jueves, 28 de agosto de 2025

«MANOLETE»: 78 ANIVERSARIO DE LINARES

Por Antonio Luis Aguilera

 

"Suerte suprema". Óleo sobre lienzo de Diego Ramos

Se cumple un año más de la muerte de Manolete en Linares. Y en el toreo todo es su esencia y su presencia. La esencia de lo que en el arte de lidiar toros constituyó la naturaleza del toreo ligado en redondo, que permanece invariable 78 años después, y la presencia inalterable del concepto de Gallito, pulido y recreado por el arte de Chicuelo, creador de la faena moderna, que con Manolete adquiere su pleno desarrollo con una nueva forma de obligar a embestir, acortando las distancias para aguantar la acometida bajando la mano, y de esa forma perseverar cada tarde, con espeluznante serenidad y majestuosa elegancia, como el eje por donde gravitaba el toreo. Esa es la huella que desde entonces no ha dejado de ser respetada, admirada y soñada por todos los toreros. 

El tiempo borró las patrañas de que fue objeto un toreo que sigue vigente. Y los censuradores del arte del torero cordobés pasaron a la historia como envidiosos y mentirosos. Acusaron de ventajista, en clara insinuación de cobardía, a quien toreando desde su línea vertical y citando de perfil ofreció su vida al toreo, incluso desde doctas tribunas, cuando el inolvidable espada había muerto en las astas de un toro, trataron de explicar el “verdadero” arte del toreo con una engolada conferencia que nadie aceptó. Y lo que es peor, que ningún torero adoptó para expresar su toreo, porque el toreo, desde Manolete a nuestros días, no se concibió sin la ligazón de los pases en series, y la agrupación de estas armando la faena de muleta. 

El recuerdo de Manolete se mantiene de generación en generación, aunque hoy como ayer, no falte parte de la crítica concursando en ditirambos para proclamar a un torero contemporáneo como “el mejor de la historia”, “el mejor de todos los tiempos”, “el dios del toreo”… ¡Cómo si tan exaltados seguidores hubieran presenciado con sus ojos todos los capítulos de la historia del toreo!  ¡Cómo si hubiera posible comparación entre los toros de hoy con los de cada capítulo de la Tauromaquia! Por fortuna para el toreo, la Fiesta goza de excelentes toreros. Y de no menos importantes ganaderos, que perseverando en la crianza del toro han logrado magníficos resultados, para ofrecer al toreo un animal más bravo que nunca, con más fijeza, entrega, clase, ritmo y duración. Un animal que dista mucho de los ejemplares de otras épocas, donde prevalecía la brusquedad de la mansedumbre y el genio defensivo, y con los que hubieron de vérselas en la arena para expresar su arte los mejores diestros de cada tiempo.

Se cumple un nuevo aniversario de la muerte de Manolete, al que nadie podrá arrebatar su auténtico lugar en la historia, como nadie tampoco podrá arrebatárselo, con irreflexivos ditirambos, a otros grandiosos toreros históricos; porque cada tiempo tuvo su toro, su torero, su público y hasta su prensa...

 

domingo, 24 de agosto de 2025

«MANOLETE»: SUS REFLEXIONES SOBRE LA VIDA DEL TORERO, LA CRÍTICA Y LA MUERTE

Por Antonio Luis Aguilera

 

De izquierda a derecha: Pepín Martín Vázquez,
Manolete y Gitanillo de Triana. Foto Cano.

El 16 de julio de 1947 Manolete toreó por última vez en Madrid. Aquella tarde se celebró la corrida de la Beneficencia, y el torero cordobés lo hizo gratis, como era su costumbre en este tipo de corridas, cediendo sus honorarios para ayudar a financiar las obras del Hospital Provincial. Fue su último paseíllo en la exigente plaza de «Las Ventas», donde alternó con Rafael Vega «Gitanillo de Triana» y Pepín Martín Vázquez, para lidiar un encierro de la ganadería de Bohórquez, remendado con un ejemplar del hierro de Vicente Charro, corrido en segundo lugar.

Manolete, vestido de celeste y oro, cortó las orejas al quinto de la tarde, de nombre “Babilonio”, que lo hirió en la pantorrilla izquierda mientras toreaba en redondo, aunque continuó en la arena, con la pierna sangrando, para concluir una entregada y emocionante faena, que remató con una formidable estocada, antes de echarse en los brazos de las asistencias y que lo llevaran a  la enfermería, donde fue intervenido de una cornada pronosticada como grave por el cirujano que lo operó, don Luis Giménez Guinea.


Instante de la cornada de "Babilonio" a Manolete. Foto El Ruedo.

Mientras Manuel Rodriguez se recuperaba en el Sanatorio de la Milagrosa de la capital del Reino recibió la visita de su paisano José María Carretero, «El Caballero Audaz», al cumplirse quince días del percance. En su habitación, el célebre periodista y escritor de Montilla, le realizó una extensa y profunda entrevista, que fue reproducida en su obra «El Libro de los Toreros», (Madrid, 1947). De esta interviú, que tuvo lugar a escasos días de la tarde de Linares, por su interés extraemos algunas reflexiones del propio Manolete sobre su agitada vida como torero, la manipulable crítica taurina de aquella época, y el constante temor a la muerte en la plaza; declaraciones que al hacerse públicas debieron de retumbar en los oídos y las conciencias de muchos de los que le hicieron imposible el final de su vida, y que nos ayudan a conocer el pensamiento del espada cordobés, a quien de esta manera recordamos, con profundo respeto y desbordante admiración, en el 78 aniversario de su cogida mortal.          

 

«—¡Verdaderamente, que fue una corrida de mala pata! —exclamé yo, dirigiéndome al torero, al mismo tiempo que tomaba asiento en una silla que me ofrecía a la cabecera de su cama—. ¿Verdad, paisano? 

El rostro magro y alargado de Manolete hizo un gesto de desacuerdo.

—No lo creas… Yo la consideré una corrida de suerte. 

—Pero, ¡chico! ¿A pesar de la cogida?

—A pesar de la cogida, que me tiene aquí fastidiado en la cama desde hace quince días —se ratificó—; después hizo una pausa, como para ordenar lo que quería decir—. Se trataba de una corrida de Beneficencia, en la cual yo no cobraba nada. En estas obras benéficas, el millonario, con sacar la cartera y dar un cheque de cien mil pesetas, ya está listo; pero yo he tenido la satisfacción de haber colaborado en una importante obra de caridad con dinero, con mi arte y, porque Dios lo ha querido, con mi sangre; esto es un lujo que no se lo puede permitir todo el mundo. Además, tuve la suerte de torear a gusto y bien.

Manolete, herido, al natural arrastrando la muleta. Foto El Ruedo
—Yo creo que la culpa de tu cogida la tuvo aquel espectador que te dijo, no sé qué, cuando estabas encelado con el toro.

Manolete hizo un gesto de indominable desdén; después rechazó mi supuesto: 

—¡No, hombre, no! Aquel desgraciao no tuvo la culpa de na, ni cambió la trayectoria de lo que yo tenía pensado hacer e hice.

—¿Pero qué cosa desagradable te dijo que yo no pude oírla?

—En realidad me dijo tantas, que no puedo determinar ninguna. Aquel hombre pertenece a esa clase de gentes que sienten un gran placer en mortificar a uno, cuando no se puede responder al agravio con el agravio y a la violencia con la violencia. Desde que salí el ruedo y dejé el capote de paseo, empezó a meterse sistemáticamente conmigo, y como lo hizo a destiempo y con injusticia, a mí me producía algo de amargura, porque en esa corrida puse toda mi alma. ¡Si lo sabré yo! Y además… salieron las cosas bien porque Dios quiso.

—Pero hubo un momento —insisto yo para profundizar en la psicología de este gran torero frío y misterioso— en que tú te volviste a él y le dijiste algo después de la primera serie de pases naturales.

—¡Hombre, por Dió! ¡Si me tenía ya frito! Que si «ya era hora de que vinieras a Madrid», «¡Aquí queremos cogerte!», «Aquí estarás mal y en Valencia peor»; y después que yo ya creía haber hecho una faena de pases naturales, muy ceñida y muy de verdad, salta al tío y me grita: «¡Lo de siempre, Manolete!» «¡Menos cuento, menos cuento!». «¡Acércate más y menos cuento!; entonces fue cuando yo no pude más y me dirigí a él.

—¿Y qué le dijiste?

—Hombre, no sé… ¡Una barbaridad! ¿Qué le va a decir uno en estos momentos a una persona que procede con tanta injusticia, y cuando uno se está jugando la vida con tanta ilusión le apostrofa tan cobardemente? Creo que le dije: «¡Baje usté aquí, so venao, que le voy a dar los veinte naturales que necesita!».

 

Pase de trinchera a un toro del Conde de la Corte.
Manolete llevaba el traje rosa claro que vistió en Linares.
 Alicante, 29 de junio de 1947. Foto Finezas.

—¿Pero es que tú oyes todas las cosas que te dicen en las plazas?

—Las que me dicen en las plazas y hasta las que me dicen por las calles. A lo mejor siento un tío que a dos metros de mí exclama: «¡Ahí va Manolete, que no viene a la plaza de Madrid ni atao, porque en las demás provincias torea becerros!».

 —¿Y tú te das por aludido en estas alusiones?

—No, hombre, no; yo las he hecho toas en un saco, y las agradables compensan a las desagradables. En la plaza ya es otra cosa; cuando se está muy placeao, se recoge la intención, el matiz de cada frase y la buena o mala fe con que se dice.

—Se habla mucho de que piensas retirarte, Manolete. ¿Es cierto?

—A nadie se lo he dicho; pero ahora que tú me hablas de ello te diré que es ciertísimo. Me retiro profesionalmente al final de esta temporada.

 

Lo dijo con una solemnidad, opaca, lenta y melancólica. Después, como el que habla de un sacrificio, agregó:

—¡No hay más remedio! 

Manolete en la plaza de Santa María de Bogotá
(Colombia), foto realizada el 28 de abril de 1946 por
 Manuel H. (Manuel Humberto Rodríguez Corredor)
—Pero hombre, ¡tan joven! ¿Qué es lo que influye en esa decisión tuya?

—En realidad, y tal vez únicamente, ¡el hambre que tengo ya de vivir la vida y no continuar siendo un muñeco y un esclavo de ella! La existencia que llevamos los toreros es muy triste, aunque el público crea lo contrario. La vida que hacemos es peor que la de los anacoretas; no sacamos de ella ningún jugo; de un lado para otro, sin descansar en ninguna parte, cargados de angustia, llevando a cuestas la vergüenza de las tardes malas, cuando el público se convierte en una fiera ululante de terrible crueldad, que no quiere ver las razones que hemos tenido para no hacer faenas brillantes a un toro que está huido, que no embiste, que da cornás a diestro y siniestro, que está quedao o que, muchas veces, está toreao antes de llegar a la plaza. El público no quiere saber de razones. Ha ido a divertirse, para eso ha pagado caro, y no tolera la menor vacilación ante el toro, como si la vida nuestra no valiese na. Es muy dura, ¡muy dura!, esta profesión, porque no hay que olvidar la rabia de nosotros, los artistas cuando nos vemos insultados por una muchedumbre de cobardes, que no tienen respeto para el hombre que se está jugando la vida. Nuestras horas de la temporada son una permanente tortura, siempre con una interrogación en el cerebro: «¡Dios mío!» «¡Cómo quedaré en esta corrida?» «¿Me matará un toro en esta tarde?». «¿No volveré a ver más a mi madre?» Y sin poder disfrutar de nada, porque todo nos está prohibido. Yo he cumplido precisamente treinta años, y puede decirse que de la vida no conozco nada; ¡pero lo que se dice nada! Cuando me retire, empezaré a saborearla sin estas malas preocupaciones que le crea a uno el oficio: «¡Manolo, no bebas!»… «¡Manolo, no trasnoches!»… « ¡Manolo, fumas demasiado!»… «¡No comas, que tienes que torear!»… «¡No hables tanto con esa mujer, porque te hace daño y te cambia las ideas de tu profesión!»… «¡Esa gachi te trae mala pata!»… ¡En fin; un suplicio!


Escultural natural de Mamolete al toro 
"Perfecto", de Miura. Barcelona,
2 de julio de 1944. Foto Mateo.

—Te voy a hacer una pregunta difícil. La gente encuentra que la crítica profesional es un poco voluble y a ratos injusta contigo; hay un crítico que te ha llamado monstruo, y al poco tiempo un tal Rodríguez, negándote todo… ¿Qué piensas tú de esto?

—¡Hombre, lo que piensas tú y lo que piensa todo el mundo!

 

Hizo una pausa para reflexionar sus palabras. Y… 

—Como no es un secreto, se puede decir que, desgraciadamente, la crítica en España —salvo raras excepciones— suele ser como uno quiere que sea. Conmigo se ha portado bien y se ha portado mal; de todas formas, mejor es que no hablemos de eso. ¡Da pena y asco!

 

Y al decir esto hizo un gesto de repugnancia. 

 

—Y dime, Manuel: ¿Te inquieta mucho la muerte?

—Hombre… ¡pues… sí!, y pienso lo menos posible en ella. ¿Para qué morir, todavía, cuando uno apenas se ha asomado a la vida y se está congelado en los quince años? Que la muerte venga a su hora, ¡bien está!: pero que nos quite de la vida, nos rompa las ilusiones que tenemos para el porvenir, es una pena, y lo que nos inquieta seguramente a todos los que peleamos con los toros».


Manuel Rodríguez "Manolete". Foto Ricardo


El punto final a esta entrada lo pone la reflexión que sobre Manuel Rodríguez «Manolete» escribió el excelente aficionado e historiador taurino Fernando Claramunt López


«Nadie ha vuelto a pasear aquella dignidad vestida de luces, aquel saber estar ante el toro y ante el público. Entrega absoluta. Vergüenza profesional a carta cabal».


lunes, 18 de agosto de 2025

«MANOLETE» EN EL CUADRO DE VÁZQUEZ DÍAZ

Por Daniel Vázquez Díaz

(Diario ABC: Madrid, 22 de Agosto de 1965) 

Manolete, en el retrato de Daniel Vázquez Díaz.

«Todas las tardes que toreó en Madrid le vi en condiciones excepcionales para un pintor, desde un asiento de burladero de la Diputación, gentileza de mi buen amigo don Antonio Almagro, entonces presidente de la Excelentísima Corporación. Pude ver perfectamente aquella sabias y escalofriantes faenas a tres o cuatro metros del objetivo de este cine en color que son mis ojos, en donde quedó grabada para siempre la imagen inmortal. Así fue naciendo la idea de pintar el retrato del genial torero. Era necesario ser presentado al diestro; decidido a empezar cuanto antes este retrato que ya tenía fijo en cuanto a la composición y movimiento de la figura, ceñido a un arabesco de luz y sombra, atendiendo principalmente a su valor expresivo. 

Un día del verano de 1944 fui presentado al torero por su apoderado Camará en su cuarto del Hotel Victoria, y al oír mi nombre un gran amigo suyo allí presente quiso hacer una nueva presentación, más documentada, y de más salero, obligándole a posar, impaciente de ver el Manolete que yo pintara.

El traje para el retrato quise que fuera tabaco y oro. Manolete no tenía entre sus muchos vestidos el color deseado, pero fue tan amable que enseguida ordenó al sastre un vestido de ese color, y cuando el traje estuvo terminado me telefoneó Manuel: “Ya tengo el traje tabaco y oro —me dijo— y esta tarde lo estreno en Madrid; venga a verlo”. Fui al hotel para verlo vestir, y pude hacer unas primeras líneas; otro día hice una cabeza, primera de todas que fueron realizándose en busca de la expresión. Me interesó de Manuel su elegancia y señorío, su caballerosidad, su silencio; y del torero, su impresionante psicología.

Empecé el retrato con más preocupación que otros; pensaba más que pintaba, hasta aquella mañana que entró mi esposa en el estudio con el retrato de Manolete en la primera página del ABC. “Daniel —dijo— ya no podrás seguir el retrato porque Manolete ha muerto”.

Terrible y dolorosa noticia… ¿Pero cómo ha sido esto posible?, y sobreponiéndome a la trágica impresión vi en el retrato de Manuel un resplandor y una sombra, un cambio total en la expresión y el movimiento de la cabeza. “Lo seguiré después de muerto”, dije estremecido; y un día tras otro fui añadiendo al retrato la tragedia, la mirada muy lejos…, la frente llena de presagios y el terrible presentimiento.

Mi buen amigo el doctor Tamames fue llamado a Linares con el doctor Jiménez Guinea; él mismo me contó la dolorosa escena de su llegada en la madrugada de la mañana trágica, las tres de la mañana, al Hospital Municipal de Linares, donde le habían llevado desde la enfermería de la Plaza de Toros.

Cuando Manolete exhaló su último suspiro, estaba el doctor Guinea a la derecha de su cama.

—Yo —dice el doctor Tamames—, a su izquierda. Le tomé el pulso y la tensión. Tenía una máxima de cuatro. Ya no había nada que hacer. Todo se derrumbaba minuto a minuto. Manolete se moría. Hicimos cuanto humanamente fue posible para salvar su vida, pero fallaba el corazón. Todo fue inútil. Manolete se acordaba de su madre; varias veces dijo: “Madre mía, cuánto estarás sufriendo”.

Ya casi en su agonía, pidió un pitillo; dio tres o cuatro chupadas al cigarro y lo tiró sin ganas; dirigiéndose a Jiménez Guinea, dijo: “Doctor, ya no veo”. Segundos después, y con mayor angustia: “Ya no siento la otra pierna”. Un minuto de silencio y Manuel, con esa voz ronca de los agonizantes, pero llena de energía, como si estuviera en la plaza, grito: “David, ¿dónde está David?”.

Inconsciente, porque la vida se le marchaba por segundos, continuaba en su cerebro la lidia del toro Islero, el toro negro que le llevó a su isla definitiva… “David, ¿dónde está David?”. Apenas se oyó la última palabra.

El año 1947, año de su muerte, sería el último que pensaba torear en España. Hubiera puesto fin a su vida torera el hombre que había enardecido con su arte a las masas como nadie lo hiciera. La envidia de otros se cebó en él y tal vez por esto él quería poner fin a su vida artística, tan llena de triunfos y tan llena también de tristezas y amarguras. “¿Cuándo vendrá octubre?, decía deseoso de que llegara la fecha de tan ansiado descanso. Y sin que nadie sospechara que la suerte se iba anticipar, ella le esperaba entre los olivos andaluces aquella tarde funesta del 28 de agosto y él, obediente a su destino, dejaría en las astas de Islero el tesoro de su arte incomparable y el último aliento de su vida.

Muere el genio, de la noche a la mañana, como en un sueño de pesadilla.

¡Ya están contentos los envidiosos!». 




lunes, 11 de agosto de 2025

LA ÉPOCA DE MANOLETE Y ARRUZA

Por Néstor Luján

(Diario ABC: Madrid, 21 de Abril de 1957)

 

Manolete y Arruza se saludan en  Valencia,
la tarde del 7 de octubre de 1945. Foto Finezas.


«He de escribir sobre una etapa taurina a la cual me ligan no solamente unas marcadas diferencias de tipo estético, sino también de carácter sentimental. Es la comprendida entre 1939 a 1947, fecha de la muerte de Manolete, y, singularmente, los intensos años de la competencia entre Manolete y Arruza. Es decir, de julio de 1944 a la muerte del cordobés, en agosto de 1947. Esta época la contemplaré a través del acontecer taurino en Barcelona.

 

En las plazas barcelonesas que, como es bien sabido, son temperamentales, muy generosas, poco exigentes y heterogéneas en cuanto a la cantidad y calidad de aficionados, la época mencionada fue, sin lugar a duda, el último gran momento de una auténtica afición a los toros. Sin prejuzgar, porque sería absurdo hacerlo, las calidades de los toreros que precedieron a Manolete y las de los que le han seguido, hemos de señalar que, en ese lapso de tiempo, la afición permaneció en sus límites estrictos por lo que se refiere a la actitud estética y técnica. A la plaza iba el suficiente número de aficionados para contrapesar al cada vez mayor contingente de público. Después de esta etapa, cuando se perdió la fascinación del toreo de Manolete y la enajenación del toreo de Arruza, sobrevinieron unos años de crisis y de desgana, luego han llegado los opulentos años del turismo y la afición, ese grupo siempre minoritario, pero que es verdadero fermento de la plaza, ha dejado totalmente de tener influencia en ella. Conste que hablamos de la afición reflexiva, entendida y conservadora, que ha sido el núcleo que, desde siempre, ha mantenido los toros en sus magníficas proporciones y que ha permitido en el curso de la historia del toreo la necesaria, descrita y progresiva evolución.

 

"Manolete conoció la soledad en la cumbre del toreo"
Sevilla, 18 de abril de 1945. Foto Finezas.

Desde hace varios años, el aficionado pesa muy poco en la plaza. Exactamente, en las plazas barcelonesas, el aficionado está en tan penosa minoría, que las más de las veces deserta de su puesto. Hay demasiadas fiestas de toros, excesivos intereses creados, y, sobre todo, un público nuevo, deseoso solamente de espectáculo, que ha hecho desaparecer cualquier rigurosidad. Para este público extranjero o español que acompaña a extranjeros, conceder una oreja es tan gentil y prodigioso espectáculo como ver un buen natural.

 

Quede, pues, claro que, en Barcelona al menos, el viejo clima de la fiesta de los toros lo ofreció en todo su dorado prestigio, la extraordinaria figura de Manolete y su pugna con Arruza que en el momento en que surgió en estas plazas —exactamente en julio de 1944—, si no hubiese existido, hubiera sido necesario crearlo. Y Arruza con su fábula de valor, fue creado en diez corridas seguidas que toreó en la plaza Monumental catalana, de julio a septiembre de aquel año.

 

"Manolete devolvió la afición de los toros a Barcelona"  


Manolete apareció en Barcelona el día 1 de octubre de 1939, en una corrida de Curro Caro y Juanito Belmonte, y con reses de Atanasio Fernández. Desde el primer momento, los aficionados vieron algo excepcional en el torero cordobés y en aquel momento, Barcelona, que había pasado tres años sin ver toros, volvía a ellos mezclando la curiosidad con una especie de entusiasmo patriótico, retornaba las plazas. El momento era desconcertado y en toda España, por las circunstancias bélicas, había pasado por un momento letárgico. Cuando vino el sosiego, los toreros de preguerra tenían un prestigio lejano, nebuloso. Marcial Lalanda, Vicente Barrera, Domingo Ortega, Pepe Bienvenida y Nicanor Villalta monopolizaron los primeros carteles y representaron un arte conservador. Pero la afición estaba, ante la repetición de estos maestros, que no aportaban nada nuevo, como entumecida, sin recuperar la alegría cordial y desbordada que llena de sol todas las tardes de toros. 

 

 Manolete. "Desde el primer momento interesó".
Plaza México, 2 de febrero de 1947.


Por aquel tiempo, en Barcelona empezó a torear Manolete. Desde el primer momento interesó. Se le consideró un muletero con estilo pulimentado y duro, destellante en los naturales y lento y solemne los ayudados por alto. Como matador se le aplaudió mucho, pero le faltaba un descabello contundente y eficaz. Su toreo con la capa era fláccido y solo toreaba a la verónica. A pesar de todo, el público de sombra y gran parte de sol —que luego tanto le tenía que denostar— lo tomó como bandera de combate ante el toreo maduro y crepuscular de Marcial Lalanda. Quien tenga presente los “mano a mano” que se vivieron en Barcelona entre Manolete y el torero madrileño recordará con qué sencillo patetismo se desarrollaban. Lalanda produjo las faenas más grandilocuentes de su historia. Su esfuerzo fue agotador. Toda su capacidad de retorcimiento y de angustia artificiosa adquirió, por primera vez, un significado vivo y palpitante. Por última vez, su toreo, respondió a una sinceridad temperamental, porque se estrellaba ante un toreo natural y lógico, impecable y sin estridencias. Aquellos mano a mano fueron la gran campaña final de Marcial Lalanda. Acabó magníficamente, soberbio, en un acorde final de todas sus posibilidades.

 

Sevilla, 18 de abril de 1945. Primera tarde de la feria conocida 
como la de "las taleguillas rotas", por la encarnada competencia de
 Manolete y Carlos Arruza, que posan junto a Pepe Luis Vázquez.
Foto Finezas.


Manolete tuvo entonces dos posibles rivales: Domingo Ortega y Pepe Luis Vázquez. Con el primero, la pugna no tuvo vitalidad; Ortega podía con todos los toros, la mayoría de ellos frágiles, que rompían plaza en aquellos años y explicaba su lección escuetamente como un lógico profesor. La pugna con Pepe Luis Vázquez se hundió en una ráfaga de abulia que se apoderó del gran torero sevillano. Recordaremos toda la vida el primer mano a mano Manolete-Pepe Luis Vázquez, que se celebró en Barcelona en 1942. Allí nos dimos cuenta que Pepe Luis no iba a plantarle cara a nada ni a nadie. Era un torero precioso, desdeñoso, mágico y alegre, extraordinario, pero sin la tensión del luchador. Entonces vinieron dos años en que Manolete conoció la soledad en la cumbre del toreo. Es aquella suprema soledad tan peligrosa, que acabó incluso con el hombre más macizo moralmente que han tenido los toros; nos referimos al Guerra. Por julio de 1944, en nuestra ciudad, que ha sido la que más veces vio torear a Manolete y la que más devotamente le había seguido, el público estaba ya de uñas con él. Recordamos aquella gran faena al toro de Miura del 4 de julio —la de la fotografía del natural, miles de veces repetida—, en la cual, después de la faena más clásica, parte del público, le silbó. A finales de aquel mes, por fortuna para Manolete, se presentaba Arruza en Barcelona, acompañado por un extraño y enigmático destino, del mismo Chicuelo que había asistido a Manolete en 1939. Carlos Arruza lo vulneró todo.

 

Rivales en el ruedo y grandes amigos en la calle.
Barcelona, 27 de junio de 1945. Foto Mateo.


Carlos Arruza fue exactamente una vitalidad pura. Con los toros de aquellos años, lo hizo todo, sin que nada se le antojara grotesco o impuro. Su visión deportiva y musculada de la fiesta, su limpieza aséptica en el adorno, su trasteo con la muleta, brutalmente acongojado, sin buscar otra cosa que la emoción, aunque viniera no importa por cualquier camino, aunque bordeara el ridículo, ha sido definitiva. Sus faenas de muleta recortadas, fogosas, en donde cada paso era un quiebro —cite con el cuerpo y un vaciado de un reflejo rapidísimo, infalible— llena de alardes a veces casi visibles, no produjeron otra cosa que un estupor profundo. Arruza ha tenido como ningún otro torero el don de producir una emoción arañada y súbita con los pases menos interesantes. Su personalidad lo ha superado todo, su sugestión para producir entusiasmo, la frescura fuerte y felina de su cuerpo han sido el suceso de esta época. En Arruza todo tenía un latido joven e incluso los menos arrucistas —entre los que me cuento yo— nos hemos dejado llevar en algún momento por el enardecido ambiente que creó este fabuloso torero. Ante él, Manolete reaccionó de una manera magistral. Creó un arte de contención que palpitaba de una manera impresionante. Recordamos los “mano a mano” con Arruza en las fiestas de la Merced de 1945. En ellos estallaban los variados quites del torero mexicano con una precisión seca y luminosa, y a cada quite correspondía Manolete del mismo modo, toreando con una capa lenta y enjabonada y trazando aquella media verónica, en la cual el capote parecía tener una circulación sanguínea, una red fina y angustiada de venas y arterias. Su último quite se esculpió siempre con el público enajenado, sin volver de su asombro. La afición se dividió y se vivieron días brillantísimos dentro del toreo de aquel momento. Barcelona vivió unos años entusiastas y vibrantes porque tuvo la sensación, además, de que ambos toreros habían salido al calor del entusiasmo. Ciertamente, tanto Manolete como Arruza fueron unos toreros barceloneses en el sentido de que en nuestras plazas fue donde torearon más, y fue nuestro público, con el de Valencia quizá, el que les hizo pareja. Con ello no queremos decir que no hubiese sucedido lo mismo en otras plazas. Pero Barcelona, por las especiales características del público y de su empresario de toros don Pedro Balañá, tuvo la oportunidad de lanzar estos toreros, de enfrentarlos luego, de discutirles y de aplaudirles.

 

"Después de la faena más clásica, parte del 
público le silbó". Barcelona, 2 de julio de 1944.
Foto Mateo.


Estamos a diez años del fin de aquella época taurina. Resulta curioso contemplar cómo pasa el tiempo en los toros. Esta época parece ya mucho más lejana y no puede mirarse sin una agridulce sensación de nostalgia. El toro ha cambiado mucho más de lo que creemos y el público también. No hemos de desconocer que muchas de las cosas que hoy nos desagradan de los toros estaban en germen entonces, o ya habían nacido. Pero todo ello estaba contenido por la enorme capacidad del arte de Manolete y por la extraordinaria vitalidad de Arruza. El despeñadero por el que han caído los toros luego, ellos lo contuvieron, con una evidente dignidad. Manolete devolvió la afición de los toros a Barcelona y Arruza añadió la polémica. Fueron unos años de una gran amenidad para quienes asistieron a las corridas. A partir de entonces el toreo ha empezado a hacerse en serie, se ha llegado a la monótona industrialización del espectáculo. En este momento, no queremos discutir sobre la calidad de los toreros ni de su toreo, pero sí decir que el público va a la plaza sin aquella ilusión, sin aquella esperanza, sin aquella profunda alegría que durante aquellos años tuvimos. El arte de torear estaba vivo, palpitante todavía…».

 

lunes, 4 de agosto de 2025

«MANOLETE», «EL ESTUDIANTE» Y «CAMARÁ»

Por Antonio Luis Aguilera 

Manolete, El Estudiante y Juanito Belmonte

Hemos releído un libro que hace décadas nos regaló un buen aficionado y nos causó una grata impresión. Su nombre «El libro de los toreros», y fue escrito por el periodista y novelista José María Carretero Novillo (Montilla -Córdoba- 1887 – Madrid 1951), que popularizó el seudónimo «El Caballero Audaz», y fue editado por el propio autor en 1947.

En la obra se recogen entrevistas a toreros, que van desde José Gómez «Gallito» a Manuel Rodríguez «Manolete», pasando por Rafael Guerra «Guerrita», Rafael «el Gallo», Juan Belmonte, Rodolfo Gaona, Ricardo Torres «Bombita», Rafael González «Machaquito»… Entre ellas figura la del matador de toros madrileño Luis Gómez «El Estudiante», que hoy propicia esta entrada, donde opina con meridiana claridad sobre su admirado compañero Manuel Rodríguez Sánchez y quien fuera su apoderado José Flores «Camará», que digamos no  sale muy favorecido en el  fragmento que insertamos.

Del mismo modo, de la opinión de Luis Gómez tuvo conocimiento por José María Carretero el sagaz apoderado, al ser entrevistado tras la muerte del torero cordobés, y en su respuesta sorprenden unas declaraciones de muy mal estilo sobre «Manolete», que sin pretenderlo reflejan el momento de angustia del torero en sus últimos días, cuando aborrecía torear para cumplir un contrato que le venía demasiado largo. También, la tensa relación entre ambos, como evidencia la poca clase del taurino al eximirse de todas sus argucias en los despachos y culpar al propio torero de su mala imagen ante el público.  

Les dejamos con estos interesantes testimonios para que obtengan sus propias conclusiones. Curiosamente, entonces, como ahora, también estaban de moda los vetos que algunos aseguran ver. Nada nuevo bajo el sol.

 

Luis Gómez "El Estudiante"

LUIS GÓMEZ «EL ESTUDIANTE»

«—Oye, Luis: Tú has cogido dos generaciones del toreo. ¿Con qué figuras cumbres has alternado?

—En la primera, con Marcial, Barrera, Ortega, Armillita, Manolo Bienvenida y Laserna. A mi juicio, ésa ha sido la época más difícil del toreo. Entonces salía el toro, y todos éstos entendían de toros, y sabían lo que los bichos llevaban dentro. Yo me consideraba un ignorante, pues no era “un torero de cabeza”… La segunda generación, la actual, en que aparece Manolete, con su majestad de Califa, acortando las distancias; Pepe Luis, Vázquez, Domingo Ortega, que sigue; Antoñito Bienvenida y, a última hora, Carlos Arruza.

—¿Y cuál ha sido la época en que la afición ha estado más entusiasmada con nuestra fiesta nacional?

—Chico, yo creo que ahora… Quizá la mayor efervescencia del toreo fue la del cuarenta y tres y cuarenta y cuatro, cuando yo me enfrenté a Manolete… 

—A propósito de tus relaciones con Manolete —casi le interrumpo yo—. Por ahí se dice que Manolete te había puesto el veto.

Reflexionó un instante con un gesto de amargura. Después exclamó: 

Manolete se ha ido, desgraciadamente, del toreo, sin conocer a fondo todas las cosas malas que rodean la profesión, y, sobre todo, las que suscitaba su nombre. Para mí, este compañero era un chico nobilísimo; pero su mayor desgracia ha sido conocer a Camará, porque este apoderado suyo, que ha sido un ministro de Hacienda, maravilloso para Manolete, ha sido el peor diplomático que yo he podido conocer. Él supo llevarse —para su torero, claro está— todo el dinero que pudo, pero mezclado con unas hondas antipatías para Manolete, que este buen compañero no merecía. Hay que hablar claro. Ninguno de nosotros estaba enfrentado con Manolete ni nos producían envidia sus éxitos, pues todos le admirábamos y le colocábamos en el primer lugar. Ahora bien: lo que no podíamos resistir es que Camará utilizara estas condiciones excepcionales de su torero para humillarnos a todos y tratar de someternos a sus caprichos o hundirnos. Yo aseguro públicamente que el egoísmo desmedido de Camará ha llevado al trágico fin que ha tenido la más grande figura que hubo jamás en el toreo. Porque este torero, al que yo conocía muy íntimamente, no tenía ya necesidad de ir a Linares a torear una corrida de miuras, y mucho menos a que en el mes de septiembre Camará le tuviese firmadas veintitantas corridas de toros. Las últimas manifestaciones de Manolete, que yo he sabido por íntimos que han hablado con él poco antes de morir, eran de estar amargado, cansado; siempre estaba quejando de que era un disparate el esfuerzo tan brutal que estaba haciendo, precisamente, en el momento en que más trabajo le costaba vestirse del torero. ¡Por lo que fuera!, conste que yo he sido el mayor admirador de él y que conocía fondo todos sus sentimientos.

—Era un buen muchacho, ¿no es cierto?

—Era un torero incapaz de falsear la verdad en el ruedo… Es decir, que para él no existían categorías de plazas; por eso había que administrarlo con mucho tacto, cosa que no hacía Camará, al cual yo acuso públicamente de haber enrarecido la atmósfera que rodeaba su torero, hasta el punto de ir indisponiendo con los públicos y obligándole a que su esfuerzo, dado su gran amor propio, fuese cada vez mayor. Manolete sin Camará, hubiese sido, además del torero más grande de la época, el más querido por todos sus compañeros y el más mimado del público, como lo fue Belmonte en su tiempo. Hay una prueba evidente: todo el que trataba a Manolete se hacía íntimo amigo de él, lo que demuestra que era un muchacho angelical y admirable. Pero las marrullerías de Camará en los negocios, sus ruindades, sus imposiciones, sus venganzas, su demanda de privilegios y otras cosas más que no quiero decir, habían conseguido incluso que los públicos lo mirasen con antipatía, como ocurrió en Vitoria y Santander, hasta que él, por su orgullo, tuvo que dar la vida en la plaza de Linares.

—Entonces, ¿tú consideras que Manolete ha sido la figura más grande del toreo?...

 —¡¡Hombre, indiscutiblemente!! Creo, además, que pasarán muchos años para que un torero alcance el merecido prestigio y la personalidad de este artista, ya que ha sido el creador de una escuela nueva, no solamente con el toro, sino en relación con su presencia en la plaza.

—Explícame eso.

Manolete se distinguía de los demás en que era un hombre que acusaba una personalidad, tan distinta de todos, que jamás se le ha visto correr delante del toro ni sentir la emoción del triunfo, tan corriente en los demás. Sus tardes apoteósicas las encontraba tan naturales, tan lógicas, que a mí me daba la sensación de que la única alegría que le producían era la de sentirse satisfecho por haber cumplido con el público. Es decir: que era un hombre tan sencillo, tan llano, que cuando hacía una cosa extraordinaria, se encontraba como a bien consigo mismo y… nada más. No por lo que había hecho de extraordinario al toro, sino porque había correspondido a las esperanzas del público.

—¿Tu toreaste mucho con él?

—Sí; alterné con él en muchas corridas. Nuestro estilo hermanaba muy bien y yo procure adaptarme a su toreo, ya que era revolucionario. La competencia fue durísima, pues pelear con un torero como Manolete era jugarse la vida todas las veces… A mí, como a otros, muchos toreros, Camará procuró alejarme de las plazas, y tengo que confesar que lo consiguió y me ganó la batalla, pues la fuerza con todas las empresas, indiscutiblemente, la tenía Manolete, y se aprovechaba de ella, para estas cosas feas, Camará. Podría citar muchos casos, no solamente personales míos, sino de otros toreros, a los que este hombre ha hecho tanto o más daño que a mí. Como ya te he dicho anteriormente, Manolete, el pobre, estaba al margen y ni se enteraba de esto».

 

José Flores "Camará" y Manolete

JOSÉ FLORES «CAMARÁ»:

«—En este mismo libro atestiguo yo que usted se interesaba mucho por su torero, no dejándole torear hasta que estuviese completamente repuesto; pero también va una Interviú de otro torero en la cual se dice que usted fue un gran ministro de Hacienda de Manolete, pero un pésimo diplomático, porque lo indispuso con muchos públicos y con algunos de sus compañeros, a los cuales ponía usted vetos. ¿Qué quiere usted decirme de todo esto? 

Hizo un gesto de suprema indiferencia y después repuso: 

—Todo eso es completamente falso. Lo que ocurre es que todas las figuras del toreo —don José, usté que es un hombre avezao lo sabe bien—, cuando están arriba del , se llevan las culpas de  lo que ocurre. “No toreo porque la figura me pone el veto”. Y cuando torean dicen: “Yo toreo sin ayuda de nadie”. Y con todo esto quieren tapar su mala fama o que ya han pasao. Es cierto que yo exigía para Manuel todo lo posible, pero sin ocuparme de poner vetos ni tonterías. Yo buscaba el mayor beneficio para él, sin meterme en las cosas de los demás, como saben los empresarios. Y sobre todo, cuando un torero es figura y sabe su oficio, no hay nadie que le pueda poner el veto.

Dicen que ejercía usted sobre él una absoluta sugestión.

—No —me responde rápido—. Esas son cosas que cundían  quitarle mérito a Manolete, porque como era imbatible en la plaza, tenían que combatirle la calle. Lo que ocurría es que estábamos tan compenetraos en los asuntos de toros, que pensábamos lo mismo y él me dejaba una gran libertad de acción, porque tenía en mí una absoluta confianza y de esta forma  nos salía bien.

—Mire usted, Pepe. Yo tengo grandes simpatías hacia usted. Creo que ha cumplido con su obligación en sacar el mayor producto a su torero, que se jugaba la vida, como se ha demostrado; lo que no me explico, es cómo al mismo tiempo, por medio de la propaganda o lo que fuera, no procuraba usted rodearle de un ambiente más favorable, más simpático, para los públicos, como el El Alfombrista hacía con Joselito y el apoderado de Belmonte con su torero.

Casi hizo un gesto de pesadumbre. Después murmuró:

—Mire usté: en estas cosas, aunque la gente lo diga, no forma parte ni puede intervenir el apoderado, sino el carácter del individuo. Manolo en la calle era una desgrasia: no se sacrificaba por nada ni por nadie. En lugar de sumar amistades procuraba alejarlas, y ¡ná más! Era un corazón de oro, muy bueno y muy cariñoso con los amigos que le salían al encuentro; pero él no buscaba ninguno, ni daba coba a nadie, ni le importaba quedar mal o bien con la gente. Como a él no le molestaba que le hicieran cualquier cosa mal hecha, cualquier descortesía dentro de la amistad, él las hacía a puñaos a  el mundo, y lo creía tan natural… Era buenísimo, daba gusto estar con él, se apoderaba del corazón de uno; pero a la vuelta de la esquina no volvía acordarse de lo que había dicho. En una palabra: que no matizaba y no tenía ni idea de lo que debía de hacer un artista, que se debe al público, en su vida de relación con las gentes, ni de lo que era una incorrección. —Hizo una pausa, y como para robustecer su argumentación, prosiguió: —Mire usté: este año estábamos en San Sebastián. Al doctor Oliver, además de ser un personaje que merece todos los respetos, él tenía que estarle agradecido y era muy amigo suyo. Hasta tal punto que el doctor estaba loco por almorzar con él y presentarlo a unos amigos extranjeros que estaban allí, y claro, lo que pasa: “Yo soy amigo de Manolete”. “Pues, hombre, queríamos conocerle”. “Pues un día almorzaremos con él”. En esta situación el doctor Oliver va a ver a Manolete y le propone: “Dime un día para comer contigo, Manolo, y con unos compañeros extranjeros, que quieren conocerte; el día que tú quieras, me da lo mismo”. Pues sí, doctor, cuando usted quiera. ¿Le parece bien el martes?”. “Pues el martes en el Hotel Cristina, a las dos. Yo iré a recogerte”. “Bien, pues a las dos les espero a usté”. “¿Sin falta?” “Sin falta”. Y el día antes Manolo se fue a cenar con unos amigotes. Se emborrachó con Camacho y a las dos del día siguiente no había aparecido por el Cristina y estaba durmiendo y dejó plantao al doctor Oliver, que era su íntimo amigo y una persona respetable, a la cual se debían atenciones… Mire usté —terminó—. Usté lo conocía bien, porque a usté hace un par de años le hizo algo parecido. Y era así con  el mundo. ¡fuese quien fuese! ¡Hasta con el mismísimo rey de España! Y la gente pagaba conmigo sus incorrecciones y sus cosas. Pero los genios tienen sus defectos, y éste era un genio y no había más remedio que tomarlo así y admirarlo».

 

martes, 1 de julio de 2025

«LOS CALIFAS»: SESENTA AÑOS DE HISTORIA

Por Antonio Luis Aguilera

Plaza de toros de "Los Califas". Córdoba.

Sin que la efeméride haya tenido el menor relieve, este año se ha cumplido el sesenta aniversario de la inauguración de la plaza de toros de «Los Califas», la última construida en Córdoba, ciudad de larga tradición taurina, como acertada y documentadamente escribió el buen amigo y colaborador de este blog Rafael Sánchez González, en su artículo “La plaza de los Tejares”, donde explicaba con detalle este asunto. 


Según el recordado bibliófilo taurino, el documento más antiguo sobre ello data de 1493, y se refiere a una función “en honor y divertimento del Príncipe Don Juan (hijo de los Reyes Católicos), cuando se corrieron toros en el Alcázar de los Reyes Cristianos, residencia de Isabel y Fernando en sus prolongadas estancias en Córdoba. El lugar donde debió desarrollarse esta función debió ser en el actual Campo Santo de los Mártires, integrado entonces en el conjunto como patio de armas.

 

Después se celebraron espectáculos taurinos en la Plaza de la Corredera, de ahí su nombre, y en distintas ocasiones se levantaron en el Campo de la Merced, en el arrabal contiguo al Convento de los Mercedarios, hasta que a iniciativa de Juan Mantése constituyó una sociedad con objeto de levantar una plaza de toros permanente, obra que fue dirigida por el arquitecto Manuel García del Álamo, que comenzó en 1844 sobre los terrenos adquiridos a José Severo García en la Huerta de Perea, situada en la Carrera de los Tejares, que fue inaugurada oficialmente en septiembre de 1846, aunque los primeros espectáculos se celebraron en la Feria de “Nuestra Señora de la Salud” de ese año, concretamente los días 31 de mayo, 2 y 3 de junio. 

 

Veinte años más tarde, el 15 de agosto de 1866, al terminar una novillada y de manera fortuita, se produjo un incendio que provocó un enorme daño en las maderas de gradas y tendidos. Tras la reconstrucción, dirigida por el arquitecto Amadeo Rodríguez, la plaza de “Los Tejares” fue reinaugurada el 20 de enero de 1868, con un cartel netamente cordobés:  toros de la ganadería de don Rafael José Barbero, para que mano a mano se vieran las caras Rafael Molina Lagartijo Manuel Fuentes “Bocanegra”. La plaza, que con posteriores reformas tuvo un aforo que rebasaba los diez mil espectadores, cerró sus puertas el 18 de abril de 1965, fecha que se celebró una novillada con caballos, con ganado de doña Enriqueta de la Cova, donde actuaron Agustín Castellano “El Puri”, Antonio Sánchez Fuentes y José María Susoni. Desde entonces tan entrañable como incómoda plaza sufrió un severo abandono, que se prolongó hasta agosto de 1971, que comenzaron las obras del derribo, para que en su céntrico lugar se levantara el edificio de “Galerías Preciados”. 

 

El día 9 de mayo de 1965 tuvo lugar la inauguración de la “Nueva Plaza de Toros de Córdoba S.A.”, que con los años sería rebautizada como “Coso de Los Califas”, en honor a los espadas de la tierra que hicieron a Córdoba definitiva en la historia del toreo. Desde aquella fecha, cuando montera en mano hicieron el primer paseíllo José María MontillaManuel Benítez “El Cordobés” y Gabriel de la Haba “Zurito”, para lidiar un encierro de los Herederos de Carlos Núñez, hasta los últimos festejos celebrados en mayo de este año, los matadores de toros que han actuado en el coso de Ciudad Jardín han sido 150, de los cuales 32 fueron cordobeses o considerados como tales. 

 

Estos fueron los espadas cordobeses, con el balance de sus actuaciones y algunos datos significativos, que fueron protagonistas en los sesenta años de historia del coso califal: 

 

1.- Juan Serrano “Finito de Córdoba”, que actuó en 63 corridas de toros, lidiando 144 ejemplares, a los que cortó 58 orejas y 2 rabos (“Chupador” de Guadalest el 27/3/1994), y simbólicamente a “Tabernero” de Gabriel Rojas). También indultó dos toros: el citado “Tabernero” (28/5/1994), y “Bondadoso”, del hierro de Domingo Hernández (29/5/2004). Fue premiado con el trofeo municipal "Manolete" como triunfador de la feria de mayo los años 1994, 2001 y 2005. Otorgó las alternativas a Alejandro Castro (1998), y Julio Benítez "El Cordobés" (2007), si bien en esta, pese a estar anunciado en el cartel, renunció a actuar como padrino e invitó a salir al ruedo a Manuel Benítez "El Cordobés", para que vestido de calle presidiera la ceremonia de su hijo. 

 

Juan Serrano "Finito de Córdoba", el matador
que más veces ha actuado en la plaza de "Los
Califas", el día de su alternativa (23/5/1991), de
manos de Paco Ojeda en presencia de Fernando
Cepeda. Foto Arjona.

2.- José Luis Moreno, que actuó en 21 corridas de toros, lidiando 44 ejemplares, a los que cortó 26 orejas.

 

3.- Rafael González “Chiquilín”, que actuó en 17 corridas de toros, lidiando 36 ejemplares, a los que cortó 12 orejas. Otorgó la alternativa a Manuel Romero Santiago "Romero de Córdoba" (1998).

 

4.- Gabriel de la Haba Zurito”, que actuó en 14 corridas de toros, lidiando 28 ejemplares, a los que cortó 24 orejas y 1 rabo. (“Corredor” de Herederos de Carlos Núñez el 9/5/1965). Fue premiado con el trofeo municipal "Manolete" al triunfador de la feria de mayo el año 1968. Otorgó la alternativa a Florencio Casado "El Hecho" (1969).


Manuel Benítez "El Cordobés", el matador que más rabos 
ha cortado en la plaza de "Los Califas". Foto Framar.

5.- Manuel Benítez “El Cordobés”, que actuó en 13 corridas de toros, lidiando 27 ejemplares, a los que cortó 23 orejas y 8 rabos (“Catavinos” de Herederos de Carlos Núñez, el 9/5/1965; un ejemplar de Manuel Arranz el 25/5/1965; otro de Francisca García Villalón el 25/5/1966; otros tres de Herederos de Carlos Núñez el 27/5/1967, 25/9/1967 y 25/9/1968; otro de Juan Mari Pérez-Tabernero el 25/5/1970, y el 1/6/2002, última corrida del espada de Palma del Río en Córdoba, a “Potrero” de María José Barral). Fue premiado con el trofeo municipal "Manolete" como triunfador de la feria de mayo el año 1970. Otorgó las alternativas a Agustín Castellano "El Puri" (1965) y Antonio Sánchez Fuentes (1965).

 

6.- Manuel Díaz El Cordobés”, que actuó en 13 corridas de toros, lidiando 26 ejemplares, a los que cortó 12 orejas.

 

7.- Manuel Cano “El Pireo”, que actuó en 9 corridas de toros, lidiando 22 ejemplares, a los que cortó 20 orejas y 2 rabos (un ejemplar de Manuel Arranz el 25/5/1965, y otro de María Teresa de Oliveira el 26/5/1967). Fue premiado con el trofeo municipal "Manolete" al triunfador de la feria de mayo los años 1965, 1966 y 1967. 


8.- Antonio José Galán, que actuó en 9 corridas de toros, lidiando 19 ejemplares, a los que cortó 12 orejas y 1 rabo (“Madrileño” de Martínez Benavides, el 26/5/1973). Fue premiado con el trofeo municipal "Manolete" al triunfador de la feria de mayo los años 1973 y 1974.

 

9.- Fermín Vioque, que actuó en 9 corridas de toros, lidiando 18 ejemplares, a los que cortó 6 orejasFue premiado con el trofeo municipal "Manolete" al triunfador de la feria de mayo el año 1984. 


10.- Agustín Parra Vargas “Parrita”, que actuó en 9 corridas de toros, lidiando 18 ejemplares, a los que cortó 5 orejas.

 

11.- Florencio Casado “El Hencho”, que actuó en 8 corridas de toros, lidiando 16 ejemplares, a los que cortó 13 orejas y 1 rabo (a un ejemplar de Gerardo Ortega el 1/6/1969). Fue premiado con el trofeo municipal "Manolete" al triunfador de la feria de mayo el año 1969.

 

12.- Alejandro Castro, que actuó en 7 corridas de toros, lidiando 14 ejemplares, a los que cortó 2 orejas.

 

13.- José Luis Torres, que actuó en 5 corridas de toros, lidiando 11 ejemplares, a los que cortó 5 orejas.

 

14.- Fernando Tortosa, que actuó en 5 corridas de toros, lidiando 10 ejemplares, a los que cortó 3 orejas.

 

15.- Julio Benítez “El Cordobés”, que actuó en 5 corridas de toros, lidiando 9 ejemplares, a los que cortó 2 orejas.

 

16.- Enrique Reyes Mendoza, que actuó en 4 corridas de toros, lidiando 8 ejemplares, a los que cortó 3 orejas.

 

17.- Rubén Cano “El Pireo”, que actuó en 4 corridas de toros, lidiando 8 ejemplares, a los que cortó 3 orejas.

 

18.- Pedrín Benjumea, que actuó en 3 corridas de toros, lidiando 6 ejemplares, a los que cortó 6 orejas.

 

19.- Agustín Castellano “El Puri”, que actuó en 3 corridas de toros, lidiando 6 ejemplares, a los que cortó 3 orejas.

 

20.- José María Montilla, que actuó en 3 corridas de toros, lidiando 6 ejemplares, a los que cortó 2 orejas.

 

21.- José Romero, que actuó en 3 corridas de toros, lidiando 6 ejemplares, a los que cortó 1 oreja.

 

22.- Antonio Rey Vera, que actuó en 2 corridas de toros, lidiando 4 ejemplares.

 

23.- Manuel García “Palmeño”, que actuó en 2 corridas de toros, lidiando 4 ejemplares.

 

24.- Manuel Romero "Romero de Córdoba", que actuó en 2 corridas de toros, lidiando 4 ejemplares.

 

25.- Javier Moreno “Lagartijo”, que actuó en 1 corrida de toros, lidiando 2 ejemplares, a los que cortó 2 orejas.

 

26.- Antonio Sánchez Fuentes, que actuó en 1 corrida de toros, lidiando 2 ejemplares, a los que cortó 1 oreja.

 

27.- Curro Jiménez, que actuó en 1 corrida de toros, lidiando 2 ejemplares, a los que cortó 1 oreja.

 

28.- Manolo Martínez, que actuó en 1 corrida de toros, lidiando 2 ejemplares, a los que cortó 1 oreja.

 

29.- Manuel Román, que actuó en 1 corrida de toros, lidiando 2 ejemplares, a los que cortó 1 oreja.

 

30.- Cayetano de Julia, que actuó en 1 corrida de toros, lidiando 2 ejemplares.

 

31.- Curro Martínez, que actuó en 1 corrida de toros, lidiando 2 ejemplares.

 

32.- Paco Aguilera, que actuó en 1 corrida de toros, lidiando 2 ejemplares.