro, que nos dijo:

«Así lo creía yo antes, pero con el paso del tiempo he ido descubriendo sensaciones nuevas. El toreo, como bien dices, es la expresión de un sentimiento, y cuando uno empieza torea simplemente por la necesidad de mostrarlo. Cuando las circunstancias cambian, cuando el animal deja de ser un becerro para convertirse en un toro, el instinto de conservación se dispara, y el sentido de la vida quiere imponer su ley. Ese miedo, es decir, superar ese miedo, vencer a ese instinto de conservación, es lo primero que uno necesita para poder luego expresarse. Y ese miedo es un cúmulo de miedos: miedo a perder la vida, miedo físico, miedo a hacer el ridículo, miedo a defraudarte, a defraudar…  Todos esos miedos hacen que generes en tu interior una fuerza mayor, que te hace tirar para adelante y expresar, e incluso llegar a disfrutar delante de la cara de un toro».

Ahí queda su lección, que nos hizo recordar al escritor José Alameda, cuando tras una conversación personal con Manolete le aseguró: «Todo lo que se aprende del toreo, se aprende de los toreros».

miércoles, 16 de abril de 2025

TOREAR Y OTRAS MALDADES

Por MARIO VARGAS LLOSA

Premio Nobel de Literatura y Premio Miguel de Cervantes, entre otros.

 

Mario Vargas Llosa (28-3-1936/13-4-2025)


La prohibición de las corridas de toros en Cataluña repercutió en medio mundo y, a mí, me tuvo polemizando durante semanas en tres países en defensa de la fiesta ante enfurecidos detractores de la tauromaquia. 

La discusión más encendida tuvo lugar en la noche de Santo Domingo -una de esas noches estrelladas, de suave brisa, que desagravian al viajero de la canícula del día-, en el corazón de la Ciudad Colonial, en la terraza de un restaurante desde la que no se veía el vecino mar, pero sí se lo oía. Alguien tocó el tema y la señora que presidía la mesa y que, hasta entonces, parecía un modelo de gentileza, inteligencia y cultura, se transformó. Temblando de indignación, comenzó a despotricar contra quienes gozan en ese indecible espectáculo de puro salvajismo, la tortura y agonía de un pobre animal, supervivencia de atrocidades como las que enardecían a las multitudes en los circos romanos y las plazas medievales donde se quemaba a los herejes. Cuando yo le aseguré que la delicada langosta de la que ella estaba dando cuenta en esos mismos momentos y con evidente fruición había sido víctima, antes de llegar a su plato y a sus papilas gustativas, de un tratamiento infinitamente más cruel que un toro de lidia en una plaza y sin tener la más mínima posibilidad de desquitarse clavándole un picotazo al perverso cocinero, creí que la dama me iba a abofetear. Pero la buena crianza prevaleció sobre su ira y me pidió pruebas y explicaciones. Escuchó, con una sonrisita aniquiladora flotándole por los labios, que las langostas en particular, y los crustáceos en general, son zambullidos vivos en el agua hirviente, donde se van abrasando a fuego lento porque, al parecer, padeciendo este suplicio su carne se vuelve más sabrosa gracias al miedo y el dolor que experimentan. Y, sin darle tiempo a replicar, añadí que probablemente el cangrejo, que otro de los comensales de nuestra mesa degustaba feliz, había sido primero mutilado de una de sus pinzas y devuelto al mar para que la sobrante le creciera elefantiásicamente y de este modo aplacara mejor el apetito de los aficionados a semejante manjar. Jugándome la vida -porque los ojos de la dama en cuestión a estas alturas delataban intenciones homicidas- añadí unos cuantos ejemplos más de los indescriptibles suplicios a que son sometidos infinidad de animales terrestres, aéreos, fluviales y marítimos para satisfacer las fantasías golosas, indumentarias o frívolas de los seres humanos. Y rematé preguntándole si ella, consecuente con sus principios, estaría dispuesta a votar a favor de una ley que prohibiera para siempre la caza, la pesca y toda forma de utilización del reino animal que implicara sufrimiento. Es decir, a bregar por una humanidad vegetariana, frutariana y clorofílica.

Su previsible respuesta fue que una cosa era matar animales para comérselos y así poder sustentarse y vivir, un derecho natural y divino, y otra muy distinta matarlos por puro sadismo. Inquirí si por casualidad había visto una corrida de toros en su vida. Por supuesto que no y que tampoco las vería jamás aunque le pagaran una fortuna por hacerlo. Le dije que le creía y que estaba seguro que ni yo ni aficionado alguno a la fiesta de los toros obligaría jamás ni a ella ni a nadie a ir a una corrida. Y que lo único que nosotros pedíamos era una forma de reciprocidad: que nos dejaran a nosotros decidir si queríamos ir a los toros o no, en ejercicio de la misma libertad que ella ponía en práctica comiéndose langostas asadas vivas o cangrejos mutilados o vistiendo abrigos de chinchilla o zapatos de cocodrilo o collares de alas de mariposa. Que, para quien goza con una extraordinaria faena, los toros representan una forma de alimento espiritual y emotivo tan intenso y enriquecedor como un concierto de Beethoven, una comedia de Shakespeare o un poema de Vallejo. Que, para saber que esto era cierto, no era indispensable asistir a una corrida. Bastaba con leer los poemas y los textos que los toros y los toreros habían inspirado a grandes poetas, como Lorca y Alberti, y ver los cuadros en que pintores como Goya o Picasso habían inmortalizado el arte del toreo, para advertir que para muchas, muchísimas personas, la fiesta de los toros es algo más complejo y sutil que un deporte, un espectáculo que tiene algo de danza y de pintura, de teatro y poesía, en el que la valentía, la destreza, la intuición, la gracia, la elegancia y la cercanía de la muerte se combinan para representar la condición humana. Nadie puede negar que la corrida de toros sea una fiesta cruel. Pero no lo es menos que otras infinitas actividades y acciones humanas para con los animales, y es una gran hipocresía concentrarse en aquella y olvidarse o empeñarse en no ver a estas últimas.

Quienes quieren prohibir la tauromaquia, en muchos casos, suelen hacerlo por razones que tienen que ver más con la ideología y la política que con el amor a los animales. Si amaran de veras al toro bravo, al toro de lidia, no pretenderían prohibir los toros, pues la prohibición de la fiesta significaría, pura y simplemente, su desaparición. El toro de lidia existe gracias a la fiesta y sin ella se extinguiría. El toro bravo está constitutivamente formado para embestir y matar y quienes se enfrentan a él en una plaza no sólo lo saben, muchas veces lo experimentan en carne propia.
Por otra parte, el toro de lidia, probablemente, entre la miríada de animales que pueblan el planeta, es hasta el momento de entrar en la plaza, el animal más cuidado y mejor tratado de la creación, como han comprobado todos quienes se han tomado el trabajo de visitar un campo de crianza de toros bravos. Pero todas estas razones valen poco, o no valen nada, ante quienes, de entrada, proclaman su rechazo y condena de una fiesta donde corre la sangre y está presente la muerte. Es su derecho, por supuesto. Y lo es, también, el de hacer todas las campañas habidas y por haber para convencer a la gente de que desista de asistir a las corridas de modo que éstas, por ausentismo, vayan languideciendo hasta desaparecer. Podría ocurrir. Yo creo que sería una gran pérdida para el arte, la tradición y la cultura en la que nací, pero, si ocurre de esta manera -la manera más democrática, la de la libre elección de los ciudadanos que votan en contra de la fiesta dejando de ir a las corridas- habría que aceptarlo. 

Lo que no es tolerable es la prohibición, algo que me parece tan abusivo y tan hipócrita como sería prohibir comer langostas o camarones con el argumento de que no se debe hacer sufrir a los crustáceos (pero sí a los cerdos, a los gansos y a los pavos). La restricción de la libertad que ello implica, la imposición autoritaria en el dominio del gusto y la afición, es algo que socava un fundamento esencial de la vida democrática: el de la libre elección. La fiesta de los toros no es un quehacer excéntrico y extravagante, marginal al grueso de la sociedad, practicado por minorías ínfimas. En países como España, México, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y el sur de Francia, es una antigua tradición profundamente arraigada en la cultura, una seña de identidad que ha marcado de manera indeleble el arte, la literatura, las costumbres, el folclore, y no puede ser desarraigada de manera prepotente y demagógica, por razones políticas de corto horizonte, sin lesionar profundamente los alcances de la libertad, principio rector de la cultura democrática.

Prohibir las corridas, además de un agravio a la libertad, es también jugar a las mentiras, negarse a ver a cara descubierta aquella verdad que es inseparable de la condición humana: que la muerte ronda a la vida y termina siempre por derrotarla. Que, en nuestra condición, ambas están siempre enfrascadas en una lucha permanente y que la crueldad -lo que los creyentes llaman el pecado o el mal- forma parte de ella, pero que, aun así, la vida es y puede ser hermosa, creativa, intensa y trascendente.

Prohibir los toros no disminuirá en lo más mínimo esta verdad y, además de destruir una de las más audaces y vistosas manifestaciones de la creatividad humana, reorientará la violencia empozada en nuestra condición hacia formas más crudas y vulgares, y acaso nuestro prójimo. En efecto, ¿para qué encarnizarse contra los toros si es mucho más excitante hacerlo con los bípedos de carne y hueso que, además, chillan cuando sufren y no suelen tener cuernos?

Publicado en 2010 en el diario "El País".

lunes, 14 de abril de 2025

EL MÍTICO ADIÓS DE RODOLFO GAONA

Por Horacio Reiba 

(“La Jornada de Oriente”. Puebla-“altoromexico.com)

 


Aquella histórica tarde de 1925 en el antiguo Toreo de la Condesa

 

Durante su último viaje a México, la tierra que cuatro decenios atrás había conquistado con la finura de su arte y las primicias del toreo fluidamente ligado en redondo, un Manuel Jiménez "Chicuelo" ya sesentón declararía su admiración por el Rodolfo Gaona que conoció al presentarse aquí, coincidiendo con la temporada final del Indio Grande. "Torero de un garbo y un arte excepcionales", apostilló al aire José Alameda… "Un extraordinario artista, sí… pero sobre todo, ¡cómo les podía a los toros…!", repuso el ex niño de la Alameda de Hércules, entrevistado por televisión en aquel Brindis Taurino de 1962. 

 

Con Chicuelo, Gaona alternó en El Toreo durante la temporada de 1924-25 –la última del Indio Grande– hasta en ocho ocasiones. Y fueron de tal calibre sus continuas muestras de grandeza que, conforme la fecha del adiós se acercaba –había avisado con antelación que al final de esa campaña se retiraría–, los continuos prodigios que realizó más eran de torero en plenitud que de alguien a punto de irse. Pero tal como lo había anunciado lo cumplió. Y eso que la afición entera, en su fuero más íntimo –allí donde el deseo suele despreciar las evidencias– tan se resistía a creerlo que para la corrida del adiós –12 de abril de 1925– la multitud que llenaba el coso de La Condesa permaneció silenciosa y como en trance, presa de un estupor que ni se había visto antes ni se ha vuelto a sentir.

 

Rodolfo Gaona pintado por Ruano Llopis

La temporada de su vida

 

A esas alturas, la verdad es que nadie –ni Antonio Márquez ni los hermanos Pepe y Victoriano Valencia ni Luis Freg ni mucho menos Mariano Montes o Juan Armilla, al que concedió Rodolfo la última alternativa de su vida (30–11–24)– le habían hecho sombra. Si acaso Manolo Jiménez, que luego de un arranque más bien flojo era ya el principal contendiente del leonés la tarde en que el primero de San Mateo, "Vivelejos", sorprendió a Rodolfo en un desplante final y lo mandó a la enfermería, forzando a Chicuelo a despachar la corrida completa –toreaban mano a mano–, tarde en la que iba a cuajar con "Lapicero" la primera de sus grandes faenas mexicanas (01-02-25). La herida del Califa resultó leve, y siete días después le cortaba el rabo a "Turronero II" de La Laguna, reanudando su racha victoriosa de aquel invierno inolvidable. Si en años anteriores había alternado grandes faenas con reveses no menos célebres, en sus 16 presentaciones de 1924-25 redondeó la temporada cumbre de su vida, rozando casi la perfección. 

 

A lo largo de la misma fueron sucediéndose las más variadas lecciones magistrales bajo su acentuado sello de esteta inconfundible. Una lista que incluye a "Brillantino" de Piedras Negras (16-11-24), "Faisán" de Atenco (23-11-24), "Pavo" de Zotoluca (30-11-24), "Jorobado" de Piedras Negras (21-12-24), "Revenido II" de Zotoluca (11-01-25), "Cantarero" de Coaxamaluca (18–01–.25), "Cornetín" de Atenco (25-01-25), "Turronero" de La Laguna (08-02-25), "Azote" de San Diego de los Padres (15-02-25), "Hortelano" del Duque de Varagua (15-03-25)…

 

El Indio Grande

El cartel

 

Curiosamente, para su despedida prescindió Rodolfo del concurso de los ases de la temporada y se hizo acompañar por un diestro modestísimo, cuyo nombre ha perdurado gracias a ese simple azar: el albaceteño de La Roda Rafael Rubio "Rodalito". Para ellos reses de Atenco, Piedras Negras y San Diego de los Padres. Se comprende que Rodalito, bajo el peso de las circunstancias, pasara la tarde prácticamente inadvertido.

 

Una corrida histórica

 

Aquel 12 de abril de 1925 amaneció nublado, y una lluvia mansa se dejó sentir hasta poco después del mediodía. Conforme se aproximaba la hora de partir plaza, la bruma fue abriéndose a un sol tímido, mientras los aficionados, comidos por la ansiedad, formaban largas colas ante las taquillas y frente a los accesos al coso. Desde lo alto, la espléndida banda de Lerdo de Tejada empezó a sonar como con sordina, y la ovación que recibió a las cuadrillas tuvo que esforzarse para romper aquel velo de extraño pudor, antes de desbordarse en honor del ídolo hasta obligarlo a dar la primera vuelta al ruedo de la tarde. Vestía Rodolfo un terno celeste y oro "de la aguja".

 

El Indio Grande despachó entre palmas de aprobación a sus dos primeros adversarios, "Empresario" de Atenco, que abrió plaza, y "Bordador" de Piedras Negras, ambos de capa cárdena oscura y bien despachados de defensas. Pero no bastaba que el insigne torero, como culminación de su redondísima temporada, hubiese estado magistral con ambos. La afición esperaba una apoteosis a la altura del acontecimiento, y con "Veguero", de San Diego de los Padres –en teoría el último de su vida– Rodolfo salió apretando desde el principio, aunó eficacia e imaginación en quites y estuvo soberbio con los palos, sobresaliendo un tercer par de poder a poder. 

 

Brindó su faena al cronista Carlos Quirós "Monosabio" y a tres políticos prominentes: el general Arnulfo R. Gómez, el ingeniero Luis L. León y el abogado Miguel Alessio Robles. Se llevó al toro a los medios con asombrosa sencillez y le cuajó ahí una tanda de cinco naturales clásicos que pusieron al público de pie –muestra de la estética que Chicuelo venía realizando con cada vez mayor frecuencia–, entre música de dianas y revoloteo de sombreros. El resto fue un bello compendio de toreo al paso, de corte antiguo y armonía moderna. Pinchó antes de meter la espada, tardó “Veguero” en doblar y quedó en el aire una sensación de cosa inacabada. Gaona le salió al paso ofreciendo la lidia de un séptimo toro. Así fue como entró en la historia "Azucarero" de San Diego de los Padres, berrendo en negro, frontino, coletero, calcetero y veleto; cinco puyazos recibió de Adolfo y Juan Aguirre, y llegó franco al tercio mortal.     

 

Rodolfo Gaona: "El par de Pamplona" (8 de julio de 1915)

Faenón y adiós definitivo

 

Las crónicas de la época ensalzan unánimemente la faena de "Azucarero" sin revelarnos mayor cosa sobre su contenido. Pero existe una película más o menos completa de la lidia del berrendo que, con todas sus deficiencias, permite advertir la grandeza integral de Indio Grande, especialmente en los dos primeros tercios: asombrosa la elegancia de sus verónicas y gaoneras, su dominio absoluto para poner en suerte al animal y, sobre todo, la soberana naturalidad y versátil creatividad de remates tan diversos como suntuosos: recortes, medias verónicas con y sin giro, largas, molinetes a una mano... Con las banderillas, Rodolfo parecía no querer terminar nunca, pues prodigó pasadas en falso que resolvía en la propia cara con gracia sin par, galleos para cambiar de terreno al bicho –a partir de ahí, las cuadrillas desaparecen del campo visual, todo para el Califa en solitario–, pares al quiebro –uno en los medios por el pitón izquierdo–, al cuarteo y de poder a poder. 

 

Aun así, "Azucarero" llegó a la muleta con facultades para embestir unas treinta veces –faena inusualmente larga para la época—que Gaona aprovechó para adornarse de todas las formas posibles, derecho y mandón, y con un temple natural palpable tanto cuando se quedó quieto –en los pases altos del principio, rematados con uno colosal de pecho, y en una única tanda al natural, rematada con una especie de levísimo, deslizado desdén– que en toreo al paso de precisión y suavidad pasmosas. Como sus cambios de mano en la cara, doblones rodilla en tierra o erguidos kikirikíes. 

 

Se sabe que pinchó tres veces antes de la estocada, que el tendido se nubló de pañuelos blancos, más en plan de adiós que de petición de oreja, que unos pocos se lanzaron al ruedo e iniciaron un conato de salida en hombros, que muchos espectadores se dejaron abrasar por el llanto. Y que Rodolfo, luego de deshacerse de los que pretendían auparlo, se metió entrebarreras y con su capote de paseo en el antebrazo, enteramente solo, hizo apresurado mutis por la puertecilla falsa de cuadrillas sin poder, por única vez en su vida, contener las lágrimas. 

 

Dejaba, tendido arriba y palcos adentro, a una multitud estupefacta y contrita, a la que le llevaría años reponerse de aquella pérdida inconcebible. Lo consiguió merced al ímpetu de los grandes toreros mexicanos de la generación inmediata, brotes todos, dentro de una amplísima paleta de estilos y coloraturas, del árbol monumental que sembraron el arte y la personalidad señeras de Rodolfo Gaona. El hombre cuyo genio incorporó a su México a la historia mayor del toreo universal.


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