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sábado, 5 de octubre de 2024

«MANOLETE» RECORDADO POR ANTONIO BELLÓN


Portada del libro

En 1990 fue publicado «PASEILLO DE LUCES Y SUEÑOS CALIFALES», libro del compañero en la información taurina Ángel Mendieta Baeza, crítico del «Diario Córdoba», que fue editado por Cajasur. Se trata de una amena obra que inserta entrevistas a toreros cordobeses, aunque la encabeza la realizada a D. Antonio Bellón Uriarte, quien fuera crítico taurino de la célebre revista Dígame, y acompañante de viaje de Manuel Rodríguez Manolete en la temporada de 1947: un documento desconocido para muchos aficionados, que por el interés de su testimonio sobre el inolvidable torero cordobés, por encima de otras consideraciones técnicas sobre los toreros clave en la evolución histórica del toreo, se asoma para quedarse en esta manoletista Plaza de la Lagunilla, gracias a la autorización del autor.


Ángel Mendieta entrevista a don Antonio Bellón. Foto G. Ruiz


"DON ANTONIO BELLÓN, COMPAÑERO EN EL ÚLTIMO VIAJE"

«Una de las personas que convivió más íntimamente con Manolete en su última etapa fue Antonio Bellón, crítico taurino del prestigioso semanario Dígame. Bellón acompañó en su último viaje a Manuel Rodríguez Sánchez desde Madrid a Linares. Con él vivió sus últimas preocupaciones, sus últimas alegrías, sus últimas esperanzas y sus últimos miedos. Habrá que decir que Antonio Bellón es un venerable joven de ochenta y bastantes años. Sí, decimos bien, joven, porque sus muchos años no le impiden ser un hombre con ilusión, con espíritu emprendedor.

Antonio Bellón sabe la realidad de su momento y no es ningún cascarrabias, más bien todo lo contrario. No se cree superior a nadie y sabe respetar a todo el mundo.

Antonio Bellón pasa largas temporadas en su casa de Baena, donde nos recibe con talante abierto y coloquial. Él sabe que puede enseñar mucho y no tiene inconveniente alguno en prestarse al diálogo. El tema, lógicamente, no puede ser otro que el de Manolete. Están presentes en la entrevista nuestro corresponsal en Baena, Antonio Alarcón, que lo es del “Diario Córdoba”; Paco Laguna, autor del libro Tauromaquia de Manolete y el fotógrafo J. Ruiz.

Ni que decir tiene que la conversación transcurrió en un ambiente distendido, y en el inicio de la misma nos contó que él había conocido a Manolete cuando este fue a Madrid a torear en la plaza de Tetuán de las Victorias:  “Fui a verle con mi maestro K-Hito. Lo que más nos impresionó fue su quietud. Más incluso que sus condiciones como matador… Actuó con Silverio. Nos gustó la esbeltez de Manolete, su valor sereno y su majestuosidad”.

—¿Se pudo adivinar en aquella actuación la figura que Manolete llevaba dentro? 

—No. Eso era muy difícil. El toreo es una cosa magníficamente desorganizada, pero con una organización perfecta. Y el escalafón novilleril es el cernedero para dejar atrás a los que no valen. No hubo tiempo para verle cernirse. Luego, durante la guerra fue cuando Manolete se hizo. Yo en aquella época ejercía de digno barrendero.

—¿Sabe usted si le fue a Manolete fácil su paso por el escalafón novilleril?

 —Manolete tuvo un inconveniente y es que tenía su lado a los niños más bonitos del mundo: Antonio Bienvenidael GallinoPaquito Casado y a Pepe Luis. Eran cuatro pinturas de niños vestidos de torero y, claro, a su lado Manolete era un desangelado  y un desgalichado. En la España de aquella época poco tenía que hacer.

—Usted le conoció muy de cerca. Háblenos de las cualidades humanas que descubrió en él.

Manolete tuvo un problema de timidez, aunque tuvo unas cualidades humanas estupendas. Con Manolete se daba un caso similar al de Joselito. Fueron como dos vidas paralelas. En la plaza eran fenomenales. Ambos fueron maravillosos creadores. Pero, sin embargo, en la vida particular eran unos desdichados. Los dos fueron unos enamorados de su madre y fracasaron en sus amores. Manolete, mientras se movió en el ambiente de sus amigos de Córdoba, fue como son los cordobeses. Sin embargo, cuando empezó a salir por el mundo, se dejó influir un poco por el ambiente relajado del mundillo del toro.  Pero nunca perdió su magnífico talante y su respeto por todos.

En una ocasión en que estábamos comiendo -recuerda- Domingo Ortega le dijo que le hablara de tú. Sin embargo, Manolete contestó que no, que Domingo era un maestro y que jamás le hablaría de tú. En otra ocasión me enseñó el barrio donde él vivía, Santa Marina, vimos la casa de paso y luego me llevó a una capilla —Antonio Bellón se refiere a la capilla del Colodro— en la que había dos monjitas vestidas de radiante blanco en adoración permanente al Santísimo. Manolete me dijo: “Aquí es donde yo vengo a ponerme a bien con Dios, pero no se lo digas a nadie para que no me quiten la intimidad”. Eso da idea de cuál era la forma de ser de Manolete.

—¿Le vio usted torear muchas tardes?

—Yo vi como el sesenta por ciento de las corridas que toreó.

—¿Y cuáles eran las virtudes toreras de Manolete

—Era un poco rutinario en sus costumbres. Por ejemplo, los machos se los tenía que atar Camará.  Usaba la misma camiseta, la misma montera que cuando empezaba en Los Califas. Era un hombre clásico, aunque puede que algo supersticioso. Con Camará se entendía perfectamente, dialogaban con un simple gesto cuando uno estaba en el ruedo y el otro en el burladero del callejón.  La simple mirada del torero era contestada por un gesto casi imperceptible para los que estaban allí. Manolete tenía un gran dominio de las distancias y se arrimaba a todos los toros. Mientras que los demás andaban probando, él ya estaba dando naturales.

Antonio Bellón nos dice que el toreo es hasta Belmonte y desde Belmonte y que Manolete fue el continuador del sevillano. “Tan es así que Joselito es el sumun de la perfección de todo lo que se había hecho en el toreo. Sin embargo aparece Belmonte y hace lo que no había hecho nadie. Y Manolete, a la nueva verdad del toreo de Belmonte lo que hace es darle continuidad, que a mi juicio es lo más difícil, y luego vino su cosa personal de majestuosidad. Prueba de ello es que el mismo Belmonte fue un profundo admirador de Manolete. En una ocasión, Juan me dijo que él disfrutaba viéndole torear. No olvidemos que Manolete le hacía la faena al ochenta por ciento de los toros a los que se enfrentaba. Camará lo cuidó bastante bien y, en el aspecto artístico le aconsejaba. Manolete toreaba muy bien con el capote a la espalda y daba muy buenas gaoneras y, sin embargo, Camará se las quitó. Pero le dijo que tenía que torear al natural a todos los toros, y, claro, lo que hizo fue cambiar una filigrana por una verdad inmensa”.

—¿Qué aportó Manolete al toreo?

 —Hay quien le criticó a Manolete que hiciera la misma faena a todos los toros. Y esa es una de las cosas más importantes que él hizo. Pues es dificilísimo el poder imponer la faena al toro.

A nuestra pregunta sobre los defectos artísticos de ManoleteAntonio Bellón piensa y reflexiona antes de contestar. Cuando lo hace, se expresa en los siguientes términos:  “Pues…, es muy difícil encontrar defectos en el toreo de Manolete. La verdad, yo no se los encuentro. Si acaso, podemos decir que era algo ingenuo. Le aconsejaban que, en determinadas circunstancias, se aliviara. Pero como lo que le gustaba era torear, no se aliviaba”.

—¿Qué tarde fue en la que Manolete le impresionó más?

—Son muchos los momentos importantísimos que le vi. Recuerdo aquella tarde…, la del año que toreó una sola corrida. Fue en Madrid. Alternó con Antonio Bienvenida y Luis Miguel. Era un toro que se le iba, y precisamente, en la puerta de chiqueros, dio como un librazo y dejó la muleta en el suelo. El toro se le fue unos diez o doce metros. Manolete aguantó, sin moverse, la figura un poco flexionada, impávido y con mucha gallardía, a que el toro volviera. Él sabía que el toro volvería porque le había marcado el camino. El toro reculaba un poco y se le volvía arrancar, y el tío allí.  ¡La plaza se venía abajo! Son muchos los momentos. Porque matando, eso era a diario. Era una delicia verle matar. Tenga en cuenta que Manolete ha sido el último gran matador que ha habido. 

Antonio Bellón, Ángel Mendieta, Paco Laguna y Antonio Alarcón
 Foto G. Ruiz

Sobre este aspecto en la vida torera de ManoleteAntonio Bellón nos refiere una anécdota que aconteció con motivo de una corrida de la feria de Córdoba: “Manolete había hospedado en su casa a Juan Mari Pérez Tabernero y a Juanito Belmonte que toreaban con él. Por la noche, con unos colchones que había montado a modo de toro, enseñaba a sus compañeros a entrar a matar. Mientras tanto, su madre, que era una mujer admirable, le recriminaba y en broma le decía a su hijo que eso lo aprendieran aquellos señores de otra manera”.

—¿Es cierto que adaptaron y disminuyeron el tamaño de los toros para que Manolete pudiera triunfar con ellos?

—Esa es una de las muchas pamemas que andan por ahí. Cuando salimos de la guerra el toro estaba mermado o disminuido. Pero es cierto que aquel toro no se caía tanto como el de ahora. Lo que quiere decir que tenía más fuerza. También es verdad que cuando hay un torero bueno y que interesa, es el mismo público, el que quiere que el toro sea apto para poder disfrutar viendo al torero. Cuando los toreros son malos es cuando el público, para no aburrirse, exige el toro grande.

Manolete. Foto Mateo

—De entre los compañeros que tuvo Manolete) ¿se vislumbraba alguno capaz de complicarle la vida?

—No. Todos se entregaban. Los primeros admiradores de Manolete fueron sus propios compañeros. El que más daño podía haberle hecho fue Arruza. Sin embargo, el mexicano tenía una debilidad tan grande por Manolete,  que él mismo le evitaba las cosas ajenas al toreo que le perjudicaban. Luis Miguel Dominguín preparó una batalla “política y de reportaje”. Pepe Luis, por aquello de ser sevillano…, pero no estaba dispuesto a jugársela como lo hacía Manolete.

—¿Cuánto tiempo estuvo Manolete mandando en el toreo?

—Él mandaba en la plaza todo el tiempo que estuvo toreando. Prueba de ello es que, como no tuvo competidor, el público empezó a ponérsele un poco en contra.

—¿Como fueron las relaciones entre el torero y su apoderado Camará?

—Siempre fueron admirables hasta que surgió mi tocaya Antoñita Bronchalo Lupe Sino. Con esa no pudo Camará. Llegó el momento en que Pepe tiró por la calle de enmedio. Ella intentaba desbancar a Camará y que el apoderado fuera su padre. Entonces Pepe dijo: “A mí que me ajuste Bermúdez”, que era el administrador que ellos tenían. Manolete trataba de aliviar aquella situación. También le sentó muy mal a Camará que Manolete la llevara a México.

Manolete. Foto Mateo

—¿Cómo vivió usted todo aquello?

Manolete me dijo un día que él quería que yo estuviera a su lado y que le acompañara. Yo serví, un poco, como árbitro entre el torero y el apoderado. No estuve en las últimas corridas, las de Gijón y Santander. Sin embargo, sí le acompañé de Madrid a Linares. Yo salí de la redacción de Dígame y emprendimos aquel viaje. Íbamos en el coche CamaráGuillermo, el mozo de espadas, Manolete y yo.  Cenamos en Manzanares, y, desde allí, hasta Linares trajo el coche el propio torero. Detrás durmiendo como benditos, venían Camará y Guillermo. Delante, junto al torero, iba yo.

—¿De qué hablaron durante el viaje?

—En ese viaje Manolete me dijo una de las cosas que más me emocionaron.

—¿Que fue?

 —Me dijo: “Es usted la única persona que puede hacer por mí lo que más deseo en este mundo”. Le pregunté y me contestó: “Mi madre le respeta y quiere muchísimo. Yo quiero que la lleve usted a ella a mi boda a Barcelona, donde me caso con el demonio de su tocaya. Usted no le comente nada a nadie, nada más que a ella.  Ella va con usted”.

—¿Se casaba Manolete con Lupe Sino?

—La boda estaba fijada para el 18 de octubre.

—¿En qué circunstancias llegó el torero a Linares? 

—Llegó un poco pachucho. Algo de lo que había cenado en Manzanares le debió de sentar mal y tenía la tripa suelta. Me fui a por Tanager y parece que se mejoró. Durmió bastante. Cuando volvimos del sorteo ya estaba despierto y me pidió por favor que le confeccionara la lista de las llamadas telefónicas para después de la corrida. En primer lugar puso a Bermúdez, después a su madre, que estaba en San Sebastián y en tercer lugar a la Bronchalo. Cuando yo salía de la habitación, me dijo: “Oiga, don Antonio, póngamela a ella primero”. Son cosas humanas. Luego, sin embargo, ya no dio tiempo a nada. Solamente llamamos a Bermúdez, que era el fundamental.

—¿Cómo vivió Manolete los momentos anteriores a la corrida? ¿Le preocupaba algo?

—No, en absoluto. Los Miuras no le preocupaban. Prueba de ello es que todos los años mataba una corrida de ese hierro en la feria de Sevilla. Luis Miguel tampoco le preocupaba. Manolete le gastaba bromas y él, que presumía de irónico, lo respetaba tremendamente. El padre le había dicho: “Niño, tú a este lo que tienes que hacer es darle coba porque es el que puede darte cartel”. Lo del vientre era una simple molestia de verano.

—¿Qué ambiente se vivió durante aquel día en torno a Manolete

—Por allí apareció un grupo de cordobeses, sudosos, flamencotes y tal, y le llevaron un cuadro en que se veía a Manolete toreando desnudo y con sus atributos.  Él me dijo: “Guarde usted eso, que es una guarrería”. Por cierto, ese cuadro, con el barullo del regreso, desapareció. Luego llegó Balañá, que hablaba de contratos y liquidaciones con Camará. Cuando se aproximó la hora de la corrida, el problema de la tripa estaba totalmente solucionado. Lo único que le disgustó fue el vestido de torear que le prepararon. Ese traje lo había usado una tarde en México y no había estado bien. Al Chimo le dijo: “¿Cómo es que has traído este traje? Ese traje tiene mala sombra”. Fue precisamente el traje con el que murió.

—Cuando se produjo la cornada ¿descubrieron enseguida la gravedad?

—Cuando le dieron la cornada el torero que más cerca estaba de él fue Pinturas, que me hizo una seña advirtiéndome de la gravedad. Las asistencias equivocaron el camino y yo salté al ruedo para decirles por donde era.

—¿Cómo fue la llegada a la enfermería?

En la enfermería se formó un barullo tremendo. Allí se coló todo el mundo. Tuve que enfadarme y ¡hasta maldije! para echar a toda aquella gente a la puñetera calle. Mientras le cortaban los machos para desnudarlo, tenía una cierta ansiedad respiratoria. En un momento se miró y vio como sangraba por el vientre. Aunque la hemorragia era grande, lo que él veía era relleno del vestido empapado.  Le dije: “Na, maestro, esto es empapado, ¿no lo ve usted?”. Entonces, para que no viera más, le tape la cara con un paño del bote que allí había para las operaciones. A Manolete ya se le había empezado a poner la cara verde, y es que estaba entrando en ese schock traumático que se lleva a la gente. Sin embargo me tranquilizó comprobar que se repuso de él. Procuré distraerle la atención e incluso, aunque era muy difícil, le gasté alguna broma.

—¿Se restableció el orden en la enfermería?

—Yo me hice un poco el dictador de todo aquello. Pepe Camará hablaba de traerle a Córdoba, a la Cruz Roja, pero viendo la gravedad, se decidió que lo operara en la enfermería el doctor Garrido, un magnífico cirujano que hizo todo lo que pudo y más.  Llegó Luis Miguel, que le dio la mano y lo besó en la frente. Manolete se emocionó y Luis Miguel estaba muy afectado. Luego vino el traslado al hospital, el médico le levantó el apósito, pues la ligazón que le hicieron cuando la anterior cornada no estaba muy firme. Y el apósito no dio sangre. De madrugada, cuando vino Guinea, el tono cardíaco de Manolete bajó muchísimo y empezó a fallar el corazón. Todas estas circunstancias contribuyeron a que este hombre desapareciera. Pienso que de una forma providencial, porque ahí queda su gloria. Y sobre todo en un día en que se había toreado bien». 


Paco Laguna homenajea a Manolete en Linares. Foto Framar

Recordamos especialmente el día 28 de agosto de 1987 Paco Laguna Menor, autor de la Tauromaquia de Manolete, quiso dedicar al torero su obra, depositando el primer tomo en el lugar donde Manuel Rodríguez fue herido de muerte por Islero. En la foto de FRAMAR don Antonio Bellón, rodeado de un grupo de aficionados cordobeses, entre los que figuran Pepe ToscanoCarlos ValverdeJesús Fernández, así como  el sacerdote salesiano don Evaristo Sánchez, que fue profesor de Manolete en el colegio salesiano de Córdoba, aplaude al escritor. Nosotros,  micrófono en mano, grabábamos aquel entrañable momento.

 

Grupo de aficionados cordobeses en la plaza de Linares. Foto Framar

Posteriormente, en la puerta del patio de arrastre de la plaza de Linares, FRAMAR volvió a fotografiar el inolvidable encuentro de aficionados cordobeses que rindieron homenaje a Manolete en el 40 aniversario de su muerte. En la foto del grupo figuran, entre otros: Jesús FernándezRafael TorrerasCarlos ValverdeEloy TorrerasCarlos Valverde hijo, Paco LagunaÁngel Mendieta, don Evaristo Sánchez, don Antonio BellónLuis RodríguezRafael MangasÁngel DelgadoPepe ToscanoAntonio Luis AguileraJosé Luis Rodríguez AparicioAndrés DoradoRafael de la Haba Rodríguez, y Francisco de la Haba Martínez.

miércoles, 28 de agosto de 2024

«MANOLETE»: 77 AÑOS DE LINARES

Por Antonio Luis Aguilera

 

La señorial elegancia de «Manolete». Plaza de Lima (Perú)

A Linares llegó cansado de tener que soportar lo insoportable, deseando acabar cuanto antes su última temporada para ser dueño de su vida y administrarla cómo le viniera en gana. Anhelaba más que nunca ser una persona libre, dejar a un lado a «Manolete» y encontrarse con Manuel Rodríguez Sánchez. Dueño de su silencio, tenía decidido el comienzo de su nueva vida en Barcelona, donde el 18 de octubre de 1947 había previsto casarse con Antoñita Bronchalo Lopesino, la alcarreña que eligió, quiso y lo hizo feliz, con la que convivía desde 1943. Se lo hizo saber la noche antes al periodista Antonio Bellón, conduciendo su propio coche de Manzanares a Linares,  a quien aseguró que era la única persona que consideraba capaz de convencer a su madre para que acudiera a su boda, por el respeto que ella le tenía. Con la fecha y localidad elegidas, todo parece indicar que con la madre o sin ella, la decisión estaba tomada, a pesar de que los vientos en contra soplaban con dirección variable: desde la matriarca a algunos miembros de la cuadrilla; desde el apoderado al piadoso amigo que hasta el final procuraron que se replanteara una decisión que aseguraban no le convenía. Probablemente, pensando que había permanecido callado demasiado tiempo, hastiado de escuchar del entorno familiar y profesional tanta ofensa para su novia, debió considerar que había llegado el momento de poner punto final a todo episodio de odio, de formalizar su relación y crear un hogar, para ser felices viendo crecer a sus hijos y disfrutar de su fortuna, para hallar de una vez la tranquilidad y armonía que no había tenido en su vida.

Pero el destino había elegido a «Islero» para pasar a la historia como el verdugo del drama que entre tantos habían convertido su vida; para redimir con su cornada las culpas inconfesables de quienes desgastaron su ánimo profesional y personalmente, arrastrándolo, aunque no lo pretendieran, hasta el cadalso de la plaza de toros de un pueblo en feria. Todavía extraña, después de 77 años, como los intereses del poderoso empresario Balañá pudieron seducir a «Camará», el apoderado que controlaba hasta el menor detalle, que hizo aquella corrida de Miura en Linares, en el momento menos indicado de la carrera del espada cordobés, con Luis Miguel Dominguín en el cartel, el joven y provocativo torero que pisaba fuerte para ser el número uno desplazando a «Manolete». No hizo falta. También las casualidades del destino habían previsto que horas antes de verse las caras en el ruedo, al pasar el cordobés por la habitación del madrileño y ver la puerta abierta, pasara a saludarlo, para romper la tensión existente e intercambiar unas palabras. Le aseguró que estaba muy cansado, deseando de acabar la temporada para dejar los ruedos, y le hizo saber que cuando esto ocurriera sería él quien heredaría todos sus enemigos. La sentencia tuvo un exacto e inmediato cumplimiento.

Cada 28 de agosto, al recordar el aniversario de la última tarde del inmenso torero que nunca vimos y tanto admiramos, se repite en nuestra mente el mismo pensamiento: ¡Pobre «Manolete», qué desgraciado lo hicieron entre tantos...! 


Foto: Manolo Castilla

PLAZA DE LA LAGUNILLA

 

La luz de tus ojos, íntima,

se refleja en esa agua

que copia un rostro sereno,

mitad plata, mitad oro,

casi arrullo, casi envidia.

¡Qué olor de azahar la tarde!

¡Qué sensación tan tranquila

abanican las palmeras!

¡Y ese susurro del aire

y esa paz que se adivina!

¡Plaza de la Lagunilla!;

la sombra de Manolete,

a tu embrujo cobra vida;

Córdoba en ti se estremece,

y el cielo azul se adormece

en brazos de Santa Marina.

 

Rafael Carvajal Ramos

(Ráfagas de luz y sombras. 2001)



miércoles, 21 de agosto de 2024

«MANOLETE»: LA DIGNIDAD VESTIDA DE LUCES

Por Antonio Luis Aguilera

 

La tauromaquia de «Manolete» no ha envejecido ni perdido vigencia

A pesar de los años transcurridos, la tauromaquia de «Manolete» no ha envejecido ni perdido vigencia. Basta observar las fotografías de su época para comprobar la actualidad de su toreo. Lo expresó en la arena, para que todos los toreros pudieran beber de su fuente al mostrar su acento, y su huella permanece en los ruedos cada tarde de corrida. No pudieron borrarla las patrañas de quienes lo censuraron sin objetividad ni escrúpulos. Ni desprestigiarlo con la engolada y ridícula conferencia de Domingo Ortega en el Ateneo madrileño: la venganza leída en unas cuartillas que escribió, ¿o le escribieron?, explicando su concepto del toreo, el cambiado o de avance con el toro, para censurar el de reunión con el cite de perfil del espada que no fue capaz de nombrar en la tribuna, donde cuestionó la pureza del torero que con su arte enseñoreó el toreo de los años cuarenta, muerto casi tres años antes por la cornada de un Miura en la plaza de Linares. No deja de sorprender que en un mundo de valores como el toreo, donde el respeto es norma sagrada entre los profesionales, al espada de Borox no le temblara el pulso al sujetar aquellas cuartillas, tan irrespetuosas y de dudosa moral, que cuestionaban al torero que había entregado su vida en el ruedo: el compañero que siempre lo llamó «maestro» y le habló de usted. 


«Manolete» y «Platino» en México. ¿Ha perdido actualidad su toreo?

Tampoco pudieron silenciar la realidad histórica del torero cordobés las artimañas de Marcial Lalanda, tan beligerante en la ruptura del convenio taurino hispano-mexicano como burdo en la estrategia del desafío a «Manolete» de «corridas duras en plazas importantes», puesto en boca de su poderdante Pepe Luis Vázquez, buscando titulares de la crítica adepta en plena campaña antimanoletista, fruto del rencor del veterano espada madrileño al torero que adelantó su retirada de los ruedos. El valor, la entrega y la perseverancia en el triunfo de «Manolete» resultaron insostenibles y terminaron barriendo a los diestros que esperaban a que saliera su toro. Los rayos siempre fueron a las cumbres, pero al gran espada cordobés lo odiaron hasta después de muerto —ahí están las hemerotecas—, algunos de los toreros que no le sostuvieron el pulso en los ruedos. Recordamos con cariño las señoriales palabras de un matador de la elegancia de Ángel Luis «Bienvenida»: «¡Mire usted, si el toreo ha tenido un dios y una virgen, ese ha sido «Manolete»! Primero fue él y luego todos los demás. Lo que ocurre es que aquí hay mucha envidia y eso no se perdona. Desgraciadamente en España hay muchos envidiosos».


Pamplona, 1947: «Aquel saber estar
 ante el toro y ante el público».

Manuel Rodríguez dijo con amargura que para él nunca hubo eso que llaman «palmas de simpatía», y defendió que donde tienen que hablar los toreros es en el ruedo. Y eso fue lo que hizo hasta el final. Ahí dejó su testimonio para que todos los diestros que le sucedieron pudieran utilizar esa arquitectura al expresar su acento: la técnica del toreo de reunión que versifica los pases en series. El toreo preconizado por «Guerrita» en su Tauromaquia, puesto en valor por «Joselito» en su faena habitual, pulido con la gracia artística de «Chicuelo», que dio otra vuelta de tuerca a la ligazón alternando los terrenos, e instaurado como el nuevo canon de torear por la impresionante regularidad de «Manolete». Después de él ningún diestro recurrió al toreo cambiado para argumentar su modelo de faena. Ni posiblemente el público habría consentido el regreso de los trasteos de un pase aquí y otro allí buscando el rabo, por mucha «cargazón» que tuvieran.


«Manolete» con un Miura en Valencia.

Observando la historia con perspectiva, resulta vergonzoso que excepto a Rafael Guerra, al que no alcanzó a ver, los tres inmensos toreros que forman la columna vertebral del toreo moderno fueran maltratados, ignorados e incomprendidos por el dogmático e influyente crítico del Diario ABC Gregorio Corrochano, que no tuvo reparos en escribir su propia historia, preocupado de defender y ensalzar el toreo de su cuerda —el cambiado o de avance— y generalizando ridículas teorías, como la que pretendía sacralizar el movimiento de adelantar la pierna de salida para cargar la suerte —todavía tiene adeptos en sectores integristas—. Sin embargo, como escribió «José Alameda», posiblemente el mejor analista de la evolución del toreo, la historia no establece dogmas, los establecen los que la escriben. Razonaba el brillante escritor madrileño que existe una ley de gravedad universal de la que no puede escapar el toreo, defendiendo que la suerte se carga en el punto donde gravita, es decir, donde se produce. Y lógicamente, en el toreo de reunión, donde el torero deja venir al toro por su terreno natural para conducirlo hacia atrás y hacia adentro, no se puede sustentar en el mismo punto que en el toreo de avance, donde el matador se cruza al pitón contrario para desplazar el viaje del animal hacia los terrenos de afuera. 


«Vergüenza profesional a carta cabal»
Barcelona, 1944. Majestuoso natural
al toro "Perfecto" de Miura. Foto Mateo.

«Manolete» que sentía el toreo de línea natural, se colocaba enhilado con el toro por el lado que iba a torear, y desde la verticalidad que interpretaba el toreo iba acortando las distancias hacia el animal con pasos laterales, llegándole poco a poco con la muleta retrasada hasta provocar su arrancada. Por delante ofrecía su propio cuerpo, para que el animal eligiera entre él o la tela que presentaba cerca de la pierna de salida. De esta forma, por su inmenso valor, creó una nueva manera de obligar a embestir para aprovechar la mayoría de los toros quedados de su tiempo, tuvieran estos mayor o menor recorrido. Sin embargo, para el ortodoxo sanedrín de la escuadra y el cartabón resultaba ignominioso ese toreo, e hipócritamente censuraron el medio pase, sin valorar que «Manolete» se colocaba en un terreno que los demás rehuían, y comenzaba el natural donde otros lo terminaban. Y por supuesto, sin valorar que esa técnica le permitía rematar el pase limpio por abajo, para quedar colocado en la cara y ligar largas series de naturales en un palmo de terreno, de una emoción y gallardía únicas, que provocaban asombro por su majestuosidad y encendían el entusiasmo del público. También, la inconfesable envidia de los que no aceptaron que «Manolete» fue el mejor de su tiempo, un torero único e irrepetible: un espejo de toreros, de los de antes y de los de ahora. Como escribió el historiador Fernando Claramunt: «Nadie ha vuelto a pasear aquella dignidad vestida de luces, aquel saber estar ante el toro y ante el público. Entrega absoluta. Vergüenza profesional a carta cabal».


«Manolete», Santander, 26 de agosto de 1947.
"Presentimiento" tituló su foto Nicolás Müller
 
 «De lo que pasa en el mundo

por Dios que no entiendo ná,

el cardo siempre gritando

y la flor siempre callá».

 

Lole Montoya 

(«Todo es de color». Lole y Manuel)

 

martes, 6 de agosto de 2024

PACO CAMINO: TORERO DE TOREROS

Por Antonio Luis Aguilera

Paco Camino. Foto Botán

Ante el fallecimiento de Paco Camino queremos recordar al diestro por cuyo arte nos aficionamos a la Fiesta de los toros, el que marcó nuestra niñez con la impronta de su poderío y el bello trazo de su toreo, ese que no pudimos ver en las plazas, sino en las imágenes en blanco y negro de TVE y de los reportajes del NO-DO, hasta que en los tendidos pudimos disfrutar de sus últimos años en activo. La naturalidad de su expresión y su prodigiosa inteligencia hicieron grande el toreo en manos del diestro de Camas, que pronto nos cautivó con su elegante toreo de capa, sus incomparables chicuelinas, y aquellas faenas abiertas con preciosos pases de trinchera que prologaban la hermosa sinfonía de su toreo en redondo, donde cobraba especial relieve el pase natural y la magistral interpretación de la estocada, instrumentada con tanta ortodoxia y gallardía como pureza y torería. 


El pase natural de Paco Camino

Ha muerto un torero histórico e irrepetible, miembro de la maravillosa generación de figuras que marcaron con la singularidad de sus acentos profesionales la inolvidable década de los sesenta, donde llegaron abriéndose paso a codazos ante un elenco de espadas de mucha categoría, la generación posterior a la época de «Manolete», para  terminar adueñándose del toreo de aquella España del desarrollo y rotular sus nombres en los carteles de todas las ferias. Las imprentas editaban preciosos carteles de toros —de los que viéndolos de lejos se sabía que anunciaban corridas de toros; no como los actuales, que han de observarse de cerca para comprobar si anuncian un concierto o un quinario—, cambiando solo el nombre de la ciudad y repitiendo como una letanía, entre otros buenos e inolvidables toreros de esa época, los nombres de Diego PuertaPaco Camino, «El Viti», y «El Cordobés».

Las décadas de los años sesenta e inicios de los setenta, arrastrados por esa locomotora del toreo que fue el «Huracán Benítez» tuvieron como grandes protagonistas a «Diego Valor», «El Niño Sabio de Camas» y «Su Majestad El Viti», amigos en la calle pero perros de presa en el ruedo, para regocijo del público y la buena salud de las ferias y plazas del orbe taurino. De esa época quedaron acuñadas dos frases que la caracterizaron: la primera, «El Cordobés y dos más», que define el poderío del torero de Palma del Río, que cualquier día de la semana, sin necesidad de que fuera festivo o la fecha del patrón de la localidad, llenaba las plazas hasta el tejado cobrando no menos de un millón de pesetas por tarde, «un kilo» como popularizó el propio Benítez, mientras los elevados honorarios para la época obligaron a las empresas a incrementar considerablemente los que percibían el resto de figuras. La segunda, el tridente que se repetía en todos los carteles de postín, se hizo tan célebre en la jerga taurina que pronto se incorporó al lenguaje coloquial para mandar de paseo a la gente pelmaza: «PuertaCamino y Viti».


Magistral estocada de Paco Camino en Bilbao a un toro 
de Juan Pedro Domecq. Foto Cuevas.

Honda fue la huella torera que dejó Paco Camino en México. En el país hermano lo recuerdan con veneración, como a uno de los toreros españoles más queridos, de sus «consentidos». Si el recuerdo de «Manolete» resulta todavía sobrecogedor para la apasionada afición azteca, la admiración por el toreo de Camino no queda atrás en una tierra que conquistó con su arte y que, como ocurrió al «Monstruo», también ella le conquistó para siempre como torero y persona, pues si grandes e importantes fueron sus éxitos en los ruedos españoles y otras naciones americanas, los conseguidos en su querido México, que lo acogió e hizo uno de sus espadas favoritos, están repletos de tardes históricas y memorables.

Paco Camino a hombros en Madrid

Nos ha dejado una auténtica figura del toreo, de cuya tauromaquia han bebido y beben todos los espadas que quisieron ser gente en el toreo. De Paco Camino puede afirmarse rotundamente que fue un torero histórico, irrepetible, grande entre los grandes, un espejo donde mirar. Lo que los aficionados conocen como torero de toreros. De los de antes y los de ahora. Descanse en paz el inolvidable maestro de Camas, el pueblo del que se sentía orgulloso de haber abierto los ojos y del que apasionadamente defendía su natalidad, con el sinsabor de tener en el alma una espina clavada cuando le decían que era de Sevilla, que digámoslo claro, con él fue, como con otros de sus grandes toreros, madrastra en lugar de madre: «Yo no soy de Sevilla, soy de Camas». 

Un torero tan grande no puede seguir silenciado en la ciudad cuyo nombre paseó entre triunfos por todo el mundo taurino.

 

jueves, 18 de julio de 2024

«TAUROMAQUIA Y VERDAD»

Por Antonio Luis Aguilera

 

Con este título reflexiona sobre sus veinte años de alternativa el matador de toros Manuel Escribano, dando forma al libro autobiográfico escrito con la colaboración del catedrático y amigo personal Antonio Ramírez de Arellano, que ha publicado la Editorial «El Paseíllo». Se trata de una interesante obra, prologada por el ganadero Victoriano Martín García, que capta inmediatamente la atención del lector, al que explica los sufrimientos y la lucha para abrirse paso en el mundo del toro un espada tan considerado por los aficionados, que saben bien de la verdad de sus triunfos y amarguras —en dos ocasiones ha visto de cerca de la muerte—, como maltratado por las empresas que manejan la tramoya del toreo.

 

Un libro que puede extrañar por tratarse de una biografía parcial, pues para grandeza del toreo el diestro de Gerena sigue en activo, pero que al narrarse en primera persona brinda al aficionado una visión más amplia de la calidad humana y profesional de Escribano, no solo por su experimentado conocimiento de la crudeza del mundo del toro, sino porque se trata de un torero completo, dueño y señor de la lidia, dominador de los tres tercios, que por si fuera poco sabe expresar con buen acento el toreo, con pureza y autenticidad, ante las corridas más duras del campo bravo, con las que ha demostrado algo que está al alcance de muy pocos: que no solo sabe lidiarlas sino que además es capaz de torearlas como el mejor.   

 

Legítimamente orgulloso de la historia que narra, el espada sevillano cuenta al lector una vida transitada por los sinuosos caminos del toreo con detallada información de los entresijos de la profesión. En sus páginas explica la complicada relación con alguno de los poderosos y ridículos personajes del campo del apoderamiento; el ostracismo impuesto a su carrera por el holding de empresas-comisionistas —este año tras triunfar rotundamente en Sevilla no va a la feria de Bilbao, mientras el pasado estuvo ausente de Madrid—; la dureza del Valle del Terror; la satisfacción de su independencia profesional sin importar el precio pagado; su relación con la plaza de Madrid, que definitivamente es la que da y quita; o el injusto trato del público de Sevilla con algunos de sus toreros. Una carrera profesional vivida entre la alegría de triunfos incontestables y las espeluznantes ocasiones que sintió la muerte, como aquella que titula el primer capítulo del libro, cuando pensó: «Estoy palmando. ¡La que voy a liar!».

 

Sorprende del ameno relato la capacidad de Manuel Escribano para definir magistralmente el comportamiento de los toros que habitualmente lidia, los del encaste Albaserrada, diferenciado las características de los de Victorino con los de Adolfo Martín, así como los de José Escolar, y las matizaciones sobre cómo son los legendarios toros de Miura. El torero lo explica con profusión de detalles, los que sin duda escapan de la visión del más sagaz aficionado, pues no es igual descifrar la lidia desde arriba que hacerlo en la soledad de la arena, escuchando el jadeo de una mole que mira y mide, cuando en diez minutos la inteligencia se enfrenta a la fuerza en una sorda interpretación de reacciones, las que se han de conocer e intuir para ganar la batalla y expresar el toreo. En un alarde de generosidad, el torero de Gerena no tiene reparos en hacer partícipe al lector de sus conocimientos profesionales, para enriquecer su afición con la gama de reacciones de estos encastes singulares, cuya lidia exige un plus sobre la rutinaria técnica interiorizada por la mayoría de los toreros. 

 

La obra finaliza con el testimonio de Antonio Ramírez de Arellano de la actuación de Manuel Escribano en la pasada feria de Sevilla, cuando la tarde del 13 de abril de 2024, anunciado con toros de Victorino Martín junto a Borja Jiménez y Andrés Roca Rey, el matador sevillano fue empitonado al torear de capote por “Disparate”, el toro que abría plaza, causándole una cornada de diez centímetros en el muslo derecho, de la que fue intervenido en la enfermería de la plaza sin anestesia general por indicación del torero, que al caer la noche sobre la Maestranza volvió al redondel para lidiar en sexto lugar al cuarto de la tarde, de nombre “Fisgador”. Le hizo frente con un pantalón vaquero recortado que le prestaron, y a pesar de estar recién operado no escatimó su entrega con el exigente cárdeno de Victorino: lo recibió como al primero, de rodillas a porta gayola, lo banderilleó por los dos pitones y lo cuajó toreándolo por abajo en la boca de riego de la plaza, donde realizó una importante y emocionante faena refrendada con una gran estocada. Las dos orejas que paseó emocionado y sin perder su sonrisa ante la entrega del público refrendaban su triunfo legítimo en una tarde a cara y cruz, resuelta con una verdad y torería que no está al alcance de muchos. 

 

«Tauromaquia y verdad», una nueva y atractiva obra de editorial «El Paseíllo», que apuesta por la Fiesta de los toros, su cultura y su difusión, en este tiempo de ignorancia, hipocresía y censura impuesta por los culturetas del poder en la mayoría de los medios de comunicación. 

 


lunes, 15 de julio de 2024

BILBAO: DE BUQUE A PECIO

Por Antonio Luis Aguilera


Ya están en la calle los carteles de Bilbao, plaza en otro tiempo buque insignia de la temporada, hoy hundida por los herederos del gran empresario vasco Manolo Chopera, desde hace unos años aliados con la empresa mexicana Bailleres. Como era de esperar, en la que fue el gran puerto de montaña del norte, se repite el compadreo impuesto en la temporada por los comisionistas, que dejan fuera a toreros que por sus méritos en el ruedo tenían que estar, mientras  se incluyen con calzador a los espectros de antiguas figuras, a espadas que ni están ni se les espera, sin sitio, destemplados, descentrados e inexpresivos, los amparados por MatillaCasas y otros comisionistas, que invitan al público a retraerse en la compra de las caras entradas y dar la espalda a una feria que fue buque insignia y hoy es un pecio complicado de reflotar.

Complicado porque la afición está cansada de que le quieran vender el burro con las supuestas figuras, que ni juntas arrastran gente a la plaza, el «sota, caballo y rey» o coladero de espadas que hurtan los puestos que merecen los que de verdad han triunfado en los ruedos, los que interesan y anhela ver el aficionado junto a los jóvenes que son novedad. Los ganaderos-empresarios-apoderados, hoy influyentes comisionistas, enterraron la antigua fórmula de juntar en los carteles de ferias al torero consagrado, el emergente y la promesa que es novedad,  sustituyéndola por el «cartel rematado», en realidad el «cartel comisionado», ese que ha aburrido y echado a patadas de las plazas a tantos aficionados, cansados de ver a los mismos toreros, impuestos feria tras feria sin justificar sus inclusiones.

En la zona alta del escalafón se mantienen matadores que fueron pero no son, espadas que deberían reflexionar en el banquillo que, de momento, su tiempo pasó, y pensar por qué causan hartazgo. Quienes antes seducían hoy aburren con actuaciones repetitivas sin gobierno, sin colocación ni  orden, sin ajuste ni temple, donde la entrega fue sustituida por la técnica ventajista y la velocidad. Y a esta barbaridad se ha llegado por la nefasta política empresarial que excluye de las ferias a espadas que merecen estar, como Paco UreñaManuel EscribanoFernando Adrián o Tomás Rufo, sin olvidar al rejoneador Diego Ventura, mientras que como una penitencia se imponen a ManzanaresTalavante o Castella, que desesperan con su inexpresivo, tenso y gélido toreo, con actuaciones sin relieve que sin embargo no son obstáculo para que sigan estando en todas las ferias de la temporada.