Por José Rafael López Blancas
![]() |
Imagen de Nuestro Padre Jesús Caído de Córdoba: "El Señor de los Toreros". |
“La tradición oral ha sido, desde siempre, la forma suprema de comunicación de los seres humanos, con la cual pueden compartir sus saberes con la sociedad”.
El próximo día 1 de agosto, se cumplirá el 125 aniversario del fallecimiento de aquel que fue nuestro Hermano Mayor, Rafael Molina Sánchez, más conocido como “Lagartijo” o “Lagartijo el Grande”. En torno a su persona, se registran infinidad de anécdotas, bromas y frases famosas que han permanecido, a lo largo del tiempo, en la mente de nuestros antepasados y que se han ido transmitiendo, de generación en generación, a través de los años. Rara vez, en la actualidad, cuando se sobrepasa el nivel normal de alguna ocurrencia, se le denomina, lagartijá. Para ser sincero hay que confesar que también, esta denominación, lagartijá, además se ha utilizado, sobre todo, para significar una demostración de bondad y generosidad que, de por sí, supera con creces lo encomiable, sin importarle el coste, sobre todo económico, a aquel que toma la iniciativa de tan grande acción. Rafaé, fue el matador de toros más grande de su época, pero sin duda alguna, también quedó recogido, en su persona, la grandeza de su esplendidez que aún más lo acrecentaba.
![]() |
Rafael Molina Sánchez «Lagartijo» |
Una breve reseña de su vida
Nació, en el Barrio del Matadero, el 27 de noviembre de 1841. Hijo del banderillero, en su momento novillero, Manuel Molina “Niño Dios” y de María Sánchez Serrano, hija de Rafael Sánchez “Poleo”, torilero en el coso de Los Tejares. Creció como sus dos hermanos, entre la pobreza y las vaquillas, sin aprender a leer. Su hermanos, Manuel y Juan, tuvieron distintas suertes en la práctica del arte de torear. Mientras Manuel, ni con la ayuda de su afamado hermano, consiguió ocupar ningún puesto destacado dentro de la torería; el pequeño, Juan, sí que logró fama como un peón de brega excepcional.
Nuestro protagonista, heredó la afición al toreo desde niño. Con nueve años, perteneció a la cuadrilla infantil creada por Antonio Luque y González “Camará”, donde empezó a adentrarse en el oficio taurino. Con quince años se incorporó, a tiempo completo, en la cuadrilla de José Dámaso Rodríguez “Pepete”, manteniéndose en ella hasta el fallecimiento de su matador. Durante esa época, desarrolló un gran conocimiento de las reses bravas, lo que le llevaría a integrarse en la cuadrilla de los hermanos Carmona. En la cuadrilla del famoso Antonio Carmona “Gordito” es en la que más se adiestró, toreando por las plazas de España y Portugal. Tomó la alternativa en Úbeda, el 29 de septiembre de 1865, a manos del mencionado Antonio Carmona, con una ganadería de encaste vazqueño, propiedad de la Marquesa Viuda de Ontiveros.
A lo largo de su trayectoria profesional, fue famosa la rivalidad que mantuvo con Salvador Sánchez “Frascuelo”, torero granadino que, en lo mejor de su carrera, no le hacía ascos a torear con el famoso coloso cordobés. También fue famosa la rivalidad que mantuvo con aquel que siempre se consideró su discípulo, Rafael Guerra Bejarano “Guerrita”. Siempre, hasta después de su muerte, “Guerrita” demostraba su admiración inmensa por su maestro sin rival. Los tres, “Lagartijo”, “Frascuelo” y “Guerrita” fueron los artífices de lo que Domingo Delgado de la Cámara, en su libro, Entre Marte y Venus (breve historia crítica del torero), llamó: «la primera revolución del toreo».
En estadísticas de la historia taurómaca, queda reflejado que hizo el paseíllo más de 1600 tardes, de las cuales, solamente, en Madrid toreó 421. Lidió y dio muerte a más de 4800 toros (otras fuentes se refieren a más de 5000) y solamente, en cinco o seis ocasiones sufrió percances, siendo estos, la gran mayoría, de forma leve. Hasta 1893, año de su retirada, sus logros y triunfos, siempre aclamados, también estuvieron acompañados de tardes en la que la suerte le daba la espalda, pero su genialidad y su bien hacer siempre quedarán grabadas y escritas con letras de oro en la historia del toreo.
Falleció a las cinco de la mañana de un miércoles, 1 de agosto de 1900, aquejado de una grave enfermedad.
![]() |
Túnica de Jesús Caído regalada por «Lagartijo» |
Antes de continuar: una historia apócrifa
Me he permitido la licencia de adoptar este adjetivo, apócrifo/-a, en el sentido y significado de «no estar aceptado por el canon». Me he negado a tomarlo en su definición de, falso y fingido; aunque también podría haber hecho uso de él en su término de: supuesto, atribuyéndolo como referente a la dudosa autenticidad de su contenido. Para los míos, en casa, siempre ocurrió que, al hablar sobre el túnico del Señor, salía a relucir una versión distinta de la que siempre se ha hablado, se habla y, seguramente, se seguirá hablando. La versión más extendida y conocida, todos la conocemos: “Lagartijo encargó una túnica con el bordado de uno de sus trajes para la imagen de nuestro Señor, en agradecimiento por haber salido ileso de una grave cogida”. Esta versión, entra dentro de la lógica si atendemos al riesgo continuado que, nuestro protagonista, tenía dentro de su profesión. El motivo de tan gran ofrenda, al no haber ningún documento que lo atestigüe, es lo que impide que se pueda demostrar la razón de tan gran ofrenda, al igual que al testimonio de mi versión apócrifa. Lo que sí es real y demostrable, es que, a través, de la donación del «túnico» Rafael dejó patente la inmensa devoción y confianza que tuvo en su «Señó».
Siempre se ha hablado de las manías de los toreros y de sus supersticiones. Algunas han sido medianamente comprensibles y otras casi incomprensibles, pero el que se la juega, se siente con el derecho de poder tomarla y de cumplirla. Tienen sus presagios y sus momentos, y en esto del toro, cuando un presagio es malo…: ¡malo!
Aquellos que realmente me conocen saben de mi afición al toro. Fue una leche que me dieron a mamar desde mi nacimiento tanto por el lado paterno como del materno ya que, desde generaciones, hubo un vínculo muy estrecho con ese mundo y con la gente del toro. ¡Cuántos recuerdos se me vienen a la cabeza! ¡Cuánto daría por poder volver en el tiempo! Por desgracia, tendré que esperar a revivir aquellos momentos vividos y disfrutados, en aquella etapa de mi vida, con mis seres queridos en cielo, cuando Dios lo disponga.
![]() |
Plaza de San Sebastián. Cartel de la Semana Grande de 1883 |
De abuelo a nieto: “Mira niño…”
En la gran sala de casa de los abuelos, ubicada en el Nº 17 de la calle Reyes Católicos, aquel que de niño me llevaba, de vez en cuando, a San Cayetano, a ver a su Melenas y sobre todo a su Señora de la Soledad, sentado en su sillón -parece que lo estoy viendo- me contó una historia que, en aquel entonces, yo, no aprecié en su justa medida, seguramente por la edad con la que contaba. No era la primera vez, ni sería la última, que la oía, pero sí era la primera vez que me la contaba a solas:
«Mira niño, mi abuelo trabajaba en las maderas de la estación del tren. Dicen que era un buen profesional en lo suyo y siendo de aquí “del barrio” tenía mucha amistad, desde niño, con los Molina, con Rafael, que era algo mayor, pero sobre todo con Juan, que andaban por las mismas quintas. En la pandilla había varios chiquillos y ¡todos querían ser toreros!, jugaban al toro, se metían en el Matadero Viejo a ver las reses y a intentar pegarles unos pases, ¡ya sabes…las cosas que podían hacer, en aquel entonces, los arambeles! Pero con el tiempo, Rafael empezó a tener algún nombre entre la gente del toro, y poquito a poco, y a base de no pocos miedos ¡porque todos tienen miedo!, Rafael llegó a ser quien fue. La cuestión: que un día Juan habló con mi abuelo de parte de su hermano. Le propuso que le hiciera unas banderillas para probarlas, ya que las que le proporcionaban en las plazas no le gustaban porque no se sentía seguro al clavarlas. Las notaba algo enclenques y él quería sentirse más seguro al apoyarse sobre ellas a la hora de clavar, y así poder coger más impulso que le permitiera salir de la cara del toro con más soltura. De modo que ¡así nacieron las famosas banderillas cordobesas, por una propuesta del mismísimo Rafael! Al llevarlas Lagartijo, que al principio se las hacia a él exclusivamente, todos los toreros querían las mismas banderillas que llevaba él y así… hasta hoy.
Cuando Rafael y Juan estaban en Córdoba, siempre se reunían con sus amigos, con los de siempre, muchos de ellos piconeros, y se «jartaban de tó». Los dineros de Lagartijo siempre eran los primeros, no había necesidad o desgracia que llegase a sus oídos, en los que él no quitara la penuria. ¡Cuánto ayudó y cuánta misería aplacó!
Estaba dispuesto para todo y también -por supuesto- para su «Señó». ¡Ay su Señó, cuántas cosas le contaría en sus visitas! Cuando lo nombraron Hermano Mayor, Lagartijo era de muy pocas letras, casi analfabeto, pero con mucha experiencia, y al igual que hacía en su privacidad, en la hermandad también se rodeó con algunos de “su gente”. A mi abuelo lo metió un tiempo largo en aquella junta de gobierno junto a otros conocidos para que cuidaran de aquello cuando él no estaba. Costeaba de su bolsillo los gastos que originaban aquellas salidas, pagaba las deudas que pudiera haber pendientes, mantenía todos los gastos que se pudieran presentar y, sobre todo, ayudaba mucho a la gente del barrio.
Una tarde de calor cordobés, estaban reunidos, seguramente en “La Corsaria”, los amigos. Aquella junta era como otras tantas veces hacían, pero se percataron que Rafael estaba alicaído, parecía preocupado, había algo que no le permitía estar a gusto en su momento de juerga. Hubo un “tiznao”, íntimo suyo, que le preguntó por aquello que le impedía disfrutar:
—“Rafaé” ¿qué te pasa?
—“No sé, tengo un no sé qué que no me deja… estoy algo intranquilo, por las noches no descanso. Tengo una «corría» metía en la cabeza que no me gusta, que no me deja… ¡tengo un presagio!”
—¡Pero “amos a ver” Rafaé!... ¿malo?
—Una corría de don Nazario, ¡qué no me la quito de la cabeza…!
Nadie lo vio, y nadie puede decir que así fue, pero entre los suyos siempre supusieron que, de aquel mal presagio, y de la gran devoción que le tenía a su Señor, nació una promesa, y que de aquella promesa nació una túnica, ya que no pasó mucho tiempo entre “aquel mal presagio” y el tener el Señor de San Cayetano la famosa túnica de Lagartijo».
![]() |
Detalle del cartel anterior |
Internet, un gran invento
Durante un tiempo, y a sabiendas que iba a escribir sobre esta lagartijá, que realmente es una historia apócrifa, estuve buscando cualquier tipo de información que me ayudara a dar más veracidad a ese relato que el abuelo materno me contó. Tenía que buscar sobre unos parámetros de los que no encontraba grandes respuestas. Por supuesto la localidad de la corrida, la desconocía, o si el abuelo la contó, no la recordaba. El año tampoco, aunque tenía que ser anterior al 1884 que es cuando mi Señor Jesús Caído estrena la túnica. Buscaba a nombre de Rafael y la información era muy numerosa; buscaba a nombre de la ganadería y encontraba información, pero ni de una ni de otra forma hallaba lo que quería… Me daba, en cierta manera, miedo escribir sobre algo que no se pudiera defender de alguna forma, no el poder demostrarlo, porque eso es imposible, pero sí justificar que había sido posible esa otra versión de aquella narración. Además, quería encontrar algo que sirviera no simplemente para crear la duda de la certeza, sino que se acercara más a la verdad que a la suspicacia.
Primero en mi biblioteca taurina, no encontré ninguna referencia a una corrida que uniese a Lagartijo y a la ganadería de don Nazario. Después, una página web me llevaba a otra, y esa, a otra, y esa otra, a otra… Un maremágnum de páginas y de información que me entretenían, pero nada más, lo que buscaba tampoco, no lo encontraba. Hasta que sin saber cómo ¡zas! encontré el cartel que muestro. Mi Señor Jesús Caído me ayudó: ¡hizo el milagro!: agosto, 1883, Lagartijo y Nazario Carriquiri ¡estaban todos los parámetros! Una pena que sólo haya encontrado el cartel y ninguna referencia de las corridas reseñadas, pero como decía el otro… “menos da una piedra y hace más daño”.
Por fin encontré algo que sustentara esta versión. A ciencia cierta sabemos que la túnica, en su confección, no lleva nada, en el bordado, de un traje de torear. Además, también se ha comprobado, que el color original de la misma no era el morado que hoy contemplamos, sino un “rojo cardenal” como han atestiguado profesionales del bordado al revisar las costuras interiores e inferiores que aún mantiene partes de la original. Con este hallazgo, hoy, muchísimos años después, estoy seguro al decir: “abuelo, tienes razón”.
![]() |
Acta de la Hermandad por la que se nombraba Hermano Mayor a Rafael Molina «Lagartijo» |
Texto publicado en el Boletín oficial de 2025 de la cordobesa Hermandad y Cofradía de Nuestro Padre Jesús Caído, Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad y San Juan de la Cruz.