Por Antonio Luis Aguilera
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Manolo Camará. Foto Marogo |
Tuvimos la suerte de conocer a uno de los grandes apoderados: Manuel Flores Cubero, «Manolo Camará» en el mundo del toreo, último
representante de una de las más importantes dinastías de representantes de
toreros, al que en esta entrada queremos recordar. En la primavera de 2006, dos
meses antes de que un infarto le arrebatara la vida cuando jugaba al golf, había acudido a su Córdoba
natal para recibir el homenaje que la Tertulia Taurina “El Castoreño” del
Círculo de la Amistad tributó a la memoria de su padre, el matador de toros
cordobés y famoso apoderado José Flores
González «Camará». El acto, por
la extraordinaria asistencia y el respeto de los muchos aficionados congregados
en la preciosa sede de la tertulia, que por los valiosos objetos que expone es conocida como la «Capilla Sixtina del Toreo», fue extensivo al propio
Manolo y a su hermano Pepe, ya fallecido, dignísimos
sucesores del inteligente taurino que dirigiendo la carrera de «Manolete» mandó de barreras hacia
adentro como nadie antes lo había hecho, mientras que el torero que
representaba se encargaba de hacerlo en el ruedo de barreras hacia afuera, para
de esta forma mandar como lo hicieron en el toreo de su tiempo.
Después de Linares José
Flores González «Camará»,
animado a retornar a la profesión por sus dos hijos varones, demostró su
sagacidad para administrar y poner en valor la carrera de una larga nómina de
figuras del toreo, labor que pronto halló continuidad y reconocimiento
profesional en Pepe y Manolo, que al terminar sus estudios y dedicarse
al apoderamiento consolidaron una marca: la «casa Camará», deseada por muchos toreros que anhelaban consolidar
su posición en el toreo. También, además de apoderados, José y Manuel Flores Cubero
fueron un tiempo ganaderos de toros bravos, y compaginaron su tarea de
representantes de toreros con el mundo empresarial gestionando plazas
de primera categoría como Valencia y Córdoba, esta última junto a su cuñado Antonio Pérez-Barquero Hererra.
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Manolo Camará con el autor de este texto. Foto Marogo |
En varias ocasiones tuvimos el gusto de hablar de toros con Manolo Camará, a quien le agradaba entablar conversación sobre un mundo
que conocía a la perfección, y siempre encontramos en él a una persona cordial,
sencilla y poseedora de la señorial seriedad que distingue la personalidad
cordobesa, con un sentido profesional que le hacía estar por encima de otros
puntos de vista no compartidos, que aceptaba y respetaba. Entre sus cualidades
personales recordamos como signo de hombría y rectitud el valor de su palabra. Manuel Flores fue un hombre cabal que
se caracterizaba por esta virtud, tan recordada en su muerte por los
profesionales del toreo. A modo de ejemplo evocamos una mañana del domingo de
Ramos de 1992, antes del sorteo de la corrida que inauguraba la temporada
cordobesa, cuando concertamos con Manolo
una tertulia que trataría de la figura del apoderado en Onda Cero Radio. El día
de la cita Manolo acudió
puntualmente, a pesar de que su madre se hallaba en estado crítico, como se confirmó
con su fallecimiento dos días más tarde en Sevilla, desde donde no dudó en acudir
a Córdoba para cumplir lo acordado, demostrando en silencio que el valor de su
palabra estaba por encima de las circunstancias personales que estaba viviendo,
por duras que fueran.
Hablar de toros con «Manolo
Camará» era un placer como
aficionado. La última vez que disfrutamos de su conversación fue tras la
celebración del homenaje antes referido, en el precioso patio de columnas del
Círculo de la Amistad de Córdoba. Le preguntamos qué pensaba sobre la película
que se estaba rodando de «Manolete»
y «Lupe Sino», y nos mostró su incertidumbre,
le inquietaba la forma en que iba a ser tratada la figura del torero, pues hacía
tiempo que había tenido noticias de ese guión, que definitivamente fue un
fracaso en las pantallas. Nos desveló que cinco años antes había recibido en
Sevilla la visita personal del gran actor Francisco
Rabal, a quien no conocía personalmente, y fue este quien le informó sobre esta
película, para la que le habían ofrecido el papel de apoderado de «Manolete», motivo por el que decidió
desplazarse hasta la capital hispalense, para saber del hijo del protagonista
cómo fue realmente esa relación. Tras el encuentro, el célebre actor, que había
leído el guión de la película, le aseguró que después del recuerdo que de él
tenían los aficionados por el entrañable personaje de «Juncal» de la inolvidable serie televisiva de Jaime de Armiñán, no representaría una historia que poco tenía que
ver con la vida real del inolvidable torero.
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José Flores «Camará» y «Manolete» |
Nos decía «Manolo Camará» que su padre no instituyó la
figura del apoderado, pero le otorgó personalidad propia, pues anteriormente
los apoderados se limitaban a cumplir las órdenes de los toreros, y consideraba
que la pareja «Manolete-Camará», que
en la década de los años cuarenta revolucionó el toreo fue perfecta y no
volvería a darse más, porque si en «Manolete»
concurrían unas cualidades excepcionales para ser la máxima figura del toreo,
en su padre confluían las virtudes profesionales que se complementaban y resolvían
a la perfección todo lo que significaba «torear fuera de la plaza», entendiendo
que aquella pareja fue ideal por la mutua confianza que existió entre ambos para
desarrollar sus respectivas tareas.
Sobre la evolución del
toreo hasta los años noventa, él que llegó a ver torear hasta Belmonte en su reaparición, consideraba
que el espectáculo se había concentrado en el último tercio de la lidia. Añoraba
que se habían perdido los quites, pero no porque los toreros no quisieran o no
supieran practicarlos, sino porque no había nada qué quitar ante un toro que generalmente
no podía con el caballo, ni originaba esas situaciones de auténtico riesgo que otrora
obligaban a hacerlos. Recordaba la época que el toro pesaba menos, pero tenía
mayor movilidad y entraba dos o tres veces al caballo, pues no se picaba de una
vez en el primer encuentro, sino que el animal entraba varias veces a la
cabalgadura y los matadores hacían el quite cuando lo consideraban oportuno. Aseguraba
que en los años cuarenta y cincuenta no se daban a los toros más de veinte o
treinta muletazos, y desde la década de los sesenta fue necesario seleccionar
un toro que admitiera ochenta y hasta noventa pases, algo que el de antes no
admitía.
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Derribo del picador José Doblado. Foto Álvaro Pastor |
Desde su perspectiva
histórica «Manolo Camará» analizaba la evolución del
modelo de faena, recordando aquella donde era necesario doblegar y poder porque
el toro tenía más casta. También observaba importantes variaciones en el
público, que había cambiado de gustos y exigía bastante menos a los toreros. Defendía
que en los años cincuenta faenas de veinte pases buenos y hasta excepcionales,
con un público dispuesto a premiarlas, se diluían como un azucarillo cuando la
espada quedaba dos o tres dedos más baja de lo normal, asegurando que entonces
no existía la menor opción para que aquella labor fuera premiada, mientras que por
el contrario hoy se estaba matando «no en el rincón de Ordóñez, sino en el sótano del hotel», y sin embargo se cortaban las
orejas con gran facilidad, sentenciando que si el público exigiera a los
toreros matar en la cruz, porque de lo contrario lo que hubieran hecho no serviría
para nada, ya se esmerarían ellos en matar por arriba como antes era habitual.
Sirva esta entrada para recordar a un brillante apoderado y gran aficionado Manuel Flores Cubero, último representante de una dinastía de apoderados cordobesa que por inteligencia, sagacidad y discreción fue requerida por una extensa nómina de primeras figuras del toreo para dirigir sus carreras.
Amigo Antonio:
ResponderEliminarSolo se me ocurre decir, excelente.
Un abrazo