jueves, 18 de julio de 2024

«TAUROMAQUIA Y VERDAD»

Por Antonio Luis Aguilera

 

Con este título reflexiona sobre sus veinte años de alternativa el matador de toros Manuel Escribano, dando forma al libro autobiográfico escrito con la colaboración del catedrático y amigo personal Antonio Ramírez de Arellano, que ha publicado la Editorial «El Paseíllo». Se trata de una interesante obra, prologada por el ganadero Victoriano Martín García, que capta inmediatamente la atención del lector, al que explica los sufrimientos y la lucha para abrirse paso en el mundo del toro un espada tan considerado por los aficionados, que saben bien de la verdad de sus triunfos y amarguras —en dos ocasiones ha visto de cerca de la muerte—, como maltratado por las empresas que manejan la tramoya del toreo.

 

Un libro que puede extrañar por tratarse de una biografía parcial, pues para grandeza del toreo el diestro de Gerena sigue en activo, pero que al narrarse en primera persona brinda al aficionado una visión más amplia de la calidad humana y profesional de Escribano, no solo por su experimentado conocimiento de la crudeza del mundo del toro, sino porque se trata de un torero completo, dueño y señor de la lidia, dominador de los tres tercios, que por si fuera poco sabe expresar con buen acento el toreo, con pureza y autenticidad, ante las corridas más duras del campo bravo, con las que ha demostrado algo que está al alcance de muy pocos: que no solo sabe lidiarlas sino que además es capaz de torearlas como el mejor.   

 

Legítimamente orgulloso de la historia que narra, el espada sevillano cuenta al lector una vida transitada por los sinuosos caminos del toreo con detallada información de los entresijos de la profesión. En sus páginas explica la complicada relación con alguno de los poderosos y ridículos personajes del campo del apoderamiento; el ostracismo impuesto a su carrera por el holding de empresas-comisionistas —este año tras triunfar rotundamente en Sevilla no va a la feria de Bilbao, mientras el pasado estuvo ausente de Madrid—; la dureza del Valle del Terror; la satisfacción de su independencia profesional sin importar el precio pagado; su relación con la plaza de Madrid, que definitivamente es la que da y quita; o el injusto trato del público de Sevilla con algunos de sus toreros. Una carrera profesional vivida entre la alegría de triunfos incontestables y las espeluznantes ocasiones que sintió la muerte, como aquella que titula el primer capítulo del libro, cuando pensó: «Estoy palmando. ¡La que voy a liar!».

 

Sorprende del ameno relato la capacidad de Manuel Escribano para definir magistralmente el comportamiento de los toros que habitualmente lidia, los del encaste Albaserrada, diferenciado las características de los de Victorino con los de Adolfo Martín, así como los de José Escolar, y las matizaciones sobre cómo son los legendarios toros de Miura. El torero lo explica con profusión de detalles, los que sin duda escapan de la visión del más sagaz aficionado, pues no es igual descifrar la lidia desde arriba que hacerlo en la soledad de la arena, escuchando el jadeo de una mole que mira y mide, cuando en diez minutos la inteligencia se enfrenta a la fuerza en una sorda interpretación de reacciones, las que se han de conocer e intuir para ganar la batalla y expresar el toreo. En un alarde de generosidad, el torero de Gerena no tiene reparos en hacer partícipe al lector de sus conocimientos profesionales, para enriquecer su afición con la gama de reacciones de estos encastes singulares, cuya lidia exige un plus sobre la rutinaria técnica interiorizada por la mayoría de los toreros. 

 

La obra finaliza con el testimonio de Antonio Ramírez de Arellano de la actuación de Manuel Escribano en la pasada feria de Sevilla, cuando la tarde del 13 de abril de 2024, anunciado con toros de Victorino Martín junto a Borja Jiménez y Andrés Roca Rey, el matador sevillano fue empitonado al torear de capote por “Disparate”, el toro que abría plaza, causándole una cornada de diez centímetros en el muslo derecho, de la que fue intervenido en la enfermería de la plaza sin anestesia general por indicación del torero, que al caer la noche sobre la Maestranza volvió al redondel para lidiar en sexto lugar al cuarto de la tarde, de nombre “Fisgador”. Le hizo frente con un pantalón vaquero recortado que le prestaron, y a pesar de estar recién operado no escatimó su entrega con el exigente cárdeno de Victorino: lo recibió como al primero, de rodillas a porta gayola, lo banderilleó por los dos pitones y lo cuajó toreándolo por abajo en la boca de riego de la plaza, donde realizó una importante y emocionante faena refrendada con una gran estocada. Las dos orejas que paseó emocionado y sin perder su sonrisa ante la entrega del público refrendaban su triunfo legítimo en una tarde a cara y cruz, resuelta con una verdad y torería que no está al alcance de muchos. 

 

«Tauromaquia y verdad», una nueva y atractiva obra de editorial «El Paseíllo», que apuesta por la Fiesta de los toros, su cultura y su difusión, en este tiempo de ignorancia, hipocresía y censura impuesta por los culturetas del poder en la mayoría de los medios de comunicación. 

 


lunes, 15 de julio de 2024

BILBAO: DE BUQUE A PECIO

Por Antonio Luis Aguilera


Ya están en la calle los carteles de Bilbao, plaza en otro tiempo buque insignia de la temporada, hoy hundida por los herederos del gran empresario vasco Manolo Chopera, desde hace unos años aliados con la empresa mexicana Bailleres. Como era de esperar, en la que fue el gran puerto de montaña del norte, se repite el compadreo impuesto en la temporada por los comisionistas, que dejan fuera a toreros que por sus méritos en el ruedo tenían que estar, mientras  se incluyen con calzador a los espectros de antiguas figuras, a espadas que ni están ni se les espera, sin sitio, destemplados, descentrados e inexpresivos, los amparados por MatillaCasas y otros comisionistas, que invitan al público a retraerse en la compra de las caras entradas y dar la espalda a una feria que fue buque insignia y hoy es un pecio complicado de reflotar.

Complicado porque la afición está cansada de que le quieran vender el burro con las supuestas figuras, que ni juntas arrastran gente a la plaza, el «sota, caballo y rey» o coladero de espadas que hurtan los puestos que merecen los que de verdad han triunfado en los ruedos, los que interesan y anhela ver el aficionado junto a los jóvenes que son novedad. Los ganaderos-empresarios-apoderados, hoy influyentes comisionistas, enterraron la antigua fórmula de juntar en los carteles de ferias al torero consagrado, el emergente y la promesa que es novedad,  sustituyéndola por el «cartel rematado», en realidad el «cartel comisionado», ese que ha aburrido y echado a patadas de las plazas a tantos aficionados, cansados de ver a los mismos toreros, impuestos feria tras feria sin justificar sus inclusiones.

En la zona alta del escalafón se mantienen matadores que fueron pero no son, espadas que deberían reflexionar en el banquillo que, de momento, su tiempo pasó, y pensar por qué causan hartazgo. Quienes antes seducían hoy aburren con actuaciones repetitivas sin gobierno, sin colocación ni  orden, sin ajuste ni temple, donde la entrega fue sustituida por la técnica ventajista y la velocidad. Y a esta barbaridad se ha llegado por la nefasta política empresarial que excluye de las ferias a espadas que merecen estar, como Paco UreñaManuel EscribanoFernando Adrián o Tomás Rufo, sin olvidar al rejoneador Diego Ventura, mientras que como una penitencia se imponen a ManzanaresTalavante o Castella, que desesperan con su inexpresivo, tenso y gélido toreo, con actuaciones sin relieve que sin embargo no son obstáculo para que sigan estando en todas las ferias de la temporada. 

jueves, 4 de julio de 2024

EN ESA CASA NO NACIÓ «MANOLETE»

 Por Antonio Luis Aguilera

Relieve que recuerda la antigua casa donde nació «Manolete»


 

En la madrugada de un día como hoy del año 1917 nació en Córdoba, en el entonces número 2-A de la calle Conde de Torres Cabrera, el inolvidable torero Manuel Rodríguez Sánchez «Manolete», hijo del matador de toros cordobés del mismo nombre, apellidos y apodo y de la albaceteña Angustias Sánchez Martínez. La fotografía que encabeza el texto corresponde a la placa conmemorativa que fue fijada en la fachada de aquella casa, demolida con el paso del tiempo para construir otra en su lugar, donde fue reutilizada la recordatoria manteniendo la leyenda. Pero desde entonces la lectura conduce a error a  los aficionados y turistas que visitan la ciudad y pasean siguiendo los pasos de la ruta manoletista, pues en la casa actual no nació el grandioso torero, sino en el lugar que ocupa esta. Sin embargo, las distintas corporaciones municipales no han considerado oportuno subsanar esta incorrección, que no habría sido muy costosa para las arcas públicas, porque solo tendrían que modificar «en esta casa» por «en este lugar».  

«Manolete» hijo vivió en cuatro casas de la Córdoba que lo vio crecer y hacerse torero, aunque generalmente los aficionados solo conocen tres. Nació en el número 2A de la calle Conde de Torres Cabrera. De allí la familia se trasladó a la calle Benito Pérez Galdós número 8, junto a la avenida del Gran Capitán, donde el 4 de marzo de 1923 falleció su padre, a los 39 años de edad. Posteriormente la madre fijó su domicilio en la Plaza de La Lagunilla, y en 1943 el torero adquirió el palacete de estilo colonial ubicado en la Avenida de Cervantes —antigua Carrera de la Estación—, que compró a la familia Cruz Conde y fue remodelado por el arquitecto don Carlos Sáez de Santamaría. Este palacete había pertenecido al periodista y escritor don José Ortega y Munilla, padre del filósofo don José Ortega y Gasset, que lo mandó construir en el año 1890.

La albaceteña Angustias Sánchez Martínez, madre de «Manolete», contrajo matrimonio con dos matadores de toros cordobeses. En primeras nupcias lo hizo con Rafael Molina Martínez «Lagartijo Chico», hijo del grandioso banderillero Juan Molina Sánchez —de quien se llegó a afirmar que un capotazo suyo era una lección de geometría—, y sobrino del magistral Rafael Molina Sánchez, el gran «Lagartijo», que fue proclamado «Califa del Toreo» por la ingeniosa hipérbole del famoso crítico aragonés don Mariano de Cavia y Lac. El matrimonio fijó su domicilio en la Plaza de Colón número 30 de Córdoba y de su unión nacieron tres hijos: DoloresAngustias y Rafael Molina Sánchez. Tras el fallecimiento de «Lagartijo Chico», ocurrido  el 8 de abril de 1910, Angustias Sánchez contrajo matrimonio en segundas nupcias con Manuel Rodríguez Sánchez «Manolete», con quien tuvo cuatro hijos:  ÁngelesTeresaManuel y Soledad Rodríguez Sánchez.


PD.: El amigo y gran documentalista Juan Galán nos envía fotografías de prensa de la casa de Manolete cuando era derruida con esta información: 

"Te adjunto una foto de la casa genuina y de la lápida rota. El relieve del torero es de Rodríguez López, profesor de la Escuela de Bellas Artes, autor de las mascarillas de muerte de Julio Romero de Torres y de Manolete".