miércoles, 28 de agosto de 2024

«MANOLETE»: 77 AÑOS DE LINARES

Por Antonio Luis Aguilera

 

La señorial elegancia de «Manolete». Plaza de Lima (Perú)

A Linares llegó cansado de tener que soportar lo insoportable, deseando acabar cuanto antes su última temporada para ser dueño de su vida y administrarla cómo le viniera en gana. Anhelaba más que nunca ser una persona libre, dejar a un lado a «Manolete» y encontrarse con Manuel Rodríguez Sánchez. Dueño de su silencio, tenía decidido el comienzo de su nueva vida en Barcelona, donde el 18 de octubre de 1947 había previsto casarse con Antoñita Bronchalo Lopesino, la alcarreña que eligió, quiso y lo hizo feliz, con la que convivía desde 1943. Se lo hizo saber la noche antes al periodista Antonio Bellón, conduciendo su propio coche de Manzanares a Linares,  a quien aseguró que era la única persona que consideraba capaz de convencer a su madre para que acudiera a su boda, por el respeto que ella le tenía. Con la fecha y localidad elegidas, todo parece indicar que con la madre o sin ella, la decisión estaba tomada, a pesar de que los vientos en contra soplaban con dirección variable: desde la matriarca a algunos miembros de la cuadrilla; desde el apoderado al piadoso amigo que hasta el final procuraron que se replanteara una decisión que aseguraban no le convenía. Probablemente, pensando que había permanecido callado demasiado tiempo, hastiado de escuchar del entorno familiar y profesional tanta ofensa para su novia, debió considerar que había llegado el momento de poner punto final a todo episodio de odio, de formalizar su relación y crear un hogar, para ser felices viendo crecer a sus hijos y disfrutar de su fortuna, para hallar de una vez la tranquilidad y armonía que no había tenido en su vida.

Pero el destino había elegido a «Islero» para pasar a la historia como el verdugo del drama que entre tantos habían convertido su vida; para redimir con su cornada las culpas inconfesables de quienes desgastaron su ánimo profesional y personalmente, arrastrándolo, aunque no lo pretendieran, hasta el cadalso de la plaza de toros de un pueblo en feria. Todavía extraña, después de 77 años, como los intereses del poderoso empresario Balañá pudieron seducir a «Camará», el apoderado que controlaba hasta el menor detalle, que hizo aquella corrida de Miura en Linares, en el momento menos indicado de la carrera del espada cordobés, con Luis Miguel Dominguín en el cartel, el joven y provocativo torero que pisaba fuerte para ser el número uno desplazando a «Manolete». No hizo falta. También las casualidades del destino habían previsto que horas antes de verse las caras en el ruedo, al pasar el cordobés por la habitación del madrileño y ver la puerta abierta, pasara a saludarlo, para romper la tensión existente e intercambiar unas palabras. Le aseguró que estaba muy cansado, deseando de acabar la temporada para dejar los ruedos, y le hizo saber que cuando esto ocurriera sería él quien heredaría todos sus enemigos. La sentencia tuvo un exacto e inmediato cumplimiento.

Cada 28 de agosto, al recordar el aniversario de la última tarde del inmenso torero que nunca vimos y tanto admiramos, se repite en nuestra mente el mismo pensamiento: ¡Pobre «Manolete», qué desgraciado lo hicieron entre tantos...! 


Foto: Manolo Castilla

PLAZA DE LA LAGUNILLA

 

La luz de tus ojos, íntima,

se refleja en esa agua

que copia un rostro sereno,

mitad plata, mitad oro,

casi arrullo, casi envidia.

¡Qué olor de azahar la tarde!

¡Qué sensación tan tranquila

abanican las palmeras!

¡Y ese susurro del aire

y esa paz que se adivina!

¡Plaza de la Lagunilla!;

la sombra de Manolete,

a tu embrujo cobra vida;

Córdoba en ti se estremece,

y el cielo azul se adormece

en brazos de Santa Marina.

 

Rafael Carvajal Ramos

(Ráfagas de luz y sombras. 2001)



miércoles, 21 de agosto de 2024

«MANOLETE»: LA DIGNIDAD VESTIDA DE LUCES

Por Antonio Luis Aguilera

 

La tauromaquia de «Manolete» no ha envejecido ni perdido vigencia

A pesar de los años transcurridos, la tauromaquia de «Manolete» no ha envejecido ni perdido vigencia. Basta observar las fotografías de su época para comprobar la actualidad de su toreo. Lo expresó en la arena, para que todos los toreros pudieran beber de su fuente al mostrar su acento, y su huella permanece en los ruedos cada tarde de corrida. No pudieron borrarla las patrañas de quienes lo censuraron sin objetividad ni escrúpulos. Ni desprestigiarlo con la engolada y ridícula conferencia de Domingo Ortega en el Ateneo madrileño: la venganza leída en unas cuartillas que escribió, ¿o le escribieron?, explicando su concepto del toreo, el cambiado o de avance con el toro, para censurar el de reunión con el cite de perfil del espada que no fue capaz de nombrar en la tribuna, donde cuestionó la pureza del torero que con su arte enseñoreó el toreo de los años cuarenta, muerto casi tres años antes por la cornada de un Miura en la plaza de Linares. No deja de sorprender que en un mundo de valores como el toreo, donde el respeto es norma sagrada entre los profesionales, al espada de Borox no le temblara el pulso al sujetar aquellas cuartillas, tan irrespetuosas y de dudosa moral, que cuestionaban al torero que había entregado su vida en el ruedo: el compañero que siempre lo llamó «maestro» y le habló de usted. 


«Manolete» y «Platino» en México. ¿Ha perdido actualidad su toreo?

Tampoco pudieron silenciar la realidad histórica del torero cordobés las artimañas de Marcial Lalanda, tan beligerante en la ruptura del convenio taurino hispano-mexicano como burdo en la estrategia del desafío a «Manolete» de «corridas duras en plazas importantes», puesto en boca de su poderdante Pepe Luis Vázquez, buscando titulares de la crítica adepta en plena campaña antimanoletista, fruto del rencor del veterano espada madrileño al torero que adelantó su retirada de los ruedos. El valor, la entrega y la perseverancia en el triunfo de «Manolete» resultaron insostenibles y terminaron barriendo a los diestros que esperaban a que saliera su toro. Los rayos siempre fueron a las cumbres, pero al gran espada cordobés lo odiaron hasta después de muerto —ahí están las hemerotecas—, algunos de los toreros que no le sostuvieron el pulso en los ruedos. Recordamos con cariño las señoriales palabras de un matador de la elegancia de Ángel Luis «Bienvenida»: «¡Mire usted, si el toreo ha tenido un dios y una virgen, ese ha sido «Manolete»! Primero fue él y luego todos los demás. Lo que ocurre es que aquí hay mucha envidia y eso no se perdona. Desgraciadamente en España hay muchos envidiosos».


Pamplona, 1947: «Aquel saber estar
 ante el toro y ante el público».

Manuel Rodríguez dijo con amargura que para él nunca hubo eso que llaman «palmas de simpatía», y defendió que donde tienen que hablar los toreros es en el ruedo. Y eso fue lo que hizo hasta el final. Ahí dejó su testimonio para que todos los diestros que le sucedieron pudieran utilizar esa arquitectura al expresar su acento: la técnica del toreo de reunión que versifica los pases en series. El toreo preconizado por «Guerrita» en su Tauromaquia, puesto en valor por «Joselito» en su faena habitual, pulido con la gracia artística de «Chicuelo», que dio otra vuelta de tuerca a la ligazón alternando los terrenos, e instaurado como el nuevo canon de torear por la impresionante regularidad de «Manolete». Después de él ningún diestro recurrió al toreo cambiado para argumentar su modelo de faena. Ni posiblemente el público habría consentido el regreso de los trasteos de un pase aquí y otro allí buscando el rabo, por mucha «cargazón» que tuvieran.


«Manolete» con un Miura en Valencia.

Observando la historia con perspectiva, resulta vergonzoso que excepto a Rafael Guerra, al que no alcanzó a ver, los tres inmensos toreros que forman la columna vertebral del toreo moderno fueran maltratados, ignorados e incomprendidos por el dogmático e influyente crítico del Diario ABC Gregorio Corrochano, que no tuvo reparos en escribir su propia historia, preocupado de defender y ensalzar el toreo de su cuerda —el cambiado o de avance— y generalizando ridículas teorías, como la que pretendía sacralizar el movimiento de adelantar la pierna de salida para cargar la suerte —todavía tiene adeptos en sectores integristas—. Sin embargo, como escribió «José Alameda», posiblemente el mejor analista de la evolución del toreo, la historia no establece dogmas, los establecen los que la escriben. Razonaba el brillante escritor madrileño que existe una ley de gravedad universal de la que no puede escapar el toreo, defendiendo que la suerte se carga en el punto donde gravita, es decir, donde se produce. Y lógicamente, en el toreo de reunión, donde el torero deja venir al toro por su terreno natural para conducirlo hacia atrás y hacia adentro, no se puede sustentar en el mismo punto que en el toreo de avance, donde el matador se cruza al pitón contrario para desplazar el viaje del animal hacia los terrenos de afuera. 


«Vergüenza profesional a carta cabal»
Barcelona, 1944. Majestuoso natural
al toro "Perfecto" de Miura. Foto Mateo.

«Manolete» que sentía el toreo de línea natural, se colocaba enhilado con el toro por el lado que iba a torear, y desde la verticalidad que interpretaba el toreo iba acortando las distancias hacia el animal con pasos laterales, llegándole poco a poco con la muleta retrasada hasta provocar su arrancada. Por delante ofrecía su propio cuerpo, para que el animal eligiera entre él o la tela que presentaba cerca de la pierna de salida. De esta forma, por su inmenso valor, creó una nueva manera de obligar a embestir para aprovechar la mayoría de los toros quedados de su tiempo, tuvieran estos mayor o menor recorrido. Sin embargo, para el ortodoxo sanedrín de la escuadra y el cartabón resultaba ignominioso ese toreo, e hipócritamente censuraron el medio pase, sin valorar que «Manolete» se colocaba en un terreno que los demás rehuían, y comenzaba el natural donde otros lo terminaban. Y por supuesto, sin valorar que esa técnica le permitía rematar el pase limpio por abajo, para quedar colocado en la cara y ligar largas series de naturales en un palmo de terreno, de una emoción y gallardía únicas, que provocaban asombro por su majestuosidad y encendían el entusiasmo del público. También, la inconfesable envidia de los que no aceptaron que «Manolete» fue el mejor de su tiempo, un torero único e irrepetible: un espejo de toreros, de los de antes y de los de ahora. Como escribió el historiador Fernando Claramunt: «Nadie ha vuelto a pasear aquella dignidad vestida de luces, aquel saber estar ante el toro y ante el público. Entrega absoluta. Vergüenza profesional a carta cabal».


«Manolete», Santander, 26 de agosto de 1947.
"Presentimiento" tituló su foto Nicolás Müller
 
 «De lo que pasa en el mundo

por Dios que no entiendo ná,

el cardo siempre gritando

y la flor siempre callá».

 

Lole Montoya 

(«Todo es de color». Lole y Manuel)

 

martes, 6 de agosto de 2024

PACO CAMINO: TORERO DE TOREROS

Por Antonio Luis Aguilera

Paco Camino. Foto Botán

Ante el fallecimiento de Paco Camino queremos recordar al diestro por cuyo arte nos aficionamos a la Fiesta de los toros, el que marcó nuestra niñez con la impronta de su poderío y el bello trazo de su toreo, ese que no pudimos ver en las plazas, sino en las imágenes en blanco y negro de TVE y de los reportajes del NO-DO, hasta que en los tendidos pudimos disfrutar de sus últimos años en activo. La naturalidad de su expresión y su prodigiosa inteligencia hicieron grande el toreo en manos del diestro de Camas, que pronto nos cautivó con su elegante toreo de capa, sus incomparables chicuelinas, y aquellas faenas abiertas con preciosos pases de trinchera que prologaban la hermosa sinfonía de su toreo en redondo, donde cobraba especial relieve el pase natural y la magistral interpretación de la estocada, instrumentada con tanta ortodoxia y gallardía como pureza y torería. 


El pase natural de Paco Camino

Ha muerto un torero histórico e irrepetible, miembro de la maravillosa generación de figuras que marcaron con la singularidad de sus acentos profesionales la inolvidable década de los sesenta, donde llegaron abriéndose paso a codazos ante un elenco de espadas de mucha categoría, la generación posterior a la época de «Manolete», para  terminar adueñándose del toreo de aquella España del desarrollo y rotular sus nombres en los carteles de todas las ferias. Las imprentas editaban preciosos carteles de toros —de los que viéndolos de lejos se sabía que anunciaban corridas de toros; no como los actuales, que han de observarse de cerca para comprobar si anuncian un concierto o un quinario—, cambiando solo el nombre de la ciudad y repitiendo como una letanía, entre otros buenos e inolvidables toreros de esa época, los nombres de Diego PuertaPaco Camino, «El Viti», y «El Cordobés».

Las décadas de los años sesenta e inicios de los setenta, arrastrados por esa locomotora del toreo que fue el «Huracán Benítez» tuvieron como grandes protagonistas a «Diego Valor», «El Niño Sabio de Camas» y «Su Majestad El Viti», amigos en la calle pero perros de presa en el ruedo, para regocijo del público y la buena salud de las ferias y plazas del orbe taurino. De esa época quedaron acuñadas dos frases que la caracterizaron: la primera, «El Cordobés y dos más», que define el poderío del torero de Palma del Río, que cualquier día de la semana, sin necesidad de que fuera festivo o la fecha del patrón de la localidad, llenaba las plazas hasta el tejado cobrando no menos de un millón de pesetas por tarde, «un kilo» como popularizó el propio Benítez, mientras los elevados honorarios para la época obligaron a las empresas a incrementar considerablemente los que percibían el resto de figuras. La segunda, el tridente que se repetía en todos los carteles de postín, se hizo tan célebre en la jerga taurina que pronto se incorporó al lenguaje coloquial para mandar de paseo a la gente pelmaza: «PuertaCamino y Viti».


Magistral estocada de Paco Camino en Bilbao a un toro 
de Juan Pedro Domecq. Foto Cuevas.

Honda fue la huella torera que dejó Paco Camino en México. En el país hermano lo recuerdan con veneración, como a uno de los toreros españoles más queridos, de sus «consentidos». Si el recuerdo de «Manolete» resulta todavía sobrecogedor para la apasionada afición azteca, la admiración por el toreo de Camino no queda atrás en una tierra que conquistó con su arte y que, como ocurrió al «Monstruo», también ella le conquistó para siempre como torero y persona, pues si grandes e importantes fueron sus éxitos en los ruedos españoles y otras naciones americanas, los conseguidos en su querido México, que lo acogió e hizo uno de sus espadas favoritos, están repletos de tardes históricas y memorables.

Paco Camino a hombros en Madrid

Nos ha dejado una auténtica figura del toreo, de cuya tauromaquia han bebido y beben todos los espadas que quisieron ser gente en el toreo. De Paco Camino puede afirmarse rotundamente que fue un torero histórico, irrepetible, grande entre los grandes, un espejo donde mirar. Lo que los aficionados conocen como torero de toreros. De los de antes y los de ahora. Descanse en paz el inolvidable maestro de Camas, el pueblo del que se sentía orgulloso de haber abierto los ojos y del que apasionadamente defendía su natalidad, con el sinsabor de tener en el alma una espina clavada cuando le decían que era de Sevilla, que digámoslo claro, con él fue, como con otros de sus grandes toreros, madrastra en lugar de madre: «Yo no soy de Sevilla, soy de Camas». 

Un torero tan grande no puede seguir silenciado en la ciudad cuyo nombre paseó entre triunfos por todo el mundo taurino.

 

jueves, 18 de julio de 2024

«TAUROMAQUIA Y VERDAD»

Por Antonio Luis Aguilera

 

Con este título reflexiona sobre sus veinte años de alternativa el matador de toros Manuel Escribano, dando forma al libro autobiográfico escrito con la colaboración del catedrático y amigo personal Antonio Ramírez de Arellano, que ha publicado la Editorial «El Paseíllo». Se trata de una interesante obra, prologada por el ganadero Victoriano Martín García, que capta inmediatamente la atención del lector, al que explica los sufrimientos y la lucha para abrirse paso en el mundo del toro un espada tan considerado por los aficionados, que saben bien de la verdad de sus triunfos y amarguras —en dos ocasiones ha visto de cerca de la muerte—, como maltratado por las empresas que manejan la tramoya del toreo.

 

Un libro que puede extrañar por tratarse de una biografía parcial, pues para grandeza del toreo el diestro de Gerena sigue en activo, pero que al narrarse en primera persona brinda al aficionado una visión más amplia de la calidad humana y profesional de Escribano, no solo por su experimentado conocimiento de la crudeza del mundo del toro, sino porque se trata de un torero completo, dueño y señor de la lidia, dominador de los tres tercios, que por si fuera poco sabe expresar con buen acento el toreo, con pureza y autenticidad, ante las corridas más duras del campo bravo, con las que ha demostrado algo que está al alcance de muy pocos: que no solo sabe lidiarlas sino que además es capaz de torearlas como el mejor.   

 

Legítimamente orgulloso de la historia que narra, el espada sevillano cuenta al lector una vida transitada por los sinuosos caminos del toreo con detallada información de los entresijos de la profesión. En sus páginas explica la complicada relación con alguno de los poderosos y ridículos personajes del campo del apoderamiento; el ostracismo impuesto a su carrera por el holding de empresas-comisionistas —este año tras triunfar rotundamente en Sevilla no va a la feria de Bilbao, mientras el pasado estuvo ausente de Madrid—; la dureza del Valle del Terror; la satisfacción de su independencia profesional sin importar el precio pagado; su relación con la plaza de Madrid, que definitivamente es la que da y quita; o el injusto trato del público de Sevilla con algunos de sus toreros. Una carrera profesional vivida entre la alegría de triunfos incontestables y las espeluznantes ocasiones que sintió la muerte, como aquella que titula el primer capítulo del libro, cuando pensó: «Estoy palmando. ¡La que voy a liar!».

 

Sorprende del ameno relato la capacidad de Manuel Escribano para definir magistralmente el comportamiento de los toros que habitualmente lidia, los del encaste Albaserrada, diferenciado las características de los de Victorino con los de Adolfo Martín, así como los de José Escolar, y las matizaciones sobre cómo son los legendarios toros de Miura. El torero lo explica con profusión de detalles, los que sin duda escapan de la visión del más sagaz aficionado, pues no es igual descifrar la lidia desde arriba que hacerlo en la soledad de la arena, escuchando el jadeo de una mole que mira y mide, cuando en diez minutos la inteligencia se enfrenta a la fuerza en una sorda interpretación de reacciones, las que se han de conocer e intuir para ganar la batalla y expresar el toreo. En un alarde de generosidad, el torero de Gerena no tiene reparos en hacer partícipe al lector de sus conocimientos profesionales, para enriquecer su afición con la gama de reacciones de estos encastes singulares, cuya lidia exige un plus sobre la rutinaria técnica interiorizada por la mayoría de los toreros. 

 

La obra finaliza con el testimonio de Antonio Ramírez de Arellano de la actuación de Manuel Escribano en la pasada feria de Sevilla, cuando la tarde del 13 de abril de 2024, anunciado con toros de Victorino Martín junto a Borja Jiménez y Andrés Roca Rey, el matador sevillano fue empitonado al torear de capote por “Disparate”, el toro que abría plaza, causándole una cornada de diez centímetros en el muslo derecho, de la que fue intervenido en la enfermería de la plaza sin anestesia general por indicación del torero, que al caer la noche sobre la Maestranza volvió al redondel para lidiar en sexto lugar al cuarto de la tarde, de nombre “Fisgador”. Le hizo frente con un pantalón vaquero recortado que le prestaron, y a pesar de estar recién operado no escatimó su entrega con el exigente cárdeno de Victorino: lo recibió como al primero, de rodillas a porta gayola, lo banderilleó por los dos pitones y lo cuajó toreándolo por abajo en la boca de riego de la plaza, donde realizó una importante y emocionante faena refrendada con una gran estocada. Las dos orejas que paseó emocionado y sin perder su sonrisa ante la entrega del público refrendaban su triunfo legítimo en una tarde a cara y cruz, resuelta con una verdad y torería que no está al alcance de muchos. 

 

«Tauromaquia y verdad», una nueva y atractiva obra de editorial «El Paseíllo», que apuesta por la Fiesta de los toros, su cultura y su difusión, en este tiempo de ignorancia, hipocresía y censura impuesta por los culturetas del poder en la mayoría de los medios de comunicación. 

 


lunes, 15 de julio de 2024

BILBAO: DE BUQUE A PECIO

Por Antonio Luis Aguilera


Ya están en la calle los carteles de Bilbao, plaza en otro tiempo buque insignia de la temporada, hoy hundida por los herederos del gran empresario vasco Manolo Chopera, desde hace unos años aliados con la empresa mexicana Bailleres. Como era de esperar, en la que fue el gran puerto de montaña del norte, se repite el compadreo impuesto en la temporada por los comisionistas, que dejan fuera a toreros que por sus méritos en el ruedo tenían que estar, mientras  se incluyen con calzador a los espectros de antiguas figuras, a espadas que ni están ni se les espera, sin sitio, destemplados, descentrados e inexpresivos, los amparados por MatillaCasas y otros comisionistas, que invitan al público a retraerse en la compra de las caras entradas y dar la espalda a una feria que fue buque insignia y hoy es un pecio complicado de reflotar.

Complicado porque la afición está cansada de que le quieran vender el burro con las supuestas figuras, que ni juntas arrastran gente a la plaza, el «sota, caballo y rey» o coladero de espadas que hurtan los puestos que merecen los que de verdad han triunfado en los ruedos, los que interesan y anhela ver el aficionado junto a los jóvenes que son novedad. Los ganaderos-empresarios-apoderados, hoy influyentes comisionistas, enterraron la antigua fórmula de juntar en los carteles de ferias al torero consagrado, el emergente y la promesa que es novedad,  sustituyéndola por el «cartel rematado», en realidad el «cartel comisionado», ese que ha aburrido y echado a patadas de las plazas a tantos aficionados, cansados de ver a los mismos toreros, impuestos feria tras feria sin justificar sus inclusiones.

En la zona alta del escalafón se mantienen matadores que fueron pero no son, espadas que deberían reflexionar en el banquillo que, de momento, su tiempo pasó, y pensar por qué causan hartazgo. Quienes antes seducían hoy aburren con actuaciones repetitivas sin gobierno, sin colocación ni  orden, sin ajuste ni temple, donde la entrega fue sustituida por la técnica ventajista y la velocidad. Y a esta barbaridad se ha llegado por la nefasta política empresarial que excluye de las ferias a espadas que merecen estar, como Paco UreñaManuel EscribanoFernando Adrián o Tomás Rufo, sin olvidar al rejoneador Diego Ventura, mientras que como una penitencia se imponen a ManzanaresTalavante o Castella, que desesperan con su inexpresivo, tenso y gélido toreo, con actuaciones sin relieve que sin embargo no son obstáculo para que sigan estando en todas las ferias de la temporada. 

jueves, 4 de julio de 2024

EN ESA CASA NO NACIÓ «MANOLETE»

 Por Antonio Luis Aguilera

Relieve que recuerda la antigua casa donde nació «Manolete»


 

En la madrugada de un día como hoy del año 1917 nació en Córdoba, en el entonces número 2-A de la calle Conde de Torres Cabrera, el inolvidable torero Manuel Rodríguez Sánchez «Manolete», hijo del matador de toros cordobés del mismo nombre, apellidos y apodo y de la albaceteña Angustias Sánchez Martínez. La fotografía que encabeza el texto corresponde a la placa conmemorativa que fue fijada en la fachada de aquella casa, demolida con el paso del tiempo para construir otra en su lugar, donde fue reutilizada la recordatoria manteniendo la leyenda. Pero desde entonces la lectura conduce a error a  los aficionados y turistas que visitan la ciudad y pasean siguiendo los pasos de la ruta manoletista, pues en la casa actual no nació el grandioso torero, sino en el lugar que ocupa esta. Sin embargo, las distintas corporaciones municipales no han considerado oportuno subsanar esta incorrección, que no habría sido muy costosa para las arcas públicas, porque solo tendrían que modificar «en esta casa» por «en este lugar».  

«Manolete» hijo vivió en cuatro casas de la Córdoba que lo vio crecer y hacerse torero, aunque generalmente los aficionados solo conocen tres. Nació en el número 2A de la calle Conde de Torres Cabrera. De allí la familia se trasladó a la calle Benito Pérez Galdós número 8, junto a la avenida del Gran Capitán, donde el 4 de marzo de 1923 falleció su padre, a los 39 años de edad. Posteriormente la madre fijó su domicilio en la Plaza de La Lagunilla, y en 1943 el torero adquirió el palacete de estilo colonial ubicado en la Avenida de Cervantes —antigua Carrera de la Estación—, que compró a la familia Cruz Conde y fue remodelado por el arquitecto don Carlos Sáez de Santamaría. Este palacete había pertenecido al periodista y escritor don José Ortega y Munilla, padre del filósofo don José Ortega y Gasset, que lo mandó construir en el año 1890.

La albaceteña Angustias Sánchez Martínez, madre de «Manolete», contrajo matrimonio con dos matadores de toros cordobeses. En primeras nupcias lo hizo con Rafael Molina Martínez «Lagartijo Chico», hijo del grandioso banderillero Juan Molina Sánchez —de quien se llegó a afirmar que un capotazo suyo era una lección de geometría—, y sobrino del magistral Rafael Molina Sánchez, el gran «Lagartijo», que fue proclamado «Califa del Toreo» por la ingeniosa hipérbole del famoso crítico aragonés don Mariano de Cavia y Lac. El matrimonio fijó su domicilio en la Plaza de Colón número 30 de Córdoba y de su unión nacieron tres hijos: DoloresAngustias y Rafael Molina Sánchez. Tras el fallecimiento de «Lagartijo Chico», ocurrido  el 8 de abril de 1910, Angustias Sánchez contrajo matrimonio en segundas nupcias con Manuel Rodríguez Sánchez «Manolete», con quien tuvo cuatro hijos:  ÁngelesTeresaManuel y Soledad Rodríguez Sánchez.


PD.: El amigo y gran documentalista Juan Galán nos envía fotografías de prensa de la casa de Manolete cuando era derruida con esta información: 

"Te adjunto una foto de la casa genuina y de la lápida rota. El relieve del torero es de Rodríguez López, profesor de la Escuela de Bellas Artes, autor de las mascarillas de muerte de Julio Romero de Torres y de Manolete".







 

jueves, 27 de junio de 2024

URGE REFRESCAR EL ESCALAFÓN

Por Antonio Luis Aguilera 

José Ignacio Uceda Leal. Foto Plaza1

Están en todas las ferias importantes de la temporada. En los ciclos largos por triplicada o cuadruplicada impresión de su nombre en los carteles. Lo peor es que suelen completar sus citas igual que llegaron, haciendo que la afición siga preguntándose ¿y este qué ha hecho para estar otro año en tantas corridas si no justifica en la plaza el trato privilegiado de su inclusión? Nos referimos a los toreros apoderados por Matilla y Casas, los influyentes comisionistas que manejan los hilos que mueven el entramado del toreo. Son quienes los mantienen vivos en los carteles, los que les garantizan unas contrataciones que no se corresponden con las actuaciones de los que viven del recuerdo de lo que fueron, de otro tiempo que se fue y no tiene visos de volver. Han salido de las ferias de Sevilla y Madrid tocados, con el crédito bajo mínimos, pero seguirán ocupando los puestos que deberían pertenecer a quienes legítimamente han ganado en el ruedo lo que le birlan en las ferias.

Borja Jiménez. Foto Plaza1

La tarde que Talavante se dejaba ir un toro de cortijo de Santiago Domecq, con el que no se puso de verdad para torear ajustado, ofreciendo la panza de la muleta y templándolo para llevarlo hacia detrás en lugar de desplazarlo hacia afuera, para cuajarlo como merecía tan bravo, noble y  enclasado animal, hubo otro torero que sin ningún toro de tan excelsas condiciones dejó la gratísima impronta de su toreo clásico. Mientras un Alejandro sin gobierno, con violencia en el manejo de la muleta, poco  compromiso y sonrisas forzadas parecía implorar la complicidad del público, José Ignacio Uceda Leal se centraba en expresar su torería en las pocas embestidas que le ofrecía su lote, con el regusto de su elegante clasicismo, que esa tarde perfumaba la plaza y dejaba en evidencia a los que reparten y acoplan los puestos de las ferias según sus intereses. Cunde el hartazgo ante la abusiva repetición de quienes fueron figuras y son figurantes, toreros descentrados, desmotivados, sin ideas ni compromiso, que se dejan ir toros de verdadero triunfo grande, sin que el petardo sea obstáculo para continuar en las ferias.

Jorge Martínez. Foto Plaza1

Continuar marginando en los carteles a esos toreros que en buena lógica deben renovar el escalafón y lo han justificado en las plazas va contra la esencia del toreo. La pasada temporada, después de años ignorado y gracias al impulso de la «Copa Chenel» de la Fundación del Toro de Lidia, Borja Jiménez pudo dar el salto a un sitio de privilegio, el mismo que este año estaban dispuestos a arrebatarle al menor resbalón. Pero también en los veteranos hay quienes llaman la atención de los aficionados que, hartos de «sota, caballo y rey», anhelan ver en citas importantes, toreros cuestionados e injustamente orillados como Manuel EscribanoDaniel LuqueMiguel Ángel PereraPaco UreñaCurro Díaz Fernando Adrián, y por supuesto abrir la puerta de una vez a esos otros incipientes que en las pocas ocasiones otorgadas han demostrado tener más verdad y ganas de ser gente en el toro, que algunos de los coletas caducados impuestos por los comisionistas. Ahí están esperando a que les hagan caso muchachos con excelentes condiciones, como Jorge MartínezJosé Fernando MolinaVíctor Hernández o Isaac Fonseca, a quienes citamos entre un nutrido grupo de la nueva savia que necesita la Fiesta para ser más atractiva, generar interés y acabar con el aburrimiento de diestros más que previstos y vistos, que por su mandanga y sosería, además de por aquello de que el banquillo curte, tendrían que quedarse un tiempo en sus casas. Urge refrescar el escalafón. Hay que dar paso a quienes demuestran en el ruedo ilusión, condiciones y disponibilidad para justificar su inclusión en los carteles, para los que de verdad quieren ser figuras del toreo, algo que algunos han confundido con un título vitalicio. Las ferias no deben seguir hipotecadas por los intereses particulares de los comisionistas que ejercen como empresarios y apoderados.