martes, 1 de abril de 2025

LAGARTIJO Y SU “TÚNICO”: «Otra versión de una “lagartijá”»


Por José Rafael López Blancas

 

Imagen de Nuestro Padre Jesús Caído de Córdoba: "El Señor de los Toreros".


“La tradición oral ha sido, desde siempre, la forma suprema de comunicación de los seres humanos, con la cual pueden compartir sus saberes con la sociedad”.

 

El próximo día 1 de agosto, se cumplirá el 125 aniversario del fallecimiento de aquel que fue nuestro Hermano Mayor, Rafael Molina Sánchez, más conocido como “Lagartijo” o “Lagartijo el Grande”. En torno a su persona, se registran infinidad de anécdotas, bromas y frases famosas que han permanecido, a lo largo del tiempo, en la mente de nuestros antepasados y que se han ido transmitiendo, de generación en generación, a través de los años. Rara vez, en la actualidad, cuando se sobrepasa el nivel normal de alguna ocurrencia, se le denomina, lagartijá. Para ser sincero hay que confesar que también, esta denominación, lagartijá, además se ha utilizado, sobre todo, para significar una demostración de bondad y generosidad que, de por sí, supera con creces lo encomiable, sin importarle el coste, sobre todo económico, a aquel que toma la iniciativa de tan grande acción. Rafaé, fue el matador de toros más grande de su época, pero sin duda alguna, también quedó recogido, en su persona, la grandeza de su esplendidez que aún más lo acrecentaba.

 

Rafael Molina Sánchez «Lagartijo»

Una breve reseña de su vida

Nació, en el Barrio del Matadero, el 27 de noviembre de 1841. Hijo del banderillero, en su momento novillero, Manuel Molina “Niño Dios” y de María Sánchez Serrano, hija de Rafael Sánchez “Poleo”, torilero en el coso de Los Tejares. Creció como sus dos hermanos, entre la pobreza y las vaquillas, sin aprender a leer. Su hermanos, Manuel y Juan, tuvieron distintas suertes en la práctica del arte de torear. Mientras Manuel, ni con la ayuda de su afamado hermano, consiguió ocupar ningún puesto destacado dentro de la torería; el pequeño, Juan, sí que logró fama como un peón de brega excepcional.

 

Nuestro protagonista, heredó la afición al toreo desde niño. Con nueve años, perteneció a la cuadrilla infantil creada por Antonio Luque y González “Camará”, donde empezó a adentrarse en el oficio taurino. Con quince años se incorporó, a tiempo completo, en la cuadrilla de José Dámaso Rodríguez “Pepete”, manteniéndose en ella hasta el fallecimiento de su matador. Durante esa época, desarrolló un gran conocimiento de las reses bravas, lo que le llevaría a integrarse en la cuadrilla de los hermanos Carmona. En la cuadrilla del famoso Antonio Carmona “Gordito” es en la que más se adiestró, toreando por las plazas de España y Portugal. Tomó la alternativa en Úbeda, el 29 de septiembre de 1865, a manos del mencionado Antonio Carmona, con una ganadería de encaste vazqueño, propiedad de la Marquesa Viuda de Ontiveros.

 

A lo largo de su trayectoria profesional, fue famosa la rivalidad que mantuvo con Salvador Sánchez “Frascuelo”, torero granadino que, en lo mejor de su carrera, no le hacía ascos a torear con el famoso coloso cordobés. También fue famosa la rivalidad que mantuvo con aquel que siempre se consideró su discípulo, Rafael Guerra Bejarano “Guerrita”. Siempre, hasta después de su muerte, “Guerrita” demostraba su admiración inmensa por su maestro sin rival. Los tres, “Lagartijo”, “Frascuelo” y “Guerrita” fueron los artífices de lo que Domingo Delgado de la Cámara, en su libro, Entre Marte y Venus (breve historia crítica del torero), llamó: «la primera revolución del toreo».

 

En estadísticas de la historia taurómaca, queda reflejado que hizo el paseíllo más de 1600 tardes, de las cuales, solamente, en Madrid toreó 421. Lidió y dio muerte a más de 4800 toros (otras fuentes se refieren a más de 5000) y solamente, en cinco o seis ocasiones sufrió percances, siendo estos, la gran mayoría, de forma leve. Hasta 1893, año de su retirada, sus logros y triunfos, siempre aclamados, también estuvieron acompañados de tardes en la que la suerte le daba la espalda, pero su genialidad y su bien hacer siempre quedarán grabadas y escritas con letras de oro en la historia del toreo.

 

Falleció a las cinco de la mañana de un miércoles, 1 de agosto de 1900, aquejado de una grave enfermedad.

 

Túnica de Jesús Caído regalada por «Lagartijo»

Antes de continuar: una historia apócrifa

Me he permitido la licencia de adoptar este adjetivo, apócrifo/-a, en el sentido y significado de «no estar aceptado por el canon». Me he negado a tomarlo en su definición de, falso fingido; aunque también podría haber hecho uso de él en su término de: supuesto, atribuyéndolo como referente a la dudosa autenticidad de su contenido. Para los míos, en casa, siempre ocurrió que, al hablar sobre el túnico del Señor, salía a relucir una versión distinta de la que siempre se ha hablado, se habla y, seguramente, se seguirá hablando. La versión más extendida y conocida, todos la conocemos: “Lagartijo encargó una túnica con el bordado de uno de sus trajes para la imagen de nuestro Señor, en agradecimiento por haber salido ileso de una grave cogida”. Esta versión, entra dentro de la lógica si atendemos al riesgo continuado que, nuestro protagonista, tenía dentro de su profesión. El motivo de tan gran ofrenda, al no haber ningún documento que lo atestigüe, es lo que impide que se pueda demostrar la razón de tan gran ofrenda, al igual que al testimonio de mi versión apócrifa. Lo que sí es real y demostrable, es que, a través, de la donación del «túnico» Rafael dejó patente la inmensa devoción y confianza que tuvo en su «Señó».

 

Siempre se ha hablado de las manías de los toreros y de sus supersticiones. Algunas han sido medianamente comprensibles y otras casi incomprensibles, pero el que se la juega, se siente con el derecho de poder tomarla y de cumplirla. Tienen sus presagios y sus momentos, y en esto del toro, cuando un presagio es malo…: ¡malo!

 

Aquellos que realmente me conocen saben de mi afición al toro. Fue una leche que me dieron a mamar desde mi nacimiento tanto por el lado paterno como del materno ya que, desde generaciones, hubo un vínculo muy estrecho con ese mundo y con la gente del toro. ¡Cuántos recuerdos se me vienen a la cabeza! ¡Cuánto daría por poder volver en el tiempo! Por desgracia, tendré que esperar a revivir aquellos momentos vividos y disfrutados, en aquella etapa de mi vida, con mis seres queridos en cielo, cuando Dios lo disponga.

 

Plaza de San Sebastián. Cartel de la Semana Grande de 1883

De abuelo a nieto: “Mira niño…”

En la gran sala de casa de los abuelos, ubicada en el Nº 17 de la calle Reyes Católicos, aquel que de niño me llevaba, de vez en cuando, a San Cayetano, a ver a su Melenas y sobre todo a su Señora de la Soledad, sentado en su sillón -parece que lo estoy viendo- me contó una historia que, en aquel entonces, yo, no aprecié en su justa medida, seguramente por la edad con la que contaba. No era la primera vez, ni sería la última, que la oía, pero sí era la primera vez que me la contaba a solas:

 

«Mira niño, mi abuelo trabajaba en las maderas de la estación del tren. Dicen que era un buen profesional en lo suyo y siendo de aquí “del barrio” tenía mucha amistad, desde niño, con los Molina, con Rafael, que era algo mayor, pero sobre todo con Juan, que andaban por las mismas quintas. En la pandilla había varios chiquillos y ¡todos querían ser toreros!, jugaban al toro, se metían en el Matadero Viejo a ver las reses y a intentar pegarles unos pases, ¡ya sabes…las cosas que podían hacer, en aquel entonces, los arambeles! Pero con el tiempo, Rafael empezó a tener algún nombre entre la gente del toro, y poquito a poco, y a base de no pocos miedos ¡porque todos tienen miedo!, Rafael llegó a ser quien fue. La cuestión: que un día Juan habló con mi abuelo de parte de su hermano. Le propuso que le hiciera unas banderillas para probarlas, ya que las que le proporcionaban en las plazas no le gustaban porque no se sentía seguro al clavarlas. Las notaba algo enclenques y él quería sentirse más seguro al apoyarse sobre ellas a la hora de clavar, y así poder coger más impulso que le permitiera salir de la cara del toro con más soltura. De modo que ¡así nacieron las famosas banderillas cordobesas, por una propuesta del mismísimo Rafael! Al llevarlas Lagartijo, que al principio se las hacia a él exclusivamente, todos los toreros querían las mismas banderillas que llevaba él y así… hasta hoy.

 

Cuando Rafael y Juan estaban en Córdoba, siempre se reunían con sus amigos, con los de siempre, muchos de ellos piconeros, y se «jartaban de tó». Los dineros de Lagartijo siempre eran los primeros, no había necesidad o desgracia que llegase a sus oídos, en los que él no quitara la penuria. ¡Cuánto ayudó y cuánta misería aplacó!

 

Estaba dispuesto para todo y también -por supuesto- para su «Señó». ¡Ay su Señó, cuántas cosas le contaría en sus visitas! Cuando lo nombraron Hermano Mayor, Lagartijo era de muy pocas letras, casi analfabeto, pero con mucha experiencia, y al igual que hacía en su privacidad, en la hermandad también se rodeó con algunos de “su gente”. A mi abuelo lo metió un tiempo largo en aquella junta de gobierno junto a otros conocidos para que cuidaran de aquello cuando él no estaba. Costeaba de su bolsillo los gastos que originaban aquellas salidas, pagaba las deudas que pudiera haber pendientes, mantenía todos los gastos que se pudieran presentar y, sobre todo, ayudaba mucho a la gente del barrio.

 

Una tarde de calor cordobés, estaban reunidos, seguramente en “La Corsaria”, los amigos. Aquella junta era como otras tantas veces hacían, pero se percataron que Rafael estaba alicaído, parecía preocupado, había algo que no le permitía estar a gusto en su momento de juerga. Hubo un “tiznao”, íntimo suyo, que le preguntó por aquello que le impedía disfrutar:

 

—“Rafaé” ¿qué te pasa?

—“No sé, tengo un no sé qué que no me deja… estoy algo intranquilo, por las noches no descanso. Tengo una «corría» metía en la cabeza que no me gusta, que no me deja… ¡tengo un presagio!”

—¡Pero “amos a ver” Rafaé!... ¿malo?

—Una corría de don Nazario, ¡qué no me la quito de la cabeza…!

 

Nadie lo vio, y nadie puede decir que así fue, pero entre los suyos siempre supusieron que, de aquel mal presagio, y de la gran devoción que le tenía a su Señor, nació una promesa, y que de aquella promesa nació una túnica, ya que no pasó mucho tiempo entre “aquel mal presagio” y el tener el Señor de San Cayetano la famosa túnica de Lagartijo».

 

Detalle del cartel anterior

Internet, un gran invento

Durante un tiempo, y a sabiendas que iba a escribir sobre esta lagartijá, que realmente es una historia apócrifa, estuve buscando cualquier tipo de información que me ayudara a dar más veracidad a ese relato que el abuelo materno me contó. Tenía que buscar sobre unos parámetros de los que no encontraba grandes respuestas. Por supuesto la localidad de la corrida, la desconocía, o si el abuelo la contó, no la recordaba. El año tampoco, aunque tenía que ser anterior al 1884 que es cuando mi Señor Jesús Caído estrena la túnica. Buscaba a nombre de Rafael y la información era muy numerosa; buscaba a nombre de la ganadería y encontraba información, pero ni de una ni de otra forma hallaba lo que quería… Me daba, en cierta manera, miedo escribir sobre algo que no se pudiera defender de alguna forma, no el poder demostrarlo, porque eso es imposible, pero sí justificar que había sido posible esa otra versión de aquella narración. Además, quería encontrar algo que sirviera no simplemente para crear la duda de la certeza, sino que se acercara más a la verdad que a la suspicacia.

 

Primero en mi biblioteca taurina, no encontré ninguna referencia a una corrida que uniese a Lagartijo y a la ganadería de don Nazario. Después, una página web me llevaba a otra, y esa, a otra, y esa otra, a otra… Un maremágnum de páginas y de información que me entretenían, pero nada más, lo que buscaba tampoco, no lo encontraba. Hasta que sin saber cómo ¡zas! encontré el cartel que muestro. Mi Señor Jesús Caído me ayudó: ¡hizo el milagro!: agosto, 1883, Lagartijo y Nazario Carriquiri ¡estaban todos los parámetros! Una pena que sólo haya encontrado el cartel y ninguna referencia de las corridas reseñadas, pero como decía el otro… “menos da una piedra y hace más daño”.

 

Por fin encontré algo que sustentara esta versión. A ciencia cierta sabemos que la túnica, en su confección, no lleva nada, en el bordado, de un traje de torear. Además, también se ha comprobado, que el color original de la misma no era el morado que hoy contemplamos, sino un “rojo cardenal” como han atestiguado profesionales del bordado al revisar las costuras interiores e inferiores que aún mantiene partes de la original. Con este hallazgo, hoy, muchísimos años después, estoy seguro al decir: “abuelo, tienes razón”.


Acta de la Hermandad por la que se nombraba
Hermano Mayor a Rafael Molina «Lagartijo»


Texto publicado en el Boletín oficial de 2025 de la cordobesa Hermandad y Cofradía de Nuestro Padre Jesús Caído, Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad y San Juan de la Cruz.

jueves, 27 de febrero de 2025

A LOS ABONADOS LOS ESTÁN ECHANDO

Por Antonio Luis Aguilera

Paseíllo en la plaza de la Maestranza. Foto Juan Carlos Muñoz (Diario de Sevilla)

Hace tiempo que en la plaza de toros de Sevilla disminuyó el número de abonados. A la irremediable renovación generacional de los aficionados más fieles, se fue sumando el malestar de quienes desistieron ante la desproporcionada política de precios, y la reiterativa repetición de contrataciones de escaso interés. A los precios más caros que se conocen en plaza de primera, se unió el detestable “coladero” de toreros que “no están ni se les esperan”, por ser representados por los comisionistas de mayor influjo en el nefasto negocio empresarial de intercambio de cromos. Así las cosas, tanto los aficionados sevillanos, como los de otros lugares que cada año compraban el abono, cansados de tanta desconsideración, fueron dejando libre su hueco en tan hermoso escenario taurino, para que fueran otros los que asumieran el papel de “primos”, optando por sacar entradas sueltas para aquellos festejos de su interés, y no acudir a la plaza a disgusto, como si estuvieran obligados a tragarse un purgante de agua de Carabaña, las muchas tardes que la empresa, por interés particular, anuncia a toreros caducos, que fueron pero no son, porque pasó su momento y compromiso, así como otros fríos como témpanos de hielo, sin la menor atracción por su nula expresión artística, algo que siempre fue muy valorado en esta plaza. 

Mientras en el abono de Sevilla tienen asegurados sus puestos todos los espadas que pagan comisiones a Matilla y Casas, que son los diestros que provocan hartazgo y los primeros que ajusta Pagés al planificar la temporada, la afición se pregunta cómo año tras año se ignora a los triunfadores de temporadas anteriores; o por qué oscura razón se ha ninguneado a Juan Ortega, al que los sevillanos querían ver en el cartel del Domingo de Resurrección, y que la empresa, ignorando el clamor popular de todas las peñas y tertulias hispalenses, porque a todas las puso de acuerdo el torero de Triana para ser premiado por la mejor actuación de la pasada feria, Ramón Valencia ha dejado fuera de tan señalado día para incluir a Alejandro Talavante, comisionado del francés, premiando su floja salida a hombros por la Puerta del Príncipe, tras una actuación donde faltó poner a todos de acuerdo como hizo rotundamente Ortega, pero que fue premiada con desmesurada generosidad por un presidente de mano floja, Gabriel Fernández Rey, dispuesto a atender con escaso rigor la desproporcionada demanda de trofeos que solicita el público triunfalista, que últimamente pretende convertir en parte del espectáculo la salida a hombros por la puerta que asoma al Guadalquivir. 

Juan Ortega meciendo el lance a la verónica. Foto Arjona

A los aficionados les produce urticaria que Manzanares acuda tres tardes a Sevilla, cuando la pasada temporada, con igual número de festejos, no dio ni una vuelta al ruedo, mientras se deja fuera a espadas como Fernando Adrián, triunfador en tantas plazas las dos últimas campañas; Paco Ureña, siempre auténtico y comprometido; o el malagueño Fortes, que en la última feria de Málaga firmó una de las actuaciones más contundentes de la temporada española, pero que al no tener un comisionista del lobby no es valorado para estar en el abono maestrante. Lo dicho, que es un pequeño ejemplo de lo que ocurre, lleva a pensar que Ramón Valencia, además de no escuchar lo que quiere la afición de Sevilla en lugar de priorizar a sus colegas comisionistas, es un mal aficionado y peor empresario, pues no piensa en el público al que se debe y están destinados los carteles. Desgraciadamente, después de lo expuesto, resulta ilusorio pensar que en los puestos que cansinamente ocupan El Fandi o Cayetano, demasiado vistos en ese ruedo donde tan poco recuerdo han dejado, se haya pensado en dar cabida a toreros jóvenes con proyección, como por ejemplo Jorge MartínezVíctor Hernández, o José Fernando Molina. Hay muchos más.

No obstante, como en esta vida quien no se consuela es porque no quiere, en la presentación oficial de los carteles, donde curiosamente este año no hubo ningún representante de la Real Maestranza, propietaria del inmueble, el gestor del coso del Baratillo, en un alarde de modestia aseguró que «los carteles tienen solidez, remate y el lujo que exige Sevilla». Falta poco para comprobarlo, para ver la respuesta del público en este último año del contrato que vincula a la empresa Pagés con los dueños de la plaza de toros de la Real Maestranza, a los que posiblemente no tenga muy contentos tras los dos pleitos que les ha planteado en los Tribunales de Justicia. Por tanto, dentro de poco se verá si este año aumenta el número de abonados que no renuevan sus localidades, sumándose a los que se han marchado hartos de ver como sus predilecciones no cuentan en la planificación de la temporada, donde el empresario solo escucha a comisionistas de su cuerda al adjudicar los puestos de fechas clave, ignorando lo que de verdad pide y quiere la gente de la calle, esa que asegura escuchar, que entre la subida de precios y el desdén del empresario, considera que tiene razones suficientes para sentir que la han echado de la plaza, precisamente a ella, que es la que sostiene económicamente el espectáculo, máxime cuando esta feria no habrá ingresos por la televisión temática, la que han mantenido durante treinta años Movistar y dos One Toro, porque la ambición de Ramón Valencia y su colega madrileño Rafael García Garrido ha propiciado que desaparezcan como plataformas taurinas. A ellos les importa poco la necesaria difusión del toreo y el interés de los aficionados. 

 

miércoles, 12 de febrero de 2025

TOREROS

Por Antonio Gala 

(Del libro «Dedicado a Tobías»).

«Una plaza de toros -mitad sol, mitad sombra-, 
en donde se jalea a la muerte con olés...»

Llega el buen tiempo aquí, y se desencadenan las corridas: la fiesta nacional o la vergüenza nacional, según como se mire. Porque aquí somos muy propensos a calificar un acontecimiento con motes antitéticos, de acuerdo con la gracia que nos haga. Y una plaza de toros -mitad sol, mitad sombra-, en donde se jalea a la muerte con olés y con pasodobles, siempre fue un buen paisaje donde pintar a España. En España hay una trinidad -el toro, el torero y la muerte- que, querámoslo o no, nos significa. Por eso antes, Tobías, casi todos los niños españoles querían ser toreros, menos los mosquitas muertas, que querían ser obispos. A un niño sólo lo ilusionan la exaltación y el valor y la gloria. Quizá ahora comiencen a querer ser cosmonautas o protésicos dentales: es otro estilo de representación. Un estilo que puede terminar en que un niño sueñe con ser oficinista. Sería una pena. El torero -un ser anacrónico, andrógino, sangriento y delicado- no puede estar, como un oficinista, a horas fijas delante de una mesa. Se trata de una profesión -si es una profesión- extravagante. De ahí que sean los oficinistas, los que vayan a ver a los toreros, no a la inversa.

A tu edad, hacía cuatro años que yo iba a las corridas. Y nunca opiné que fuesen un espectáculo lo que se dice alegre. Ni siquiera que fuesen un espectáculo: hay demasiada participación activa en ellas. Para mí la fiesta era y es terriblemente seria. Con una seriedad tal que, para no resultar abrumadora, exige el sol y el calorazo y el puro y el clavel y la charanga y el bullicio. El hecho de llamar fiesta a una ceremonia tan cruenta es el reverso de llamar sacrificio al rito incruento de la misa. Yo nunca quise ser torero: supe, desde el primer momento, lo que tenía que ser. Y tú, resultaría muy raro que quisieses serlo. No llevas en la masa de la sangre, no te borbotea en ella, no has respirado nunca el marchoso roce de la cogida, el sedado y recamado riesgo, la luminosa inutilidad de una revolera, el aplomado, aburrimiento de una mala corrida, del que brotan, como una chispa súbita, el arte y la belleza. Y no has visto a tu madre, como la he visto yo, guapa y un poco sofocada, con mantilla goyesca, recibir, a la vez que la montera, el brindis de un torero.

«Todo es morir aquí. Pero morir jugándose la vida ante una multitud...»
Juan Ortega. Sevilla, 15 de abril de 2024.

 

La historia que más cautiva a este pueblo es la de un muchacho pobre -mejor si es hospiciano- que, como en la suerte que se llama salto de la garrocha, atraviesa los estratos sociales y se planta en la cúspide. Antes aquí no había camino más rápido para que el hijo de un bracero se sentara a la mesa del señor; ahora apenas si quedan ya señores. Agotados las Reconquistas, los Descubrimientos y las Colonizaciones, la manera más veloz de alcanzar la fama y el dinero era el toreo. Y la más respetada. Entre Granada y Jaén hay una finca espléndida, que perteneció al matador Bombita. Cuando las agitaciones campesinas andaluzas, con horcas y con hoces se presento un grupo amenazador ante la casa. Salió el maestro, viejo e impresionante aún; miró a los campesinos en los ojos, y sin decir palabra, se desabrochó los pantalones y se los echó abajo. Aparecieron su vientre y sus muslos acribillados por las cicatrices. Los hombres de mirada torva comprendieron el gesto y su mensaje, abatieron los rebeldes utensilios, y se alejaron.


«El torero y sus largas caricias milagrosas provocan el éxtasis»

El torero es nuestra familiar y modesta versión de nuestro self-mademan, nuestra idea del superman, nuestra transposición -anterior en dos mil años- del héroe americano. El personifica las aspiraciones de quienes no tienen ni aspiraciones casi. El representa incluso a quienes no quieren ser representados. Sobre él se vuelcan la mitología y la literatura: es el vaso quebradizo de un dios; el sacerdote abrumado por las culpas de todos, entre la soledad y la proeza; Prometeo ofrecido, Orfeo apaciguador, Dionisos inmóvil entre la algarabía. Narciso mirándose en los ojos mortales de la vida. El torero es el hombre en capilla, coronado por la muerte o su inminente posibilidad. (Como decía Fernando el Gallo, padre, «a los únicos que no cogen los toros son a los canónigos de la catedral». Por supuesto, si toman precauciones; porque si no también). Todo es morir aquí. Pero morir jugándose la vida, ante una multitud, vestido de azul, pavo y oro, morir de pie y con elegancia, es morir más despacio.

El torero es un objeto universal de amor: exhibicionista y asexuado, emperifollado como un ídolo, con partidarios devotos, predecesores encendidos de los fans de hoy. Como las célebres mujeres adoradas, derrama y contagia el sentimiento. Ha de entusiasmarse para entusiasmar. Torear es como hacer el amor: uno no torea, ni se enamora, a toque de clarín -por muchos que atraviesen la tarde y el corazón-, sino cuando y como se puede: nadie elige ni su amor ni su muerte. Se torea para conquistar, no por dinero, igual que se ama; para librarse, como en el beso, de una emoción que nos ahoga. Se trata de hermosear una carnicería, lo mismo que con el amor; de domar una quimera, lo mismo que con el amor. Precisamente, por ser innecesario, el toreo, como el amor, ha de ser bello y en rapto. ¿Por qué, si no, matar un toro, revestido de ornamentos solemnes? Así mata el amor cuando nos deja. Y nos deja, cuando se va, tan solos, tan inútiles, tan fríos, como una plaza de toros en invierno. El torero y sus largas caricias milagrosas provocan el éxtasis. Y, a solas con el toro entre el gentío, se transfigura en el acto orgiástico y fatal… Pero el milagro, lo mismo que el amor, no dura. Queda frente a nosotros un ser frágil, receptor a veces de una gracia que no sabe explicar; que lo domina y que lo inviste, que lo abandona con su chaqueta ostentosa y su triste corbata, con una sonrisa cautelosa y vulgar, previa la epifanía.

Tobías, tú no serás torero. Tus mitos son ya otros. Sin embargo, aún hay niños que desean serlo. Estudian en escuelas de tauromaquia, maduros y traviesos, a la vez, responsables e improvisadores, vivaces y con un runrún de abejorro rondándoles la frente. Un abejorro negro que ellos espantan con la mano infantil que sostiene el capote y con el ansia que les sostiene el sueño. Son unos niños que saben mejor que otros lo que quieren, porque quieren lo que no saben: que vivir no consiste en evitar la muerte, sino en afirmarse y enriquecerse en la vida.

 


miércoles, 22 de enero de 2025

LA MAESTRANZA-«PAGÉS»: 1932-¿2025?

Por Antonio Luis Aguilera

Plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla.

En las postrimerías de 2024 quedó claro, por si quedaban dudas, que Ramón Valencia no puede ver a José María Garzón. De ahí que en la adjudicación de la plaza de Santander —donde el manchego concursó con Matilla para armar ruido, a sabiendas que poco habría que hacer ante la brillante gestión en el coso cántabro del sevillano—, al ocurrir lo previsible, recurrió con escasos argumentos y perores formas la reelección de Garzón, conociendo lo difícil que resultaría que la impugnación prosperase y la plaza cambiara de manos. La resolución del Ayuntamiento de Santander dio carpetazo a la denuncia de falsedad en la contratación de un rejoneador, desmentida públicamente por el profesional aludido, con lo que los recurrentes quedaron a la altura del betún.

Puede que don Ramón esté preocupado, porque este año jubilar de 2025 acaba el contrato más longevo del toreo: el que desde 1932 ha unido a la plaza de la Real Maestranza de Sevilla con la empresa Pagés, de la que es último representante. Además, para tensar esa preocupación, presentó dos querellas contra los dueños del histórico recinto, en reclamación del IVA y de las visitas turísticas al coso. A esta tensión habría que añadir los ingresos de televisión dejados de percibir por la Real Maestranza, tras la ruptura del empresario sevillano con las plataformas taurinas, primero Movistar y después One Toro, un hecho que además ha mosqueado seriamente a la afición, y viene a demostrar que tanto a don Ramón como a don Rafael, el colega de Madrid, parné aparte, les trae sin cuidado el toreo y su divulgación. De ahí que decidieran dejar en negro la televisión, que se dice pronto, tras ignorar a la empresa de Telefónica después de treinta años, para vender las retransmisiones a un operador alemán con posibilidades, que pensaba que la televisión por Internet revolucionaría todas las revoluciones y llevaría el toreo a todo el mundo mundial, sin reparar en su desmedida euforia que los mares por los que habría de navegar estaban infestados de piratas.

En Sevilla se habla, se comenta y hasta se desea otro empresario para la Maestranza. No son pocos los abonados que aseguran que los han echado de la plaza. Tanto se habla sobre el fin del contrato con Pagés, que incluso hay quienes piensan en José María Garzón como el mejor relevo. Garzón es joven, emprendedor e inteligente, y tiene unos modales acordes a los tiempos que corren. Ha hecho cosas muy buenas, como sucedió en la pandemia del COVID-19, cuando hicieron un estrepitoso ridículo los miembros de ANOET, que ante el drama social y las dificultades de los colectivos taurinos no fueron capaces de organizar ningún festejo, mientras el joven emprendedor demostraba que era capaz de organizar importantes corridas de toros, soportando falsas acusaciones sobre las medidas de seguridad adoptadas, acusaciones que también resultaron ser falsas y desmentidas por la Guardia Civil. Ha hecho otras buenas, gestionando con acierto plazas como Santander, Almería y Málaga; y también otras regular, que empezaron bien pero no ha terminado de rematar, como el coso de Córdoba. Sin embargo, por juventud, afición, ilusión, disposición y comunicación cae mejor que don Ramón, cuya gestión en Sevilla deja mucho que desear, al repetir cada año en el abono a toreros caducados, vistos, aburridos, amortizados y no deseados, a los que haciendo caso omiso a la afición duplica o triplica sus comparecencias por sus relaciones comerciales con los comisionistas Matilla y Casas, a los que otorga trato de favor para priorizar la contratación de sus comisionados, sin valorar que representan a espadas que la gente está hastiada de ver, a los que incluye con calzador ignorando a otros que son novedad y tendrían que estar en el abono, por haberse ganado en otros ruedos estar en la Maestranza.


Juan Ortega con las orejas del toro Florentino, de Domingo Hernández.
Sevilla, 15 de abril de 2024. Foto: José Manuel Vidal.


Mas don Ramón está por repetir cada año más de lo mismo y seguir llevando la contraria a los que han de pasar por taquilla, aunque haya descendido el número de abonados. La última de sus decisiones es tan desagradable como polémica: como no puede ver ni en pinturas a Garzón, para pasarle factura por el asunto de Santander, se venga con Juan Ortega, uno de los toreros más deseados de la afición hispalense, autor de la mejor faena de la feria de Sevilla de 2024 con el toro Florentino, de Domingo Hernández, con la que arrasó con todos los premios de Sevilla y el reconocimiento absoluto de la afición, pero que no ha sido suficientemente valorada por el señor Valencia para que Ortega figure este año en el cartel del domingo de Resurrección. Es más, para tensar la cuerda, aún no ha hablado con el apoderado para negociar su contratación en el abono, donde el torero de Triana, se ponga como se ponga don Ramón Valencia, ha de figurar como protagonista indiscutible. ¿O acaso pretende faltar el respeto a su condición de gran triunfador ofreciéndole las migajas del mantel?  El rencor del señor Valencia con el señor Garzón no ha de pagarlo el torero, el toreo, ni la afición. Asuntos tan feos como este son los que invitan a pensar que la plaza de la Real Maestranza necesita cuanto antes otra empresa para gobernar el timón de la nave. 

sábado, 18 de enero de 2025

EL MATADERO DEL CAMPO DE LA MERCED (CÓRDOBA)


Por Antonio Paniagua Risueño


Barrio del Matadero: La plazuela del Moreno.

1.- ANTECEDENTES

La historia del Matadero se encuentra tan enlazada con la de las Carnicerías, que es casi imposible separarlas. En los Archivos del Ayuntamiento y Cabildo Eclesiástico hay tantos y tan curiosos documentos que se pueden emplear muchos días en examinarlos.


Durante la dominación árabe hubo en Córdoba las Carnicerías de los cristianos, con cuyo nombre eran conocidas. Después de la conquista, el Cabildo Eclesiástico, con su extraordinaria influencia y poder, logró la propiedad de las carnicerías y los derechos que los cortadores satisfacían, según las concesiones de los reyes de aquellos tiempos. En estas carnicerías se mataban las reses y se vendían sus carnes y despojos, habiendo muchos privilegios en que se señalan los precios para el público y los derechos, primero para el Cabildo y después otros también para la ciudad.


En 1491, encontramos ya la cédula de Isabel la Católica, cuyo original también se conserva en los archivos de ambos Cabildos, autorizando la construcción de un Matadero en el campo, afueras de la puerta del Rincón. En otra cédulas de los Reyes Católicos, de fecha 3 de diciembre de 1510, se dice que unos ocho años antes se hizo el Matadero y las Carnicerías de la Plaza del Salvador, “donde había unos tajones en que se cortaba y se vendía la carne”. En 1527, encontramos una queja de muchos vecinos en contra de que las cargas de pellejos o pieles atravesaran la ciudad, exhalando mal olor, hasta llegar a la Curtiduría, cerca de la Ribera, y en 9 de Julio se ordenó que fueran alrededor de la ciudad.


Grandes, muy grandes, han sido las cuestiones suscitadas entre la Ciudad y el Cabildo Eclesiástico, sobre el matadero y las carnicerías, y se han seguido varios pleitos, cuyos alegatos existen impresos en los archivos de ambas corporaciones, decidiéndose siempre a favor de la segunda, ya por los Reyes o por la Chancillería de Granada, siendo preciso que viniese un juez especial para hacer cumplir la sentencias o mandatos. Sin embargo, algo fue logrando la Ciudad: primero la inspección para el aseo y limpieza; después el reglamentar este servicio, aunque los empleados no eran suyos; más adelante la imposición de arbitrios, y así hasta que, a fuerza de cuestiones, se cansó el Cabildo Eclesiástico, y en 1844 dejó los cuatro locales que quedaban, o sea el Matadero y las Carnicerías, dos en la calle Alfaros y una en la Convalecencia, tomando por todo una renta de diez mil reales anuales. Con este motivo, el Ayuntamiento entiende de lleno en este asunto: ha mejorado los locales y ha establecido este servicio de manera que ha tenido por conveniente1.

1 Paseos por Córdoba. Teodomiro Ramírez de Arellano (1877) Pags. 121-122



2.- EL BARRIO DEL MATADERO

Existe información de instalaciones relacionadas con la construcción, es decir, de fabricación de adobes, en el ejido de la ciudad, cerca de la Puerta del Rincón, frente al Monasterio de Santa María de la Merced, junto al camino que iba a la Torre de la Malmuerta, en 1470; en 1475 el arriendo de un portal en el barrero de la Puerta del Rincón, más un almacén en la misma casa y una “ramada” para establo, y también, el 24 de enero de 1481 unas casas y casa horno, fronteras a la Merced; tras la autorización en 1491, por parte de los Reyes Católicos, de la construcción del Matadero, tendrá lugar la progresiva ocupación de la muralla de la Ajerquía con dependencias ganaderas, lo que provocará la dinamización económica y comercial de la Puerta del Rincón2 .


Esta manzana de casas que va desde la Puerta del Rincón hasta la Torre de la Malmuerta fue el primitivo Barrio del Matadero. A lo largo de los siglos XVI al XVIII estuvo ocupada sobre todo por instalaciones industriales, entre ellas un molino de yeso y una fábrica de salitre. Se trataba de instalaciones que, por su carácter molesto, eran expulsadas del interior del recinto amurallado y se ubicaban en el terreno público existente al pie de las murallas, al haber decaído el uso defensivo de las mismas en Época Moderna.

En 1798 el Cabildo de la Ciudad autorizó la construcción de un Matadero de Puercos, desde la esquina del molino de yeso, frente del Convento, hasta la del Mataderillo de los Carneros, en cuyo terreno se comprende la casa que sirvió para fábrica de salitre, y fue vendida por la Real Hacienda a Francisco Cabrera, maestro de albañilería3. A finales del XVIII, además del matadero principal -posiblemente ya solo para reses mayores- hubo un mataderillo de reses menores y otro de cerdos.


El Plano de los Franceses refleja la existencia de edificaciones adosadas al exterior de la muralla de la Ajerquía, junto al camino que iba a la Torre de la Malmuerta, entre las que estaría el matadero y los mataderillos, pero no aparece ningún edificio al norte del Campo de la Merced (parte inferior de la figura 1)




Fig 1. Campo de la Merced. Plano de los Franceses (1811)

En trazo grueso, la linea de muralla de la Ajerquía

2 Las puertas y murallas del Campo de la Merced de Córdoba. La Puerta del Rincón y su entorno urbano (1ª Parte) 

  Jesús Padilla González (2019) Pág. 10

3 Archivo Municipal. Signatura. SF/C 00151-023  


En 1820 comenzó la urbanización de aquel paraje, procediéndose a nivelar el terreno. En esas mismas fechas se trasladó el matadero principal al pie de la Malmuerta, separado de la muralla, dejando sin uso el Mataderillo construido pocos años antes, destinándolo a enterrar allí las reses que eran desechadas en el matadero principal, y que a juicio de los peritos no debía permitirse su venta en parte alguna. La construcción del matadero dio lugar a la formación de un nuevo barrio junto a él.


El Barrio del Matadero se configuró a partir de un cruce de caminos: el que partiendo de la Puerta del Rincón pasaba por  medio del Campo de la Merced y continuaba hacia la sierra, y el que discurría a pie de sierra, conocido como Camino (o callejón) de los Toros. El primero de ellos dio lugar a la calle Molinos Baja y el segundo la calle Molinos Alta. El cruce de ambos eran las llamadas Cuatro Esquinas.


Hacia el oeste el limite lo marcaba el Camino de de la Sierra, que en el cruce con el camino de los Toros se bifurcaba en dos: el de La Arruzafa y el de la Cruz de Juárez (que no se refleja en el Plano de 1851). Por este motivo la manzana contigua al Convento de la Merced  tenía sus casas alineadas a fachada mientras que las casas de la manzana situada al norte presentaban jardín delantero, denotando un carácter suburbano. 


Junto a la Torre de la Malmuerta se mantuvo un espacio libre donde se celebraba una feria de ganado, que dio lugar al nacimiento de la Plaza del Moreno. El crecimiento del Barrio se inició hacia el norte, a lo largo de la calle de la Feria. El callejón del Tranco posibilitaba la salida al campo desde esta calle.



Fig 2. Barrio del matadero. Plano de Montis (1851)


La llegada del ferrocarril a Córdoba en 1859 supuso la aparición de una barrera que bloqueó  la expansión del barrio hacia el norte, porque se construyeron muros de contención de tierras para la nivelación de las plataformas del ferrocarril. La confluencia de caminos se llevó al paso a nivel del ferrocarril.



Fig 3. Barrio del matadero. Plano de Casañal (1884)


3.- EL EDIFICIO DEL MATADERO

Hemos localizado una escritura relativa al edificio del Matadero Viejo donde se indica su ubicación, linderos y superficie de parcela en el siglo XIX:4

situado en el Campo de la Merced, número veinte moderno, cuya fachada mira al Sur, y que linda por su derecha saliendo con una posada, número veinte y dos, propiedad de Don Ramón de Torres; por su izquierda con la casa número dieciocho, de los herederos de D. Bartolomé María López, y otra número seis, de Don Francisco Carrasco, en la Plazuela del Moreno, y por su espalda, con la citada casa número veinte y dos, y otra número cuatro de Juana Litotele, en dicha Plazuela del Moreno, bajo cuyos linderos contiene una superficie de mil novecientas setenta y cinco varas, equivalentes a mil trescientos ochenta metros”.


 

Fotografía 1. Matadero Viejo con reses delante de la puerta.


4 Archivo Histórico Provincial. Signatura 12010P.

  Agradezco la localización de esta escritura a mi amigo José Luis Reyes Lorite. 


Los planos de Alineaciones y Rasantes del Ayuntamiento de Córdoba ayudan a entender mejor la descripción recogida en la citada escritura:


Fig. 4. Plano de Alineaciones de la Plaza del Moreno. 


Fig. 5. Plano de Alineaciones del Campo de la Merced.


El Matadero Viejo ocupaba aproximadamente la mitad derecha de la manzana situada al pie de la Torre de la Malmuerta. Las fachadas exteriores eran en su mayor parte tapias (en trazo grueso) que delimitaban los corrales. En su interior habría cobertizos donde  se sacrificaban las reses. 


En 18565 el arquitecto municipal elabora un presupuesto de Reparación del Matadero Público, que en aquella época debía presentar un acusado deterioro, por un importe de 2.235 reales. Este presupuesto incluía remiendo de paredes, empiedro, arreglo de la solería de la nave de sangre, manillones de amarre en la misma con sus alayatones, reconstrucción de los burladeros, recorrido de tejados con reposición de alguna tablazón y canales, construcción de una tapia de medianería en el corral de encierro del ganado menor, cuyas tapias comprenden 30 varas superficiales, recorrido de puertas en especial de los corrales de encierro y limpieza de caños, pilón y demás correspondiente. 

Las deficiencias que -a pesar de los trabajos de conservación- presentaba el edificio trajeron como consecuencia que el Ayuntamiento empezase a buscar una nueva ubicación, lo que dio lugar a que el arquitecto municipal elaborase en 1866 un Proyecto de Matadero6 en la Puerta de Andújar. Este proyecto no llegó a realizarse, pero su ubicación indica que ya se estaba buscando en aquella zona algún sitio adecuado para el Matadero, porque el existente no estaba en armonía con las leyes del momento.


El traslado al nuevo emplazamiento se produjo en 1880, siendo alcalde D. Bartolomé Cárdenas y Belmonte,  Conde de Cárdenas, y el sitio elegido los restos del antiguo Convento de San Juan de Dios, en el Campo de San Antón, que se había destinado a Hospital Militar tras la Desamortización, pero poco después quedó inutilizado por un un incendio.


Tras el traslado del matadero a su nuevo emplazamiento el Barrio del Matadero y el propio edificio continuaron evolucionando durante un siglo más, hasta que en los años 70 del siglo XX la zona fue objeto de una profunda transformación que llega hasta nuestros días. 


4.- LOS HABITANTES DEL BARRIO

El barrio del Matadero estaba habitado, casi exclusivamente, por matarifes, carniceros y chindas, nombre por el que eran conocidas las mujeres que se dedicaban a la venta de los despojos de las reses7.


Pertenecientes a las familias de estos industriales eran los famosos toreros Panchón, Pepete, Camará, Lagartijo, Bocanegra y otros muchos. 


5 Archivo Municipal. Signatura. SF/C 01630-097

6 Archivo Municipal. Signatura. SF/C 01631-105 

Notas Cordobesas. Vol 7 (1926) Cap. 25. Ricardo de Montis


Fig. 6. Casas donde nacieron toreros de a pie y de a caballo7.




7 Córdoba, cuna del toreo. José Luis de Córdoba (1948) Pags. 14-15.